sábado, 15 de mayo de 2010

UN PROLOGO EXCELSO DE LUIS ANTONIO RESTREPO



Colombia olvida muy facil a los hombres de letras y más a los pocos pensadores que le han aportado una obra digna de conservarse, estudiarse  y sobre todo debatirse. El texto "Arte y Filosofia",  de Estanislao Zuleta, sobre las exigencia de la lectura crítica, publicado por " hombre nuevo editores", tiene un prologo excelso de Luis Antonio Restrepo, que deseo trancribir en en este blog.
Espero, que al igual que este modesto lector, invite a relecturas y a cierta meditación sobre el papel de la lectura crítica:

 PROLOGO A LA PRIMERA EDICION
Por Luis Antonio Restrepo A.

PROLOGO A LA PRIMERA EDICION


Por Luis Antonio Restrepo A.

Este libro no está dirigido a los que creen que ya saben, sino a los que están en continuo proceso de estudio; Arte y Filosofia es en sí mismo una búsqueda y por eso una invitación a la búsqueda. Se le plantea al lector, desde el comienzo de la obra un método de lectura que no es otro que el de los tres principios del racionalismo según Kant: pensar por sí mismo, pensar en el lugar del otro y ser consecuentes. Se trata de ideales, lo recuerda Zuleta: algo que no es realizable en absoluto pero que sirve de guía y en esa medida dotado de eficacia.


Estanislao Zuleta ha llegado a Kant después de un largo trabajo de reflexión; había partido de Marx, Freud y Nietzshe hace más de dos décadas y se le ha impuesto la necesidad de afrontar el pensamiento del autor de la Crítica de la razón pura y la Crítica del juicio. No deja de ser significativo el hecho de que Michel Foucault, con perspectivas tan diferentes a las de Zuleta haya llegado también a encontrarse con Kant: ¿Qué es la ilustración? y ¿hay un progreso constante en el género humano? En su disertación Foucault señala como Kant fundó las dos grandes tradiciones críticas en las que se mueve la filosofía moderna. De un lado la tradición que se propone la pregunta por las condiciones de posibilidad de un conocimiento verdadero, es decir, la análitica de la verdad, Pero, en particular, en los dos textos atrás citados, Kant formuló otro modo de interrogación crítica, que Foucault denomina “una ontología del presente o una ontología de nosotros mismos”; desde esta perspectiva las preguntas fundamentales son: ¿qué es nuestra actualidad? Y ¿cuál es el campo actual de experiencias posibles?


Al lector de Arte y filosofía no le será difícil captar que Zuleta bien se mueve en una “ontología del presente”. Ahora bien, de ninguna manera se está tratando aquí de establecer un proceso de “influencias” no se llega a ninguna parte ni en filosofía ni en arte; tampoco se trata de lo inverso, es decir de reivindicar “originalidades” a ultranza, pues por allí tampoco se llega a ninguna parte. Evidentemente hay un piso común: Marx, Hegel, Nietzche; una apreciación similar sobre la significación del arte como forma de conocimiento; pero lo mas importante sin duda es la convergencia de los dos pensadores hacia la significación de la interrogación crítica de Kant. No se trata del azar, se trata de una exigencia de “nuestra actualidad”. El tiempo presente ha sido duro, detrás de él queda un cementerio de ilusiones perdidas y esto ha hecho posible el crecimiento ya del escepticismo, ya del fanatismo apocalíptico. Aquellos que se niegan a hundirse en una u otra posición se ven obligados a detenerse en el camino y repensar al Kant de la “ontología de nosotros mismos”, sin temor a la sindicación de “regresión subjetivista”, puesto que en Kant mismo se dieron las condiciones para la superación del subjetivismo.



Pero sobre todo Kant posibilita el replanteamiento de la política en su dimensión histórica. Foucault lo dijo en forma insuperable en su disertación sobre Kant: “La otra cara de la actualidad que Kant encontró es la revolución: la revolución a la vez como acontecimiento, como ruptura y derribamiento de la historia, como fracaso, pero al mismo tiempo como valor, como signo de una disposición que opera en la historia y el progreso de la especie humana. También acá la cuestión para la filosofía no es la de determinar cuál es la parte de la revolución que convendría preservar y hacer valer como modelo. Es la de saber qué es necesario hacer con esta revolución, con este “entusiasmo” por la revolución que no es otra cosa distinta de la empresa revolucionaria misma”. Esto implica no perder de vista la dimensión política, pero sin caer en la inmadurez de la política. En 1982, Estanislao Zuleta en un texto titulado “Sobre la idealización en la vida personal y colectiva”, ponía de presente las tendencias destructivas de la actitud crítica agazapadas tras las formaciones colectivas más variadas: “En nuestra época, dice Zuleta, estamos viendo que es tan poderosa la tendencia a producir un grupo madre y la oferta de la idealización a quien pretenda la idealización a quien pretenda o parezca encarnarlo que no solo las religiones y los movimientos políticos, sino también las sociedades psicoanalíticas y las tendencias teóricas más críticas, más lúcidas y más productivas tienden a convertirse en partidos totalitarios y comienzan a secretar , con la misma naturalidad con la que el hígado secreta bilis, sus ortodoxos y sus herejes”. En pocas palabras la búsqueda desesperada de una garantía de verdad en un “emisor superior”, sea un individuo, una organización o un sistema de ideas. La aspiración a la garantía de verdad va acompañada de lo que Zuleta llama el juicio totalitario, el juicio incapaz de captar los matices, el “todo o nada” que pasa frecuentemente por rigor o coherencia, cuando no es otra cosa que dogmatismo. Ese dogmatismo que Zuleta ha enfrentado desde Platón, desde Marx, Nietzsche y Freud, pero que sobre todo ha enfrentado y enseñado a enfrentar desde el arte y la literatura. Sus trabajos, muchos aún inéditos, sobre Cervantes, Goethe, Balzac. Dostoievski, Tolstoi, Kafka, Thomas Mann, para citar algunos se orientan, no a la crítica literaria tradicional sino a mostrar que la literatura y en general el arte, nos ayudan a comprender nuestra situación aquí y ahora, o para decirlo con las palabras de Kafka citadas por Zuleta, “Los poetas ofrecen a los hombres nuevos ojos para ver al mundo y cuando se ve el mundo con ojos nuevos, se puede entonces cambiarlo”. No se trata de nada milagroso; lo característico de toda obra literaria verdaderamente lograda es esa polifonía de que habla M. Bakhtine, refiriéndose a las novelas de Dostoievski, la capacidad de dejar hablar y actuar a los personajes en el contexto de la obra sin convertirlos en simples portavoces de las concepciones del autor. Bakhtine dice al respecto: “Se trata ante todo, de una libertad y de una independencia de los personajes en la estructura misma de la novela, en relación con el autor, o más exactamente en relación con el autor, o más exactamente en relación a las definiciones habituales “exteriorizantes” y “acabadas del autor”. Eso no significa de ninguna manera que el héroe quede por fuera de su designio artístico. Solamente este designio predestina, si se lo puede decir, el héroe a la libertad (relativa, evidentemente) y lo introduce bajo esta forma en el plan estricto y calculado del conjunto”. Si una novela es solamente el desdoblamiento ficticio de un sujeto o la gratuita arbitrariedad se está frente a un producto sin significación; sólo la capacidad polifónica asegura su riqueza significativa y, por ende, su efecto crítico sobre el lector. En el trabajo de Zuleta existe un ejemplo espléndido de su teoría de la lectura de una novela: Thomas Mann, La Montaña mágica y la llanura prosaica (1977). Allí muestra que lectura no es recepción pasiva sino diálogo entre la obra y el lector. En su texto sobre La montaña mágica Zuleta no pretende leer a Thomas Mann para sus propios lectores sino presentar una lectura posible que puede ser confrontada con otras lecturas. Toda lectura verdaderamente seria tiene que ser actividad interpretativa; en una palabra tiene que ser un taller. Si la lectura no tuviera la posibilidad de ser transformadora sería una de las actividades más extrañas y estúpidas que se hubiera inventado la cultura humana.



En arte y filosofía Zuleta muestra cómo las exigencias de la lectura críticas son extendibles a las artes plásticas, la arquitectura y la música. Esto es muy importante pues si bien se acepta sin demasiadas reticencias la necesidad de un trabajo en lo referente a la literatura, desgraciadamente se sigue insistiendo en una actitud acrítica, cuando se trata de un cuadro o una escultura, hasta el punto de que quienes ejercen la crítica artística frecuentemente encarnan y promueven la más absoluta ignorancia so pretexto de no dañar la presunta espontaneidad de la obra artística. Zuleta insiste, por el contrario en la necesidad de acudir a los instrumentos críticos de la filosofía, la historia, la antropología y el psicoanálisis, en fin de todas aquellas disciplinas que se han forjado para conocer el hombre en cuanto ser social en el proceso de la relación con la obra artística. El juicio estético, cuya complejidad señaló Kant y al cual está dedicado el capitulo V de este libro, tiene que armarse con las herramientas del conocimiento. Otra cosa muy distinta es que se caiga en una utilización equivocada de estos instrumentos y se pretenda reducir la obra artística a unos de estos enfoques, pero estos reduccionismos que efectivamente desvirtúan y empobrecen el trabajo artístico no pueden ser confundidos con la utilización correcta de estas disciplinas.



Para terminar estas notas de lectura es bueno señalar una idea que atraviesa todo el libro como un hilo conductor: Zuleta sostiene, siguiendo a Lacan, que a la verdad no se adapta una persona como se puede adaptar a la realidad; la verdad transforma o es reprimida. “A una verdad nueva, dice Lacan, no es posible contentarse con hacerle lugar, pues de lo que se trata es de tomar nuestro lugar en ella”. No hay pues coexistencia pacífica entre concepciones incompatibles; en una forma muy directa se trata aquí del tercer principio kantiano: ser consecuentes. No sobra señalar esto, pues algunos confunden las cosas y creen que la superación del dogmatismo es el más cómodo eclecticismo, o llamado de manera más precisa, la inconsecuencia. Contra esta inconsecuencia escribió Zuleta unas líneas muy significativas en “Tribulación y felicidad del pensamiento” que son al mismo tiempo una excelente aproximación al segundo principio o el ser capaz de colocarse en el lugar del otro: “…la única manera que tiene el pensamiento de respetar otro pensamiento, de tomarlo en serio, de dejarse afectar por él consiste en pedirle cuentas, tratar de entenderlo y objetarlo”. En una palabra ni rechazo dogmático, ni tolerancia indiferente, pero para lograr esto es preciso ser capaz de luchar para aprender a pensar por sí mismo.