Como es costumbre en
este blog, cuando leemos una columna que amerita ser publicada por ser un
aporte lúcido al tema que nos convoca, en este caso todo lo que gire alrededor
de ese gran escritor Juan Rulfo en su aniversario, lo hacemos con el único
animo de promover su lectura y ampliar la resonancia sobre una obra excepcional
en la literatura universal.
RESEÑA DEL LIBRO 'HABÍA MUCHA NEBLINA
O HUMO O NO SÉ QUÉ' DE LA MEXICANA CRISTINA RIVERA GARZA
POR: MAURICIO BECERRA
31 DE MAYO 2017 , 05:33 P.M.
DecíaRulfo–o dicen que decía, como pasa con los
rumores– que escribía para dos o tres amigos, y nada más. Incluso, dicen que lo
llegó a asegurar en una entrevista, cuando se celebraban treinta años de la
publicación dePedro Páramo, la novela (la única)
que lo encumbraría en lo más alto de las letras latinoamericanas. “Nunca me
imaginé el destino de esos libros. Los hice para que los leyeran dos o tres
amigos o, más bien, por necesidad”.
El destino quiso, sin embargo, que esos libros (en realidad dos,Pedro PáramoyEl llano en llamas) llegaran un buen día a las manos de
Cristina Rivera Garza para que ella, también movida por la necesidad –la
necesidad de estremecer a otros con la misma intensidad con la que la obra deRulfola había estremecido a ella–,
escribieraHabía mucha neblina o humo o no sé qué,una especie de biografía y relato de
ficción sobre el autor más importarte de las letras mexicanas del siglo XX; un viaje íntimo construido a
partir de la evocación y el reportaje; un homenaje cargado de una hermosa
gramática sentimental que se une a la celebración del centenario del nacimiento
del autor dePedro
Páramo.
Escribe Rivera Garza:
“–Siento que he estado con usted una vida entera –murmura a medida que coloca
el pie sobre el borde inferior de la puerta.
–Y así ha sido –le dice él, le dice Juan N. Pérez V. mientras sostiene la
puerta abierta e inclina la cabeza hacia el piso”. Digamos
queHabía mucha neblina o humo o no sé quéson en realidad tres libros
en uno. El primero vendría a ser el libro en el que la autora se regala el
privilegio de estar al lado de JuanRulfopara convertirse ella misma (casi) en
un personaje más dentro del universo rulfiano. El segundo sería el libro
histórico sobre el México flamante y poderoso de las carreteras y los programas
de industrialización que terminarían castigando al mundo rural, ese que a
juicio de Rivera Garza (y de tantos otros) acabaría por nutrir en definitiva la
obra deRulfo. Y el tercero, la biografía tradicional
donde se arrojan datos puntuales como que JuanRulfose llamaba en realidad Juan
Nepomuceno Carlos PérezRulfoVizcaíno, y que era natural de
Jalisco, y que era huérfano de padre y madre, y que amaba el alpinismo, y la
fotografía, y la literatura nórdica, y etcétera.
Tres libros en uno, sí. Aunque quizás son más. Todos entrelazados, ligados y
yuxtapuestos.
Ya desde la contratapa Rivera Garza advierte por dónde correrá el río para que
después nadie trate de pescar en aguas revueltas:“Cada
quien tiene suRulfoprivado”, escribe. “El mío, miRulfomío de mí, está tan interesado
en escribir una obra como preocupado por ganarse la vida”.La
intención, entonces, era escribir sobre elRulfoque
la ha acompañado durante toda la vida, sacarlo de la maleta del tiempo,
rendirle un homenaje en la antesala de su centenario.Que
la Fundación JuanRulfohaya descalificado
recientemente el libro de Rivera Garza, al considerarlo difamatorio, se entiende
poco.
“Hay muchos años de trabajo y cariño detrás de Había mucha neblina o humo o no
sé qué. Más que un libro sobreRulfo–lo he dicho ya varias veces en
presentaciones y entrevistas– es un libro que, moviéndose alrededor o a través
deRulfo, invita al lector
a tocar el territorio de un país en vilo”, escribió hace poco Rivera Garza en
una carta a propósito del boicot y la censura. “Lean, cotejen, comparen,
contrasten, regresen, subrayen, anoten, debatan –si fuera de su
interés–disientan –si ese fuera el caso–. Las páginas son todas suyas. Supongo
que es así que los libros van armando sus propias esferas de afecto”, remata.Bienvenidos,
pues, alRulfo‘nuestro de nosotros’.
El mejor homenaje a
“Cien de de Soledad” es volver a leerla, disfrutar y rumiar la infinidad de
historias amalgamadas en una saga familiar, la de los Buendía, que constituyó
una revolución sin precedentes para a literatura latinoamericana y las letras
universales. La impresión que recibieron sus amigos que tuvieron el privilegio
de leer algunos capítulos de manera anticipada: Carlos Fuentes, Álvaro
Mutis, Plinio Apuleyo, sigue vigente en
cada nuevo lector que se acerca al texto, asombro, absoluta estupefacción, frente a una obra que renovó la
novela Latinoamericana y constituyó una revolución sin precedentes para la literatura universal.
Desde los 17 años fue construyendo su gran obra,
cargado del mundo mítico narrado por su abuelo y Tranquilina su esposa, las tías Wenefrida, Elvira, Francisca, su prima hermana Sara Márquez, su hermana Margot, historias contadas con absoluto desparpajo como
una realidad más del mundo pese a lo increíbles, sumado a su amor precoz por la lectura, fue un lector de poesía, conoció todo el romancero
español, la poesía colombiana, la novela, de la mano de una obsesión por la escritura, que le sirvieron al final para escribir una obra
inmensa, inconmensurable desde la perspectiva estética, de manera lenta, puliéndola todos los días en su
imaginario en medio de muchas horas de lecturas infatigables.
Las primeras novelas “La
hojarasca”, “La mala hora", “El coronel no tiene quien le escriba”, los cuentos anteriores a 1967, sus primeros pasos como periodista y cronista, constituyen una
anticipación a “Cien años de soledad” su gran novela. Como lector va desatornillando
las grandes obras de la literatura universal para saber como están
escritas, para encontrar los secretos que le sirvan en su trabajo, de la mano
de Faulkner, John Doss Pasos, Virginia Wolf, Kafka, Rulfo, Hemingway, del
periodismo norteamericano, de sus obsesiones literarias que son muchas, que lo irán formando como escritor.
En las
biblioteca digital de la Luis Ángel Arango de Bogotá hay texto con una síntesis
del momento exacto en que decide sentarse a escribir “Cien años de soledad”
después de tantos años de estarla construyendo en su mente: “Todo parece
indicar que luego de concluir “La mala hora”, García Márquez sufrió un serio
bloqueo de sus facultades literarias. Hasta 1964 otros asuntos le impidieron
dedicarse a la creación de literatura. El bloqueo terminó durante el trayecto
de Ciudad de México a Acapulco, cuando, al volante de su Opel, tuvo la
repentina visión de la novela que hacía tiempo se estaba gestando en su
interior. La historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de
Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe,
constituiría un rescate de la historia por la conciencia mítica colectiva, y
una extensa alegoría de la condición humana, del significado del tiempo y de la
escritura como alquimia. De regreso en el Distrito Federal, escribiendo ocho y
más horas diarias, mientras Mercedes se ocupaba de sostener el hogar, a lo
largo de dieciocho meses en los que acumuló grandes deudas, García Márquez dio
forma a Cien años de soledad
(1967), que habría de significarle un éxito tan inmediato cuanto
insospechado, con premios en Francia e Italia y récords de ventas en el mundo
entero”.
Gabo lo cuenta mejor: “Desde el 65 al 67. Fue una época estupenda. Es
decir, una época que no era fácil porque no teníamos dinero, pero en cambio,
una época muy buena, porque yo estaba escribiendo como un tren, que es lo mejor
que le puede suceder a un escritor. Entonces cuando yo vi que Cien Años
de Soledad venía y que no la paraba nadie, le dije a Mercedes,
"tú te haces cargo de este asunto". Ella, por supuesto, no lo pensó
dos veces. Es curioso que mis hijos, ahora, yo les pregunto por esta época y
ellos me recuerdan como a un hombre que estaba encerrado en un cuarto, que no
salía nunca...Y yo tenía la impresión de que era el
ser humano más humano y más sociable del mundo. Y ahora me doy cuenta de que
durante dieciocho meses no salí del cuarto. Pero yo recuerdo que salí una vez.
Salí una vez cuando Mercedes me dijo que ya no había nada que hacer. Que ya
había llegado al fondo. Entonces yo tenía un carro y lo llevé al Monte de
Piedad y lo empeñé y le traje a Mercedes la plata y le dije, mira, aquí tienes
como para diez años... Y duró tres meses. Y seguía escribiendo. Recuerdo que en
mitad de camino el dueño de la casa llamó a Mercedes y le dijo, "señora,
ustedes me deben tres meses de casa". Y Mercedes tapó el teléfono y me
dijo, "¿cuánto tiempo te falta para terminar el libro?" y yo le dije,
"como seis meses". Y entonces ella le dijo, "Mire, señor, no
sólo le debemos tres meses, sino que le vamos a deber seis más". Y
entonces el tipo le dijo, "¿y dentro de siete me pagan todo?" y dijo
ella, "sí, todo" Y él respondió, "si usted me da su palabra, yo
no tengo ningún inconveniente en esperarla". Y Mercedes tapó el teléfono y
me dijo, "¿palabra?", y yo le dije, "mi palabra de honor".
¿Y tú sabes que a los siete meses fuimos y le pagamos todo? No por Cien
Años de Soledad, porque yo terminé, y en un mes, traía tal perrenque
en la mano, que me puse a trabajar después en publicidad y pudimos pagar todo
eso. Pero cuando yo terminé Cien Años de Soledad, ya me había
escrito la Editorial Suramericana y me había pedido... La Editorial
Suramericana me escribió diciéndome que había leído todos mis libros y que
tenían interés en reeditármelos. Y entonces yo les contesté diciéndoles que no
podía porque tenía compromisos con otros editores. Pero en cambio, en
septiembre terminaría un libro en el cual yo tenía mucha fe. Y que no tenía
ningún inconveniente en dárselo a ellos. Y entonces ellos me dijeron que muy
bien, que estaban de acuerdo, que contrataban ese libro. Lo contrataron y me
mandaron con el contrato quinientos dólares de anticipo. Y el día que lo
terminé nos fuimos al correo Mercedes y yo. Eran setecientas páginas. Entonces
lo pesaron y dijeron que costaba ochenta y tres pesos, de México a la Argentina,
y Mercedes me dijo, "no tenemos sino cuarenta y cinco". Le dije,
"muy fácil", partí el libro por la mitad y le dije, "péseme este
libro hasta cuarenta y cinco pesos". Pesaron hasta cuarenta y cinco:
quitaban hojas como quien corta carne. Cuando llegó a cuarenta y cinco pesos
agarré esas hojas, las envolví, las mandé y nos quedamos con el resto. Entonces
nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que le faltaba por empeñar. Era
el calentador que yo usaba para escribir. Porque yo puedo escribir en cualquier
circunstancia, menos con frío. El secador que usaba para la cabeza y la
batidora que había usado toda la vida para hacerles los jugos de frutas a los
niños y ya los niños estaban creciendo y ya no la necesitaban. Se fue con eso al Monte de Piedad y le dieron
unos cincuenta pesos.
El hecho es que
volvimos con el resto de la novela al correo: la pesaron y dijeron, cuesta
cuarenta y ocho pesos. Mercedes pagó sus cincuenta pesos, le dieron dos pesos y
yo me di cuenta, cuando salimos del correo que estaba verde de encabronamiento
y me dijo: "Ahora lo único que falta es que la hijueputa novela sea
mala".
Aquí mismo se le pregunta por sus anclajes y
la respuesta de Gabo es bastante reveladora de su génesis creativa:
—Hablando de su obra,
hay una frontera entre la realidad y la imaginación, o la creación. Y lo
primero que se me ocurre preguntarle es sobre el hielo. ¿Hasta dónde esta
imagen del hielo y cuándo comenzó su imaginación?
—Yo tengo la impresión
de que, hasta el momento en que escribí Cien Años de Soledad, tuve
la idea de empezar de algún modo un libro, un cuento, una novela, con este
episodio del hielo. Más aún: el personaje del viejo que lleva al niño de la
mano, es un personaje que se repite constantemente en mis libros. En La
Hojarasca, que es mi primera novela, el principio es exactamente el de un
niño que lo visten con un vestido de pana verde, que le aprieta un poco, que le
aprieta en las piernas y lo llevan a ver un muerto. Que es exactamente la
imagen que yo me acuerdo de mi abuelo que me llevaba a misa los domingos. Y yo
siempre tuve la impresión de que estaba trampeando un poco, porque a través de
todos mis libros, de mis cuentos, hay un viejo que lleva al niño y lo lleva a
ver un muerto y lo lleva de paseo y lo lleva al cine... Mi abuelo me llevaba
siempre al cine y yo tenía la impresión de que no había llegado exactamente a
la almendra del problema, hasta cuando llegué a Cien Años de Soledad, donde
lo lleva a conocer el hielo. Y era exactamente el punto donde yo había estado
tratando de llegar desde que tenía, no sé, tenía... cuatro o cinco años. Creo
que ni siquiera sabía hablar cuando conocí el hielo[1].
“Cuando empieza a
circular Cien años de soledad aquel lunes 5 de junio (martes 6 de junio para el
investigador Don Klein en otro libro necesario: Gabriel García Márquez, una
bibliografía descriptiva) sólo faltaba una cosa, el plebiscito a favor de los
lectores, y éste se produce más rápido de lo que nadie hubiera sospechado: a
los 15 días se agota la primera edición. Poco importó que su aparición hubiera
coincidido con la invasión de Israel a Egipto, un asunto bastante sensible para
los argentinos, no sólo porque ese tipo de conflictos alborotaba, en plena
Guerra Fría, los temores de una tercera conflagración mundial, sino también por
la importancia de la colonia judía en Buenos Aires, una de las más grandes del
mundo. Pudo más el naciente "realismo mágico": la gente acudía
enfebrecida a comprar la novela del desconocido escritor colombiano que, según
anunciaba la publicidad en un diario, hablaba de la selva, la guerra, las
pasiones, la construcción de un mundo, la historia de Macondo desde su
fundación hasta la muerte del último Buendía, y sólo costaba 650 pesos”.
Estos son los avatares
de los momentos culminantes de su publicación. Gabo es uno de los pocos
premios nobel, que seguirá publicando obras después de recibir el premio tan
grandes como “Cien años de soledad”. Es necesario hablar de ellas también. En
una entrada continuaremos con el análisis de la obra novela por novela.