domingo, 27 de mayo de 2007

ENRIQUE CORTES




Ver en la muerte el sueño, en el ocaso /un triste oro, tal es la poesía/Que es inmortal y pobre. La poesía/Vuelve como la aurora y el ocaso.BORGES Arte poética

La columna escrita por William Ospina en la revista Cromos, con relación a una reciente biografía de Estanislao Zuleta, me recordó a Enrique. Dice William con absoluta firmeza que “Hay ciertos hombres, vistosos, ingeniosos, elocuentes, sabios, ocurrentes, traviesos, disparatados, heroicos o malignos a los que sólo se conoce bien si se los oye hablar, si se nos cuentan sus anécdotas, sus epigramas, sus sentencias se pierden, pues no publican.” Este es el caso de Enrique, quien desde hace más de veinte años cumple una labor silenciosa y constante en la promoción de la buena lectura y la divulgación de la cultura a través de opiniones lucidas, inteligentes, certeras, llenas de picardía, escepticismo y quien por una decisión muy propia de su actitud frente a la vida, ha decidido no publicar por ahora. Recordé leyendo la columna a un personaje citado por Vargas Llosa en sus memorias, que solía admirar todo el mundo en Lima por sus opiniones inteligentes, cultura, el cual gozaba de auditorio propio y que hoy nadie recuerda muy a pesar de haber sembrado la semilla de la escritura en muchos hombres importantes para las letras Peruanas. Bioy Casares (citado también por William) publicó en un libro extenso, como un diario de una relación personal, las conversaciones y la bitácora de su amistad con Borges. La lectura incomoda de este texto, por el tamaño del libro, de igual manera me incita pensar como deberíamos llevar una relación de algunas conversaciones inteligentes que caen irremediablemente en olvido. El texto en mención, vuelve a traernos las sentencias y juicios inteligentes del escritor Argentino. Enrique para el caso, es un Tolimense, con un humor y cultura inagotable, de sentencias cargadas de ironía, con una conversación exquisita y atenta; con cierto dejo y pesimismo, cuando se trata de opinar sobre los avatares de la vida nacional. Desde hace veinte años, nos aconseja lecturas y nos presenta autores nuevos que siempre resultan muy importantes. Hace doce años me entregó un libro de un autor que a su juicio seria vital paras las letras universales y que para su criterio no se le daba la importancia que merecía. Lo leí y empecé a seguirlo; el autor no era otro que Saramago y el libro “Historia del cerco de Lisboa”. De la misma manera y con suficiente anticipación me entregó a Bufalino, para citar dos ejemplos del ojo crítico y su permanente búsqueda. Conozco muchos poemas de Enrique, hermosos, como implacables interrogantes abiertos a mil lecturas, bellos aforismos poéticos escritos a lo largo de muchos años, que desearíamos ver publicados y que esperamos nuestro amigo consienta en hacerlo muy pronto.


EL PLAGIO LAS COMILLAS Y LA MUERTE DEL AUTOR


Hace más de veinte años leí un escrito del filósofo Colombiano Rubén Sierra sobre las comillas y el papel que jugaban en el ensayo. El autor dejaba en claro, que con este recurso se podría citar la totalidad del quijote y agregar algún comentario al margen sin caer en el pecado del plagio. El dominical del semanario Argentino el Clarín de la pasada Semana, se refirió al plagio frente al universo avasallador de la información en Internet, que va reduciendo al autor a su mínima condición y que de cierta manera es absolutamente legítimo. Para este articulo encontré la siguiente cita, en tres autores diferentes, que no se tomaron la molestia de reconocer algún autor de origen, y en cambio, cada uno, la asume como propia, dentro de contextos muy diferentes: “Freud no es simplemente el autor de La interpretación de los sueños o de El chiste y su Relación con lo Inconsciente, y Marx no es simplemente el autor del Manifiesto Comunista o El Capital: ambos establecieron la infinita posibilidad del discurso.”(Cita, que si mi memoria no me falla, es de Foucault, en las palabras y las cosas). Foucault, trato el tema desde un marco estrictamente filosófico y desde la perspectiva del poder en relación con los discursos. El análisis, como lo deja ver Giorgio Agamben (Profanaciones, Anagrama, 2005), establece que “el autor, como persona con cara y ojos que escribe o practica cualquier otra forma de creatividad cultural, sería para Foucault necesario pero irrelevante. Lo que sería relevante para Foucault sería lo que denominaba la función-autor que “caracteriza el modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos discursos en el interior de la sociedad”. Esta función-autor tendría para Foucault diversas características según refiere Agamben en el ensayo correspondiente al Autor de la obra citada.” Se agrega delante de manera magistral que “un particular régimen de apropiación que sanciona el derecho de autor”. Pero también hay que entender esta función como un conjunto de posibilidades como la de “distinguir y seleccionar los discursos en textos literarios y científicos”, como la de “autentificar los textos constituyéndolos como canónicos”, como la de “dispersar la función enunciativa en una variedad de sujetos” o como la de “construir una “función transdisciplinar que hace del autor un instaurador de discursividad.” Ahora para Marx y Freud, como "iniciadores de prácticas discursivas", no sólo hicieron posible un cierto número de analogías que podían ser adoptadas por textos futuros, sino que también, y con igual importancia, hicieron posible un cierto número de diferencias. Abrieron un espacio para la introducción de elementos ajenos a ellos, los que, sin embargo permanecen dentro del campo del discurso que ellos iniciaron. El autor de carne y hueso, ese que desde la óptica de la creación, se compara con el genio y compite con Dios en la posibilidad de crear universos discursivos, va desapareciendo, “autores de carne y hueso querríamos ser meros testigos de la naturaleza “divina” del genio como principio engendrador, tendríamos que desaparecer como propietarios de nuestra obra y convertirnos en simples intermediarios de la gracia, por usar una palabra corriente en nuestra cultura mística, de la misma forma que el sacerdote es un intermediario con la divinidad. Si lo que queremos es ser propietarios de nuestra obra y cobrar esos derechos de autor que dan fe de nuestra autoría, entonces perjudicamos a la función-autor y nos interponemos en la libre composición, descomposición y recomposición de la ficción.” Además como lo establece el mismo autor de la cita, el subrayado de el autor como instaurador de discursividad añade a la necesidad manifestada por de Chandler de sentirse alguien único, la aspiración a que esa unicidad sea inaugural. Y, sin embargo, esa esperanza es vana para un postestructuralista.  Foulcault añadió en una conferencia que “el autor es un determinado principio funcional a través del cual, en nuestra cultura, se limita, se selecciona; en una palabra: es el principio a través el cual se obstaculiza la libre composición, descomposición y recomposición de la ficción.”. A esto se le agregaría que hay discursos absolutamente desagregados de alguna autoría específica. Mi sobrino, a quien le pusieron una tarea sobre la molécula, me dijo con una seguridad implacable después de copiarla en su totalidad de internet: “ Que podría agregarle yo a este articulo científico y el cual sera siempre el mismo……nada…simplemente copiarlo.

GABRIEL GARCIA MARQUEZ



Es difícil decir algo nuevo del Nobel Colombiano, pues el aniversario múltiple que celebra el mundo (de su nacimiento, de la publicación de su primer cuento, de la publicación de “cien años de soledad, del Nobel), se ha encargado de recopilar información y divulgar estudios hasta el exceso. Es preciso como simple lector, realizar un reconocimiento inmenso, a quien nos ha brindado tan gratas horas de placer con una obra rica en imágenes y de un encanto inagotable. Su convicción de que toda buena novela, lo es en función de dos circunstancias simultáneas: ser una transposición poética de la realidad y una suerte de adivinanza cifrada del mundo, se cumple a cabalidad en su obra. Benedetti en un estudio, que poco se menciona, tal vez por el infinito universo de los mismos, frente al mítico encumbramiento de lo real maravilloso de su obra, hace un paralelo con el mundo de Santa Maria de Onetti y Yoknapatawpha de Fulkner, que “no obstante, de esos tres puntos claves de la geografía literaria americana, tal vez sea Macondo el que mejor se imbrica en un paisaje verosímil, en un alrededor de cosas poco menos que tangibles, en un aire que huele inevitable-mente a realidad; no, por supuesto, a la literal, fotográfica, sino a la realidad más honda, casi abismal, que sirve para otorgar definitivo sentido a la primera y embustera versión que suelen proponer las apariencias. “ No existe mejor historia de Colombia, que la narrada por Gabo en “cien años de Soledad “. Allí está reflejada de forma sublime la violencia, los partidos políticos, la mitología omnisciente del imaginario de la costa Caribe, que no solamente identifica a un pueblo entero sino es una contraposición a la simbólica representación de nuestra realidad y muy al contrario a los mundos de Yoknapatawpha y Santa María, en Macondo, son prolongaciones, excrecen-cias, involuntarios anexos de cada ser en particular. El paraguas o el reloj del coronel (en El coronel no tiene quien le escriba), las bolas de billar robadas por Dámaso (en En este pueblo no hay ladrones), la jaula de turpiales construida por Baltazar (en La prodigiosa tarde de Baltazar), los pájaros muertos que asustan a la viuda Rebeca (en Un día después del sábado), el clarinete de Pastor (en La mala hora), la bailarina a cuerda (en La hojarasca), pueden ser obviamente tomados como símbolos, pero son mucho más que eso: son instancias de vida, datos de la conciencia, reproches o socorros dinámicos, casi siempre testigos implacables.”La obra de Gabo, que empieza a crearse 19 años antes de su nacimiento, exactamente el 19 de octubre de 1908 en un pueblecito llamado Barrancas, donde los abuelos de Lisandro Pacheco y nuestro Nobel, como José Arcadio y Prudencio Aguilar, asumieron con un duelo a muerte, zanjar las diferencias suscitadas en la gallera, empezando con ello a forjar entre realidad y mito el rompecabezas de lo que sería la construcción literaria más importante después del quijote en el mundo Hispano. Gracias, es la única palabra que cabe frente a una obra que nunca acabaremos de leer y la que despierta en el mundo un encantamiento sin límites.