«El libro
es, sobre todo,
un
recipiente donde reposa el tiempo.
Una
prodigiosa trampa con la que la inteligencia
y la
sensibilidad humana
vencieron
esa condición efímera, fluyente,
que
llevaba la experiencia del vivir
hacia la
nada del olvido».
EMILIO
LLEDÓ,
Los libros y
la libertad (Tomado del texto de Irene Vallejo)
Tres fueron las secciones en el conversatorio de la
biblioteca la Floresta de Medellín Colombia sobre este hermoso texto. Las dos
últimas de dos horas cada una, dieron por terminada su lectura y hubo aportes sustanciales
que trataré de sintetizar en este pequeño artículo.
Es preciso recordar que hablamos de lectores sin ninguna
connotación académica, simplemente, seres enamorados de la lectura y el conocimiento,
sin ninguna pretensión intelectual o especialización en materia literaria o
similar.
La primera conversación giró alrededor del género en que está
escrito el texto. Es un excelente ensayo sobre los libros, la escritura y las
bibliotecas, de carácter histórico, con muchas referencias filológicas.
Llegamos también a la conclusión que es también una crónica, no solo por el
hecho de ciertos capítulos, en los que se mezclan las experiencias personales
en el proceso de búsqueda de referencias hechas por la autora para el objeto de
su investigación, sino la manera como las narra, haciendo gala de un estilo
periodístico de buena factura y que se articula con el objeto principal del
texto, aportándole una tensión propia de una novela que hace de este libro algo más que un ensayo. En estas
dos ultimas reuniones comenzamos a realizar un recorrido minucioso por el
texto.
El libro empieza por hacer un minucioso viaje por la
biblioteca de Alejandría, en todo el proceso de proyección, construcción y
organización, con excelentes referencias históricas y anécdotas con respecto al
primer proyecto global alrededor del conocimiento. En un capítulo especial
narra en una especie de crónica, el periplo de la escritora en la búsqueda de
la información pertinente, en las bibliotecas inglesas que dejan ver todo el
celo de la humanidad por estos grandes centros alrededor del libro y de la
historia.
Esto hace de este libro algo muy especial. Su narrativa, la
manera como va articulando la historia con la actualidad, con el manejo de las
bibliotecas de hoy en referencia a la era de la tecnología y el conocimiento,
el celo del hombre por el conocimiento y la supervivencia del libro como objeto
de conocimiento, nos permiten viajar en el tiempo con historias entrecruzadas.
En el tránsito del siglo V al IV a. C., aparecen en escena
por primera vez unos personajes hasta entonces desconocidos: los libreros. En
esa época, la nueva palabra bybliopólai («vendedores de libros») asoma en los
textos de los poetas cómicos atenienses. Según nos cuentan, en el mercado del
ágora se instalaban tenderetes de venta de rollos literarios entre puestos que
ofrecían verdura, ajo, incienso y perfumes. Por un dracma, dice Sócrates en un
diálogo de Platón, cualquiera puede comprar un tratado de filosofía en el
mercadillo.
Sorprende que existiera ya una disponibilidad tan fácil de
libros y, más aún, de obras filosóficas difíciles. A juzgar por su reducido
precio, seguramente se tratará de copias en formato pequeño o de segunda mano.
En esta parte del texto la autora describe todo el esplendor
de la sociedad griega, la agudeza inenarrable de los filósofos griegos, su
precocidad. Son realmente los forjadores de la cultura occidental, la que se
desarrolla siempre alrededor del conocimiento y del libro.
Estrabón dice de Aristóteles que fue «el primero que sepamos
que coleccionó libros». Se cuenta que Aristóteles compró todos los rollos que
poseía otro filósofo por la inmensa suma de tres talentos (dieciocho mil
dracmas). Lo imagino acumulando durante años, en un continuo goteo de dinero,
los textos esenciales para abarcar todo el espectro de las ciencias y el arte
de aquella época. No habría podido escribir lo que escribió sin una lectura
constante.
Son muchos los aportes de la sociedad griega a occidente. No
solo nacieron las ciencias, la filosofía y la democracia, sino que se modelo de
alguna manera la relación del conocimiento con la naturaleza humana, tan
olvidada ahora, cuando los tecnócratas, parecen convertir el conocimiento solo
en un objeto, en una mercancía, por encima de lo esencial para el hombre que es
el mismo ser en cuanto ser.
Era la estética de la existencia que tanto impresionó a
Michel Foucault cuando estudiaba a los griegos para su Historia de la
sexualidad. En la última entrevista que concedió, fascinado por esta idea
antigua, Foucault dijo: «Me llama la atención el hecho de que en nuestra
sociedad el arte se haya convertido en algo que atañe a los objetos y no a la
vida ni a los individuos. ¿Por qué un hombre cualquiera no puede hacer de su
vida una obra de arte? ¿Por qué una determinada lámpara o una casa pueden ser
obras de arte y no puede serlo mi vida?».
Relata también la historia de los libreros más connotados, la
bitácora de sus responsabilidades y el celo por los libros: “Los bibliotecarios
tienen una larga genealogía que empieza en el Creciente Fértil de Mesopotamia,
pero apenas sabemos nada sobre esos lejanos antepasados del gremio. El primero
que nos habla con su propia voz es Calímaco, a quien podemos imaginar con un
perfil nítido en su paciente trabajo de catalogación y en sus largas noches de
escritura. Después de Calímaco, muchos escritores han ejercido de
bibliotecarios durante alguna época de su vida, entre paredes de libros que a
la vez convidan y paralizan. Goethe, Casanova, Hölderlin, los hermanos Grimm,
Lewis Carroll, Musil, Onetti, Perec, Stephen King. «Dios me hizo poeta y yo me
hice bibliotecaria», escribió Gloria Fuertes”.
En este contexto hay una cita especial sobre Borges, desde su
inconmensurable capacidad de lector, en este caso, como bibliotecario especial,
a pesar de su ceguera, tiene un conocimiento de la biblioteca nacional de argentina
perfecto, recorría sus anaqueles con total certeza de la ubicación de cada texto,
cuando lo requería, sabía dónde estaba y le abría en la cita especial que solo
el conocía.
Las bibliotecas y los bibliotecarios tienen su propia
historia universal de la infamia: ataques, bombardeos, censura, depuraciones,
persecución. Han inspirado una galería de personajes fantásticos, como Jorge de
Burgos en El nombre de la rosa, capaz de convertir un libro de Aristóteles en
arma del crimen; o Mary, que vive a la vez en dos dimensiones
espaciotemporales, como feliz madre de familia y como atormentada bibliotecaria
(y no sabemos cuál de esas vidas prefiere). Pero lo más asombroso de todo es el
camino recorrido desde los orígenes orientales —con sus gremios de escribas y
castas de sacerdotes que mantenían el conocimiento vigilado— a las bibliotecas
de hoy, abiertas a todo el que quiera leer y aprender.
Con el Kindle y Amazon, con las bibliotecas digitales el
universo infinito de los libros, con su infinito catálogo de obras que nunca
leeremos, constituye un laberinto, la suma del conocimiento y expresión de la
humanidad que, gracias a estas dos plataformas, por fin está a la mano de
cualquiera persona con acceso a la red.
El catálogo de Calímaco fue el primer atlas completo de los
libros Conocidos. Nació entonces la ansiedad de seleccionar: ¿qué leer, ver,
hacer antes de que sea demasiado tarde? Por el mismo motivo, hoy seguimos
obsesionados por las listas.
Como se puede ver, la historia de la acumulación de
conocimiento y proliferación de bibliotecas con todas las variables alrededor
del libro, como las listas y catálogos, es más antigua de lo que parece y solo
se ha perfeccionado y depurado con el tiempo. Este ensayo lúcido es muy
minucioso al respecto y las referencias son muy hermosas y alucinantes.
De igual manera se hace un esbozo de la presencia femenina en
esta tarea:
Solo hay una presencia femenina en el canon literario griego:
Safo. Es tentador atribuir ese clamoroso desequilibrio a que las mujeres no
escribían en la antigua Grecia. Solo es cierto en parte. Aunque para ellas era
más difícil educarse y leer, muchas vencieron los obstáculos. De algunas,
quedan fragmentos rotos de poemas; de la mayoría, apenas un nombre. Esta es mi lista
provisional de escritoras casi borradas: Corina, Telesila, Mirtis, Praxila, Eumetis
también llamada Cleobulina, Beo, Erina, Nóside, Mero, Ánite, Mosquina, Hédila,
Filina, Melino, Cecilia Trebula, Julia Balbila, Damo, Teosebia.
De igual manera se escruta la tarea hecha por los romanos frente a las bibliotecas, los libros y el conocimiento. Este fue un pueblo conquistador que no arraso con la cultura de los pueblos conquistados, sino que la asimiló y en algunos casos amplio los textos mediante el cultivo de letras y libros en comentarios y extensiones de suma importancia.
Teniendo en cuenta la extensión de este hermoso libro terminare
con una tercera entrada que complete los comentarios del conservatorio de
lectura de la biblioteca la floresta de Medellín.