lunes, 13 de julio de 2015

RELATO SOBRE EL TIO PEDRO HUERTAS

En toda familia hay un hombre que trasciende por los detalles, la nuestra no fue la excepción, se caracterizan por no estar pendientes de las cosas que le interesan a la mayoría de la gente. Mi tío Pedro pertenece a este gremio, no fue negociante, ni comerciante, menos intelectual, pero tenía una habilidad para todo lo que tienen que ver con la vida cotidiana, la administración del día, que lo hacía  imprescindible, con un orden miliciano para todo, producto de sus experiencia en la fuerza aérea Colombiana, como solía justificarse. Lo recuerdo con  un cariño inmenso, con una nostalgia cargada de anécdotas, hizo parte de nuestra niñez y juventud, dejó una huella indeleble en nosotros. Es un ser excepcional, terco a morir, organizaba las cosas pequeñas como si fueran grandes proyectos, como universos, nadie podía cambiar sus planes, cuando teniamos almuerzos de familia, pues es un gran cocinero, nada se movía sin su aprobación, al final se le perdonaban esas pequeñas actitudes dictatoriales, pues es un campeón en la cocina, sus platos eran de una ricura emblemática, terminábamos  chupándonos los dedos y solo pensábamos cuando sería la próxima comida.   Cortaba la cebolla, con una habilidad de relojero, en partes diminutas, haciendo del hogado, un aderezo de reyes, me parece estar viéndolo, con los ojos puestos en el cuchillo, con una rapidez envidiable, preparando el platillo, mientras hablaba con sorna y una felicidad sin parangón. Mi primer recuerdo lo tengo por los años 70 sí mi memoria no me falla, en Aguachica Cesar, en una casa inmensa, donde el abuelo se acomodó con el tío Hugo y su Familia y el tío Pedro y la suya, en una convivencia difícil, pero segura desde lo económico.  El tío allí ejercía su dictadura con absoluto rigor, ordenaba la casa, despachaba a los hijos y junto con Orfilia, su esposa, repartían funciones, ella lo ha entendido y administra con una sabiduría inexplicable, propia de las mujeres del puerto, ha sido su compañera incondicional, en ese tiempo, se comportaban con la sabiduría de aquellas parejas que saben que nunca se separarán, ese destino los hacía sabios en la convivencia. El tío Pedro tiene un humor muy particular, es cariñoso, cuando brindaba la casa con absoluta candidez, uno duraba dos y tres semanas y no sentía nunca la incomodidad natural que se siente en una casa ajena. 
 Su parecido con el abuelo era impresionante, siempre vivió muy cerca del viejo, pero paradójicamente no ganó su confianza, por razones que desconozco. El abuelo fue hermético en el trato con cada uno de sus hijos, era difícil saber lo que pensaba de cada uno, el tío Hugo era el hombre de los negocios, siempre a su lado, el tío Ludjerio, quien mantuvo una independencia absoluta desde el principio, le reconocía una inteligencia abrumadora, le ayudo en la mayoría de sus proyectos, el tío Eduardo, inteligente, con una habilidad para la pintura innata, lector, fue el único profesional de la familia, pertenecía a otro mundo y el abuelo lo admiraba de sobremanera, con sus hijas era muy distinto. Pedro siempre se quejó del trató que le daba la familia, aun así, se las arregló para tener una relación especial con cada uno de ellos.
El tío Pedro tiene esa costumbre de los militares en ser impecable con su presentación personal. Se viste con un rigor y orden que nunca le he visto cambiar, no importa que día sea, los pantalones en la cintura, la camisa metida, la correa bien puesta, los zapatos impecables y el peinado de militar, se repite hasta el cansancio. Orfilia, lo sabe llevar y le vi en algunas ocasiones enfrentarlo con vehemencia, sobre todo cuando su terquedad sobrepasaba los términos de tolerancia.   Siempre tuvo una habilidad para arreglar las cosas de la casa. Le sobraba la herramienta y cuando se imponía una tarea la terminaba por encima de todas las dificultades. Las personas que han convivido con él en el Puerto de Salgar, en Cundinamarca Colombia, fueron testigos de su amor por la pesca, esperaba la subienda del rio Magdalena con ansiedad, alistaba la atarraya y apenas llegaba, pescaba Bocachicos, un pescado de la región, con un sabor envidiable, pero el que solo comen los expertos por su exceso de espinas. Lo cocinaba como nadie más sabe hacerlo. En la familia hubo siempre un reconocimiento en este sentido y aún tengo fijos en mi memoria en Manizales los almuerzos alrededor de este plato, era el rey.
No he podido olvidar su actitud con los hijos. Era un militar completo. A la prima yudi la cuidaba en exceso y muchas veces le vi negar permisos con un actitud troyana que aún no logro entender. Cuando digo no es no y no había poder humano que le hiciera cambiar.

Supe que el tío Pedro  está muy enfermo. Duele saber que un hombre de su vitalidad esta vencido por los años y la enfermedad. Siempre queda el recuerdo imborrable de su espíritu, y el deseo  que pueda lidiar con los imponderables que nos impone el destino. El tiempo no es nada y los años pasan sin que nos demos cuenta. Solo tengo que agradecerle cada uno de los momentos que me regaló, los que tengo muy presentes. Ahí están sus hijos y sus nietos, ellos son el legado de un ser que en las cosas en apariencia poco importantes, nos marcó para siempre.