Este articulo publicado por letras libres es un excelente
homenaje a Dostoievski, corresponde a ese mundo creado por el autor, donde el hombre se bate
entre la vida y los parámetros señalados por una divinidad que considera
imprescindible. Cesar H Bustamante
En el
bicentenario de Dostoievski ha circulado una célebre frase en boca de Iván
Karamazov: “Si Dios no existe, todo está permitido”. En realidad, el segundo de
los hermanos no dijo tal cosa, sino algo mucho más profundo e interesante.
Por David
Toscana
Es bien sabido que la conocidísima frase de “Ladran los
perros, Sancho, señal de que cabalgamos”, con cualquiera de sus variantes, no
fue pronunciada por don Quijote, y debe de ser una confiscación de unos versos
del poema Kläffen de Goethe, que habla justo de unos atronadores ladridos que
“solo demuestran que cabalgamos”.
Por cierto, Goethe tiene otro poema en que menciona lo mucho
que detesta los ladridos de perro; excepto los de su vecino, pues le anuncian
que “ya viene mi amada”.
John Middleton Murry cita con memoria torcida a Chéjov. Dice
que, al darle consejos a un joven autor, le escribió: “No me digas que la luna
brilla; muéstrame el destello de la luz en una botella rota”. Chéjov dijo algo
parecido, pero más elaborado; en su texto, el reflejo en el trozo de botella
era como “una pequeña estrella”. Ahora muchos citan a Middleton Murry creyendo
que citan a Chéjov.
El buen Chéjov llegó a hacer lo mismo, aunque con licencia
prosaica. En su cuento “El corresponsal”, uno de los personajes cita
tergiversadamente a Pushkin: “Bienaventurado el que fue joven en su juventud”.
Mientras que el protagonista de “Una enigmática criatura”, en su afán por
seducir a una mujer, parafrasea a Raskólnikov diciendo “No la beso a usted,
encanto, sino al sufrimiento humano”. En cambio, la escena original dostoievskiana
es la más intensa, humana y patética de Crimen y castigo: “No me arrodillo ante
usted”, dice Raskólnikov a la prostituida Sonia, “sino ante todo el dolor
humano”.
Pues bien, ahora que se cumplieron doscientos años del
nacimiento de Dostoievski, volví a leer en diversas publicaciones la frase más
famosa de este autor ruso a través de Iván Karamazov: “Si Dios no existe, todo
está permitido” aunque con mayor fe y mejor gramática se diría, “Si Dios no
existiera, todo estaría permitido”. Con la salvedad de que Iván Karamazov nunca
dijo tal cosa.
He escuchado y leído la cita de marras de la boca y pluma de
intelectuales que yo no soy digno de anudarles la corbata, por lo que siempre
pensé que el error estaba en mí, y aún considero esa posibilidad; pero tras mis
lecturas y relecturas de varias traducciones de los Karamazov, puedo jurar que
Iván dijo algo mucho más profundo e interesante.
En la novela, suelen ser otros los que pretenden expresar las
ideas de Iván. Miúsov lo dice así: “Si se destruye en el hombre la fe en su
inmortalidad, no solamente desaparecerá en él el amor, sino también la energía
necesaria para seguir viviendo en este mundo. Entonces no habría nada inmoral y
todo estaría permitido, incluso la antropofagia”.
Su hermano Dmitri pregunta si ha entendido bien, si acaso
quiere decir que “para el ateo, la maldad no solo está autorizada, sino que ha
de considerarse una manifestación natural, necesaria y razonable”.
Iván apenas responde: “Yo creo que no hay virtud sin
inmortalidad”. ¿Pero acaso la ausencia de virtud implica que todo está
permitido? Habría que explorar también Crimen y castigo para ahondar en ese
tema; y leer mucha filosofía, pues la palabra “virtud” nunca ha tenido
significado inequívoco.
La de Iván no es una idea lineal y obvia, sino misteriosa.
Además, plantea que Dios y la vida eterna del hombre no tienen que ir de la
mano. ¿Por qué Dios, al crear al hombre, habría de equiparlo con alma inmortal?
La existencia e inmortalidad del alma son ideas más platónicas que bíblicas.
Más adelante, Iván se sincera con su hermano menor: “Admito
que es posible que Dios exista”. Pronuncia las palabras de Voltaire: “Si Dieu
n’existait pas, il faudrait l’inventer”, y se maravilla de que la idea de un
dios le haya sido necesaria al espíritu de “un animal perverso y feroz como el
hombre”. Sin embargo, concede que “es una idea santa, conmovedora, llena de
sagacidad y que hace gran honor al hombre”, y reconoce que “me limito a
declarar que admito la existencia de Dios”, más agregando que “he decidido no
intentar comprender a Dios… admito sin razonar no solo la existencia de Dios,
sino también su sabiduría y su finalidad para nosotros incomprensible”.
Iván Karamazov pasa a describir atrocidades que les ocurren a
los niños. El significado de su discurso parece ser: “Dios existe y todo está
permitido”.
Dostoievski no presenta a Iván como ateo, sino como rebelde.
“No niego la existencia de Dios, pero, con todo respeto, le devuelvo la
entrada”, dice Iván, ante el espanto de su hermano. “Eso es rebelarse”,
contesta Aliosha. E Iván remata: “¿Rebelarse? Hubiera preferido no oírte
pronunciar esa palabra. ¿Acaso se puede vivir sin rebeldía?”. Es Iván un
Lucifer de carne y hueso. Sí, de carne y hueso y de palabras. Es también, a mis
ojos, el más virtuoso de los Karamazov.
Muchas mentes han tratado de armonizar la idea de la bondad
de Dios con la presencia del mal. Iván no lo intenta, simplemente a Dios lo
manda al diablo. Acepta su existencia, pero no lo acepta a Él. Con todo respeto
le hace a Dios lo que en Polonia se conoce como el gest Kozakiewicza.
No sé quién fue el primero que convirtió el razonamiento de
Iván Karamazov en un eslogan pegajoso, tramposo, tuitero y simplista. A mí no
me han bastado cientos de palabras para aclararlo. Habrá que leer la novela.