viernes, 17 de julio de 2009

BORGES Y BUENOS AIRES

Durante cuatro días visite esta hermosa capital, que es el centro desde donde gravita gran parte de la obra de Jorge Luis Borges, no solo por ser el espacio vital de sus más importantes vivencias, sino por ser allí, desde donde su obra alcanza la universalidad que hoy no sorprende a nadie y es de alguna manera patrimonio de la humanidad. Martin Zubieta, dice con acierto: “Borges inventó una ciudad que ya no existe, pero que todavía se puede sospechar. A veces a pie, otras a través de la poesía. Tal vez esa Buenos Aires sólo forme parte de un mundo al que se puede acceder a partir de metáforas o sueños -sus sueños-, afortunadamente irreales. Pero la ciudad está allí. Encerrada entre oscuridades, silencios y milongas, Buenos Aires siempre aparece y acaso hasta sea posible pensar qué hubiese sucedido de una y otro si el encuentro entre ambos no se hubiera producido jamás.” Agrega, refiriéndose a la relación del escritor con su ciudad, concretamente a sus primeros años, cuando llega de Ginebra por allá en 1921: "Borges, detrás de la balaustrada que lo separaba de la calle, verdadero territorio del barrio "reo", comienza a descubrir los confines de las afueras y a esbozar todo un catálogo de "mitología barrial" de guapos, orilleros, esquinas y rincones, indispensables para dar con los pasos de un suburbio que se perdía y de una ciudad que estiraba sus dominios por sobre la llanura. Al mismo tiempo, los intereses de Borges son cada vez más cosmopolitas y sus placeres literarios y filosóficos, fomentados por la bien poblada biblioteca paterna, incluyen las más insólitas latitudes del Universo. Pero la influencia de Macedonio Fernández o Evaristo Carriego, amigos de la casa y habituales participantes de las tertulias familiares, estimulaban su redescubrimiento ". Ahora, que anduve por sus calles, por los sitios que le conmovieron, por la biblioteca que sus ojos volvieron tan viva y grande y que con asombro sirvió para crear una obra tan rica y lucida, reconozco gran parte de las influencias que hoy están incorporadas en sus escritos. Esta ciudad, que está en uno de los momentos más graves, económicamente hablando, con una clase política que despierta mil dudas, mantiene esa grandeza y señorío, que la hace la más Europea de Latinoamercia. Borges cuando llegó de Ginebra se instala en una casa ubicada en Serrano 2147, zona de Palermo que se conocía por el nombre de Villa Alvear y a la que se podría circunscribir entra las actuales Scalabrini Ortiz, Córdoba, Juan B. Justo y Nicaragua. David Viñas, novelista, ensayista e historiador de la literatura argentina, dice: "El retorno lo relaciona directamente con el suburbio y la vuelta al pago es la búsqueda de la identidad. Borges tiene una actitud opuesta a la de Leopoldo Lugones, que habla desde la torre de marfil. Es un panóptico. Borges ve a la ciudad desde el sótano, desde abajo y propone una versión no historicista, no lineal, fragmentaria, incluso arbitraria. A partir de Carriego se produce el descubrimiento del barrio, de la ciudad parcelada, antagónica a la ciudad total que propone Lugones con toda esa grandiosidad retórica. Tan recortada es la mirada que no habla del país; ciudad, Buenos Aires, Fervor de Buenos Aires; manzana, Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga". ( Citado por el mismo Zabieta). Cada uno de estos sitios, tiene su placa conmemorativa, otros son verdaderos museos, en fin la ciudad le rinde culto a la grandeza de este hombre de letras. Más tarde, se aleja físicamente del barrio para vivir, entre otros sitios, por más de cuatro décadas en Maipú 994. Sus tareas lo llevarían de la pequeña biblioteca Miguel Cané, en Almagro -Carlos Calvo 4319-, a la vieja Biblioteca Nacional, México 546, de la que la Revolución Libertadora lo hizo director (Borges era un antiperonista militante). La ciudad no se desvaneció. Cuenta Carlos Alberto Zito en su libro El Buenos Aires de Borges, que las caminatas lo conducían hasta los confines del Maldonado, por el Bajo Belgrano, por la Chacarita, San Cristóbal o Villa Crespo. También por San Telmo o Montserrat. Zito, además, menciona una anécdota referida por Adolfo Bioy Casares: Borges, sensible con el paisaje de Puente Alsina, invitaba allí a sus amigos extranjeros. A aquel que disfrutaba de la desolada geografía, Borges lo tenía "en la más alta estima, como si se hubiera graduado en una materia en la que nosotros lo examinábamos"(Zubieta). Cuando se llega a Buenos Aires, con una obsesión por los sitios de Borges, por la huella de sus largos recorridos, por los puntos de referencia de una obra llena de simbolismo y metáforas cargadas de lunfardos, de puertos, de laberintos y bibliotecas misteriosas, descubre esa relación intima entre el autor y su obra. Zubieta, quien trabaja junto con Monegal esta relación tan estrecha remata un aparte de su ensayo con un paralelo acertado de su obra con los sitios de Buenos Aires: “Biografía y literatura convergen muchas veces en el espacio cartográfico e ideal de la ciudad. En Fervor de Buenos Aires, su primer libro, desde el prólogo tardíamente escrito, el propio Borges advierte que "en aquel tiempo buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora las mañanas, el centro y la serenidad". Uno de sus cuentos paradigmáticos, Hombre de la esquina rosada, sitúa la tragedia entre Francisco Real -el "Corralero"-, la Lujanera y Rosendo Juárez -el "Pegador- ("era de los que pisaban fuerte en Santa Rita"), en el salón de Julia, "un galpón de chapas de zinc, entre el camino de Gauna y el Maldonado"; Juan Dalhmann, en El sur, ("nadie ignora que el sur empieza del otro lado de Rivadavia"), que era secretario de una biblioteca municipal de la calle Córdoba allá por 1939, toma un café en un bar de la calle Brasil y se sube a un tren en Constitución rumbo a la llanura, con destino al duelo que lo mataría; El Aleph, misterioso, está en el sótano de una casa de la calle Garay ("…vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph desde todos los puntos…vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo"); en El Zahir un Borges/personaje, en primera persona confiesa estar enamorado de Teodelina Villar, mujer "que cometió el solecismo de morir en pleno barrio sur", a pesar de vivir en la calle Araoz, y en la esquina de Chile y Tacuarí, mientras tres sujetos juegan al truco en un almacén, toma una caña: con el vuelto recibe el Zahir, la extraña moneda; así, mientras en Balvanera alguien deja caer "el nombre de un tal Jacinto Chiclana", un vendedor de biblias tocas la puerta casi secreta de un departamento de la calle Belgrano nada más que para ofrecer El libro de arena.”
Hay un punto, que no puedo dejar de comentar y es la cultura del ciudadano común de Buenos Aires, que sorprende y la calidad de las librerías. Ojala, en esta ciudad no se acaben los libreros.