viernes, 18 de diciembre de 2015

EL ACTO DE LEER

La lectura está perdiendo adictos. Actualmente no se lee con el fervor de antes, curiosamente la venta de libros no cesa, se venden mucho más y en diversos formatos. Aun así, Se denota que no se leen los textos completos, para no decir que se lee de otra manera. Las razones pueden ser muchas, entre otras, el manejo del tiempo. Hoy es sustancialmente diferente a otras épocas, tenemos mil actividades múltiples, todas importantes, vivimos siempre apurados, cuando contamos con algún espacio, se nos aparecen muchas formas de distracción, la dispersión constituye nuestro mayor problema. Otro habito, es que la gente busca solo la información que necesita y deja un lado lo demás, vive datiada simplemente.
En cambio, paradójicamente, hay infinidad de textos y publicaciones de calidad, interdisciplinarias, de un rigor absoluto, la red nos ofrece un universo de conocimiento al alcance de un clic, revolución que no le damos la importancia que tiene y menos la aprovechamos como se debe.
En materia de literatura la mayoría de libros están en versión digital, siempre se encuentran excelentes ensayos alrededor de cada texto y existen infinidad de blog y revistas con los cuales tenemos un dialogo permamente. Es imposible abarcar este universo, es un hecho que la revolución de las TIC creó un dialogo en sola vía, no hay calor humano, no existe la presencia real del otro, el siglo XXI estará lleno de soledades pese a sus bondades, la lectura será aún más solitaria .
El acto de leer en todo caso siempre ha sido un ejercicio solitario, no es atrevido afirmar categóricamente que hoy son escasos los buenos lectores. Citare tres grandes en diferentes disertaciones: George Steiner, Estanislao Zuleta y Borges. Zuleta era un lector por encima de cualquier otra calidad, de ello cuentan muchas conferencias y trabajos sobre sus experiencias como tal. Hay un trabajo sobre la lectura hermoso. Comienza recordando a Nietzsche en un ensayo sobre la educación, donde se toca el tema: “Acaso ningún escritor haya hecho tan conscientemente como Nietzsche de su estilo, un arte de provocar la buena lectura, una más abierta invitación a descifrar y obligación de interpretar, una más brillante capacidad de arrastrar por el ritmo de la frase y, al mismo tiempo de frenar por el asombro del contenido”. Adelante remata: “Al final del prólogo de la Genealogía de la moral Nietzsche dice que requiere un lector que se separe por completo de lo que se comprende ahora por el hombre moderno. El hombre moderno es el hombre que está de afán, que quiere rápidamente asimilar; -por el contrario, mi obra requiere de lectores que tengan carácter de vacas, que sean capaces de rumiar, de estar tranquilos-”. Asegura Zuleta a propósito de su labor interpretativa frente a la posición de Nietzsche: "Este rechaza toda concepción naturalista o instrumentalista de la lectura: leer no es recibir, consumir, adquirir, leer es trabajar. Lo que tenemos ante nosotros no es un mensaje en el que un autor nos informa por medio de palabras –ya que poseemos con él un código común, el idioma– sus experiencias, sentimientos, pensamientos o conocimientos sobre el mundo; y nosotros provistos de ese código común procuramos averiguar lo que ese autor nos quiso decir. Que leer es trabajar, quiere decir ante todo que no hay un tal código común al que hayan sido “traducidas” las significaciones que luego vamos a descifrar. El texto produce su propio código por las relaciones que establece entre sus signos; genera, por decirlo así, un lenguaje interior en elación de afinidad, contradicción y diferencia con otros “lenguajes”, el trabajo consiste pues en determinar el valor que el texto asigna a cada uno de sus términos, valor que puede estar en contradicción con el que posee el mismo término en otros textos”. Son suficientes los ensayos en los que Zuleta deja sentado su rúbrica como un excelente lector. Para este autor Colombiano leer era un acto no sólo hedónico sino de esfuerzo que implicaba tácitamente un trabajo, una interpretación con respecto al texto y exige tomar posición frente al mismo.
Este es un lector lúcido, cosmopolita, poliglota, culto de sobremanera y en sus textos y ensayos hay una clara incitación a la lectura. Cuando uno cierra un libro suyo el mundo no es igual, sus ensayos son un verdadero aporte y siempre uno termina sorprendido, encantado, además de contar con un numero inclasificable de referencias y lecturas por emprender. Steiner en muchos de sus escritos anuncia y analiza la crisis que hay en el mundo intelectual pese al éxito de los estudios especializados. El ocaso del humanismo es inevitable, el humanismo en el más absoluto sentido clásico. Steiner tiene un ensayo extraordinario, que se llama “Un lector infrecuente”. Comienza con el análisis de un retrato de aved sobre Chardin, cuyo tema central es la lectura. A partir del mismo realiza una disertación muy original. La composición, dos personas- un hombre y una mujer leyendo-, dice el autor: “tiene antecedentes de iluminación medievales, en la cuales la figura de San Jeronimo o la de algún otro lector ilumina ilustra en sí mismo el texto que ilumina”. A partir del cuadro  Steiner escribe uno de los textos más bellos y profundos sobre el acto de leer, sobre el libro. Primero hace referencia a la majestad    y la elegancia del traje del lector, que no es un tema menor, del mismo se infieren algunas consideraciones de suma importancia: “Lo que importa es la elegancia enfática, la deliberada importancia que el traje tienen en ese momento. El lector no se encuentra con el libro de manera informal o desaliñada; está vestido para la ocasión, una forma de proceder, que dirige nuestra atención hacia la construcción de valores y hacía la sensibilidad en el sentido tanto de la vestidura como de la investidura. La primera característica del acto, del autoinvestidura del lector ante el acto de la lectura, es una característica de cortesía, un término representado solo de forma perfecta por cortesía. La lectura aquí no es un acto fortuito o casual”. Precisa adelante: “El lector se encuentra con el libro con una obsequiosidad de corazón (Eso es lo que cortesía significa), una atención y una actitud acogedora, de las cuales la manga bermeja, quizá de terciopelo o velludillo, y la capa y el sombrero forrado de pieles son los símbolos externos”. A partir de aquí habla de las resonancias que se desprenden de los factores externos. Establece por ejemplo con respecto al sombrero: “El sombrero forrado de pieles-Y en este punto en que el eco de Rembrandt puede ser pertinente-sugiere de forma discreta el tocado del erudito cabalista o talmúdico que busca la llama del espíritu en la fijeza momentánea de la carta. Visto en conjunto con el traje de pieles, el sombrero del lector implica precisamente esas connotaciones de la ceremonia intelectual, del tenso reconocimiento del significado llevado a cabo por la mente, que induce a próspero a vestirse elegantemente antes de abrir sus libros mágicos”.
Steiner hace un paralelo entre la perdurabilidad del libro y la finitud del lector: “Fijémonos ahora en el reloj de arena que aparece junto al codo derecho del lector, una vez nos encontramos ante un motivo convencional, pero con uno tan cargado de significado que un comentario exhaustivo debería comprender casi una historia del sentido occidental de la invención y la muerte, el reloj tal como Chardin lo coloco en el cuadro establece la relación entre el tiempo y el libro. La arena corre rápidamente a través del estrecho paso del reloj ( Un corredor cuya tranquila finalidad Hopkins invoca en un punto clave de la turbulencia mortal del naufragio Deustschand) . Pero al mismo tiempo el texto perdura, la vida del lector se cuenta en horas, la del libro en milenios este es el primer escándalo triunfal proclamado por Píndaro: Cuando la ciudad que celebro haya muerto, cuando los hombres a quienes canto se hayan desvanecido en el olvido, mis palabras perdurarán. Es este el concepto al que Exegi monumenton  dio expresión canónica y que culmina en la suposición hiperbólica de Mallarme, según la cual el objeto del universo es Le libre el libro final, el texto que trasciendo el tiempo. El mármol se rompe en pedazos, el bronce se deteriora, pero la palabra escrita – aparentemente el más frágil de los medios- sobrevive. Las palabras sobreviven a quienes las engendraron. Flaubert se quejaba de esta paradoja: mientras él moría como un perro sobre la cama, esa zorra de Emma Bovary, su criatura, nacida de unas letras sin vida, garabateadas en una hoja de papel, continuaba viva, hasta ahora solo los libros han escapado a la muerte y han conseguido lo que Paul Eluard, la principal compulsión del artista (Le dur désir de durer   los libros pueden incluso sobrevirse así mismos, y saltar por encima de la sombra de su propio origen: Existen traducciones de lenguas muertas hace mucho tiempo). En el cuadro de Chardin, el reloj de arena – una forma doble que sugiere el símbolo del toro o el número 8 del infinito, oscila exacta e irónico entre vita brevis del lector y el as longa  de su libro. Mientras lee, su propia existencia se extingue, su lectura es un eslabón en la cadena de la continuidad performativa que suscribe, (un término al que merece la pena volver) la supervivencia”.
Para Steiner las notas de página constituyen un dialogo con el texto, terminan siendo un nuevo aporte, que en algunos casos emblemáticos se ha reproducido como libro, varias son las páginas lúcidas publicadas en este sentido. El autor categoriza: “Leer bien es participar en una reciprocidad responsable con el libro que se lee, es embarcarse en un intercambio total”.   
Cada ensayo de Steiner es una clase de buena lectura, un ejercicio intelectual riguroso que se desprende siempre de la lectura de un texto, el autor dialoga y crea a partir del mismo, con la cualidad que incita al lector a otras aperturas lo que hace del ejercicio un acto muy enriquecedor.
El otro escritor que quisiera invocar es Borges, en un texto memorable por su lucidez: “Superstición ética del lector” en él se habla de los atributos que debe tener el texto: “La condición indigente de nuestras letras, su incapacidad de atraer, han producido una superstición del estilo, una distraída lectura de atenciones parciales. Los que adolecen de esa superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis”. Borges, que para mí es el lector más importante e inteligente que he conocido, habla de las condiciones específicas que debe tener un buen texto. Sobre las tecniquerias propias de los gramáticos, que fungen como ataduras, Borges señala: “Es decir, no se fijan en la eficacia del mecanismo, sino en la disposición de sus partes. Subordinan la emoción a la ética, a una etiqueta indiscutida más bien. Se ha generalizado tanto esa inhibición que ya no van quedando lectores, en el sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales”. Sobre el estilo agrega: “Esta vanidad del estilo se ahueca en otra más patética, la de la perfección. No hay un escritor métrico, por casual y nulo que sea, que no hay a cincelado (el verbo suele figurar en su conversación) su soneto perfecto, monumento minúsculo que custodia su posible inmortalidad, y que las novedades y aniquilaciones del tiempo deberán respetar. La página de perfección, la página de la que ninguna palabra puede ser alterada sin daño, es la más precaria de todas. Los cambios del lenguaje borran los sentidos laterales y los matices; la página perfecta es la que consta de esos delicados valores y la que con facilidad mayor se desgasta. Inversamente, la página que tiene vocación de inmortalidad puede atravesar el juego de las erratas de las versiones aproximativas, de las distraídas lecturas, de las incomprensiones, sin dejar el alma en la prueba. No se puede impunemente lo escucho en español, lo puedo celebrar para siempre”. variar (así lo afirman quienes restablecen s u texto) ninguna línea de las fabricadas por Góngora; pero el Quijote gana póstumas batallas contra sus traductor es y sobrevive a toda descuidada versión. Heine, que nunca lo escucho en español, lo pudo celebrar para siempre”. Borges se preocupa por el carácter hedónico de la lectura, por sus efectos psicológicos, por aquello que atañe solo a la sensibilidad, al buen gusto, los elementos que hacen perdurar un texto.

He querido traer estos análisis sobre el acto de leer, que es para mí, de lo más sublime y enriquecedor para la vida.










jueves, 3 de diciembre de 2015

HENNING MANKELL



Con este autor me encontré con una novela negra que es pura literatura en el amplio sentido de la palabra, su estilo siempre me conmovió, muy depurado, su escritura en apariencia sencilla, como el buen Whisky en las rocas, es exquisita, hay ritmo, rigor estético y mucho trabajo, cada palabra está bien puesta, sin arabescos ni barroquismos, la lectura lo va a uno atrapando de la mano del comisario Wallender, quien es el más humano de los investigadores que conozco, se mueve en medio de crímenes escabrosos en una sociedad que conoce muy bien, llena de patologías, que produce hechos que espantarían a cualquiera, donde casi siempre el sujeto común, el ciudadano de a pie, termina condenado a la soledad más infame.
Sus preocupaciones no se limitaron a describir la gran paradoja del ser humano, a resolver asesinatos, también atendió temas mayores de corte político y sociológico. En una de las sagas para la televisión Sueca y en el prefacio del texto” La pirámide” escribe: “Hasta que no terminé de redactar la octava y última parte de la serie sobre Kurt Wallander, no caí en la cuenta de cuál era el subtítulo que, en vano, había estado buscando para ella sin cesar. Una vez que todo lo relativo a Wallander o, al menos, la mayor parte, pertenecía al pasado, comprendí que ese subtítulo debía ser, lógicamente, «Novelas sobre el desasosiego sueco». Pero lo cierto es que se me ocurrió, como digo, demasiado tarde. Pese a que los libros no eran sino una variación sobre este único tema: «¿Qué estaba sucediendo con el Estado de derecho sueco durante la década de los noventa? ¿Cómo sobreviviría la democracia si los fundamentos de dicho Estado no se mantenían ya intactos? ¿No tendrá la democracia sueca un precio que pueda llegar a parecemos demasiado alto y deje de merecer la pena pagar?”. Adelante agrega: “
Y creo que bien puedo dar por confirmado el hecho de que Wallander ha funcionado como una especie de portavoz de la sensación de inseguridad dominante que muchos ciudadanos experimentaban, de su indignación y de sus justas valoraciones sobre la relación entre el Estado de derecho y la democracia. Se trataba unas veces de largas cartas en sobres abultados o de sencillas tarjetas postales procedentes de lugares extraños de los que nunca había oído hablar; en otras ocasiones, era una llamada telefónica la que me alertaba a deshoras o unas palabras excitadas que me llegaban por correo electrónico”.
Cuando me encontraba con alguna novela suya la compraba sin reparos y sus lecturas nunca me han desilusionado, por ejemplo en "El chino": un día cualquiera son encontradas 19 personas brutalmente asesinadas en un pueblecito Sueco, en la investigación, se descubre el tema escabroso de la migración China a Europa en el siglo XIX por esta vía la novela indaga por un tema que en Europa se mantiene en velo por razones diversas.
En este mismo prefacio responde algunas sobre su personaje emblemático: “En cualquier caso, en la mayor parte de las cartas, el remitente acababa formulando la misma pregunta: ¿qué había ocurrido con Wallander antes de que comenzase la serie policiaca? Es decir, indagaba acerca de todo lo que sucedió, con una indicación temporal exacta, antes del 8 de enero de 1990, la mañana en que, a hora bien temprana, Wallander fue arrancado de su sueño al comienzo de Asesinos sin rostro. Y no crean que no comprendo el hecho de que la gente se pregunte cómo empezó todo: cuando Wallander entra en escena tiene ya cuarenta y dos años, y anda camino de los cuarenta y tres. Pero, para esa fecha, él ya lleva mucho tiempo siendo policía, ha estado casado y aparece como separado, tiene una hija y, en un momento dado, se desliga de la ciudad de Malmö para refugiarse en Ystad”.
Este personaje es absolutamente encantador, es un hombre desapacible, con un escepticismo y pesimismo exacerbado, siempre le acompaña una lógica perversa, cargada de desconfianzas, pero certera, típica de su trabajo, esta le sirve siempre para llegar a la verdad en cada caso. En medio de estas indagaciones va  haciendo reflexiones de la vida, en los entremeses con su hija que van develando no solo su propio universo sino el de muchos hombres en Europa, con el sistema, con el propio trabajo, lo que hace de sus novelas verdaderas joyas a las que uno termina adicto.
La muerte de este escritor me ha conmovido, es difícil volvernos a encontrar con un personaje literario de tantos kilates y con su capacidad de trabajo. Por fortuna son muchas las novelas que no he leído, me gustaría mucho averiguar como era su forma de trabajo.










domingo, 22 de noviembre de 2015

REINO UNIDO INVITADO ESPECIAL A LA FERIA DE GUADALAJARA

De izquierda a derecha: Agatha Christie, Salman Rushdie, Ian McEwan, J.K. Rowling, George Orwell, Virginia Woolf y Charles Dickens. Ilustración de Fernando Vicente


De la mano de PABLO GUIMON, el periódico “El país “ de España publica un excelente artículo sobre la consagración de los narradores ingleses de los ochenta, que están en plena vigencia y auge y el cual tiene la virtud de renovarse constantemente con escritores de todo el mundo en inglés, espero mis escasos lectores lo disfruten.

All you need is books

Como muchas buenas historias londinenses, esta empezó entre vapores etílicos y humo de tabaco en un viejo pub. The Pillars of Hercules, en Greek Street, en el Soho, se encontraba justo debajo de la oficina de The New Review, una cabecera con la que Ian Hamilton, un seductor genial, polemista y bebedor, quiso recuperar la tradición casi extinta de las revistas literarias en la segunda mitad de los años 70.

El pub se convirtió en la verdadera redacción de la revista. Con un generoso whisky escocés en una mano y un cigarrillo en la otra, Ian Hamilton repartía juego entre una camada de jóvenes aspirantes a escritores.

Ian McEwan, Julian Barnes, Christopher Hitchens y Martin Amis —que pronto empezaría a editar la sección de libros del New Statesman, otro de los focos de esa nueva ola— hablaban de literatura, bebían y se sacaban un dinerillo para mantenerse a flote mientras escribían. “Fue, y sigue siendo, como una hermandad, una familia”, recuerda McEwan. “Muchos escritores de mi generación estábamos a punto de publicar nuestra primera novela, y ese pub se convirtió en el lugar donde alternábamos”.

Allí se formó el embrión de uno de los fenómenos editoriales más extraordinarios de las últimas décadas. Una serie de escritores con vocación transgresora, en el fondo y en la forma, cuyo enorme éxito global ha marcado el devenir de las letras británicas de las últimas cuatro décadas.

Hay quien defiende que el estruendo provocado por aquel grupo de autores ha eclipsado a las generaciones posteriores. Y es cierto que muchos de esos autores, hoy sexagenarios, permanecen en el Olimpo de los escritores británicos contemporáneos y sus novelas de madurez, desprovistas de esa transgresión de los inicios, siguen siendo devoradas por lectores de todo el mundo.

Pero ese mismo éxito ha abierto también un camino por el que han transitado después multitud de talentosos autores. “Lo que convirtió a esta generación en algo tan emocionante es que no había habido nada en Reino Unido, casi desde la guerra, con esa sensación de entusiasmo”, explica Bill Buford, escritor norteamericano que, al frente de la revista Granta, desempeñaría un papel clave en ese resurgir de la novela británica. “Fue el ruido después del silencio. El oasis viene después del desierto, no puede haber otro oasis después de un oasis. Pero lo cierto es que, cuando ellos llegaron, Reino Unido no era un sitio emocionante para los libros, y ahora sí lo es. Ellos fueron muy celebrados porque no había otros, ahora hay mucha más gente haciendo cosas interesantes”.

La industria del libro, con 180.000 títulos al año,  genera 4.650 millones de euros. El 40% procede
de la exportanción
Reino Unido sigue siendo una potencia editorial, con más de 180.000 títulos publicados al año, y unos ingresos por ventas de libros de 4.650 millones de euros anuales, el 40% de los cuales procede de la exportación. La ficción histórica y la novela infantil y juvenil, en la estela de las exitosísimas Hilary Mantel y J.K. Rowling, viven una época de esplendor. Y nuevas hornadas de escritores, sin tanto ruido y cada uno por su lado, mantienen muy activo el imán creativo de la novela británica.

Peter Florence es un testigo privilegiado de ese nuevo talento, que desfila cada año por el Hay, el festival literario que creó con su padre en un pequeño pueblo galés en 1989, convertido hoy, bajo su batuta, en un evento con ramificaciones por todo el mundo. “Hay grandes libros que salen cada año”, asegura. “Tahmima Anam, Laline Paull y Rebecca F. John, por ejemplo, son grandes nuevas escritoras. Y creo que podría defenderse que, después del genio sublime de Tom Stoppard, las mejores apuestas británicas para un próximo Nobel de Literatura pueden ser Ali Smith y David Mitchell. Pero lo que diferencia a aquella generación de los ochenta es que se trataba un grupo de amigos. Una pandilla que los medios podían identificar y sobre la que podían escribir”.

Puede parecer osado hablar de una generación dorada en la literatura del país de Shakespeare, Dickens, Conan Doyle, Christie, Woolf, Lessing y un infinito etcétera. Pero está claro que en el Londres de los ochenta pasó algo.

“Aquella fue la última ola coherente que hemos tenido”, opina Sam Leith, escritor de 41 años, que editó la sección de libros del Daily Telegraph, ahora publica en diversos periódicos, y ha sido jurado del último Booker Prize. “Fue como una pandilla. Hoy en día hay gente muy prominente, pero no existe esa sensación de círculo literario cerrado. Después de una tradición de novelas suburbanas bien construidas y ortodoxas, llegó está generación que buscaba, como dijo Barnes, épater le bourgeois. Había una sensación de que algo terminaba y empezaba otra cosa nueva. Fue un periodo en que ser novelista se convirtió en sexy”.

Con Rushdie llegó una novela cosmopolita y libre que tenía más que ver con García Márquez que con la tradición nacional
El París de Hemingway, Stein, Fitzgerald y Pound era un fiesta. Igual que la Nueva York de Capote y Mailer, o la Barcelona del boom latinoamericano. Pero también lo fue el Londres, sombrío y multicultural, de Amis, McEwan, Barnes, Kureishi y Rushdie. El conflicto entre los deseos de prosperar y el deterioro de la economía estalló al final de la década en el invierno del descontento y el punk. Margaret Thatcher llegó al poder en mayo de 1979 e impuso el dogma del libre mercado. La cultura se convirtió en una mercancía más.

HURACÁN RUSHDIE
El Reino Unido de Thatcher empezó a abrirse hueco en la ficción literaria, convirtiendo a los ochenta en una época productiva y vigorosa para la narrativa. “La novela era sexy de nuevo”, explica Malcolm Bradbury, en su ensayo The Modern British Novel. “Los propios novelistas fueron la prueba viviente del milagro thatcherista, con su preocupación por el estilo de vida, su cultura del eclecticismo, su competitividad y su culto al éxito. El posmodernismo se convirtió no en un oscuro experimento sino, como los caros productos gastronómicos de países exóticos, en una elegante mercancía”.

El mejor indicador del cambio de rumbo en la narrativa británica lo proporciona el Booker Prize, el más prestigioso premio de las letras británicas. El de 1980 fue una batalla entre dos gigantes de la poderosa generación de los cincuenta, Anthony Burgess y William Golding, en la que acabaría imponiéndose el segundo. Al año siguiente, el ganador fue un joven autor desconocido, nacido en India, llamado Salman Rushdie.

Su libro, Hijos de la medianoche, no se parecía a nada que se hubiera visto hasta entonces en la tradición británica. Una novela cosmopolita y libre, no solo en el fondo, sino en su efervescencia formal, que bebía más de Grass o de García Márquez que de los maestros de la literatura británica. Kazuo Ishiguro habló de esa obra como “absolutamente crucial” para los jóvenes escritores que, como él mismo, soñaban con estirar las fronteras de la novela británica. Aquellos Hijos de la medianoche llegaron, en algún momento de finales de 1979 y en forma de manuscrito, a la mesa de Bill Buford, entonces un estudiante norteamericano en Cambridge, que había empezado a dirigir la revista literaria Granta. Buford incluyó un extracto de la novela aún inédita de Rushdie en el tercer número de la revista en el que, provocadoramente, proclamó “el fin de la novela inglesa y el inicio de la ficción británica”.


CARMEN SECANELLA
“La literatura británica en esos años era como el campo inglés: bonito, ordenado y totalmente predecible”, explica Buford desde Nueva York, ciudad en la que se instaló a mediados de los noventa para dirigir las páginas de ficción del New Yorker, en el que aún colabora además de escribir libros sobre gastronomía. “Yo buscaba una literatura que no existía entonces, tampoco en Estados Unidos, donde había experimentación pero se miraba hacia dentro. Salman miraba hacia fuera. Hablaba de historia, de política, del mundo. Era el primer libro desde Cien años de soledad que tenía esa ambición. Fue un estallido, un huracán de aire fresco”.

Estamos a principios de los ochenta. Recuerden: Thatcher, Saatchi & Saatchi. El marketing es la nueva religión y el libro es una mercancía más. Así, igual que había un Consejo de Marketing de la Carne para persuadir a la gente de que comiera vaca autóctona, existía también una institución gemela que perseguía que los ciudadanos compraran buenos libros británicos. Y su director, Desmond Clarke, tuvo la brillante idea de encargar una lista de los 20 mejores escritores británicos menores de 40 años que, por un juego de casualidades, se convertiría una de las jugadas de marketing más importantes de la historia del mundo editorial.

EL CANON DE ‘GRANTA’
El 22 de agosto de 1983 la lista se publicó en el Sunday Times. Al limitado impacto que cabe esperar de una historia publicada en pleno verano londinense, hay que añadir el hecho de que las obras de la mayoría de esos autores no podían encontrarse aún en las librerías.

Pero sí estaban, en cambio, encima de la mesa de Bill Buford en Cambridge. “Tenía manuscritos de al menos 13 de esos escritores”, recuerda. “Eso es lo que hacen las revistas literarias, escuchar las nuevas voces de una generación”. Así que Buford metió su ejemplar del Sunday Times en la maleta cuando al día siguiente cogió el tren a Londres para reunirse con Peter Mayer, capo de Penguin, para convencerle de que se encargara de distribuir Granta en las librerías.

Mayer aceptó. Y al final de la reunión, Buford sacó el Sunday Times y le sugirió a Mayer dedicar el siguiente número de su revista, el primero que distribuiría Penguin, a aquella lista.

“Ahora se ha asimilado la diversidad que trajeron los inmigrantes de segunda generación”, dice Sam Leith, jurado del Booker
En las 320 páginas de aquel séptimo número de Granta, publicado en 1983 y titulado “Lo mejor de los jóvenes novelistas británicos”, había extractos, entre otros, de Amis, McEwan, Barnes, Ishiguro y Rushdie. La revista arrancaba con las primeras páginas de Dinero, la novela de Amis que se publicaría el año siguiente y que retrataría como ninguna otra aquella época. La ilustración de la cubierta, dos plumas estilográficas chocando contra una Unión Jack que se rompe en pedazos, hablaba por sí sola.

Aquello funcionó. La narrativa con ambición literaria dejó los márgenes de la cultura y se convirtió en el mainstream. Las librerías Waterstone, cuyos primeros locales abrieron en 1982, desplegaban en sus mesas las novelas como atractivas mercancías que entraban por los ojos. Los jóvenes novelistas se volvieron celebrities. Sus vidas, sus novelas, sus contratos, llenaban las páginas de los periódicos. “Fue como un renacimiento de la narrativa británica”, opina Buford. “A mediados de los setenta era un desierto, y diez años después había muchos escritores muy estimulantes y ambiciosos. No había una unidad estilística, lo único que tenían en común era el deleite en la narración y la ambición. Un país que miraba hacia dentro empezó a mirar hacia fuera”.

Aquella mirada hacia fuera pronto atravesó fronteras. Llegó, por ejemplo, a Platja d’Aro. En esa localidad de la Costa Brava española veraneaba una delegada de Deborah Rogers, la gran agente literaria de esta generación, fallecida el año pasado, y solía coincidir con un joven editor catalán llamado Jorge Herralde. “Hablábamos a menudo”, recuerda el fundador de Anagrama. “A principios de los setenta yo empecé a comprar títulos de autores estadounidenses desconocidos entonces. Y al ver que yo era un nuevo editor interesado en la literatura anglosajona, me ofreció Primer amor, últimos ritos, el primer libro de relatos de McEwan. Después vinieron Amis, Kureishi, Ishiguro, Barnes… en su día los bauticé como el dream team. Hemos ido publicando en español toda su obra y hoy constituyen una parte importante del catálogo de Anagrama. Han sido muy bien acogidos por crítica y público, tanto en España como en Latinoamérica”.

Temas como Escocia, la inmigración y Europa alimentan un debate identitario interesante para los escritores
Los años ochenta terminaron simbólica y dramáticamente el 14 de febrero de 1989, cuando el ayatolá Jomeiní leyó una fatua instando a la ejecución de Salman Rushdie, acusado de blasfemar contra el islam en Los versos satánicos. Pero el integrismo religioso no pudo con aquellos autores ni con los que vinieron tras ellos.

La revista Granta ha publicado tres números especiales más, uno cada diez años, de los 20 mejores escritores británicos por debajo de los 40. El impacto se ha mitigado considerablemente, pero Irvin Welsh, Nick Hornby, Jonathan Coe, Adam Thirlwell, Sarah Waters o Zadie Smith se han sumado al canon de la novela británica moderna en las últimas décadas.

Sam Leith, que ha tenido acceso al talento joven como jurado del último Booker, observa varias tendencias. “Hay mucha narración en presente, muchos esquemas de doble plano temporal, mucho personaje real, mucha historia novelada”, explica. “Y, sobre todo, se aprecia la diversidad de Reino Unido a través de inmigrantes de segunda y tercera generación. Es un fenómeno que empezó en los ochenta, pero que ahora se ha asimilado”.

Si la sacudida social del thatcherismo propulsó a la última generación dorada, los convulsos tiempos que se han abierto tras la crisis financiera auguran un futuro no menos prometedor en términos de creación literaria. “La ansiedad sobre la identidad acaba reflejándose en la escritura”, opina Leith. “El independentismo escocés, el debate sobre la inmigración, la relación con Europa, la ruptura del consenso político… todo eso alimenta un debate identitario que va a ser interesante para los escritores. Pero esos fenómenos tardan un par de años en reflejarse en la literatura. Habrá, pues, que esperar”.

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara se celebra del 28 de noviembre al 6 de diciembre en el Centro de Exposiciones de la capital de Jalisco (México). Reino Unido es el invitado de honor. Más información: www.fil.com.mx









domingo, 15 de noviembre de 2015

FERNANDO DEL PASO


El premio Cervantes de literatura ha enaltecido lo mejor de las letras hispanoamericanas, cada año confirma el rigor de su elección, este año no fue la excepción, siempre sobresalta a escritores de suma importancia que por razones que no vale la pena tratar, se encuentran en una especie de ostracismo, no tienen la relevancia que amerita su obra, gracias al premio vuelven a tener el reconocimiento que permite de nuevo su divulgación y promoción, con el acierto que los jóvenes se dan la oportunidad de conocer a autores de los que no tenían ni idea y como suele suceder en este tipo de acontecimientos, trae consigo estudios serios sobre la obra en los principales diarios del mundo en una especie de foro académico abierto.
Hace muchos años la Oveja Negra publicó en Colombia “Noticias del imperio”, por ese entonces vivía en Bogotá entre amigos escritores y personas dedicadas en lo absoluto a la literatura. Cuando salió, la verdad nunca había leído nada de este monstruo de la literatura Mexicana, mejor dicho no le conocía, cualquier día comencé su lectura sin maginar a lo que me enfrentaba, al terminarlo quede extasiado, es una obra monumental, extensa, la calidad de su prosa es indiscutible, directa, sin arabescos,  con una exquisitez absoluta, la destreza como hilvana el hecho histórico, desconcierta: Noticias del Imperio se basa en los hechos históricos acaecidos en México entre 1861 y 1868. “En 1861, el presidente Benito Juárez suspendió los pagos de la deuda externa mexicana. Esta suspensión sirvió de pretexto al entonces emperador de los franceses, Napoleón III para enviar a México un ejército de ocupación, con el fin de crear en este país una monarquía al frente de la cual estaría un príncipe católico europeo. El elegido fue el archiduque austriaco Fernando Maximiliano de Habsburgo quien a mediados de 1864 llegó a México en compañía de su mujer, la princesa Carlota de Bélgica. Este libro se basa en este hecho histórico y en el destino trágico de los efímeros Emperadores de México”[1], desde este momento este escritor se volvió una referencia imprescindible para mí y de hecho así lo es para la literatura Mexicana e hispanoamericana. Desde este momento soy un seguidor impenitente de este autor, su obra es una indagación, busca interpretar y abarcar la realidad nuestra desde la ficción, con la libertad que solo la literatura permite, en "Noticias del imperio por lo menos, tiene el cuidado de no distorsionar los hechos históricos, más bien  los recrea desde una esclerótica muy particular, para entenderlos  mejor, siempre hay mucha investigación, documentos, referencias y paralelos con la realidad contemporánea.
Fernando Del Paso es un trashumante, como lo fueron Alfonso Reyes y Octavio Paz, ha representado  a su país en diferentes cargos en el exterior por mucho tiempo, esto les da la distancia para comprender mejor su realidad. México produce siempre este tipo de escritores, con una cultura vasta, humanista en todo el sentido amplio de la palabra, personas que conocen la cultura occidental, la narrativa universal e hispanoamericana, pues han abrevado en lo mejor de ella, amantes de Cervantes, historiadores a carta cabal, siempre están atentos además a los temas de interés más puntuales en Latinoamérica, son analistas lúcidos. Fernando es además pintor, académico. Entre los reconocimientos que ha obtenido, se destacan: El premio Novela México 1975, Mazatlán de Literatura 1988, Nacional de Lingüística y Literatura 1991,7 y Premio FIL de Literatura 2007. En 1993 fue nombrado Creador Emérito. En octubre de 2006, fue elegido miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.8 Es miembro honorario del Seminario de Cultura Mexicana.9 El 12 de febrero de 1996 ingresó al Colegio Nacional con el discurso «Yo soy un hombre de letras», el cual fue contestado por el doctor Miguel León-Portilla.10 Más recientemente, el 5 de diciembre de 2013 fue distinguido con el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Guadalajara; en abril de 2014 fue galardonado con el Premio Internacional Alfonso Reyes, el mismo día que cumplió 79 año y por su puesto el Cervantes de este año.
Fernando Del Paso escribió tres extensas obras: José Trigo (1966), Palinuro de México (1977) y Noticias del Imperio (1987), poesía, teatro, ensayo.
Como siempre no queda sino recomendar su obra, lo pertinente es leerla.









[1] Prólogo de Fernando Del Paso, FCE.

viernes, 30 de octubre de 2015

PERIODISMO Y LITERATURA


En estos días editorial alfaguara publicó la obra completa de Álvaro Cepeda Samudio que incluye su labor periodística; la última columna de Mario Vargas Llosa, recordaba la actividad de Hemingway como corresponsal de guerra y en cierta forma destacó su labor periodística,  el  premio Nobel de este año, concedido a Esvetlena Allexiévich, fue un reconocimiento al periodismo como oficio literario por excelencia, la primera vez que la academia Sueca destaca de frente este oficio; tópicos que me llevan a volver a pensar en el tema de esta relación harto estudiada por la academia.
Hablo desde mi perspectiva personal. Lo primero que se me viene a  la cabeza a propósito de esta relación, es el riguroso trabajo de Gilard, sobre la obra periodística de Gabriel García Márquez, que trata este tópico, estudio de mucha profundidad y lucidez. La influencia recíproca entre el periodismo y la literatura en los últimos cien años es intensa, la relación tiene su propia genealogía, tendríamos que empezar con Herodoto, los evangelistas, leucipo, Julio Cesar, se dinamizó mucho en el siglo 19 e intensamente a partir de los años cincuenta del siglo pasado con el auge de la prensa escrita. No sabría decir que fue primero, pero la incorporación de técnicas de la literatura en los textos periodísticos, le dieron mucha fortaleza a la crónica, que cambió totalmente en sus aspectos formales, dándolo a la manera de narrar y contar las historias en la prensa una fuerza  y dinámica antes no vista. De igual manera aparecieron novelas y obras de la literatura tomados de la labor periodística y con el usufructo propio de sus técnicas, como “A sangre fría” de de Truman Capote, o de manera inversa, crónicas trabajadas con técnicas de la literatura, como “Historia de un Náufrago”, de Gabo, los textos de Tom Wolfe y por ende sus novelas. Estas técnicas incorporadas al periodismo y de manera recíproca, hoy son estudiadas como una escuela, que tiene obras emblemáticas a lo largo del planeta.
Encarnación Garcia de LeLa escribió un trabajo excelente sobre el tema: “idea de unir periodismo y literatura no es nueva. Daniel Defoe en su Diario del año de la peste (1722) construye un impresionante relato a partir de entrevistas a supervivientes, datos y encuestas reales de la epidemia de peste que asoló Londres en 1665, aunando de este modo la exactitud y rigor informativo con el conseguido valor literario. El otro gran ejemplo clásico de novela reconstruida retrospectivamente a modo de reportaje es la Historia de la columna infame (1842) de Alessandro Manzoni, que narra un memorable caso judicial. En ambos casos, la invención está excluida. Los crímenes de la calle Morgue (1841) de E. Alian Poe o El misterio de Marie Roget (1845), fundamentadas en hechos reales, según declaraciones del autor, son interesantes antecedentes de la simbiosis periodismo-literatura. Germinal (1885) de Zola, recoge un material esencialmente periodístico y construye una intriga novelesca enmarcada en una exhaustiva documentación, al igual que Venté, cuya fuente directa es el controvertido «Affaire Dreifus». J.Hersey con Hiroshima (1946) es el primero que establece un sólido antecedente de las novelas reportaje que proliferan en los años 50, 60 y 70. Con documentada veracidad, yuxtapone testimonios de seis supervivientes de la explosión nuclear, añadiendo una emoción no explícita que logra transmitir al lector. Hersey subordina la obra a la exigencia de la verdad, herencia que recogerá luego Traman Capote. Norman Mailer, Lilian Ross... Y como precedentes más cercanos en el tiempo, citaremos a E. Hemingway, cuyos artículos sobre la Guerra Civil española no sólo son de gran valor periodístico y literario sino que además los recrean en sus novelas, o John Dos Passos que utiliza su material periodístico, como los reportajes sobre el caso Sacco y Vanzetti y lo transmuta literariamente a la trilogía”[1].   
Balzac y Sthandal, son modelos perfectos y grandes precursores de la aplicación de los recursos periodísticos en la novela. “La Peste” de Camus, es un ejemplo excepcional de este concubinato. Es una novela, que utiliza todos los recursos de  la  crónica, con una maestría excepcional. Hay otro aspecto que deseo relevar, por  encima de los aspectos técnicos, es la relación personal de dos escritores con esta profesión. Empecemos con Gabo.
Gabo, tomo la definición de Camus, quien dijo que el periodismo es la profesión más bella del mundo, siempre se sintió periodista por encima de su condición de prosista y novelista. El periodismo era para él todo. No haber podido ejercer como reportero con entera libertad, por gracia de la fama, fue una tragedia en lo personal. Gabo hizo sus primeros pinos en el periódico “El Espectador” de Colombia, siendo muy joven, allí decanta su talento y se diluye en una pasión que nunca abandona. Con el asesinato de Gaitán (1948) pasa a la costa Caribe, escribe primero en el periódico “ El Universal” de Cartagena y después en el Heraldo de Barranquilla, al final se traslada de nuevo a Bogotá, donde se consolida como el mejor reportero de este país. La condición humana de quien siempre está detrás del indicio y la verdad, es un factor que lo embelesa de esta profesión……Gabo abrevo en una bohemia con intelectuales del grupo Barranquilla, en cafés de mala muerte de la capital, en los sótanos del periódico el espectador donde solían ocurrir los consejos editoriales en los amaneceres capitalinos o en  las noches de bolero de su amada Cartagena donde solían encontrarse con la noticia del día siguiente. Colombia fue un país de cultores del idioma, gramáticos y periodistas, que terminaron influyendo mucho en su trabajo como prosista. Tiene una foto, con un cigarrillo, los pies en la mesa de su lugar de Trabajo, todo de negro, la actitud propia del cazador de noticias en un país convulsionado por mil violencias y en ciernes de una dictadura, que habla por sí sola, de la pasión y el orgullo que sentía por su profesión. Gabo nunca dejó de ser un periodista y sus columnas son ejemplo de maestría en un género ( Me refiero a los columnistas)  que se volvió un lugar común.
Vargas Llosa escribió una excelente columna, como todas las suyas, sobre Hemingway y las guerras, a propósito de una visita suya al museo abierto en los Estados Unidos en su homenaje.  Este hombre fue un reportero y corresponsal de guerra a carta cabal, con una actitud especial para el peligro, casi suicida, comprometido hasta los huesos con la profesión, siempre su actitud frente a la vida, fue la de un reportero, fue un  corresponsal aventajado. Cuenta Vargas Llosa: “Sabía que Hemingway escribía de pie, en un atril, como Víctor Hugo, pero no que lo hacía con lápiz y en unos cuadernos rayados de escolar, con una caligrafía tan tortuosa que hasta en la pantalla que aumenta varias veces su tamaño resulta muy difícil descifrar sus manuscritos”. Agrega: “Su vida fue intensa, violenta, rondando siempre la muerte, no solo en las guerras en las que estuvo como corresponsal o combatiente, sino también en los deportes que practicaba —el boxeo, la caza, la pesca en alta mar—, los viajes arriesgados, los desarreglos conyugales, los placeres ventrales y los ríos de alcohol. Vivió todo eso y alimentó sus cuentos, novelas y reportajes con esas experiencias, de una manera tan directa que, por lo menos en su caso, no hay duda alguna de que su obra literaria es, entre otras cosas, ni más ni menos que una autobiografía apenas disimulada”. La película de Wody Allen sobre París, es un homenaje en cierta forma a este escritor, sobre todo en su condición de periodista. Remata: “  En la exposición aparecen las famosas instrucciones que daba a sus redactores el director del diario de provincias, el Kansas City Star, donde Hemingway, en plena adolescencia, inició su carrera periodística y que, según los críticos, fueron decisivas para la forja de su estilo y su metodología narrativa: eliminar todo lo superfluo, ser preciso, transparente, claro, neutral, y preferir siempre la expresión sencilla y directa a la barroca y engolada. Todo esto es probablemente verdad pero no suficiente, pues acaso el detalle central y maestro de su técnica, la elusión, el dato escondido, que, desde la ausencia y la tiniebla impregna poderosamente el relato y lo baña de sugestión y de misterio, lo inventó él mismo, el día que decidió suprimir en el cuento que escribía el hecho principal: que, al final de la historia, el personaje se mataba. Ninguno de los escritores de su generación —una generación de gigantes, como Faulkner, Dos Passos, Scott Fitzgerald— manejó como él esta omisión locuaz, el dato escondido, obligando al lector a participar activamente con su imaginación a completar el relato, a redondearlo”. Esto habla por sí solo, es preciso leer la novela “Por quién doblan las campanas”, que nació de sus actividades como corresponsal en la guerra civil española, que de hecho, tiene muchas películas al respecto. En artículo de la BBC, trajeron está cita del escritor: El autor de "Fiesta" solía decir sobre esta frecuente convivencia (pues muchos escritores comienzan su carrera literaria o la simultanean por años con la actividad periodística) que un novelista debe tener la capacidad de saber en qué momento de su trabajo tiene que abandonar el periodismo como fuente de vida y dedicar su tiempo a la escritura de su obra narrativa”[2].
Quiero escribir un trabajo especial sobre Ryszard Kapuscinsky y por su puesto la nobel de literatura.



jueves, 8 de octubre de 2015

SVETLANA ALEXIEVICH, PREMIO NOBEL DE LITERATURA



La mejor reseña sobre esta excelente reportera a propósito del nobel de literatura concedido hoy,  apareció en el diario ABC de España, que publicaré en este blog como homenaje a su trayectoria.  En esta semana publicaremos algunos reportajes que la han hecho célebre.


Svetlana Alexievich (Frankivsk, 1948) ha sido galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2015, según ha anunciado Sara Danius, secretaria permanente de la Academia Sueca, en Estocolmo.

La Academia ha asegurado que el ha decidido otorgar el galardón a la autora bielorrusa por su «obra polifónica», que le hace un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo. «Es maravilloso recibir este premio», dijo Alexievich en una primera reacción al canal sueco SVT. La autora añadió que se sentía orgullosa de estar ahora en una lista de escritores a la que pertenece Boris Pasternak, a quien en su momento las autoridades soviéticas le impidieron recoger el Nobel de Literatura. La bielorrusa es la decimocuarta mujer en ser distinguida con galardón de la Academia Sueca, dotado con 8 millones de coronas suecas (algo más de 860.000 euros) y que será entregado el 10 de diciembre en Estocolmo.

Alexievich es una maestra del reportaje literario, género con el que relata con toda su crudeza el fracaso de la utopía soviética. Como si fuera una arqueóloga, Alexievich se sumerge con la ayuda de cientos de entrevistas en los acontecimientos más traumáticos que han marcado la vida del «homo soviéticus», como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Afganistán, la catástrofe de Chernóbil y la desintegración de la URSS. De hecho, en noviembre Debate publicará en España «La guerra no tiene rostro de mujer», estremecedor relato, conformado como crónica periodística a través de las voces de sus protagonistas, de la experiencia de las mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial.

Problemas con Putin
La autora bielorrusa no se queda anclada en el pasado, sino que documenta de manera muy crítica el derrotero que han tomado desde 1991 países como Rusia, a cuyo presidente, Vladimir Putin, acusa de llevar a su país al medievo con su «culto a la fuerza». De padre bielorrusa y de madre ucraniana, Alexievich nació el 31 de mayo de 1948 en el oeste de Ucrania, aunque posteriormente su familia emigró a la vecina Bielorrusia.

Trabajó como profesora de historia y de lengua alemana, aunque pronto optó por dedicarse a su verdadera pasión, el reportaje, y, de hecho, en 1972 se licenció en la Facultad de Periodismo de Minsk y ejerció como redactora en varios diarios de su país. Su primer libro, el mencionado «La guerra no tiene rostro de mujer» (1983) -hasta ahora inédito en España-, le costó un varapalo de las autoridades soviéticas, que le acusaron de naturalismo y pacifismo, duras críticas en esos tiempos que impidieron su publicación.

Víctimas y testigos
Aunque ingresó en 1984 en la Unión de Escritores de la Unión Soviética, no pudo publicar hasta la llegada de la Perestroika en 1985 el primer libro de su ciclo «El hombre rojo. La voz de la utopía». Traducida a más de veinte idiomas, el libro narra el inconmensurable coste de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-45), como se conoce en esa zona del mundo, la Segunda Guerra Mundial.



REPORTAJE


VOCES DE CHERNÓBIL 20 AÑOS DESPUÉS
Reportaje aparecido en el país de España.

Una periodista relata el mayor accidente nuclear y recoge vivencias de los supervivientes
Bielorrusia, tras la catástrofe
SVETLANA ALEXIEVICH 9 ABR 2006
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Svetlana Alexievich 'Voces de Chernóbil'. Siglo XXI de España Editores. Este libro se publicó en 1997 y recoge los testimonios de muchas personas afectadas por la catástrofe nuclear. Ahora se traduce al castellano puesto al día con nuevas confesiones de otros testigos que sufrieron el accidente. La autora nació en Ucrania en 1948. El libro apareció en Estados Unidos el año pasado y ha obtenido el premio del Círculo de Críticos de ese país. Otra obra de la misma autora, 'Los chicos de zinc', prohibido durante diez años en su país, destruyó los mitos sobre la intervención soviética en Afganistán.

Nos habíamos casado no hacía mucho. Aún íbamos por la calle agarrados de la mano, hasta cuando íbamos de compras. Siempre juntos. Yo le decía: "Te quiero". Pero aún no sabía cómo le quería. No me lo imaginaba. Vivíamos en la residencia de la unidad de bomberos, donde él trabajaba. En el piso de arriba. Y otras tres familias jóvenes, con una sola cocina para todos. Y abajo, en el primero, estaban los coches. Unos camiones rojos de bomberos. Éste era su trabajo. Yo siempre estaba al corriente: dónde se encontraba, qué le pasaba.

En medio de la noche oí un ruido. Gritos. Miré por la ventana. Él me vio: "Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto".

Svetlana Alexievich 'Voces de Chernóbil'. Siglo XXI de España Editores. Este libro se publicó en 1997 y recoge los testimonios de muchas personas afectadas por la catástrofe nuclear. Ahora se traduce al castellano puesto al día con nuevas confesiones de otros testigos que sufrieron el accidente. La autora nació en Ucrania en 1948. El libro apareció en Estados Unidos el año pasado y ha obtenido el premio del Círculo de Críticos de ese país. Otra obra de la misma autora, 'Los chicos de zinc', prohibido durante diez años en su país, destruyó los mitos sobre la intervención soviética en Afganistán.
"Tiraban el grafito ardiendo con los pies. Se fueron sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; fueron a un incendio normal"
Me da un ataque de histeria: "¿Por qué hay que esconder a mi marido? ¿Quién es? ¿Un asesino? ¿Un criminal? ¿Un preso común? ¿A quién vamos a enterrar?"
No vi la explosión. Sólo las llamas. Todo parecía iluminado. El cielo entero. Unas llamas altas. Y hollín. Un calor horroroso. Y él seguía sin regresar. El hollín era porque ardía el alquitrán; el techo de la central estaba cubierto de asfalto. Sobre el que la gente andaba, como él después recordaba, igual que sobre resina. Sofocaban las llamas, y mientras, él reptaba. Subía al reactor. Tiraban el grafito ardiendo con los pies. Se fueron sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; los llamaron a un incendio normal.

Las cuatro. Las cinco. Las seis. A las seis nos disponíamos a ir a ver a sus padres. A plantar patatas. De la ciudad de Prípiat hasta la aldea de Sperizhie, donde vivían sus padres, hay 40 kilómetros. A sembrar, arar. Era su trabajo favorito. Su madre recordaba a menudo cómo ni ella ni su padre querían dejarlo marchar a la ciudad; le construyeron incluso una casa nueva. Pero se lo llevaron al ejército. Sirvió en Moscú, en las tropas de bomberos, y cuando regresó sólo quería ser bombero. No quería ser otra cosa. [Calla].

A veces me parece oír su voz. Oírle vivo. Ni siquiera las fotografías me producen tanto efecto como la voz. Pero no me llama nunca. Y en sueños, soy yo quien lo llamo.

Las siete. A las siete me comunicaron que estaba en el hospital. Corrí allí, pero el hospital ya estaba acordonado por la milicia; no dejaban pasar a nadie. Sólo entraban las ambulancias. Los milicianos gritaban: los coches están contaminados, no os acerquéis. No sólo yo, todas las mujeres vinieron, todas cuyos maridos estuvieron aquella noche en la central.

Prohibido pasar

Corrí en busca de una conocida que trabajaba de médico en aquel hospital. La agarré de la bata cuando salía de un coche: "¡Déjame pasar!". "¡No puedo! Está mal. Todos están mal". Yo la tenía agarrada: "Sólo verlo". "Bueno", me dice, "corre. Quince, veinte minutos".

Lo vi. Estaba hinchado, inflado todo. Casi no tenía ojos. "¡Leche! ¡Mucha leche!", me dijo mi amiga. "Que beba tres litros al menos". "Él no toma leche". "Pues ahora la tiene que beber".

Muchos médicos, enfermeras y especialmente las auxiliares de este hospital, al cabo de un tiempo, se pondrían enfermas. Morirían. Pero entonces nadie lo sabía.

A las diez de la mañana murió el técnico Shishenok. Fue el primero. El primer día. Luego supimos que bajo los escombros se quedó otro, Valera Jodemchuk. No lograron sacarlo. Lo emparedaron con el hormigón. Entonces aún no sabíamos que todos ellos serían los primeros.

Le pregunto: "Vasia , ¿qué hago?". "¡Vete de aquí! ¡Vete! Esperas un niño". Estoy embarazada, es cierto. Pero ¿cómo lo voy a dejar? Me pide: "¡Vete! ¡Salva al crío!". "Primero te he de traer leche y luego veremos".

Llega mi amiga Tania Kibenok. Su marido está en la misma sala. Ha venido con su padre, que tiene coche. Nos subimos al coche y vamos a la primera aldea a por leche. A unos tres kilómetros de la ciudad. Compramos muchas garrafas de tres litros de leche. Seis, para que hubiera para todos. Pero la leche les provocaba unos vómitos terribles. Perdían el sentido sin parar, les pusieron el gota a gota. Los médicos aseguraban, no sé por qué, que se habían envenenado con los gases, nadie hablaba de la radiación.

Entretanto la ciudad se llenó de coches militares, se cerraron todas las carreteras. Se veían soldados por todas partes. Dejaron de circular los trenes de cercanías, los expresos. Lavaban las calles con un polvo blanco. Me sentí alarmada: ¿cómo iba a llegar al día siguiente al pueblo para comprarle leche fresca? Nadie hablaba de la radiación. Sólo los militares iban con caretas. La gente de la ciudad llevaba el pan de las tiendas, las bolsas abiertas con los bollos. En los estantes había pasteles. La vida seguía como de ordinario. Lavaban las calles con un polvo.

Por la noche no me dejaron entrar en el hospital. Un mar de gente alrededor. Yo me encontraba frente a su ventana; él se acercó a ella y me gritó algo. ¡Se le veía tan desesperado! Entre la muchedumbre alguien entendió lo que decía: aquella noche se los llevaban a Moscú. Las esposas se arremolinaron todas en un corro. Decidimos: vamos con ellos. ¡Dejadnos estar con nuestros maridos! ¡No tenéis derecho! Quisimos pasar a golpes, a arañazos. Los soldados, los soldados ya habían formado un cordón de dos filas, y nos impedían pasar a empujones. Entonces salió el médico y nos confirmó que se los llevaban aquella noche en avión a Moscú, que debíamos traerles ropa; la que llevaban en la central se había quemado. Los autobuses ya no iban, y fuimos a pie, corriendo a casa. Cuando volvimos con las bolsas, el avión ya se había marchado. Nos engañaron a propósito. Para que no gritáramos, ni lloráramos.

Llegó la noche. A un lado de la calle, autobuses, cientos de autobuses (ya estaban preparando la evacuación de la ciudad), y al otro, centenares de coches de bomberos. Los trajeron de todas partes. Toda la calle, cubierta de espuma blanca. Íbamos pisando aquella espuma. Gritando y jurando.

Evacuación de la ciudad

Por la radio dijeron que evacuarían la ciudad para tres o, a lo mejor, cinco días. Llévense consigo ropa de invierno y de deporte, porque van a vivir en el bosque. En tiendas de campaña. La gente hasta se alegró: ¡nos mandan al campo! Allí celebraremos la fiesta del Primero de Mayo. Algo inusual. La gente preparaba carne de asar para el camino, compraba vino. Se llevaban las guitarras, los magnetófonos. ¡Las maravillosas fiestas de mayo! Sólo lloraban aquellas mujeres a cuyos maridos les había pasado algo.

No recuerdo el viaje. Cuando vi a su madre fue como si despertara: "¡Mamá, Vasia está en Moscú! ¡Se lo llevaron en un vuelo especial!" Acabamos de sembrar el huerto: patatas, coles (¡y a la semana evacuarían la aldea!). ¿Quién lo iba a saber? Por la noche tuve un ataque de vómito. Era mi sexto mes de embarazo. Me sentía tan mal.

Por la noche sueño que me llama. Mientras estuvo vivo me llamaba en sueños: "¡Liusia, Liusia!". Pero después de muerto, ni una vez. No me llamó ni una vez. [Llora]. Me levanto por la mañana y me digo: me voy sola a Moscú. Yo que... "Adónde vas a ir en tu estado?", me dice llorando su madre. También se vino conmigo mi padre: "Será mejor que te acompañe". Sacó todo el dinero de la libreta, todo el que tenían. Todo...

No recuerdo el viaje. Todo el camino también se me borró de la cabeza. En Moscú preguntamos al primer miliciano a qué hospital habían llevado a los bomberos de Chernóbil, y nos lo dijo; yo hasta me sorprendí, porque nos habían asustado: no os lo dirán, es un secreto de Estado, ultrasecreto.

-A la clínica número seis. A la Schúkinskaya.

En el hospital, era una clínica especial de radiología, no dejaban entrar sin pases. Le di dinero a la vigilante de guardia y me dice: "Pasa". Me dijo a qué piso debía ir. No sé a quién más le rogué, le imploré. Lo cierto es que ya estoy en el despacho de la jefa de la sección de radiología: Anguelina Vasílievna Guskova. Entonces aún no sabía cómo se llamaba, no se me quedaba nada en la cabeza. Lo único que sabía era que debía verlo. Encontrarlo.

Ella me preguntó enseguida:

-¡Pero, alma de Dios! ¡Criatura! ¿Tiene usted hijos?

¿Cómo iba a decirle la verdad? Está claro que tengo que esconderle mi embarazo. ¡No me lo dejaría ver! Menos mal que soy delgadita y no se me nota nada.

-Sí -le contesto.

-¿Cuántos?

Pienso: "He de decirle que dos. Si es sólo uno, tampoco me dejará pasar".

-Un niño y una niña.

-Bueno, si son dos, no creo que vayas a tener más. Ahora escucha: su sistema nervioso central está dañado por completo; la médula está completamente dañada.

"Bueno", pensé, "se volverá algo más nervioso".

-Y óyeme bien: si te pones a llorar, te mando al instante para casa. Está prohibido abrazaros, besaros. No te acerques mucho. Te doy media hora.