Esta columna, como
todas las de Juan Cruz, es una lúcida presentación y reflexión sobre la
excelente poetiza Nicaragüense, que amerita ser replicada por su importancia,
con el ánimo que la disfruten mis lectores.
Juan Cruz
Un libro,
una conversación
La nicaragüense publica en España
'Sobre la grama', su primer libro, escrito cuando rozaba los 20 y estaba en la
cúspide del sexo y del amor.
El último libro de Gioconda Belli (Sobre la
grama, Navona) es su primer libro, pero en España no lo conocíamos,
nunca se había editado aquí. Lo escribió en la cúspide del amor, del sexo,
cuando su cuerpo descubrió la física y la química de la caricia salvaje. Cuando
publicó esos versos, a sus 20 años, los veteranos de la literatura de
Nicaragua, su país, donde nació hace 67 años, la celebraron como “una
revelación histórica”. Le dijeron: “¡Escribí!”.
Luego ha escrito más versos, novelas, ha ganado premios muy
graves (como el Sor Juana Inés de la Cruz, el Biblioteca Breve, el Anna Seghers
de la Academia de Artes de Alemania…). Fue revolucionaria sandinista y perdió
esa fe al tiempo que otros, como Sergio Ramírez. Ahora sigue viviendo en
Managua; viajó en mayo a Barcelona para ser parte de un recital mundial de
poesía y allí presentó Sobre la grama, que lleva una portada
de Rousseau en la que la serpiente le entrega la manzana del placer a la Eva
desnuda de la selva. Sobre fondo verde, la foto transmite sensualidad y, así es
la cosa, pecado.
Fue una conversación cerca de la plaza de Cataluña de
Barcelona. Con el libro delante. Aquí es preferible dejar que aparezca como
monólogo.
“Me encanta Rousseau. Y la desnudez. Este libro fue el
descubrimiento de la desnudez y de la poesía… Significó saberme quién era. Era
muy jovencita cuando me casé, tenía 18 años, era positiva y optimista y me casé
con un hombre sumamente negativo y pesimista. No sabía cómo interpretar lo que
me estaba pasando, por qué el sueño tan romántico tan pronto se destrozó… A esa
edad lo quería hacer todo, e irme de casa. Este hombre apareció; le gustaba
leer, era melancólico. Creí que casado podía cambiar, que yo lo iba a alegrar y
que lo iba a hacer feliz. Cuando me cortejaba era muy simpático”.
“¡Y un día me habló de Knut Hamsun. Yo era un ratón de
bibliotecas y me encantó que él leyera a Hamsun. Eso me enamoró, y que fuera
guapo. Me enseñó luego lo que era la sexualidad, pero de manera inocente. ¡Yo
creía que los testículos eran dos cosas que colgaban de bolsitas diferentes!”.
“Eso de los testículos me lo explicó con dibujitos. Nunca
hicimos el amor hasta que nos casamos. ¡Yo no entendía por qué había que
esperar! Pero la virginidad no me parecía tan importante: ¡lo hacías casi
todo!… Sí, en el libro hay una gran entrega, pero es para otra persona. Tras el
casamiento todo se diluyó, ya no había romanticismo, todo lo que había
imaginado que iba a ser la relación amorosa se esfumó. Así que el libro viene
del enamoramiento de otra persona. ¡Aquel hombre era un solitario encerrado que
se ponía el pijama el viernes y se lo quitaba el lunes, veía la televisión! Y
yo era una chavala con ganas de vivir. ¡No lo entendía!”.
“En el trabajo conocí a un poeta fantástico que me empezó a
hablar de literatura. Me hablaba de poesía, del Frente Sandinista, de lo
que se hacía en Nicaragua en una época de gran efervescencia cultural
antisomocista. Se reunía con poetas, y yo iba de oyente. Mi familia era
acomodada, pero antisomocista, de un antisomocismo sin esperanza. En ese grupo
del poeta vi que sí había esperanza, la salida era la revolución sandinista”.
“Esa revelación me llevó a la poesía y a mi reconocimiento
como mujer y a la revolución. ¡Podía cambiar el mundo! El poeta me metió en ese
mundo. Me separé del marido. Volví. Me volví a separar del marido. El poeta me
gritó: ‘¡Escribí!’. Me lo tomé sumamente en serio. Hasta entonces había escrito
cartas; y en ese momento me metí en mi cuarto, ante mi máquina de escribir, y
de ahí salió el primer poema, ‘Y Dios me hizo mujer’. ¡Y seis más! Se los llevé
al poeta. Me dijo que estaban buenísimos, pero que había que apretarlos, como a
los nacatamalitos, una especie de polenta y plátanos que se hierven apretados y
se toman calentitos. ¡A un poema no le puede sobrar ni faltar nada!”.
“Le dimos los poemas a un gran escritor, Pablo Antonio
Cuadra, director del suplemento literario de La Prensa. Fue un
éxito. Yo tenía 20 años. Pusieron en el periódico: ‘Una nueva voz en la poesía
nicaragüense’. ¡Feliz de la vida! Lo mejor que me pasó como escritora. Al día
siguiente llegué a casa de la familia, oronda. ¡Mis tíos estaban horrorizados
de que yo me hubiera atrevido a publicar esos poemas! Y mi marido, el lector de
Knut Hamsun, me dijo: ‘No vuelves a escribir un poema sin que yo lo lea’. Me di
cuenta de que había tocado algo subversivo: ¡mi gozo amenazaba! ¿Y por qué una
mujer no puede expresar todo esto? Yo había leído poesía erótica de Tomás
Segovia, de Rubén Darío… ¿Y por qué no una mujer?”.
“La reacción de mi marido no me hizo dejar de escribir. Tuve
la enorme suerte de que los poetas grandes de Nicaragua, José Coronel Urtecho,
Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, empezaron a escribir que yo era la
maravilla, el descubrimiento. Ante esas autoridades mis familiares callaron y
mi marido, pues también. Fue una sensación rara: para los hombres parecía que
yo había descubierto la sexualidad y me miraban de una manera libidinosa.
Pensé: ‘O termino como la mediocridad de este país o hago lo que quiero y que
me critiquen’. En eso fui valiente”.
“Empezaron a decir que mi poesía era vaginal. Entraba en un
lugar y sentía que todo el mundo murmuraba. Era muy incómodo. Empecé a ir a un
psicólogo. Tenía problemas en mi matrimonio. Y el psicólogo me dijo: ‘Ponte el
vestido más sexy que tengas y sal al mundo, no tengas miedo’. Tuve miedo hasta
que me hice dueña de mi cuerpo y de mis palabras. Sentí que estaba haciendo algo
hermoso y que no tenían por qué meterse en mi vida. La sociedad estaba podrida.
Alrededor estaba la rebeldía feminista, la rebelión de la juventud. Principios
de los setenta. Germaine Greer, Betty Friedan, Doris Lessing, Julia Kristeva…
Me metí en el Frente Sandinista, tuve el valor para agarrarme a esa lucha y mi
vida cambió totalmente. Mi manera de ver la vida”.
—Y usted se enamoró también de Nicaragua.
—Sí, total. Me enamoré de Nicaragua,
de lo que podía hacer Nicaragua, ¡me enamoré también de mí misma! ¡Sentí que
tenía un poder como mujer!
De eso también va el libro, de ese paisaje interior que fue
para ella el descubrimiento del cuerpo y el descubrimiento del paisaje de
Nicaragua, “el país chiquito que se resiste a morir”, como dijo, además,
recientemente.