jueves, 1 de junio de 2017

EL RULFO MÍO DE MÍ



Como es costumbre en este blog, cuando leemos una columna que amerita ser publicada por ser un aporte lúcido al tema que nos convoca, en este caso todo lo que gire alrededor de ese gran escritor Juan Rulfo en su aniversario, lo hacemos con el único animo de promover su lectura y ampliar la resonancia sobre una obra excepcional en la literatura universal.
RESEÑA DEL LIBRO 'HABÍA MUCHA NEBLINA O HUMO O NO SÉ QUÉ' DE LA MEXICANA CRISTINA RIVERA GARZA
POR: MAURICIO BECERRA

31 DE MAYO 2017 , 05:33 P.M.

Decía Rulfo –o dicen que decía, como pasa con los rumores– que escribía para dos o tres amigos, y nada más. Incluso, dicen que lo llegó a asegurar en una entrevista, cuando se celebraban treinta años de la publicación de Pedro Páramo, la novela (la única) que lo encumbraría en lo más alto de las letras latinoamericanas. “Nunca me imaginé el destino de esos libros. Los hice para que los leyeran dos o tres amigos o, más bien, por necesidad”. 

El destino quiso, sin embargo, que esos libros (en realidad dos, Pedro Páramo y El llano en llamas) llegaran un buen día a las manos de Cristina Rivera Garza para que ella, también movida por la necesidad –la necesidad de estremecer a otros con la misma intensidad con la que la obra de Rulfo la había estremecido a ella–, escribiera Había mucha neblina o humo o no sé qué, una especie de biografía y relato de ficción sobre el autor más importarte de las letras mexicanas del siglo XX; u
n viaje íntimo construido a partir de la evocación y el reportaje; un homenaje cargado de una hermosa gramática sentimental que se une a la celebración del centenario del nacimiento del autor de Pedro Páramo. 

Escribe Rivera Garza:


“–Siento que he estado con usted una vida entera –murmura a medida que coloca el pie sobre el borde inferior de la puerta.

–Y así ha sido –le dice él, le dice Juan N. Pérez V. mientras sostiene la puerta abierta e inclina la cabeza hacia el piso”. 


Digamos que Había mucha neblina o humo o no sé qué son en realidad tres libros en uno. El primero vendría a ser el libro en el que la autora se regala el privilegio de estar al lado de Juan Rulfo para convertirse ella misma (casi) en un personaje más dentro del universo rulfiano. El segundo sería el libro histórico sobre el México flamante y poderoso de las carreteras y los programas de industrialización que terminarían castigando al mundo rural, ese que a juicio de Rivera Garza (y de tantos otros) acabaría por nutrir en definitiva la obra de Rulfo. Y el tercero, la biografía tradicional donde se arrojan datos puntuales como que Juan Rulfo se llamaba en realidad Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, y que era natural de Jalisco, y que era huérfano de padre y madre, y que amaba el alpinismo, y la fotografía, y la literatura nórdica, y etcétera.

Tres libros en uno, sí. Aunque quizás son más. Todos entrelazados, ligados y yuxtapuestos.

Ya desde la contratapa Rivera Garza advierte por dónde correrá el río para que después nadie trate de pescar en aguas revueltas: 
“Cada quien tiene su Rulfo privado”, escribe. “El mío, mi Rulfo mío de mí, está tan interesado en escribir una obra como preocupado por ganarse la vida”. La intención, entonces, era escribir sobre el Rulfoque la ha acompañado durante toda la vida, sacarlo de la maleta del tiempo, rendirle un homenaje en la antesala de su centenario. Que la Fundación Juan Rulfo haya descalificado recientemente el libro de Rivera Garza, al considerarlo difamatorio, se entiende poco.


“Hay muchos años de trabajo y cariño detrás de Había mucha neblina o humo o no sé qué. Más que un libro sobre Rulfo –lo he dicho ya varias veces en presentaciones y entrevistas– es un libro que, moviéndose alrededor o a través de Rulfo, invita al lector a tocar el territorio de un país en vilo”, escribió hace poco Rivera Garza en una carta a propósito del boicot y la censura. “Lean, cotejen, comparen, contrasten, regresen, subrayen, anoten, debatan –si fuera de su interés–disientan –si ese fuera el caso–. Las páginas son todas suyas. Supongo que es así que los libros van armando sus propias esferas de afecto”, remata. 
Bienvenidos, pues, al Rulfo ‘nuestro de nosotros’.

http://www.eltiempo.com/lecturas-dominicales/resena-del-libro-habia-mucha-neblina-o-humo-o-no-se-que-94108





domingo, 28 de mayo de 2017

CIEN AÑOS DE SOLEDAD EN SU ANIVERSARIO


El mejor homenaje a “Cien de de Soledad” es volver a leerla, disfrutar y rumiar la infinidad de historias amalgamadas en una saga familiar, la de los Buendía, que constituyó una revolución sin precedentes para a literatura latinoamericana y las letras universales. La impresión que recibieron sus amigos que tuvieron el privilegio de leer algunos capítulos de manera anticipada: Carlos Fuentes, Álvaro Mutis,  Plinio Apuleyo, sigue vigente en cada nuevo lector que se acerca al texto, asombro,  absoluta estupefacción, frente a una obra que renovó la novela Latinoamericana y constituyó una revolución sin precedentes para la literatura universal.
Desde los 17 años fue construyendo su gran obra, cargado del mundo mítico narrado por su abuelo y Tranquilina su esposa, las tías Wenefrida, Elvira, Francisca, su prima hermana Sara Márquez, su hermana Margot, historias contadas con absoluto desparpajo como una realidad más del mundo pese a lo increíbles, sumado a su amor precoz por la lectura, fue un lector de poesía, conoció todo el romancero español, la poesía colombiana, la novela, de la mano de una obsesión por la escritura, que le sirvieron al final para escribir una obra inmensa, inconmensurable desde la perspectiva estética, de manera lenta, puliéndola todos los días en su imaginario en medio de muchas horas de lecturas infatigables.

Las primeras novelas “La hojarasca”, “La mala hora", “El coronel no tiene quien le escriba”, los cuentos anteriores a 1967, sus primeros pasos como periodista y cronista, constituyen una anticipación a “Cien años de soledad” su gran novela. Como lector va desatornillando las grandes obras de la literatura universal para saber como están escritas, para encontrar los secretos que le sirvan en su trabajo, de la mano de Faulkner, John Doss Pasos, Virginia Wolf, Kafka, Rulfo, Hemingway, del periodismo norteamericano, de sus obsesiones literarias que son muchas, que lo irán formando como escritor.
En las  biblioteca digital de la Luis Ángel Arango de Bogotá hay texto con una síntesis del momento exacto en que decide sentarse a escribir “Cien años de soledad” después de tantos años de estarla construyendo en su mente: “Todo parece indicar que luego de concluir “La mala hora”, García Márquez sufrió un serio bloqueo de sus facultades literarias. Hasta 1964 otros asuntos le impidieron dedicarse a la creación de literatura. El bloqueo terminó durante el trayecto de Ciudad de México a Acapulco, cuando, al volante de su Opel, tuvo la repentina visión de la novela que hacía tiempo se estaba gestando en su interior. La historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe, constituiría un rescate de la historia por la conciencia mítica colectiva, y una extensa alegoría de la condición humana, del significado del tiempo y de la escritura como alquimia. De regreso en el Distrito Federal, escribiendo ocho y más horas diarias, mientras Mercedes se ocupaba de sostener el hogar, a lo largo de dieciocho meses en los que acumuló grandes deudas, García Márquez dio forma a Cien años de soledad (1967), que habría de significarle un éxito tan inmediato cuanto insospechado, con premios en Francia e Italia y récords de ventas en el mundo entero”. 
Gabo lo cuenta mejor: “Desde el 65 al 67. Fue una época estupenda. Es decir, una época que no era fácil porque no teníamos dinero, pero en cambio, una época muy buena, porque yo estaba escribiendo como un tren, que es lo mejor que le puede suceder a un escritor. Entonces cuando yo vi que Cien Años de Soledad venía y que no la paraba nadie, le dije a Mercedes, "tú te haces cargo de este asunto". Ella, por supuesto, no lo pensó dos veces. Es curioso que mis hijos, ahora, yo les pregunto por esta época y ellos me recuerdan como a un hombre que estaba encerrado en un cuarto, que no salía nunca...Y yo tenía la impresión de que era el ser humano más humano y más sociable del mundo. Y ahora me doy cuenta de que durante dieciocho meses no salí del cuarto. Pero yo recuerdo que salí una vez. Salí una vez cuando Mercedes me dijo que ya no había nada que hacer. Que ya había llegado al fondo. Entonces yo tenía un carro y lo llevé al Monte de Piedad y lo empeñé y le traje a Mercedes la plata y le dije, mira, aquí tienes como para diez años... Y duró tres meses. Y seguía escribiendo. Recuerdo que en mitad de camino el dueño de la casa llamó a Mercedes y le dijo, "señora, ustedes me deben tres meses de casa". Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, "¿cuánto tiempo te falta para terminar el libro?" y yo le dije, "como seis meses". Y entonces ella le dijo, "Mire, señor, no sólo le debemos tres meses, sino que le vamos a deber seis más". Y entonces el tipo le dijo, "¿y dentro de siete me pagan todo?" y dijo ella, "sí, todo" Y él respondió, "si usted me da su palabra, yo no tengo ningún inconveniente en esperarla". Y Mercedes tapó el teléfono y me dijo, "¿palabra?", y yo le dije, "mi palabra de honor". ¿Y tú sabes que a los siete meses fuimos y le pagamos todo? No por Cien Años de Soledad, porque yo terminé, y en un mes, traía tal perrenque en la mano, que me puse a trabajar después en publicidad y pudimos pagar todo eso. Pero cuando yo terminé Cien Años de Soledad, ya me había escrito la Editorial Suramericana y me había pedido... La Editorial Suramericana me escribió diciéndome que había leído todos mis libros y que tenían interés en reeditármelos. Y entonces yo les contesté diciéndoles que no podía porque tenía compromisos con otros editores. Pero en cambio, en septiembre terminaría un libro en el cual yo tenía mucha fe. Y que no tenía ningún inconveniente en dárselo a ellos. Y entonces ellos me dijeron que muy bien, que estaban de acuerdo, que contrataban ese libro. Lo contrataron y me mandaron con el contrato quinientos dólares de anticipo. Y el día que lo terminé nos fuimos al correo Mercedes y yo. Eran setecientas páginas. Entonces lo pesaron y dijeron que costaba ochenta y tres pesos, de México a la Argentina, y Mercedes me dijo, "no tenemos sino cuarenta y cinco". Le dije, "muy fácil", partí el libro por la mitad y le dije, "péseme este libro hasta cuarenta y cinco pesos". Pesaron hasta cuarenta y cinco: quitaban hojas como quien corta carne. Cuando llegó a cuarenta y cinco pesos agarré esas hojas, las envolví, las mandé y nos quedamos con el resto. Entonces nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que le faltaba por empeñar. Era el calentador que yo usaba para escribir. Porque yo puedo escribir en cualquier circunstancia, menos con frío. El secador que usaba para la cabeza y la batidora que había usado toda la vida para hacerles los jugos de frutas a los niños y ya los niños estaban creciendo y ya no la necesitaban. Se fue con eso al Monte de Piedad y le dieron unos cincuenta pesos.
El hecho es que volvimos con el resto de la novela al correo: la pesaron y dijeron, cuesta cuarenta y ocho pesos. Mercedes pagó sus cincuenta pesos, le dieron dos pesos y yo me di cuenta, cuando salimos del correo que estaba verde de encabronamiento y me dijo: "Ahora lo único que falta es que la hijueputa novela sea mala".
 Aquí mismo se le pregunta por sus anclajes y la respuesta de Gabo es bastante reveladora de su génesis creativa:
—Hablando de su obra, hay una frontera entre la realidad y la imaginación, o la creación. Y lo primero que se me ocurre preguntarle es sobre el hielo. ¿Hasta dónde esta imagen del hielo y cuándo comenzó su imaginación?
—Yo tengo la impresión de que, hasta el momento en que escribí Cien Años de Soledad, tuve la idea de empezar de algún modo un libro, un cuento, una novela, con este episodio del hielo. Más aún: el personaje del viejo que lleva al niño de la mano, es un personaje que se repite constantemente en mis libros. En La Hojarasca, que es mi primera novela, el principio es exactamente el de un niño que lo visten con un vestido de pana verde, que le aprieta un poco, que le aprieta en las piernas y lo llevan a ver un muerto. Que es exactamente la imagen que yo me acuerdo de mi abuelo que me llevaba a misa los domingos. Y yo siempre tuve la impresión de que estaba trampeando un poco, porque a través de todos mis libros, de mis cuentos, hay un viejo que lleva al niño y lo lleva a ver un muerto y lo lleva de paseo y lo lleva al cine... Mi abuelo me llevaba siempre al cine y yo tenía la impresión de que no había llegado exactamente a la almendra del problema, hasta cuando llegué a Cien Años de Soledad, donde lo lleva a conocer el hielo. Y era exactamente el punto donde yo había estado tratando de llegar desde que tenía, no sé, tenía... cuatro o cinco años. Creo que ni siquiera sabía hablar cuando conocí el hielo[1].
“Cuando empieza a circular Cien años de soledad aquel lunes 5 de junio (martes 6 de junio para el investigador Don Klein en otro libro necesario: Gabriel García Márquez, una bibliografía descriptiva) sólo faltaba una cosa, el plebiscito a favor de los lectores, y éste se produce más rápido de lo que nadie hubiera sospechado: a los 15 días se agota la primera edición. Poco importó que su aparición hubiera coincidido con la invasión de Israel a Egipto, un asunto bastante sensible para los argentinos, no sólo porque ese tipo de conflictos alborotaba, en plena Guerra Fría, los temores de una tercera conflagración mundial, sino también por la importancia de la colonia judía en Buenos Aires, una de las más grandes del mundo. Pudo más el naciente "realismo mágico": la gente acudía enfebrecida a comprar la novela del desconocido escritor colombiano que, según anunciaba la publicidad en un diario, hablaba de la selva, la guerra, las pasiones, la construcción de un mundo, la historia de Macondo desde su fundación hasta la muerte del último Buendía, y sólo costaba 650 pesos”.
Estos son los avatares de los momentos culminantes de su publicación. Gabo es uno de los pocos premios nobel, que seguirá publicando obras después de recibir el premio tan grandes como “Cien años de soledad”. Es necesario hablar de ellas también. En una entrada continuaremos con el análisis de la obra novela por novela.