Cronistas como Osvaldo
Soriano en Argentina o Ezequiel Martínez estrada, German Castro Caicedo, representan
la expresión de un pueblo, de una ciudad, describen la vibración urbana con todas
sus tensiones, los significantes que determinan la cultura popular, las
identidades de un pueblo, sobre todo aquellas iconoclastas, contestarias, la
relación entre lo local y lo global, el lumpen. Carlos Monsiváis, fue el cronista y
narrador de Ciudad de México.
En un texto sobre su vida y obra, en ocasión de su muerte, se escribió: Carlos
Monsiváis (1938-2010) se despidió de sus lectores entre una gran profusión de
notas, análisis, memorias y entrevistas. El cortejo fúnebre que acompañó su
salida de este mundo confirmó su importancia en la vida de la sociedad
mexicana, y captó la atención de un amplio sector del mundo más allá de México.
Quizá la reacción más generalizada durante días y semanas después del
fallecimiento del cronista fue la incredulidad. El hombre que había estado ahí
siempre presente —para reportar virtualmente todo aspecto de la vida mexicana:
comprobando, midiendo, sopesando diversos aspectos culturales— a sus 72 años
dejaba a todos los que lo conocían y leían con fervor, debido a una fibrosis
pulmonar. Su amiga Elena Poniatowska resumió los diversos comentarios y la
colectiva sensación de luto: “¿Qué haremos sin ti, Monsi?” De modo más o menos
explícito, la conclusión fue general: Carlos Monsiváis había sido un escritor,
intelectual, crítico y celebridad pública de un talento extraordinario y una
lealtad ética que México no volvería a conocer”.
Narrar una ciudad en el
complejo entramado de sus significantes no es tarea fácil. Compenetrarse con el
alma de lo urbano, de sus historias íntimas, de sus padecimientos cotidianos,
de los personajes y momentos, con el talento de Monsivais es crear a partir de
la vida de una ciudad, dejando una obra que está por encima de las narrativas
cotidianas descritas.
Escenas de pudor y
liviandad, es un texto de crónicas, sobre la ciudad de México, sus personajes,
los iconos que la hacen tan especial, la vida íntima de sus calles, con toda la
carga de historia y tensiones que genera la vida cotidiana de esta urbe
cosmopolita, el cine tan importante para este país, la fotografía, la cultura
popular. Monsivais, es uno y muchos, dice el mismo texto citado[1]:
“Por ello “No tenemos que enumerar todas las “vidas” intelectuales que
obligaban a Monsiváis a llegar perennemente tarde. A lo largo de muchos años se
le conoció principalmente como el conocedor número uno de la cultura popular en
México, esa cultura de masas tan distinta de la “alta” cultura que desde luego
también conocía al derecho y al revés. El cronista mantuvo una visión siempre
positiva de estas culturas y sus practicantes: creía en las piedras fundacionales
de la democracia, o de lo que más recientemente él llamaba la sociedad diversa
y civil. La cultura está inexorablemente entrelazada con la política, y a
Monsiváis se le asociaba —y siempre se le asociará— con la vida política de
México y América Latina, sobre todo con las ideologías que afectaban el poder
electoral y la relación entre el gobierno y la iglesia católica”.
Monsiváis tiene dos
obsesiones: El cine y los personajes populares (El santo, Cantinflas, Blue
Demon). Escribió una autobiografía, algún libro de aforismos y muchos ensayos,
sobre cine y cultura popular. Aun así es un escritor muy universal, pues la
tragedia humana se repite invariablemente en todas partes del orbe. La lucha
del ser con los poderes no cesa. Este libro, rescatado de una biblioteca
pública de Medellín ha sido un bálsamo y una manera de entender mejor a México.