lunes, 28 de octubre de 2013

TAMAR II

Después del desayuno la pareja salió a encontrarse con un contacto en pleno centro de Bogotá, Alberto se fue a trabajar como de costumbre y Tamar se quedó sola pensando en el pasado, en todos los años en que había vivido con su esposo. Sentada en la mesa de la cocina mientras tomaba un café caliente, recordaba muchas de las cosas vividas que constituían un bálsamo en la tragedia que estaba padeciendo y que para otros no era más que, caprichos de una mujer consentida.
Cuando conoció a su esposo trabajaba de secretaria de gerencia de una de las mejores corredoras de seguros del país, una empresa Caleña que había hecho de la asesoría de seguros una industria. Ella siempre ha tenido palito para los negocios y una habilidad innata para sacarlos adelante. Guarda dos condiciones sagradas de un negociante: visión y capacidad para ir en apuestas donde nadie quiere estar. Esto le había permitido ganarse unos pesos y no ser una simple espectadora, odiaba ver pasar la plata de los demás y no hacer nada para mejorar su propia situación. De su jefe admiraba esa capacidad para cerrar negocios, la habilidad para descifrar tendencias, el orgullo y el talante que imponía frente a sus pares. Todos los días se preguntaba cómo una industria de papel movía tanto dinero.
Alberto como medico manejaba un departamento de la empresa, sobre todo en cierto tipo de siniestros. Nunca había conocido un médico tan altruista, renegaba del juramento hipocrático por considerarlo la primera mentira que le imponían a los graduados, cuando todos salían  con el único propósito de ganar mucho dinero. Antes de la ley cien que había proletarizado la profesión, el médico era sinónimo de status. Casarse con uno de ellos era garantía de confort, muchos viajes y dinero a granel. A pesar de ser tan diferente hoy, es un hecho que Alberto siempre ha gozado de ese poder y don divino que tienen los médicos, como una aurea que los hace diferente a todas las personas, tienen el don junto a Dios, de conceder o quitar la vida. Tamar alguna vez en una reunión de colegas oyó a uno de ellos decir que nunca se dejaría operar. Un hombre anestesiado es una persona absolutamente inerme, expuesta al capricho de una sala de cirugía, que no siempre es la más lúcida, dijo muy seguro. Desde ese día evitó cualquier operación y casi que se negó a ir a donde estos profesionales.
Cuando salió por primera vez con Alberto sintió desde ese momento que estaba frente a un hombre excepcional. Ahora sabía que muchas mujeres nunca se hubieran separado y  menos hubiesen acabado con una relación que al final pudo ser muy cómoda. Este médico Bogotano, padre de sus hijos, culto de sobremanera, atento, enamorado de la fiesta Taurina, pues nunca falto a una corrida, con unos ojos hermosos, tenía un solo defecto: nunca peleaba con nadie y era un libre pensador absoluto. Nunca insistió en imponer algún punto de vista, vivía en una especie de nirvana.
Después de casados, cuando comenzó a llegar en esas borracheras emblemáticas, siempre al otro día preguntando con cierta duda: Cómo llegue, ha visto mis llaves, cómo llegó el carro; poco a poco fue aceptando un problema fatal que le fue llenando la vida de una angustia irrefrenable. Alberto era adorado por sus hermanos, por sus vecinos, por sus amigos, por el portero, quien al principio llamaba a cualquier hora de la madrugada a Tamar, para sacarlo del carro en sus letargos de sueño perpetuo, pues apenas entraba a la portería, pasaba el resalto de seguridad y de súbito se le apagaba el carro, quedando en un sueño profundo y eterno. Al principio lo llevaba cargado el portero a su apartamento, con el tiempo solo le acomodaba en la silla del lado y parqueaba en su puesto el carro.
Un día rodó en su carro cuarenta metros por una loma inmensa y profunda, este quedó como una servilleta cuando se le arruga y se vota al suelo, totalmente apiñado, como si fuera una escultura de autor abstracto, de las que uno ve en la ciudad y nunca logra entender. El y su amiga no tuvieron ni un rasguño. Guardó silencio por muchos días, sabía que su esposa nunca le diría nada, no era cantaletosa, pero ofendía con su indiferencia, con cierto aire de prepotencia y frases duras, lanzadas en los peores momentos.
Era cierto que habían tenido muchos años felices. Se acordó de los primeros años entre Frida Kahlo y Rivera, esas vidas que tanto había estudiado y que no se cansaba de escrudiñar, quienes se conocieron y amaron a pesar de  tener diferencias tan inmensas, de su manera de ver la vida y de pasiones en apariencia iguales, pero realmente opuestas. Frida era pura pasión y Rivera era cálculo milimétrico. Aún así, es difícil entender su vida de manera individual, estos dos grandes de la pintura Mexicana, solo se entienden si se estudiaban paralelamente. Tamar sentía que Alberto y ella Vivian una situación parecida
Ahora que Tamar recordaba todos estos hechos gracias a un negocio alrevesado del cual todavía tenía esperanzas que saliera, que le permitió conocer un escritor en ciernes y un hombre absolutamente diferente a todo lo que conocía,  pensaba que la vida no valía la pena darle tanto sentido de trascendencia, ese peso con el que nos eduacron nuestros padres y como nosotros lo hemos hecho con nuestros hijos. Estamos diseñados para disfrutar en el cielo y nos olvidamos del presente, del día a día, de lo terrenal, del ahora. Fue criada en una ciudad donde muerte y felicidad hacen parte del mismo plato.  Se crió en la Medellín, la bella villa, la ciudad de las guerras por el oro, del narcotráfico, del sicariato, de la apuesta por la modernidad, la urbe del metro, de la trasformación que la convirtió en una capital cosmopolita, después de ser una aldea de enruanados. Aun conserva el fresco de las caminatas largas desde el colegio Palermo del poblado hasta su casa, divisando la ciudad en medio de un paisaje verde, montañoso, que le traía el sabor del verde cafetal que tanto amaba. Sus hermanos son tres, dos hombres y una mujer, con los cuales ha compartido gran parte de su vida y los que conserva una amista a toda prueba. Ellos han sido el eje de su vida, ninguno tiene hijos, por razones que no vale la pena traer a colación. El menor es un abogado de causas perdidas, bueno en lo que hace, triunfador como el que más. El otro es un ingeniero lleno de pergaminos y logros de todo nivel,  en la vida nada le ha le ha salido mal, parece tener el encanto de ciertos arzobispos a los que se les habla con cierta sumisión gracias al ascendente que impone tantos triunfos y reconocimientos acumulados. La hermana menor es una trabajadora social, con ella nunca ha dejado de hablarse, pues siempre ha sido la mujer más encantadora que haya conocido en el planeta tierra, trabajó por muchos años con Colsanitas, la primera empresa de medicina prepagada radicada en Colombia,  realizaba un trabajo acorde con sus estudios. En esta empresa conoció a quien sería su esposo, un piloto Catalán, adinerado, caballeroso y con una frescura difícil de encontrar en estos tiempos. Vivió en Barcelona  cuatro años, regresó a Colombia y después de compartir muchos años con su esposo, enviudó estando viviendo en Medellín. Hoy vive de su pensión felizmente, loliando, acompañada de amigas entrañables, sin ninguna angustia o afugia. Tamar, con esta hermana compartió algunas vacaciones en España. De hecho, nunca se le  olvidaran aquellos años en Barcelona en plena flor de la vida, los paseos por las ramblas, la visita a la catedral de Fátima y aquellas tardes locas en la casa de Gaudí, recordando a Dalí y reviviendo el surrealismo Francés que tanto les encantaba…..
Ahora no sabía cómo iría a terminar lo de los cubanos, pero era consciente que iba a jugar un papel preponderante y viviría una experiencia inolvidable  frente al reto que la vida le imponía. Mientras fumaba un cigarrillo esperaba por las razones que le traerían los médicos, después de encontrarse con el famoso contacto.