El nuevo
Siglo de Bogotá ha venido publicando una serie de artículos del escritor Colombiano Luis
Fernando Potes que en mi criterio ameritan ser publicados en este blog, empezaré
con el primero y espero entregarle a mis lectores la totalidad.
El
presente criba el pasado. El pasado suele ser una proyección de preocupaciones
y desahogo de fantasmas. Pero es más patético, es una rutina.
Al margen
de ese devenir anodino, se están cristalizando vidas que ansían la luz, los
llamados constantes, depositarios de una verdad que no es de nadie y que puede
liberar a todos.
Ser, es
una dignidad que comporta haber desentrañado auténticos significados vitales,
haber traspasado un velo que detiene la comprensión de la infinitud, el
escenario oculto de lo viviente.
Quién
como Bruno, indagó y aprendió a vivir como un sabio, despreciando toda necedad
humana, honores, apegos, ambiciones del yo que se aferran al mundo, puede
proclamar con mirada transparente una percepción ligada a verdades centradas en
la claridad.
Él fue
visionario, su profunda capacidad de captar el universo y habitar la vida como
un extraño, lo hizo asombroso y relator de maravillas.
No basta
ser incomprendido, no hay que exponerse al mundo que tritura todo a su paso. La
verdad de Bruno es para quien trasciende. Su inmenso amor por la verdad lo
llevó a divulgar lo que descubría, y esto lo llevó al martirio.
El mundo
es ciego y no ve más allá de la apariencia, de la inmediatez. Su obra es
delirante, desafiante, tanto por la época, como por innumerables circunstancias
históricas.
La
tolerancia de esta época es la medida de lo mediocre, es un síntoma de
decadencia, un triunfo de la ignorancia. Bruno es un ejemplo de excelsitud de
pensamiento y respeto a la vida, y esto no se lo perdonaron. Es muy fácil que
triunfe la bestia.
Bruno es
una resplandeciente llama que jamás se apagará, porque portó el estandarte de
los valientes que no se doblegan al poder servil de complacencias que
deterioran la vida. Él es el profeta de un universo infinito poblado de mundos
innumerables, habitados por seres inteligentes, luminosos.
Las
guerras de poder retrasan el avance de una plenitud que se aplaza porque nadie
puede decidirla, nadie puede otorgarla. Nadie libera a nadie, es un trabajo
sinuoso de inmensa soledad, de interminable meditación; de conectarse con
fuentes sensibles, ocultas a lo vulgar.
La
madurez ardiente de Bruno lo eleva a percibir realidades estrambóticas para su
tiempo, son cosmovisiones de un enajenado. Bruno está vigente, su visión
relativista es un puente gigante que se erige para resolver muchas dudas. En
él, el Uno alterna con lo cotidiano, es una comprensión de la totalidad. El Dios
de Bruno lo penetra todo, su teología trasciende conceptos, es vívida. Su
concepción espiritual es para crear una civilización más digna y honesta, llena
de valores que exalten la vida, la liberen. El cielo es la imagen universal, lo
que debería ser, si aclaráramos la conciencia.
El amor
en la expresión bruniana es el heroico furor que impulsa al héroe a trascender
su condición actual, a fin de explorar los secretos del universo y del saber.
Un héroe furioso es el que mira en los espejos de la realidad en su anhelo de
sondear la vida, el punto divino que armoniza los contrarios para concentrar
toda su energía e inteligencia. Giordano Bruno ve en la naturaleza y en la
mitología una manera de recrear en la imaginación un entramado que no es
lógico, más bien mágico, en el sentido de no ser aprehensible a la razón.
Sus
furores heroicos y la expulsión de la bestia triunfante, son obras como
sistemas de imágenes diseñadas con el objeto de instrumentar y vivificar con
contenidos conceptuales relacionados con la dirección de la vida para
desarrollar una filosofía práctica. Sus elaboradas artes de la memoria son
sistemas constructivos de imágenes, máquinas de imágenes mentales orgánicamente
relacionadas con las peculiaridades de la vida individual.
Bruno no
se limitó a pensar que la teoría científica, al igual que la poesía, pertenecen
al mundo irreal de lo fantástico; creía que la realidad se nos ofrece a través
de la irrealidad de la imaginación, como en la música la notación no va
referida a los sonidos sino a imágenes de tono visual interno.
Uno de
los lemas que mejor corresponde al mundo filosófico de Bruno, es aquél que los
descubren como la imagen del furor y de la bestia.
Bruno
contrapesa la grandiosidad astronómica y el aparato celeste de su plan moral, con
unos diálogos irónicos y a menudo irreverentes. Gusta mezclar lo trivial con lo
metafísico, por su afición al contraste.
La
expulsión de la bestia triunfante es una obra condenatoria, que lo condenó.
Dibuja al hombre, el vicio, la virtud, toda la atrocidad que destruye la
sociedad. La frescura y franqueza de sus textos no da lugar a equívocos, acusa
su tiempo, clama por cambios que jamás vendrán.
Lo
definieron como despertador de almas dormitantes, domador de la ignorancia
presuntuosa y recalcitrante, en todos sus actos proclama una filantropía
universal.
Las
virtudes y potencias del alma, acuden a secundar la obra y el acto de todo
cuanto por justo, bueno y verdadero define la luz eficiente, la cual endereza
el sentido, el intelecto, el discurso, la memoria, el amor, la sindéresis, la
elección, es decir, un cambio interior que resignifique nuestra orientación y
despierte la conciencia a una claridad que antes no se sospechaba, esto es
Bruno, un instigador de una moral celestial.
Quería
purificación, renovación, nuevas influencias e improntas, cambiar causas, una
mejor humanidad.
Como
apóstol de la libertad de pensamiento, vagabundeó buscando acomodo, para
divulgar sus doctrinas. Acerbo crítico contra la superstición, el fanatismo y
la intolerancia de los credos de su época. Su convicción es de una íntima
unidad de todo lo real, frente al universo frío e inerte de la ciencia.
El Dios
de Bruno no es trascendente, es inmanente al mundo; el hombre se concibe como
un ser natural, pero partícipe de esa dignidad. Su ética de la dignidad humana
se fundamenta en atreverse a saber, aunque cueste la vida misma. Su ética de la
restauración de los valores se encamina a una coherencia entre palabras y
objetos, un recto pensamiento. Apela al silencio y la soledad para una
regeneración espiritual, ese desierto que nos revela una verdad que une seres y
naturaleza.
Bruno es
un ejemplo vigente del esfuerzo del alma por alcanzar la luz, en medio de las
mayores vicisitudes, aunque haya adversidad y contrariedad.
LUIS
FERNANDO ZULUAGA P.