En toda familia hay un
hombre que trasciende por los detalles, la nuestra no fue la excepción, se
caracterizan por no estar pendientes de las cosas que le interesan a la mayoría
de la gente. Mi tío Pedro pertenece a este gremio, no fue negociante, ni
comerciante, menos intelectual, pero tenía una habilidad para todo lo que
tienen que ver con la vida cotidiana, la administración del día, que lo hacía imprescindible, con un orden miliciano para
todo, producto de sus experiencia en la fuerza aérea Colombiana, como solía
justificarse. Lo recuerdo con un cariño
inmenso, con una nostalgia cargada de anécdotas, hizo parte de nuestra
niñez y juventud, dejó una huella indeleble en nosotros. Es un ser excepcional,
terco a morir, organizaba las cosas pequeñas como si fueran grandes proyectos,
como universos, nadie podía cambiar sus planes, cuando teniamos almuerzos de
familia, pues es un gran cocinero, nada se movía sin su aprobación, al final
se le perdonaban esas pequeñas actitudes dictatoriales, pues es un campeón en
la cocina, sus platos eran de una ricura emblemática, terminábamos chupándonos los dedos y solo pensábamos cuando
sería la próxima comida. Cortaba la
cebolla, con una habilidad de relojero, en partes diminutas, haciendo del
hogado, un aderezo de reyes, me parece estar viéndolo, con los ojos puestos en
el cuchillo, con una rapidez envidiable, preparando el platillo, mientras
hablaba con sorna y una felicidad sin parangón. Mi primer recuerdo lo tengo por
los años 70 sí mi memoria no me falla, en Aguachica Cesar, en una casa inmensa,
donde el abuelo se acomodó con el tío Hugo y su Familia y el tío Pedro y la
suya, en una convivencia difícil, pero segura desde lo económico. El tío allí ejercía su dictadura con absoluto
rigor, ordenaba la casa, despachaba a los hijos y junto con Orfilia, su esposa,
repartían funciones, ella lo ha entendido y administra con una sabiduría
inexplicable, propia de las mujeres del puerto, ha sido su compañera
incondicional, en ese tiempo, se comportaban con la sabiduría de aquellas parejas
que saben que nunca se separarán, ese destino los hacía sabios en la
convivencia. El tío Pedro tiene un humor muy particular, es cariñoso, cuando brindaba
la casa con absoluta candidez, uno duraba dos y tres semanas y no sentía nunca
la incomodidad natural que se siente en una casa ajena.
Su parecido con el abuelo era impresionante,
siempre vivió muy cerca del viejo, pero paradójicamente no ganó su confianza,
por razones que desconozco. El abuelo fue hermético en el trato con cada uno de
sus hijos, era difícil saber lo que pensaba de cada uno, el tío Hugo era el
hombre de los negocios, siempre a su lado, el tío Ludjerio, quien mantuvo una
independencia absoluta desde el principio, le reconocía una inteligencia
abrumadora, le ayudo en la mayoría de sus proyectos, el tío Eduardo,
inteligente, con una habilidad para la pintura innata, lector, fue el único
profesional de la familia, pertenecía a otro mundo y el abuelo lo admiraba de
sobremanera, con sus hijas era muy distinto. Pedro siempre se quejó del trató
que le daba la familia, aun así, se las arregló para tener una relación
especial con cada uno de ellos.
El tío Pedro tiene esa
costumbre de los militares en ser impecable con su presentación personal. Se viste
con un rigor y orden que nunca le he visto cambiar, no importa que día sea, los
pantalones en la cintura, la camisa metida, la correa bien puesta, los zapatos
impecables y el peinado de militar, se repite hasta el cansancio. Orfilia, lo
sabe llevar y le vi en algunas ocasiones enfrentarlo con vehemencia, sobre todo
cuando su terquedad sobrepasaba los términos de tolerancia. Siempre
tuvo una habilidad para arreglar las cosas de la casa. Le sobraba la
herramienta y cuando se imponía una tarea la terminaba por encima de todas las
dificultades. Las personas que han convivido con él en el Puerto de Salgar, en
Cundinamarca Colombia, fueron testigos de su amor por la pesca, esperaba la
subienda del rio Magdalena con ansiedad, alistaba la atarraya y apenas llegaba,
pescaba Bocachicos, un pescado de la región, con un sabor envidiable, pero el
que solo comen los expertos por su exceso de espinas. Lo cocinaba como nadie
más sabe hacerlo. En la familia hubo siempre un reconocimiento en este sentido
y aún tengo fijos en mi memoria en Manizales los almuerzos alrededor de este
plato, era el rey.
No he podido olvidar su
actitud con los hijos. Era un militar completo. A la prima yudi la cuidaba en
exceso y muchas veces le vi negar permisos con un actitud troyana que aún no
logro entender. Cuando digo no es no y no había poder humano que le hiciera
cambiar.
Supe que el tío Pedro está muy enfermo. Duele saber que un hombre
de su vitalidad esta vencido por los años y la enfermedad. Siempre queda el
recuerdo imborrable de su espíritu, y el deseo que pueda lidiar con los imponderables que nos
impone el destino. El tiempo no es nada y los años pasan sin que nos demos
cuenta. Solo tengo que agradecerle cada uno de los momentos que me regaló, los
que tengo muy presentes. Ahí están sus hijos y sus nietos, ellos son el legado
de un ser que en las cosas en apariencia poco importantes, nos marcó para
siempre.