domingo, 28 de septiembre de 2008

ANDRES CAICEDO

La importancia literaria de Andrés Caicedo empieza a ser reconocida y estudiada con mucha asiduidad y seriedad en Latinoamérica y el mundo. Lógico que para una pléyade de críticos su importancia y calidad no es gran novedad, son muchos los trabajos que confirman este reconocimiento. Su vida, al igual que su obra, es una excelsa y armónica obra de arte, trágica, llena de cine, de buena crítica, exponente fidedigno de la generación de los setenta, vivió en pleno hipismo, en el nacimiento de la tendencias ecológicas tan de moda hoy, Colombia empezaba la búsqueda incipiente de la paz, la juventud disfrutaba el buen Rock, nacía una oposición a los valores de una sociedad mojigata. Era urbano y citadino por excelencia. Nunca sintió la sombra de Gabo que opaco  con su brillo a tantos escritores buenos. “lideró diferentes movimientos culturales en Cali: El grupo literario los Dialogantes, el Cineclub de Cali y la revista Ojo al Cine. En 1970 ganó el segundo Concurso Literario de Cuento de Caracas con su obra "Los dientes de caperucita", empezaba a disfrutar las mieles de un reconocimiento intelectual que crecería desmesuradamente. En su obra “Que viva la música” escribe que vivir más de 25 años es una vergüenza, fue una premonición a su suicidio ocurrido el 4 de mayo de 1977 precisamente a esta edad, después de haber recibido una copia del libro "Que viva la música"editado por una editorial Argentina. Su pasión fue el cine y el teatro. En 1966 escribiría su primera obra de teatro, titulada "Las curiosas conciencias"; de ese mismo año data su relato "Infección". Un año más tarde dirige la obra "La cantante calva"de Eugene Ionesco, y escribe las piezas "El fin de las vacaciones", "Recibiendo al nuevo alumno", "El Mar", "Los imbéciles también son testigos", y "La piel del otro héroe"; con esta última obra ganaría el Primer Festival de Teatro Estudiantil de Cali. En 1968, ingresa al Departamento de Teatro de la Universidad del Valle -institución que abandonaría en 1971-; un año más tarde ingresa como actor al Teatro Experimental de Cali, donde conoce a Enrique Buenaventura.
1969 viene a ser el año más prolífico de Andrés Caicedo. Su inicio en el ejercicio de la crítica cinematográfica en los diarios El País, Occidente y El Pueblo viene a coincidir con varios premios literarios: su relato "Berenice" es premiado en el concurso de cuento de la Universidad del Valle, mientras que "Los dientes de Caperucita" ocupa el segundo puesto en el Concurso Latinoamericano de Cuento, organizado por la revista venezolana Imagen. Adapta y dirige otra obra de Ionesco: "Las Sillas". Escribe los relatos "Por eso yo regreso a mi ciudad", !Vacíos", "Los mensajeros", "Besacalles", "De arriba a abajo de izquierda a derecha", "El espectador", "Felices amistades" y "Lulita", ¿que no quiere abrir la puerta?
Fiel a su idea de que vivir más de 25 años es una insensatez, Andrés intenta suicidarse dos veces en 1976; pese a esto escribe dos cuentos más: Pronto y Noche sin fortuna, y aparecen los números 3, 4 y 5 de la revista Ojo al cine. Entrega a Colcultura el manuscrito final de ¡Que viva la música!, del cual alcanzaría a recibir un ejemplar editado el cuatro de marzo de 1977; ese mismo día ingiere intencionalmente 60 pastillas de secobarbital, acto que acaba con su vida."
Estos datos, no suelen retratarnos la dimensión de este creador, son apenas el corolario de cualquier enciclopedia sobre una biografía literaria de incuestionable valor. Otros deberán sumarse, pues la obra así lo amerita, a propósito del lanzamiento de su autobiografía por Editorial Norma de la mano de Alberto Fuquet. Andrés contrario a lo que muchos piensan por su aspecto, era un hombre juicioso, ordenado en sus trabajos, tomaba notas extensas de sus lecturas, todas consignadas en fólderes que aun se conservan, llevaba cada uno de sus trabajos de acuerdo a cronogramas estrictos y en su obra se patentiza la influencia de Cortázar, Vargas Llosa, Poe, sorprende como confluyen en sus textos el cine, escribe como si tuviese una cámara, rastrea con su pluma escenas urbanas, galopantes, de un ritmo avasallante, de la mano de los Rolling Stones y la salsa de Richi Rey, como si el mundo fuese de un día. “Que viva la Música” representa un icono para la literatura Colombiana y sus páginas de cine, pueden tildarse como el punto de partida de la nueva crítica nacional.