domingo, 5 de junio de 2016

ANTIOQUIA LA CASA NO ESTÁ EN ORDEN



La entrevista que adelante transcribo apareció en el último número de la revista "Ñ" del periódico "El Clarín" de Buenos Aires a Héctor Abad Facio Lince y a Fernando Vallejo, me pareció no solo muy interesante, diferente, por la óptica que asume, es muy lúcida, no sólo por la calidad del dialogo sino por el análisis previo entre la concepción de patria que tiene el colombiano común en medio del conflicto largo y cruel en que le ha tocado vivir  en los últimos 60 años. El referente es la novela "La oculta " y de Vallejo "Llegaron".


Dos novelas publicadas a fines de 2015, escritas por autores colombianos, toman una región, la Antioquia edénica de los cafetales y los solares de familia, como camafeo del país. Y el espejo reelabora, en miniatura, los traumas de la nación entera. Se trata de “¡Llegaron!”, una breve novela moral de Fernando Vallejo, y “La oculta”, de Héctor Abad Faciolince, una crónica de ficción con tonos elegíacos, basada en las voces contrastantes de una familia de hermanos.

Contra todas las singularidades de estos novelistas, que en obras anteriores se ocuparon del género de memorias, ambas novelas se encuadran en esa contracorriente latinoamericana que son las narrativas antipatrióticas, según las caracterizó tempranamentela crítica Josefina Ludmer. Sobre el fin del tabú de la sexualidad, sostiene Ludmer en el ensayo “Aquí América latina”, sólo un dominio quedaba interdicto, el repudio al hogar común.

Desde luego, hay una singularidad colombiana que se acentúa en esta región, no sólo por su riqueza y sus elites. Cuando el país ya no es hospitalario, la gran casa familiar representa el último refugio. Pero éste también se ha perdido por las inclemencias de la guerrilla, la corrupción política y el narco –es también la región del patrón Pablo Escobar.

Ante la coincidencia temática, la iniciativa fue intercambiar correos con Vallejo y Abad Faciolince en base a un cuestionario muy semejante, que tuvo, es evidente, réplicas muy diferenciadas (en desarrollo y locuacidad...). Este es el resultado del ejercicio.

Entrevista a Héctor Abad Faciolince

–La casa familiar, la geografía y el lago propios: todas las coordenadas infantiles de la patria aparecen en La Oculta, un país dentro del otro. ¿Qué queda del sentimiento de patria una vez desaparecido el solar?
–Es tan odiosa la palabra “patria”... Etimológicamente es bonita: la tierra del padre. Pero los políticos abusaron tanto de ella, cometieron tantos crímenes en su nombre, que la degradaron hasta volverla casi repugnante. En mi novela sí importa lo que los mayores hicieron con la tierra; cómo la consiguieron, cómo la trabajaron y defendieron, cómo la van perdiendo. Todos necesitamos un lugar en el mundo, así sea para odiarlo. Los hermanos Ángel sienten un apego especial por este sitio de los antepasados. Es el paisaje de la infancia, que de algún modo produce serenidad. Pero el lugar que debería ser protector es también el de la amenaza. Colombia no siempre ha sido una buena patria; muchas veces fue lugar de masacres, la amenaza y el abandono. En ese sentido la finca amada se parece al país: amado y odiado al mismo tiempo. “Odi et amo”, como en el famoso poema de Catulo. Ovidio amaba a Roma, pero murió en el frío exilio, en el Mar Negro, lejos de Roma. Los argentinos saben bien lo que es una patria que nos exilia o una tierra que perdimos.

–¿Pero alguna vez la historia transcurrió con real placidez en ese territorio sentimental? Además, ¿en qué consiste el país, el “afuera” de Antioquia?
–El paraíso suele ser el pasado que nos cuentan, porque no lo vivimos, y porque quienes lo relatan (la memoria es selectiva) omiten lo horrible, idealizan la juventud. La placidez no suele ser una época sino algunos momentos o períodos. Esa mala memoria nos permite vivir sin resentimiento y soñar con algo mejor, por la falsa memoria de algo bueno que existió y puede recobrarse. “La Oculta” es exactamente eso: un territorio sentimental. Pero cada hermano que en la primera edad conoció esa “estancia”, como les dicen ustedes, la vive de un modo distinto. En mi libro, Pilar asimila lo malo o bien lo enfrenta, y trata de superarlo. Otra hermana, Eva, tiene una relación más conflictiva y escoge una especie de exilio: ella prefiere que esa finca se venda y rechaza todo apego emocional. Vive hacia adelante. Es una mujer moderna, urbana, que ya no quiere volver al campo. Antonio se refugia en la reconstrucción de la historia de la colonización de ese territorio.

–Convertida en región literaria, ¿cuál es la singularidad de esa provincia?
–Colombia es un país de países. Antioquia es mucho más extenso, poblado y con más recursos que, digamos, Nicaragua, y tiene un PBI que es diez veces el de Nicaragua, y lo mismo puede decirse de Medellín, la capital, comparada con Managua. Es un territorio aislado, de montañas duras y abruptas, y su geografía ha determinado cierta forma de ser (montañera) de los antioqueños. También sobre esa forma de ser nuestra indaga La Oculta .

–Tu obra de ficción viene a demoler también la literatura como extensión mitológica nacional. ¿Cómo creés que se lee hoy el realismo mágico? (Le señalo que “realismo mágico” es hoy el eslogan turístico de Colombia.)
–Aquello que fue grande y seguirá siéndolo. El realismo mágico (pienso en García Márquez y su magnífica Macondo) fue un descubrimiento muy poderoso que va a perdurar. Pero ya es una vaca ordeñada y seca hace tiempo... Repetir esa receta literaria es ridículo en el siglo XXI. Hay cierto realismo mágico de exportación, para los mal informados. Ya ese tipo de literatura es tan lejano que ni siquiera puede parodiarse. Sirve simplemente para confirmar una idea perezosa de lo que es América Latina para quienes no la conocen y lo hace a través de la televisión, o subrayando lo más patético de nuestros gobiernos. O de nuestros delincuentes.

–Tu novela se publica en el mismo mes que ¡Llegaron!, de Fernando Vallejo: otro solar familiar en Antioquia.
–Fernando ya había escrito maravillosamente la historia de Santa Anita, la finca de su familia en Sabaneta, cerca de Medellín, en su primer libro, Los días azules . Pero como a él le gusta repetirse, ahora, al ser una sopa recalentada, le salió menos bien: la misma diatriba, algo ya mascado. Cuando un escritor se vuelve el eco de sí mismo...

–Tu “Oculta” alude a la lucha armada y los “paras” como elemento de disolución. Es perturbador leerla en los mismos meses en que se negocia la paz entre las Farc y el gobierno.
–La paz no se ha firmado del todo, aunque probablemente se firme este año. El territorio y el paisaje de esa finca, “La Oculta”, han sido recorridos por todas las violencias, incluyendo la de los narcos, que en Colombia está muy ligada tanto a los “paras” como a la guerrilla. Son distintos ejércitos irregulares, con intersección en los negocios ilegales de exportación de drogas. Esa paz es necesaria para que los colombianos podamos recobrar esa tierra perdida. Mi novela habla de esa nostalgia de la tierra que perdimos, del país que se volvió urbano y que no pudimos volver a recorrer. Colombia es muy grande, pero sus habitantes vivimos confinados en ciudades cada vez más absurdas e inhumanas. En el mundo hay muy pocos sitios tan extensos, vacíos y verdes como ciertas zonas de Colombia.

–En tu libro, una vez que se aquieta la violencia enseguida irrumpe, victorioso, el mercado, con su impulso de explotación inmobiliaria. Esto es visto en términos melancólicos, como factor de modernización forzosa. Pero, a la vez, posibilita que cada hermano pueda tener nuevas libertades. Hace dos siglos nuestros países constaban de grandes haciendas y unos pocos potentados.
–Pero Antioquia, en la zona cafetera, no era zona de terratenientes sino de medianos propietarios rurales. Fue un experimento más igualitario que en otras partes de América Latina. El más rico y el más pobre hablaban de la misma manera. Pero ahora que podemos volver a las pequeñas fincas perdidas, la amenaza mayor no es la de los paramilitares, sino la de los especuladores que quieren convertirlo todo en fincas de recreo, en esa visión edulcorada y fea del campo, en el que éste desaparece y se convierte en una especie de parque que reproduce lo peor de las ciudades, las urbanizaciones semirrurales (¿cómo les dicen en la Argentina?, countries ). El capitalismo salvaje. O agroindustria de monocultivos con obreros rurales, haciendas urbanizadas con vigilantes y campos de golf. Algo muy feo, cursi, aunque se crea elegante.

–El narco ha aportado un nuevo estereotipo latinoamericano de exportación, con toda el aura narrativa de la mafia y cierto heroísmo heredado del bandido anarcofilantrópico. ¿Qué te produce esta apelación a los villanos latinoamericanos?
–El bandido asesino, machista, despiadado, con los peores vicios aumentados de la vieja élite, es algo que puede ser idealizado desde afuera, desde donde ven América Latina como una anomalía donde la gente no aspira a placeres normales sino que siempre va detrás de caudillos políticos absurdos o fascinada por delincuentes más grotescos que sus gobernantes. Yo no siento ninguna fascinación, sólo repugnancia y fastidio, por los narcos de reina de belleza, silicona, mansiones y sicarios... No nos estamos matando por religión, por el petróleo de al lado. América Latina es bastante libre.