domingo, 25 de julio de 2021

QUE SIGNIFICA LA ANTIOQUEÑIDAD

 

    Este excelente texto escrito por el historiador colombiano Giovanni Restrepo, en un país de regiones y regionalismos, es una radiografía muy rigurosa de lo que producen ciertos atavismos e imposturas que sirven de soporte para crear falsas identidades y expectativas peligrosas que alimentan muchas actitudes en el limite de lo ilegal y excluyente. Cesar Hernando Bustamante

“El hacha que mis mayores

Me dejaron por herencia,

La quiero porque a sus golpes

Libres acentos resuenan

Yo que nací altivo y libre

Sobre una sierra antioqueña

Llevo el hierro entre las manos

Porque en el cuello me pesa.”

Epifanio Mejía


¡Eh Ave María pues ¡ 

¡Gracias a Dios!, 

La Virgen lo acompañe…


Pa´tras ni pa´coger impulso…

Al que madruga Dios le ayuda…

Póngala como quiera…


El himno de Antioquia, las expresiones del lenguaje cotidiano, los imaginarios y sus representaciones sirven de abrebocas para pensar lo que son los antioqueños en Colombia, pero exige dimensionar una de las realidades históricas sobre las cuales se ha dicho y especulado en exceso, sin embargo, tanto los cronistas como los viajeros , visitantes, extraños y estudiosos, han aludido a su particularidad y rasgos específicos, afirmando que en estas tierras, confluyeron en la interacción hombre naturaleza una serie de elementos que moldearon desde fines del siglo XVIII una mentalidad, un ethos y una identidad que dio forma a lo paisa y a los paisas que es como generalmente son llamados los antioqueños. 


El aislamiento geográfico que definió desde comienzos de la colonia la región antioqueña con relación al resto de provincias y poblados importantes del país, en un medio geográfico habitado por cadenas montañosas que se cruzan y superponen unas con otras dando forma a interminables y paradisiacos paisajes, surcados por torrentosos ríos y selvas tupidas y ponzoñosas, donde habitan serpientes, aves, insectos, animales mitológicos y seres humanos, sirvió de telón de fondo para la construcción de unas condiciones culturales que dieron sentido y forma a los antioqueños como un colectivo sociocultural, distinto, mestizo, negro, blanco, mulato, zambo, indígena, todos ellos fundidos en una mixtura como si estuvieran ensimismados, retraídos, pero mirando siempre al horizonte para adecuar e identificarlo, al punto que en la apropiación, reconocimiento y simbolización del territorio, el resto de colombianos los identifica con admiración o con recelo por su profundo sentido de pertenencia al entorno, a lo propio, a lo local, expresado como una totalidad en su regionalismo. “Al otro lado del río Magdalena y en condiciones geográficas […] encontramos la región antioqueña, junto con los actuales departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda. Es un grupo racial profundamente modificado por el medio físico y las condiciones económicas en que ha vivido. Se distingue con absoluta nitidez de los demás grupos del país. Es un pueblo orgulloso de su raza, de sus montañas y de su lucha por hacer habitable y productiva una naturaleza arisca; los antioqueños (“paisas”, popularmente) son generalmente emprendedores, “migradores” y comerciantes; de familias tradicionalmente numerosas y patriarcales, son activos, ambiciosos y fuertes y relativamente homogéneos en su carácter y costumbres; el antioqueño por lo general habla en voz alta y acciona abundantemente, su acento es desapacible y algo ingrato al oído por carecer de ritmo variado, articular mal algunos fonemas y acentuar descuidadamente la frase […]”


Sin embargo, en el proceso de caracterización o definición de los antioqueños o de los “paisas”, se han tejido interpretaciones que pasan por conferirles un fenotipo particular relacionado con un pretendido origen de ascendencia judía y vasca, con la cual supravaloran su disposición “natural” para los negocios y también sus relaciones de parentesco y redes familiares, ignorando lo aprendido y heredado de los pobladores indígenas y de los afrodescendientes llegados con los españoles. En estas condiciones, el resultado del proceso de mestizaje reflejó también la necesidad del “blanqueamiento” como dispositivo de diferenciación, que en la práctica, ignora o desvirtúa lo indígena y lo negro como referente de una cosmovisión pluriétnicas, que se demuestra discursivamente a través de expresiones peyorativas y burdas cuando se alude al indio o al negro respectivamente. Pero la construcción de esta mentalidad del antioqueño ha estado marcada por el contraste permanente entre la apropiación del territorio, su condición de trashumante, emprendedor, aventurero, trabajador, individualista, religioso, negociante, creativo, desconfiado, oportunista, fiel devoto de la familia y de la Iglesia. 


Pero si nos adentramos en su espíritu y racionalidades, podremos descubrir que la puesta en escena de esta forma de ser y ver el mundo ha llevado a los antioqueños a enarbolar una identidad que ignora la diferencia, al otro, proyectando una imagen autorreferencial y particularista que no ha logrado asumir la nación, es decir, a los otros, como referente del que también hacen parte, poniendo como brecha esa supravaloración de lo antioqueño. Este tipo de percepciones ha terminado por extremar su supremacía regional, al punto de difundir un discurso que justifica la misma considerando a los antioqueños como una razadesplegando un imaginario que ha servido para imponer sus representaciones del mundo, los valores, la vida cotidiana y demás expresiones con las que se relacionan con los otros.

 

Luis López de Mesa caracterizaba a los pobladores de estas montañas así: “Tímido y orgulloso a la vez es el antioqueño, mezcla que le perjudica grandemente, porque le priva de la flexibilidad del bogotano y de la agradable franqueza del costeño. Aventurero también, gusta de conocer el mundo, y es observador de mucha inquietud mental, aunque de información y en superficie todavía. No posee “humor”, siquiera se le reconoce fama de chistoso, pues su gracejo es por exageración, al revés del bogotano que busca siempre el retruécano y el juego de las alusiones sutiles. Abusa del diminutivo para calificar las personas y las cosas, y sin embargo le embaraza expresar públicamente la ternura de sus íntimos afectos. Conserva buena tradición de honradez, pero es ambicioso y un poco tahúr en los negocios. Progresista y civilista, ama la paz y la civilización material […] Este aprecio, apego, exaltación y peculiar valoración de lo suyo, ha llevado, sin embargo, en gran medida, a que los “paisas”, como se denomina a los antioqueños, a cultivar actitudes y comportamientos de exclusión hacia las gentes de otras regiones e, inclusive, a un regionalismo exagerado y en oportunidades violento.” 


Pero para entender esta idiosincrasia de los antioqueños, es necesario mencionar los referentes que de manera articulada sirvieron de soporte para imprimirle una personalidad específica al territorio y sus pobladores. El discurso de las élites del poder logró cohesionar su mundo como un bastión identitario en el cual podían leerse por igual pobres y ricos, le dio protagonismo particular al territorio, a las dificultades inherentes a sus accidentes geográficos donde la bravura de los antioqueños y su espíritu emprendedor, fueron los ejes que movilizaron millares de ellos a explorar, colonizar y fundar poblados, a descuajar las selvas y montar proyectos productivos, a arañar la tierra y sacar los metales preciosos de sus entrañas, a crear empresas y comerciar con todos. Pero todo fue posible gracias a una fusión de elementos donde figura en primer plano la familia, nuclear y extensa, los dispositivos de poder y las redes familiares posibilitaron el crecimiento y prosperidad económica para unos y para otros, la idea o el imaginario si se quiere, que era posible alcanzar fortuna, estaba ahí, solo había que buscarla. Sumado a lo anterior, esta personalidad se hizo en defensa de los valores y preceptos de la moral católica, apostólica y romana que, en un ejercicio de asimilación cotidiana convirtió la prédica del sacerdote en axiomas de vida y verdad, en una moral puesta a prueba pero acomodada a sus intereses particulares y en la cual, los negocios basados en una racionalidad jurídica y legal permitieron el agiotismo, la usura, la explotación del otro, pero siempre, en defensa de su honradez y de la palabra comprometida. Las habilidades para los negocios siguen dejando su impronta, hacer de cualquier actividad una oportunidad económica, les permitió aventurarse en empresas quijotescas, importando mercancías de ultramar, abriendo caminos en medio de las montañas, sembrando y trabajando duro hasta entronizar expresiones del lenguaje cotidiano como sustrato sociocultural característico de los paisas. Por eso hasta hoy, la tradición y los ancestros son modelos dignos de imitar, de preservar y con ella, poder seguir representando lo que fueron y lo que siguen siendo hoy. Nos referimos a la “verraquera”, a esa forma de ser pertinaz e incansable, ‘la verraquera’ es exaltada como esa convicción inquebrantable de acometer cualquier empresa, es la posibilidad mental de no dejar que las adversidades pudieran más que el empeño, esa fue la condición bajo la cual los mayores colonizaron montañas, fundaron pueblos, esa misma convicción que los hace antioqueños por excelencia. Pero también este aspecto ha sido fermento para cuestionar otros proyectos regionales, incluso, hasta para acometer empresas que atentaron contra la integridad misma de la nación y transgredir la tradición y valores heredados, trasmutando dicha “verraquera” en una idea temeraria e irresponsable, a través del delito y la muerte, como es el narcotráfico. 

Esta forma de ser de los paisas admirada por unos y repudiada por otros fue descrita con toda agudeza por Emiro Kastos  a mediados del siglo XIX: “Los antioqueños no tienen pasiones a medias: por lo regular sus aficiones son impetuosas, sus sentimientos enérgicos”. De aquí resulta que los que toman un buen camino, los que se proponen un objeto laudable, como mi compadre, a despecho de todos los obstáculos, van muy lejos. Pero también, cuando alguno se echa a rodar por la mala pendiente de los vicios, no se detiene hasta llegar al abismo. Si alguien coge los dados en la mano, no se anda por las ramas: en una noche juega su fortuna, agota su crédito, el de sus amigos, y vendería hasta su alma para seguir jugando si hubiera quien la comprase […]” Sin embargo, desde el sentir mismo de los antioqueños, el acceso a la riqueza solo se forja con trabajo, disciplina y dedicación, así las cosas, la idea de la pujanza de los antioqueños en clave económica, solo es posible enfrentando los desafíos del entorno para dar rienda suelta a las pasiones que fueran necesarias para lograr el éxito. Los medios y la manera de hacerlo se mueven en una delgada línea, es decir, se juega entre la norma y el oportunismo. De ahí que esa imagen de los negocios haya sido leída por amplios sectores de la sociedad como oportunismo, como avivatada para aprovecharse, para engañar y timar al otro. Algunos se han dado en relacionar esta perspectiva como el carácter pasional de los antioqueños, ese mismo donde se funden el machismo, el patriarcalismo, la religión, la familia, el Estado y esa particular visión de la prosperidad económica como precepto de vida, incluso, hasta sacrificando la convivencia con los otros. Para cerrar esta descripción sobre la forma de ser del antioqueño, debemos mencionar una intención manifiesta en sus hábitos y pensar, es decir, la idea que de ellos deben tener los demás, o sea, el resto de Colombia. No se trata de una apariencia superficial, se alude a la imagen proyectada como producto del éxito colectivo o individual y por extensión, como garantía de dicha personalidad histórica, o sea, lo que puede ser objeto de envidias o simplemente, imitación de Antioquia como el referente y en consecuencia, como axioma de verdad. Así por ejemplo, 

“en 1995, una gesta similar marca el corazón del territorio antioqueño: inició su operación comercial el Metro de Medellín; ícono y colofón más representativo del progreso paisa en el siglo XX, destacado por otras obras que alimentaron el imaginario de una sociedad moderna y emprendedora: desde la construcción de la avenida la Playa sobre lo que antes era la quebrada Santa Elena, hasta el imponente Edificio Coltejer erguido sobre el antiguo Teatro Junín. Toda sociedad va configurando un entramado de sentidos con que sus miembros le dan significado a los fenómenos de la vida cotidiana y encuentran referentes de identificación, reconocimiento y proyección individual y colectiva. Para el caso de los antioqueños, el progreso es la trama sobre la cual teje los hilos de su cultura, el horizonte que signa su historia. A partir de ese norte encuentran fundamento la mayoría de sus valores, sus modos de ser, comportarse y relacionarse. Este propósito ha estado claramente comprendido como sinónimo de riqueza material, o culto monetario […] El objetivo de progreso material no puede entenderse en la cultura antioqueña sin el afán de aparentar, bien sea para alardear de sí mismos y de lo que se logra, para fingir lo que se quiere ser o para negar realidades que contradigan la buena imagen. Esta ha sido una crítica reiterada de escritores antiguos y contemporáneos, propios y foráneos al modo de ser de los paisas, como lo expresa Giraldo: “ha sido muy propia de los antioqueños la tendencia a creerse el centro del universo, algo que provendría de un orgullo regional aderezado con una disposición incorregible para la exageración sobre los méritos propios”. (2013, pág. 97) Para el antioqueño siempre ha sido importante la imagen, hay que ser y parecer, pero si aún no se puede ser, al menos parecer. 

   

En definitiva, esta cosmovisión ha hecho parte de la idiosincrasia de los antioqueños y de las maneras como éstos se han aferrado a su territorio para dimensionarlo como único, tozudo y agreste, proverbial y demoniaco, totalidad para aprender y crear, para transformar y apropiar. Esta particular relación de sus gentes con el entorno logró fusionar una personalidad capaz de colonizar, de hacer empresa, de ampliar el horizonte proyectando un imaginario donde se articulan el trabajo, la familia, la religión y el emprendimiento, todos ellos dispuestos como herramental de la cultura que por desgracia, también ha servido para la comisión de delitos y para el usufructo de sectores antagónicos al proyecto heredado de los mayores, en contradicción con su ethos ancestral y en disputa con su visión de futuro. Los antioqueños se leen como unidad, pero en el fondo, dicha conjunción no es otra cosa que un resultado en el tiempo de cómo se afianzó una identidad y cómo hoy la misma ofrece otros componentes o la resemantización de los mismos pero con una visión del mundo diferente. Antioquia vive por su particularidad, pero también por ser parte fundamental de la nación colombiana y que ojalá se reflejara en sus discursos e identidades para su articulación con el resto de Colombia. 


Giovanni Restrepo Orrego