Siempre leo con mucha asiduidad el blog de Sergio Ramírez en
Boomerang Literario del periódico “El País” de España. Sus artículos, además de
estar bien escritos, estamos frente a un escritor mayor, cumplen con una tarea de divulgación y crítica memorable, constituyen
un bálsamo, una buena conversación. Cuando me encuentro con esos artículos
especiales, siempre deseo replicarlo en este blog para que mis lectores lo
disfruten
Rubén Darío fue un músico que como él mismo dice vivía "loco de
armonía". No lo ocultaba. En su novela inconclusa El oro de
Mallorca, el protagonista es un famoso compositor latinoamericano, Benjamín
Itaspes, pero de inmediato reconocemos que se trata de él mismo, disfrazado así
para hacer una confesión autobiográfica, amarga y triste. O más bien que un
disfraz, es su verdadera alma la que muestra en esos capítulos. El alma del
músico que siempre cargó con su piano Pleyel, y que terminó perdiendo en una
casa de empeño, agobiado por las deudas.
Su preferido entre los personajes de la mitología griega es Orfeo, músico, y
entre los dioses del panteón latino, Pan, músico también. Y su poesía que más
nos gusta, la que entra por el oído, es pura música, sino oigamos los compases
que tiene la Marcha Triunfal, clarines, trompas de guerra, y donde los timbales
marcan el ritmo en el desfile de los vencedores.
Y aquel poema A Margarita: ¿Recuerdas que querías ser una
Margarita/
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,/ cuando cenamos juntos, en la primera cita,/ en una noche alegre que nunca volverá...tiene la medida y la cadencia de un tango. Sin olvidar que Borges escribió letras de milongas, a las que Piazzola puso música.
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,/ cuando cenamos juntos, en la primera cita,/ en una noche alegre que nunca volverá...tiene la medida y la cadencia de un tango. Sin olvidar que Borges escribió letras de milongas, a las que Piazzola puso música.
Pero contra lo que alguien pudiera pensar, en la prosa tiene que haber música,
y el que escribe en prosa debe tener oído musical, para la melodía y para el
ritmo. Esto podría parecer contradictorio en mi caso, pues mi tío Alberto
Ramírez, chelista y compositor de boleros, nos declaró sordos a mi hermana
Luisa y a mí tras sus esfuerzos frustrados en enseñarnos solfeo. Quizás era el
horario de las lecciones. Las dos de la tarde es la peor hora para enseñar a
solfear, igual que para aprender mecanografía, en lo que también fracasé, pues
nunca aprendí a escribir con todos los dedos, como Dios manda, sino que me
quedé usando los dos índices que picotean en el teclado, un anacronismo en esta
era de los dedos pulgares.
Desde entonces he inventado la teoría, muy a mi favor, que hay dos oídos, el
que reproduce entonando, en lo cual confieso mi sordera, pues si me atrevo a
cantar lo hago en un solo tono, y el oído que oye y puede recordar un quinteto
de cuerdas o una sinfonía a la primera frase, el mismo oído que distingue los
compases de un tango o de un bolero y reconoce cada instrumento en un
concierto, y sobre todo, el que me da la medida al escribir.
Vengo de una familia de músicos, abuelo y tíos paternos, todos miembros de una
orquesta, y esa es mi vena artística, mi punto de partida. No me son extraños
los monótonos ejercicios de clarinete de mi tío Carlos José en las tardes
tranquilas de Masatepe, ni la figura de mi abuelo Lisandro inclinado sobre el
papel pautado que el mismo rayaba con un curioso instrumento de cinco filos al
que llamaba "pata", componiendo tal como se lo dictaba su cabeza,
porque nunca pudo ser dueño de un piano.
Músicos pobres, pero que hallaban siempre felicidad en los "toques"
esos viajes a caballo por los pueblos vecinos tocando en las misas de gloria,
los rosarios rumbosos y las procesiones, lo mismo que en las barreras de toros
y en bailes de gala; o ponían serenatas persiguiendo amoríos.
La literatura se emparenta, pues, con la música, o mejor dicho, ambas comparten
la misma sustancia. Y un buen ejemplo es el nicaragüense Carlos Mejía Godoy,
quien recibe este mes en Las Vegas el premio Grammy Latino que le ha sido
otorgado en reconocimiento a su carrera de compositor, palabra que hay que
descomponer de manera debida, en su sentido completo: compositor es el que crea
música y letra. Es decir, un artista que saber oír, y sabe escribir. Y al
escribir, lo hace en pocas líneas, para lo cua se precisa de maestría.
La polvareda que despertó la concesión del premio Nobel de Literatura a Bob
Dylan aún no se asienta, y yo siento que Leonard Cohen se haya muerto sin recibirlo.
Si se trata de premios literarios, además de musicales, como el Grammy, Carlos
Mejía Godoy merecería más de uno, igual que Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina,
Silvio Rodríguez o Pablo Milanés. Todos ellos son poetas de la altura de
Jacques Prévert que escribió la letra de Hojas muertas, o el poema
que fue a dar a la canción. Un poema que cubre toda la melodía, igual que Volvió
una noche de Alfredo Lepera, en la voz de Carlos Gardel.
Conocí a Carlos en León, en 1960. Yo estudiaba derecho, y él llegó a estudiar
medicina. Recuerdo un viaje que hicimos una noche a la playa de Poneloya a
bordo de un jeep sin techo, de aquellos de la segunda guerra mundial, los dos
atrás, hablando de música. Para entonces él empezaba a componer y yo a escribir,
dos caras de la misma moneda, y él asegura que critiqué mal una de sus
canciones primerizas. Cada vez que me lo recuerda, entre risas, yo prefiero
responderle que ese episodio nunca existió.
La imagen de Carlos es inseparable de su acordeón, pero entonces tocaba también
el serrucho, al que sacaba arpegios de película de vampiros. Su obra empezaba
apenas a crecer, y hoy sus centenares de canciones tocan sentimientos de
nostalgia y rebeldía que componen lo que podría llamarse el alma nacional de
Nicaragua. Él le puso música y letra a la revolución, sin cuya música aquella
gesta de todos no se explica, como tampoco se explica sin la poesía de Ernesto
Cardenal.
Bastaría la Misa Campesina para que su obra quedara en la memoria. La grabación
de 1979 en la que entra la Orquesta Sinfónica de Londres, con las voces de
Miguel Bosé, Ana Belén, Sergio y Estibaliz, hay que oírla siempre.
Carlos es un poeta con los dedos en las teclas del acordeón.