viernes, 18 de diciembre de 2015

EL ACTO DE LEER

La lectura está perdiendo adictos. Actualmente no se lee con el fervor de antes, curiosamente la venta de libros no cesa, se venden mucho más y en diversos formatos. Aun así, Se denota que no se leen los textos completos, para no decir que se lee de otra manera. Las razones pueden ser muchas, entre otras, el manejo del tiempo. Hoy es sustancialmente diferente a otras épocas, tenemos mil actividades múltiples, todas importantes, vivimos siempre apurados, cuando contamos con algún espacio, se nos aparecen muchas formas de distracción, la dispersión constituye nuestro mayor problema. Otro habito, es que la gente busca solo la información que necesita y deja un lado lo demás, vive datiada simplemente.
En cambio, paradójicamente, hay infinidad de textos y publicaciones de calidad, interdisciplinarias, de un rigor absoluto, la red nos ofrece un universo de conocimiento al alcance de un clic, revolución que no le damos la importancia que tiene y menos la aprovechamos como se debe.
En materia de literatura la mayoría de libros están en versión digital, siempre se encuentran excelentes ensayos alrededor de cada texto y existen infinidad de blog y revistas con los cuales tenemos un dialogo permamente. Es imposible abarcar este universo, es un hecho que la revolución de las TIC creó un dialogo en sola vía, no hay calor humano, no existe la presencia real del otro, el siglo XXI estará lleno de soledades pese a sus bondades, la lectura será aún más solitaria .
El acto de leer en todo caso siempre ha sido un ejercicio solitario, no es atrevido afirmar categóricamente que hoy son escasos los buenos lectores. Citare tres grandes en diferentes disertaciones: George Steiner, Estanislao Zuleta y Borges. Zuleta era un lector por encima de cualquier otra calidad, de ello cuentan muchas conferencias y trabajos sobre sus experiencias como tal. Hay un trabajo sobre la lectura hermoso. Comienza recordando a Nietzsche en un ensayo sobre la educación, donde se toca el tema: “Acaso ningún escritor haya hecho tan conscientemente como Nietzsche de su estilo, un arte de provocar la buena lectura, una más abierta invitación a descifrar y obligación de interpretar, una más brillante capacidad de arrastrar por el ritmo de la frase y, al mismo tiempo de frenar por el asombro del contenido”. Adelante remata: “Al final del prólogo de la Genealogía de la moral Nietzsche dice que requiere un lector que se separe por completo de lo que se comprende ahora por el hombre moderno. El hombre moderno es el hombre que está de afán, que quiere rápidamente asimilar; -por el contrario, mi obra requiere de lectores que tengan carácter de vacas, que sean capaces de rumiar, de estar tranquilos-”. Asegura Zuleta a propósito de su labor interpretativa frente a la posición de Nietzsche: "Este rechaza toda concepción naturalista o instrumentalista de la lectura: leer no es recibir, consumir, adquirir, leer es trabajar. Lo que tenemos ante nosotros no es un mensaje en el que un autor nos informa por medio de palabras –ya que poseemos con él un código común, el idioma– sus experiencias, sentimientos, pensamientos o conocimientos sobre el mundo; y nosotros provistos de ese código común procuramos averiguar lo que ese autor nos quiso decir. Que leer es trabajar, quiere decir ante todo que no hay un tal código común al que hayan sido “traducidas” las significaciones que luego vamos a descifrar. El texto produce su propio código por las relaciones que establece entre sus signos; genera, por decirlo así, un lenguaje interior en elación de afinidad, contradicción y diferencia con otros “lenguajes”, el trabajo consiste pues en determinar el valor que el texto asigna a cada uno de sus términos, valor que puede estar en contradicción con el que posee el mismo término en otros textos”. Son suficientes los ensayos en los que Zuleta deja sentado su rúbrica como un excelente lector. Para este autor Colombiano leer era un acto no sólo hedónico sino de esfuerzo que implicaba tácitamente un trabajo, una interpretación con respecto al texto y exige tomar posición frente al mismo.
Este es un lector lúcido, cosmopolita, poliglota, culto de sobremanera y en sus textos y ensayos hay una clara incitación a la lectura. Cuando uno cierra un libro suyo el mundo no es igual, sus ensayos son un verdadero aporte y siempre uno termina sorprendido, encantado, además de contar con un numero inclasificable de referencias y lecturas por emprender. Steiner en muchos de sus escritos anuncia y analiza la crisis que hay en el mundo intelectual pese al éxito de los estudios especializados. El ocaso del humanismo es inevitable, el humanismo en el más absoluto sentido clásico. Steiner tiene un ensayo extraordinario, que se llama “Un lector infrecuente”. Comienza con el análisis de un retrato de aved sobre Chardin, cuyo tema central es la lectura. A partir del mismo realiza una disertación muy original. La composición, dos personas- un hombre y una mujer leyendo-, dice el autor: “tiene antecedentes de iluminación medievales, en la cuales la figura de San Jeronimo o la de algún otro lector ilumina ilustra en sí mismo el texto que ilumina”. A partir del cuadro  Steiner escribe uno de los textos más bellos y profundos sobre el acto de leer, sobre el libro. Primero hace referencia a la majestad    y la elegancia del traje del lector, que no es un tema menor, del mismo se infieren algunas consideraciones de suma importancia: “Lo que importa es la elegancia enfática, la deliberada importancia que el traje tienen en ese momento. El lector no se encuentra con el libro de manera informal o desaliñada; está vestido para la ocasión, una forma de proceder, que dirige nuestra atención hacia la construcción de valores y hacía la sensibilidad en el sentido tanto de la vestidura como de la investidura. La primera característica del acto, del autoinvestidura del lector ante el acto de la lectura, es una característica de cortesía, un término representado solo de forma perfecta por cortesía. La lectura aquí no es un acto fortuito o casual”. Precisa adelante: “El lector se encuentra con el libro con una obsequiosidad de corazón (Eso es lo que cortesía significa), una atención y una actitud acogedora, de las cuales la manga bermeja, quizá de terciopelo o velludillo, y la capa y el sombrero forrado de pieles son los símbolos externos”. A partir de aquí habla de las resonancias que se desprenden de los factores externos. Establece por ejemplo con respecto al sombrero: “El sombrero forrado de pieles-Y en este punto en que el eco de Rembrandt puede ser pertinente-sugiere de forma discreta el tocado del erudito cabalista o talmúdico que busca la llama del espíritu en la fijeza momentánea de la carta. Visto en conjunto con el traje de pieles, el sombrero del lector implica precisamente esas connotaciones de la ceremonia intelectual, del tenso reconocimiento del significado llevado a cabo por la mente, que induce a próspero a vestirse elegantemente antes de abrir sus libros mágicos”.
Steiner hace un paralelo entre la perdurabilidad del libro y la finitud del lector: “Fijémonos ahora en el reloj de arena que aparece junto al codo derecho del lector, una vez nos encontramos ante un motivo convencional, pero con uno tan cargado de significado que un comentario exhaustivo debería comprender casi una historia del sentido occidental de la invención y la muerte, el reloj tal como Chardin lo coloco en el cuadro establece la relación entre el tiempo y el libro. La arena corre rápidamente a través del estrecho paso del reloj ( Un corredor cuya tranquila finalidad Hopkins invoca en un punto clave de la turbulencia mortal del naufragio Deustschand) . Pero al mismo tiempo el texto perdura, la vida del lector se cuenta en horas, la del libro en milenios este es el primer escándalo triunfal proclamado por Píndaro: Cuando la ciudad que celebro haya muerto, cuando los hombres a quienes canto se hayan desvanecido en el olvido, mis palabras perdurarán. Es este el concepto al que Exegi monumenton  dio expresión canónica y que culmina en la suposición hiperbólica de Mallarme, según la cual el objeto del universo es Le libre el libro final, el texto que trasciendo el tiempo. El mármol se rompe en pedazos, el bronce se deteriora, pero la palabra escrita – aparentemente el más frágil de los medios- sobrevive. Las palabras sobreviven a quienes las engendraron. Flaubert se quejaba de esta paradoja: mientras él moría como un perro sobre la cama, esa zorra de Emma Bovary, su criatura, nacida de unas letras sin vida, garabateadas en una hoja de papel, continuaba viva, hasta ahora solo los libros han escapado a la muerte y han conseguido lo que Paul Eluard, la principal compulsión del artista (Le dur désir de durer   los libros pueden incluso sobrevirse así mismos, y saltar por encima de la sombra de su propio origen: Existen traducciones de lenguas muertas hace mucho tiempo). En el cuadro de Chardin, el reloj de arena – una forma doble que sugiere el símbolo del toro o el número 8 del infinito, oscila exacta e irónico entre vita brevis del lector y el as longa  de su libro. Mientras lee, su propia existencia se extingue, su lectura es un eslabón en la cadena de la continuidad performativa que suscribe, (un término al que merece la pena volver) la supervivencia”.
Para Steiner las notas de página constituyen un dialogo con el texto, terminan siendo un nuevo aporte, que en algunos casos emblemáticos se ha reproducido como libro, varias son las páginas lúcidas publicadas en este sentido. El autor categoriza: “Leer bien es participar en una reciprocidad responsable con el libro que se lee, es embarcarse en un intercambio total”.   
Cada ensayo de Steiner es una clase de buena lectura, un ejercicio intelectual riguroso que se desprende siempre de la lectura de un texto, el autor dialoga y crea a partir del mismo, con la cualidad que incita al lector a otras aperturas lo que hace del ejercicio un acto muy enriquecedor.
El otro escritor que quisiera invocar es Borges, en un texto memorable por su lucidez: “Superstición ética del lector” en él se habla de los atributos que debe tener el texto: “La condición indigente de nuestras letras, su incapacidad de atraer, han producido una superstición del estilo, una distraída lectura de atenciones parciales. Los que adolecen de esa superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis”. Borges, que para mí es el lector más importante e inteligente que he conocido, habla de las condiciones específicas que debe tener un buen texto. Sobre las tecniquerias propias de los gramáticos, que fungen como ataduras, Borges señala: “Es decir, no se fijan en la eficacia del mecanismo, sino en la disposición de sus partes. Subordinan la emoción a la ética, a una etiqueta indiscutida más bien. Se ha generalizado tanto esa inhibición que ya no van quedando lectores, en el sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales”. Sobre el estilo agrega: “Esta vanidad del estilo se ahueca en otra más patética, la de la perfección. No hay un escritor métrico, por casual y nulo que sea, que no hay a cincelado (el verbo suele figurar en su conversación) su soneto perfecto, monumento minúsculo que custodia su posible inmortalidad, y que las novedades y aniquilaciones del tiempo deberán respetar. La página de perfección, la página de la que ninguna palabra puede ser alterada sin daño, es la más precaria de todas. Los cambios del lenguaje borran los sentidos laterales y los matices; la página perfecta es la que consta de esos delicados valores y la que con facilidad mayor se desgasta. Inversamente, la página que tiene vocación de inmortalidad puede atravesar el juego de las erratas de las versiones aproximativas, de las distraídas lecturas, de las incomprensiones, sin dejar el alma en la prueba. No se puede impunemente lo escucho en español, lo puedo celebrar para siempre”. variar (así lo afirman quienes restablecen s u texto) ninguna línea de las fabricadas por Góngora; pero el Quijote gana póstumas batallas contra sus traductor es y sobrevive a toda descuidada versión. Heine, que nunca lo escucho en español, lo pudo celebrar para siempre”. Borges se preocupa por el carácter hedónico de la lectura, por sus efectos psicológicos, por aquello que atañe solo a la sensibilidad, al buen gusto, los elementos que hacen perdurar un texto.

He querido traer estos análisis sobre el acto de leer, que es para mí, de lo más sublime y enriquecedor para la vida.