lunes, 10 de enero de 2011

EDUARDO ESCOBAR


Aun, con una perseverancia perversa, se discute sobre la importancia del movimiento nadadista en Colombia para la literatura. Ahí están sus poemas, sus proclamas, sus cartas, sus novelas, el tiempo, las condenará o las reivindicará. Es indiscutible que este movimiento le dio a la literatura y al mismo periodismo, plumas valiosas y por lo tanto, personajes connotados, no solo por ser absolutamente diferentes a todo, no importa que se repitan incansablemente, sino por dejar una obra importante para nuestras letras. Leí de Villegas Editores, el libro “Prosa incompleta” de Eduardo Escobar.

Gonzalo Arango expresaba con ironía: Los nadaístas somos a veces tipos muy de malas para el amor. Yo no me quejo, pero lo digo por Eduardo Escobar, un nadaísta encartado con una de las almas más poéticas de mi generación.” Casi nunca reparo, en los aspectos biográficos de un autor, más si su libro ha resultado ser agradable y  valioso desde la perspectiva estética. He estudiado el nadaísmo, por todo lo que representa este movimiento para nuestras letras y he participado en las controversias en donde se discute la calidad de una obra variopinta y múltiple, puesta en cuestión por algunos críticos y valorada en extremo por otros. Desde hace muchos años, he leído a Eduardo en el periódico el tiempo y es un hecho que su prosa decantada, exquisita, repentista, bien escrita, gramaticalmente impecable, nos seduce fácilmente. Ahora con la publicación de “Villegas Editores” he podido degustar la antología de sus artículos y algunos textos memorables, recatados para este libro, de los últimos veinte años.

Su lectura resultó absolutamente agradable, sus textos escritos con una lucidez incuestionable, reflejan una cultura literaria por fuera del canon, resultado del rebusque como lector impenitente y ese trasegar ocioso en el ejercicio práctico del nadaísmo como profesión por muchos años.

Su prosa tiene la virtud de mantener ese actitud contestaría, que les dio tanta publicidad al movimiento, me recuerda por momentos a Cioran y al mismo Gonzalo Arango. Sus argumentos, llenos de las mejores citas y de quien ha trasegado por lo buenos libros, pero que de hecho, no está sometido a los academicismos propios de nuestra cultura, no corresponden al estilo común y enumerativo de nuestros escritores más comunes, están armados de manera muy diferente. En el texto dedicado al poeta Raúl Gómez Jattin, se decanta esta característica: “los poetas siguen vivos, activos entre nosotros, de medio perfil, con sus vicios de siempre, sus gestos de sangre, y las costumbres de su condición moral. Cada cual según las leyes de su ceremonia”. Remata adelante: “De manera objetiva Jean Cocteau permanece aquí ahora, revoleteando sobre el cebo e las letras de su nombre, en los impulsos de la memoria, en la cadena química de las asociaciones, curado del opio y de la inteligencia también. Gómez jattin, después de arrojarse como don Quijote contra u bus que confundió con un novillo, parece más vivo y concluyente y más coherente con su obra”.

Sugiero leer esta obra y su prosa que está en su mayoría disponible en la red. Eduardo Escobar, de hecho nos seguirá alimentando por mucho tiempo.