lunes, 18 de octubre de 2010

HISTORIA DEL CERCO DE LISBOA


Mi amigo entrañable, Enrique Cortes, librero memorable de la ciudad de Bogotá, en 1990, con gran inquietud me expresó, que estaba encartado con un libro, que no se vendía tal vez por desconocimiento de su autor, pero que en su modesto criterio,  era una excelente novela. Me paso "El cerco de lisboa" de Saramago, después de su lectura, nunca deje de perseguir sus  libros.  He vuelto a leerla y definitivamente segundas lecturas son mejores.  La historia, bastante conocida: Raimundo Silva es un revisor de textos de una editorial, un personaje anodino que tiene como misión en la vida conservar la integridad de los textos que llegan a sus manos. Un día, revisando un texto histórico, toma una decisión: introducir un ¿No¿ donde debiera aparecer un ¿Sí¿ Esta determinación altera, sin duda alguna, la historia escrita, pero también va a ser fundamental en su vida personal. El conservador Raimundo Silva no volverá a ser sujeto paciente de la historia, tanto la universal como la personal, porque su acto de rebeldía le hace asumir el protagonismo que, como hombre --y por tanto ser hegemónico-- le corresponde en la vida.” Sin embargo, uno de esos superiores, una mujer llamada María Sara, decide retarlo y plantearle la redacción de un texto, de otro libro, en el que le pide que escriba una Historia del Cerco de Lisboa en la que los cruzados no hubieran ayudado a los portugueses. Empieza para el protagonista una etapa en la que se debate entre escribir el libro y agradarle a su jefa o hacer caso omiso y olvidar el asunto, no sin consecuencias. Pero cuando empieza a trabajar en él, a reconstruir esas escenografías, que son además las mismas en las que él vive y escribe, a imaginar personajes y darles vida dentro de una realidad que jamás existió, se percata de que es un compromiso consigo mismo y deja los otros encargos de la editorial a un lado iniciando entretanto una cálida relación sentimental que marcará el curso de la narración y del resultado final”. La prosa de Saramago es exquisita, de un clasicismo por fuera de ciertas vanguardias propias de estos tiempos, conocedor del idioma como pocos y en cada página aparecen reflejados los  cuidados de un relojero, prosa poética, que lo va llevando a uno a perderse en los avatares propios de la historia, que como pretexto encubre otras realidades. Se adentra en el debate histórico sobre el Portugal moderno, a partir de la salida de los Moros hace más de cuatro siglos, ambientado  en las imposturas de un corrector. También es un debate sobre la crítica, la creación, el poder de la palabra, el mundo de los editores y por supuesto la frágil posición de la humanidad frente al poder. Los autores se nos van, insoslayable realidad, que gracias a sus obras parecemos burlar.