Este
es un texto de Harold Bloom, muy lúcido, lo traigo a colación, con el internet la lectura tomó nuevos matices, no todos buenos, olvidándose del rigor que amerita y la apertura que significa su ejercicio para la mente.
“No
hay una sola manera de leer bien, aunque hay una razón primordial por la cual
debemos leer. A la información tenemos acceso ilimitado; ¿dónde encontraremos
la sabiduría? Si uno es afortunado se topará con un profesor particular que lo
ayude; pero al cabo está solo y debe seguir adelante sin más mediaciones. Leer
bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque,
al menos en mi experiencia, es el placer más curativo. Lo devuelve a uno a la
otredad, sea la de uno mismo, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a
serlo. La lectura imaginativa es encuentro con lo otro, y por eso alivia la
soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer bastante gente, sino
porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el
espacio, el tiempo, la comprensión imperfecta y todas las aflicciones de la
vida familiar y pasional”[1].
Con esta expresión categórica el crítico comienza su disertación, leer es un
placer ante todo, que genera conocimiento y abre nuevas ópticas al intrincado y laberíntico mundo en que vivimos, es otra forma de estar.
La
erudición de este crítico es vasta, nos va llevando por el itinerario de sus
lecturas, sin academicismo, pero quien abrevó en los mejores textos con la
obsesión de un relojero, disfrutando y escrutando (Descifrando, diría) al máximo
las obras más grandes de la literatura, desde una óptica humanista, en el
termino más clásico, las de su gusto, es una antología entre otras cosas.
En
el prefacio hay dos citas, una de Sir Francis Bacon y otra de Emerson, que me
parece memorable: "No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o
dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o discurso, sino para
sopesar y reflexionar." A Bacon y Johnson yo añado un tercer sabio de la
lectura, Emerson, fiero enemigo de la historia y de todo historicismo, quien
señaló que los mejores libros "nos impresionan con la convicción de que
una naturaleza escribió y la misma naturaleza lee". Muy a pesar de que
Bloom dice que uno no puede mejorar la vida de nadie leyendo, el solo hecho de
comprender mejor la naturaleza humana resulta un aporte que reivindica este
ejercicio.
La
lectura depende mucho de lo que vivamos, de la edad, del entusiasmo, de nuestra
fe o incredulidad, de lo que esperamos de la existencia, leer es un encuentro
con nosotros mismos a través de un tercero. La lectura solitaria, aquella que
requiere tiempo, reflexión, se ha perdido, la mayoría de la gente lee por algún
interés, no se leen textos completos, hay un sentido utilitario de la lectura,
lo importante ahora es la información.
Hay
unos consejos prácticos:
1.-
Límpiate de la jerga académica.
2.-
No trates de mejorara tu vecino ni tu vecindario por las lecturas que eliges o
cómo las lees.
3.-
El estudioso es una vela que encienden el amor y el deseo de todos los hombres.
4.- Para leer bien hay que ser un inventor.
5.- Sugiero que nuestro quinto principio para el
restablecimiento de la lectura sea la recuperación de lo irónico
Sobre esta misma describe: “Al final del sendero de
la ironía perdida hay una pulgada última, más allá de la cual el valor
literario será irrecuperable. La ironía es sólo una metáfora, y es difícil que
la ironía de una edad literaria sea la de otra; no obstante, sin un
renacimiento del sentido irónico se habrá perdido más que lo que llamamos
"literatura imaginativa". Ya parece estar perdido Thomas Mann,
irónico mayor de los grandes escritores de este siglo. No dejan de aparecer
nuevas biografías suyas, casi siempre reseñadas sobre la base de su
homoerotismo, como si la única forma de rescatarlo para nuestro interés fuera
certificar su condición de homosexual, y darle así un lugar en los planes de
estudio universitarios”.
Este texto parte del desciframiento de grandes
textos de la literatura, su lectura es agradable e incita a nuevas lecturas, he
querido hacer una pequeña reseña, pues considero este libro bueno para estos
días de descanso. Aquí les dejo
la introducción a la sección de cuentos y el primer análisis
sobre IVAN TURGUÉNIEV:
INTRODUCCIÓN
El
escritor irlandés Frank O'Connor celebró el cuento en su libro La voz solitaria
porque en su opinión era la forma más apta para tratar con los individuos
solitarios, en particular los situados al margen de la sociedad. Si esto fuera
del todo cierto, el cuento habría devenido casi lo opuesto de uno de sus
orígenes más probables, el relato folklórico. Entonces, a diferencia del poema
lírico, el cuento nos heriría una vez, una sola, a diferencia también de las
novelas - que nos afligen con muchas sensaciones, con penas y alegrías
múltiples. Sin embargo, esto último también lo hacen los cuentos de Chéjov y de
sus escasos pares.
Los
cuentos no son parábolas ni proverbios sabios, y por lo tanto no pueden ser
fragmentos; les pedimos los placeres de la clausura. El deslumbrante fragmento
de Kafka titulado "El cazador Gracchus" termina cuando el alcalde de
un pueblo costero le pregunta al cazador resurrecto, especie de Judío Errante o
Marinero Antiguo, cuánto piensa prolongar su visita. "No puedo decirlo,
burgomaestre", responde Gracchus: "... Mi barca No tiene timón; la
impulsa un viento que se alza de las heladas regiones de la muerte." Esto
no es una clausura, un cierre, pero ¿qué habría podido agregar Kafka? La frase
final de Gracchus es más memorable que todos los finales deliberados de
cuentos, salvo unos pocos.
¿Cómo
se lee un cuento? Edgar Allan Poe habría dicho: de una sentada. Pese a la
popularidad mundial y permanente de que gozan, los cuentos de Poe están
atrozmente escritos (como sus poemas) y se benefician de la traducción, incluso
al inglés. Pero Poe apenas es uno de los genuinos ancestros del cuento moderno.
Entre esos ancestros están Pushkin y Balzac, Gogol y Turguéniev, Maupassant,
Chéjov y Henry James. Los maestros modernos de la forma son James Joyce y D. H.
Lawrence, Isaak Babel y Ernest Hemingway y un grupo variado que incluye a
Borges, Nabokov, Thomas Mann, Eudora Welty, Flannery O'Connor, Tommaso Landolfi
e Italo Calvino. Aquí me centraré en cuentos de Turguéniev y Chéjov, Maupassant
y Hemingway, Flannery O'Connor y Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, Tommaso
Landolfi y Calvino porque todos ellos alcanzaron en su arte algo del orden de
la perfección.
IVAN
TURGUÉNIEV
Frank
O'Connor pone los Apuntes del álbum de un cazador (1852) de Turguéniev, por
encima de cualquier otro volumen individual de cuentos. Un siglo después de
haber sido compuestos, los Apuntes permanecen asombrosamente frescos, aunque la
actualidad que tenía en esa época, la necesidad de emancipar a los siervos, se
haya doblegado bajo todos los desastres de la historia rusa. Los cuentos de
Turguéniev son de una belleza inquietante; tomados en conjunto, están entre las
mejores respuestas que conozco a la pregunta de por qué leer (siempre dejando
aparte a Shakespeare). Turguéniev, que amaba a Shakespeare y a Cervantes,
dividía a toda la humanidad (del tipo de los que buscan) en Hamlets y Quijotes.
Habría podido añadir a los Falstaffs y los Sancho Panzas, dado que junto con
los otros dos estos forman un paradigma cuádruple de otros tantos seres
ficticios.
Aunque
es difícil escoger cuentos particulares de los veinticinco Apuntes de
Turguéniev, me uno a otros críticos en la predilección por "Prado de
Bezin" y "Kasian, el de las tierras bellas". "Prado de
Bezin" empieza una hermosa mañana de julio, con Turguéniev en el campo
cazando urogallos. El cazador se extravía y por la noche llega a un prado donde
hay cinco muchachos campesinos alrededor de dos hogueras. Turguéniev se une a
ellos y nos los presenta. Tienen entre siete y catorce años y todos creen en
los duendes, unas "gentecitas" con las cuales comparten su mundo.
Sabiamente, el arte de Turguéniev permite que los chicos hablen entre ellos
mientras él escucha sin entrometerse. Se nos revela entonces una vida de
trabajo arduo (son hijos de siervos), superstición y leyendas de aldea, en la
que no faltan Trishka, el Anticristo inminente, incitantes sirenas que capturan
almas, muertos vivientes y vivos signados por la muerte. Uno de los muchachos,
Pavlusha, se destaca del resto por su inteligencia y atractivo. Demuestra su
coraje al lanzarse inerme a ahuyentar unas siluetas que podrían ser lobos y
amenazan a los caballos que el grupo debe cuidar durante la noche.
Al
cabo de unas horas Turguéniev se deja vencer por el sueño y despierta poco antes
del alba. Los muchachos siguen durmiendo, pero Pavlusha se levanta para echar
una última e intensa mirada al cazador. Turguéniev parte hacia su casa,
describe la hermosa mañana y acaba el boceto añadiendo que en ese mismo año,
unos meses más tarde, Pavlusha murió al caer de un caballo. Sentimos la pena
con Turguéniev, pero el patetismo de la muerte no se comunica como tal. Hay un
continuo que nos cautiva: la belleza del prado y el amanecer, la vividez de la
creencia de los chicos en lo sobrenatural; el destino ineludible que arrebata a
Pavlusha. ¿Y el resto? Es el Turguéniev pragmático y aun así quijotesco, que
caza sus urogallos y boceta en su álbum el paisaje y los muchachos.
¿Por
qué leer "Prado de Bezin"? Por lo menos para conocer mejor nuestra
realidad, nuestra vulnerabilidad ante el destino, mientras también aprendemos a
apreciar estéticamente el tacto y la distancia sólo aparente de Turguéniev como
cuentista. Si hay en
este
boceto una ironía, pertenece al destino mismo, un destino casi tan inocente
como el paisaje, los muchachos y el cazador. Turguéniev es un escritor
altamente shakesperiano pues, como Shakespeare, se abstiene de formular juicios
morales; también sabe que un favorito como Pavlusha puede morir en un accidente
repentino. No hay un argumento interpretativo único para llevarse del prado de
Bezin. La voz que narra no se distingue de la personalidad de Turguéniev, que
es sabiamente pasiva, amorosa y cuidadosamente observadora. En esa personalidad,
como en la de Pavlusha, radica parte del valor del cuento. En la mayoría de los
que lo leemos hay algo que quiere estar allí, con los muchachos, los caballos,
con el compasivo cazador - escritor, hablando de trasgos y náyades tentadoras
en un tiempo perfecto, en el prado de Bezin.
Para
alcanzar la simplicidad aparente de los bocetos de Turguéniev se necesita un
talento de los más altos, de una especie similar a la del genio de Shakespeare
para redescubrir lo humano. Turguéniev también nos muestra algo que acaso haya
estado siempre allí pero que sin él no podríamos ver. Observando a Yago,
majestad satánica de todos los nihilistas, Dostoievski aprendió de Shakespeare
a crear nihilistas supremos como Svidrigáilov y Stavroguin. Turguéniev, al
igual que Henry James, aprendió de Shakespeare algo más sutil: el misterio del
aparente lugar común, la transmisión de una realidad en perpetuo aumento.
A
continuación de "Prado de Bezin" viene "Kasian, el de la tierras
bellas", donde Turguéniev nos ofrece un personaje totalmente milagroso, el
enano Kasian, siervo místico y sanador por la fe, quizá una secta de un solo
miembro. De regreso de una cacería, a la carreta del autor se le parte un eje.
En una aldea cercana (que es ninguna aldea), Turguéniev y el hosco carretero se
encuentran con
un
enano de unos cincuenta años, rostro pequeño, moreno y arrugado, naricita
pintada, ojitos castaños apenas discernibles y un abundante y crespo pelo negro
que le coronaba anchamente la cabeza diminuta como la sombrilla de una seta
corona el tallo. Todo el cuerpo era extraordinariamente fino y frágil.
De
continuo se nos recuerda cuan chocante e inusitado es realmente Kasian. Aunque
su voz es de una suavidad y dulzura invariables, condena severamente la caza
como cosa reñida con Dios y nunca depone ni la fortaleza de su dignidad, ni la
pena del exilio al que lo han forzado las autoridades que, al desplazarlo, lo
privan además de las "tierras bellas" de la comarca del Don. En
Kasian todo es paradójico; el carretero de Turguéniev explica que el enano es
un santo conocido como La Pulga.
Mientras
reparan el eje, cazador y curandero se van juntos a pasear por el bosque.
Kasian camina a los saltos, recoge hierbas, murmura entre dientes y habla en el
lenguaje de los pájaros, pero a Turguéniev no le dice una palabra. Obligados
por el calor a buscar reparo en unos arbustos, disfrutan ambos de un ensueño
silencioso hasta que Kasian pregunta qué justificación existe para cazar aves.
Cuando Turguéniev le pregunta a su vez de qué se ocupa él, Kasian responde que
captura ruiseñores para dárselos a otros, que sabe leer y escribir y que tiene
el poder de curar. Y aunque afirma ser un hombre sin familia, su secreto se
revela cuando de pronto aparece en el bosque su hija natural, una muchacha
llamada Anushka. La chica es tímida y hermosa y viene de recoger setas. Si bien
Kasian niega su paternidad, ni a Turguéniev ni a nosotros nos convence; y una
vez que Anushka se marcha, en el resto del cuento Kasian apenas abre la boca.
Nos
quedamos con varios enigmas que el carretero de Turguéniev difícilmente puede
aclarar; para él, Kasian es un montón de contradicciones: algo
"indecible". No se cuenta nada más y Turguéniev vuelve a casa. Lo que
piensa de Kasian no se expresa. ¿Pero acaso lo necesitamos? El campesino sanador
vive en un mundo propio; no la Rusia de los siervos
sino
una visión rusa del mundo bíblico, si bien por completo diferente de las
visiones bíblicas rivales de Tolstoi y Dostoievski. Aunque se retraiga de la
rebeldía, Kasian ha rechazado la sociedad rusa para volver a las artes y
maneras del pueblo. No permitirá que su hija permanezca en presencia del
benigno Turguéniev, quien admira su belleza. No hay que idealizar a Kasian, su
astucia y sus percepciones campesinas excluyen buena cantidad de valores, pero
encarna verdades del folklore que él apenas sabe que conoce.
La
atmósfera dominante de los apuntes de Turguéniev es la belleza del paisaje
experimentada en el clima ideal. Claro que hay una amplia diferencia entre la
belleza natural compartida por Turguéniev y los muchachos en "Prado de
Bezin" y algo menos que la comunión que sobreviene entre el autor y Kasian
a la sombra del bosque. Si es imposible resistir el destino de Pavlusha—sólo es
posible aceptarlo -, a su modo sutil Kasian es un señor mágico de la realidad
no muy distinto del Próspero de Shakespeare. El mundo natural mágico de Kasian
no es afín a la naturaleza estéticamente aprehendida de Turguéniev, ni siquiera
mientras el santo y el cazador - escritor descansan uno junto al otro. Kasian
tampoco le abre a Turguéniev su secreto ni le permite un intercambio momentáneo
con ese hermoso elfo que tiene por hija. Al fin llegamos a ver que Kasian sigue
siendo "el de las tierras bellas" por más que haya perdido el hogar
originario cerca del Don. "Las tierras bellas" pertenecen a la
tradición folklórica cerrada, de la cual Kasian es una especie de chamán.
Leemos "Kasian de las tierras bellas" para acceder a la visión de una
otredad cerrada a casi todos nosotros, y cerrada así mismo para Turguéniev. La
lectura del cuento nos premia admitiéndonos - muy brevemente - en una realidad
alternativa a la que el mismo Turguéniev sólo entró por un momento, y que sin
embargo recuperó de modo sublime en sus Apuntes.