domingo, 17 de agosto de 2014

BYUNG-CHUL HAN EN CLARIN





Agustín scarpelli ha publicado en el suplemento Ñ del periódico “El Clarín“ de Buenos Aires un excelente artículo sobre este filósofo Alemán, quien gracias a un libro que es un éxito rotundo en ventas, está dando mucho que hablar por esta fecha en todo Europa. Considero necesario que mis lectores conozcan  del texto y se enteren de este pensador:

CRÍTICA A NUESTRO ILUSORIO ALBEDRÍO
Byung-Chul Han. Una introducción y fragmentos de sus ensayos -no disponibles en el país- para acercarse al ensayista de culto en Europa.

Probablemente el nombre Byung-Chul Han suene menos extranjero en Alemania que aquí. No hay sitio más global en el mundo que las grandes universidades de los países centrales, que rivalizan entre sí por ser la más multicultural. De origen coreano, el filósofo Byung-Chul se ha convertido en una celebridad universitaria en Berlín, donde reside, y a la vez, en un bestséller que se mueve entre lo popular y lo culto. Su ensayo La sociedad del cansancio (2012) va por la sexta edición en español; los contados ejemplares que llegaron a Buenos Aires se agotaron en una semana.
La sociedad de la transparencia  (2013),  La agonía del Eros  (2014) y el flamante  En el enjambre (2014) van camino a correr la misma suerte. Quizá sea porque entre las principales preguntas que hoy repican por todo Internet –las primeras en Argentina y otros países, como Alemania, según reveló esta semana un informe de Google– figuran: Por qué estamos tan cansados, por qué estamos solos. El apunte es estadístico pero da una dimensión del tono existencial de estos tiempos. Agotados, aislados. Tal vez el mismo lectorado masivo que se vuelca a los best-séllers de autoayuda hoy esté leyendo obras de diversas disciplinas, entre ellas la filosofía, con una búsqueda en clave existencial.
Doctorado con una tesis sobre Martin Heidegger, Byung-Chul es considerado por algunos como el sucesor de Peter Sloterdijk por sus análisis corrosivos de la contemporaneidad, aunque la relación con él sea enigmática, cuando no tensa.
¿Qué es lo que le otorgó notoriedad a este profesor que se había formado como metalúrgico en Seúl antes de mudarse a Alemania para estudiar literatura y filosofía? Quizá, su principal virtud sea la de asumir un lugar de enunciación arriesgado, el de polemista incisivo, sitio ocupado brevemente por su maestro Peter Sloterdijk con su Reglas para el parque humano . Precisamente, si existe un rasgo que permite poner en una serie todos estos libros publicados por la española Herder, es que todos los textos parten de la crítica y el comentario de autores precedentes bien conocidos. Byung-Chul toma autores y teorías que han circulado extensamente, también en nuestro medio. Pone en cuestión los conceptos de sociedad inmunitaria de Roberto Esposito, la sociedad disciplinaria y biopolítica de Michel Foucault, las ideas de Giorgio Agamben sobre la desnudez, el erotismo y la profanación, la teoría de Hanna Arendt sobre el rol del “homo laborans” en la vida moderna y las meditaciones de Richard Sennett sobre el trabajo.
En segundo lugar, buena parte de sus ensayos breves están atravesados por dos categorías de contornos algo imprecisos, como el binomio positividad/negatividad. Para Byung-Chul, el exceso de positividad –esa fuerza que ahuyenta del seno de la sociedad cualquier posibilidad de contradicción– es lo que caracteriza a la sociedad actual. La potencia de la negatividad consiste en que las cosas sean experimentadas justamente por su contrario: el emblema de la negatividad es Batleby , el personaje de Herman Melville que a toda tarea o pedido responde con candor: “Preferiría no hacerlo”. Por el contrario, la sociedad positiva, analiza Byung-Chul en La sociedad de la transparencia , no admite el sentimiento negativo: “se olvida de enfrentarse al sufrimiento y al dolor, de darle forma” cuando, en verdad, “también el espíritu humano es un nacimiento con dolor”, subraya.
Con sus textos, el lector se siente inmediatamente interpelado y comprendido en su desgracia e insatisfacción cotidianas: la hiperactividad y el multitasking, interpretados por el autor como fenómenos que impiden la verdadera acción, aquella que requiere de la actitud contemplativa; pero también el estrés que deriva de la autoexplotación; o la intimidad amenazada por las redes sociales, en las que participamos voluntariamente y que nos esclavizan a tiempo completo; el control ejercido por el panóptico digital; la soledad y el aislamiento que ello implica, imposibilitándonos para ejercer cualquier acción común. Estos son los “males de época” diagnosticados por Byung-Chul.
En La agonía de Eros el filósofo se propone explicar el actual declive del amor y del deseo y la sexualidad, particularmente agudo en aquellos países donde más se encarnan las vanguardias tecnológicas: “en la sociedad del rendimiento, dominada por el poder, en la que todo es posible, todo es iniciativa y proyecto, no tiene ningún lugar el amor como herida y pasión”. Otro de los síntomas del hombre contemporáneo es la depresión, que se origina en la persecución desmesurada del éxito personal. La sociedad disciplinaria caracterizada por Foucault ya no tiene lugar: el hombre, convertido en empresario de sí mismo, es más eficaz, más productivo autoexplotándose hasta desfallecer. Y esto es así porque si por un lado el hombre de hoy asocia su labor a una sensación de libertad, y no de coacción, por otro lado ya no reclama nada a los mecanismos de control: “la explotación también es posible sin dominio”, sostiene.
Como se ve, las ideas sobre el poder sostenidas por el filósofo se ocupan de un aspecto menos opresivo que productivo. En La sociedad de la transparencia parte de las conceptualizaciones del utopista Jeremy Bentham sobre el sistema del panóptico para explicar las nuevas formas de la vigilancia en la sociedad de control. Se podría creer que en esto sigue al último Foucault. Sin embargo, dice del filósofo francés: “Acepta sin crítica que el régimen neoliberal, como ‘sistema de estado mínimo’, como ‘administrador de la libertad’, posibilita la libertad del ciudadano. Se le escapa por completo la estructura de poder y coacción que hay en la proclamación neoliberal de la libertad”.
Byung-Chul acaba de salir de imprenta En el enjambre, aún no distribuido en España. En él se ocupa de las modulaciones de la individualidad en medio de la colmena digital de conexiones.
Para todos ellos, podemos arriesgar tempranamente cinco claves de lectura:
1.
La adopción del psicoanálisis, el cine y la literatura devuelve a sus textos una escala humana, perdida en los vericuetos tecnicistas de otros autores. ¿Será acaso que el lenguaje de las ciencias humanas se alejó tanto del hombre que ya no dice nada sobre su experiencia? La lectura que hace en La agonía del Eros del best-séller Cincuenta sombras de Grey , por ejemplo, le permite mostrar hasta qué punto la desaparición del otro en la pornografía y los imperativos de la salud y la vida sana (y el principio del rendimiento) dinamitan el amor y la sexualidad. Y esto es así porque “El Eros se dirige al otro en sentido enfático, que no puede alcanzarse bajo el régimen del yo. Por eso, en el infierno de lo igual, al que la sociedad actual se asemeja cada vez más, no hay ninguna experiencia erótica. Esta presupone la asimetría y exterioridad del otro”.
2.
Byung-Chul tiene ideas propias y originales pero se sirve de la crítica filosófica de otros autores cuando esto le permite entrar en un tema y apropiarse de él.
La agonía de Eros parte de una crítica a la israelí Eva Illous y “esas teorías sociológicas” que desconocen que hoy está en marcha algo que ataca al amor más que la libertad sin fin o las ilimitadas variantes: “No sólo el exceso de oferta de otros otros conduce a la crisis del amor, sino también la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida y va unida a un excesivo narcisismo”.
3.
No es sólo la filosofía oriental la que opera en la obra de Byung-Chul. También su lectura descentrada de la filosofía dominante. No es sorpresivo que un autor de origen coreano utilice el mismo conjunto de autores que leemos en Argentina –Alain Badiou, Jean Baudrillard, Agamben, Esposito o Arendt. La buena noticia es que ese recorte sea atractivo para los europeos, que muchas veces han dudado de que pueda haber algo más que objetos de estudio blindados “en el extranjero”, reservándose la interpretación final excluyente. Más aún, parafraseando al filósofo palestino Edward Said, también estrella de la academia estadounidense, el nuevo peligro sería caer en el “occidentalismo” y creer en una imagen de Occidente estereotipada.
4.
Su prosa tiende al axioma. El argumento adquiere su potencia de esa brevedad. Su voz es la de un ventrílocuo. Sostiene lo que la filosofia alemana no podría decir; y retoma teorías de viejo cuño sin convocar a los autores que las forjaron ni la tradición que conllevan. Pero eso ya obligaría a un libro de cientos de páginas. Es cierto que la cita no siempre es elegante pero en ciertos casos la referencia es obligada. “Las cosas se tornan transparentes cuando se despojan de su singularidad y se expresan en la dimensión del precio. El dinero, que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual”, escribe. ¿No resuena allí la teoría sobre el “fetichismo de la mercancía”, de Marx?
5.
Vida y obra. A la manera de los gurúes de artes marciales, Byung-Chul no se hace presente... No contesta los mails, nos dicen sus editores..., ha dado contadas entrevistas y no respondió a nuestras gestiones. La sociedad de la transparencia es inaugurada por un pasaje de Peter Handke: “Vivo de aquello que los otros no saben de mí”. Es evidente que la frase caló en el filósofo. En ese mismo libro, en uno de los capítulos que refieren a la fotografía, critica duramente aquello que denomina “el valor de exposición” en la sociedad actual. “El imperativo de la transparencia hace sospechoso todo lo que no se somete a la visibilidad actual. En eso consiste su violencia”, sostiene. De su presencia queda la fotografía pixelada de las solapas, de una belleza juvenil exótica.



sábado, 16 de agosto de 2014

HOMENAJE A GABO EN MALPENSANTE



En el último número hacen un homenaje al nobel Colombiano, como suele suceder con esta revista, es diferente a todo lo hecho.  Hay un artículo que me conmovió, resulta ser una crónica sobrecogedora de nuestro nobel en los últimos días de vida. El texto es de Michael Jacobs, un viajero impenitente que para la fecha realizaba un trabajo sobre nuestro rio magdalena.
Es una pequeña crónica sobre un encuentro furtivo con el escritor en Cartagena, narrada en primera persona, con mucha candidez, sin ramplonería ni largateria, típica de los homenajes naturales en ocasión a su muerte. Describe el encuentro con una prosa exquisita, con mucho decoro, con una sutileza absoluta, muy humana sobre todo. Lean este aparte:
“Su presencia tarde en la noche en un bar popular no era, pensándolo bien, particularmente sorprendente. Él era un hombre del pueblo, amante de la vida de los bajos fondos, una persona con el atractivo elemental de una estrella del fútbol. Lo más notable era que por fin había vuelto a Cartagena y lo trataban casi como si el Mesías hubiera reaparecido. A pesar de que tenía una casa en la ciudad vieja, ahora apenas se alejaba de su hogar de adopción en Ciudad de México. Evitaba de frente los festivales literarios, y no había estado en Cartagena desde 2006, cuando su llegada había producido una severa congestión en las calles del casco antiguo. Ahora tenía más de ochenta años y había estado gravemente enfermo de cáncer. Yo había escuchado varios rumores sobre su muerte inminente.
Sin embargo, la persona sentada en el Bazurto Social Club mostraba pocos signos de mala salud física; solo de soledad y falta de conexión con los que estaban con él. La fama excesiva tal vez lo había aislado en su propio mundo, convirtiéndolo, a su edad avanzada, en lo que había predicho su ficción, el patriarca en el otoño, el coronel a quien nadie habla, el general en su laberinto, la encarnación de Cien años de soledad. Y entonces, mientras yo seguía observándolo con miradas furtivas desde el otro lado del bar atiborrado, me di cuenta de algo más. Tenía una mirada que yo había observado muchas veces en mis padres ancianos: una mirada con un poco de enojo y perplejidad, como si quisiera que se marcharan quienes lo rodeaban, como si se hubiera dado cuenta con temor de que no tenía idea de quiénes eran aquellas personas y qué hacía él en su compañía. Mi padre había muerto del mal de Alzheimer en 1998, sin ningún recuerdo de sus dos hijos, o de lo que había hecho en su vida. Mi madre, ahora a pocas semanas de su nonagésimo cumpleaños, se encontraba en una fase avanzada de demencia.
Mientras pensaba si el escritor iba por el mismo camino que mis padres, pensé en ir a saludarlo, como tantos otros lo estaban haciendo ahora en el bar. Sospechaba que conocerlo sería algo tan fugaz y carente de sentido como tocar una reliquia sagrada, pero al menos podría decir después que le había dado la mano a uno de los gigantes de la literatura moderna. Alguien a quien había conocido en el festival me pasó una botella de cerveza, así que abandoné mi plan y me reuní con los bebedores empedernidos en el bar. No creía que fuera a tener otra oportunidad de conocer al escritor”.
Alguna vez exprese en este blog, por experiencias muy particulares de mi vida, que en ocasiones es mejor no conocer algunos escritores, en mí caso, algunos encuentros fueron muy poco gratos. Siempre quise hablar algún día con nuestro nobel, quien pese a su timidez tenía una elocuencia caribeña inolvidable para quienes tuvieron el placer de escucharlo, tenía un don especial, hablaba como escribía, en sus charlas se decantaba el genio y el talento. En el caso de Gabo, la condición de sus últimos días me suscito muchas reflexiones sobre la soledad en la vida. Es hermosa cuando la buscamos para reflexionar, para encontrarnos, pero nunca cuando se nos viene encima por esas vicisitudes incomprensibles de la existencia. Gabo expresaba en sus ojos en sus últimos años, soledad y se denotaba la condición impotente de quien no entendía lo que estaba pasando en su interior, muy a pesar de haber intuido este fatal final. El olvido, como  lo describió  magistralmente en el capítulo del insomnio en “Cien años de soledad”, resulta ser el mal más cruel que le puede sobrevenir a un hombre o a un pueblo en el peor de los casos.
Quisiera que mis lectores la leyeran:


La crónica, termina con una reflexión sobre nuestra realidad, pertinente además:
“A mi regreso a Europa, adonde una madre que perdía todo sentido de la realidad, al igual que le había ocurrido a mi padre quince años antes, decidí releer Cien años de soledad. La novela adquirió una resonancia más profunda, a la luz de lo que me había enterado ahora. Aquellas partes del libro que alguna vez había interpretado como las reflexiones sobre la capacidad de una nación para olvidar el pasado parecían ejemplos adicionales de una extraordinaria capacidad de premonición del autor: la enfermedad que lleva a los habitantes de la aldea imaginaria de Macondo a perder sus recuerdos, la guerra civil que se lucha por tanto tiempo que ninguna de las partes recuerda por qué lo hace.
Y encontré un significado nuevo en la célebre frase inicial del libro sobre un coronel, a punto de ser ejecutado, que recuerda la época remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Ahora imaginaba al coronel como al escritor mismo, que cerca del final de su vida, después de haber olvidado casi todo de ella, era capaz aún de rescatar, desde algún rincón oscuro, recuerdos llenos de magia, extrañeza y asombro. Lo recordé recordando el Magdalena. “Me acuerdo de todo lo relacionado con el río, absolutamente de todo...”. Y al pensar en estas palabras, recordé sus ojos, como estuvieron más tarde aquella noche, convertidos en los de un caimán, abriéndose de vez en cuando para mirarme, haciéndome imaginar que nada escapaba a su atención, que podían ver a través de mí y leer mis pensamientos, y que ofrecían su bendición a un viaje que ya había comenzado esa noche en mi mente, río arriba por una corriente que era también metáfora de la memoria, hacia un mundo exuberante, de maravillas y peligros, hacia zonas del pasado, brillantes y oscuras, hacia el alto y distante nacimiento del Magdalena, en el páramo andino, a orillas del olvido”.