viernes, 29 de febrero de 2008

QUE LEER

Existe para el lector acucioso una angustia permanente por el exceso de publicaciones que definitivamente hacen que nuestra lecturas sean siempre un ejercicio tardío, frente al cumulo de libros que nos ofrece el mundo editorial y mantenemos por ello, una angustiosa sensación por llegar siempre tarde a los buenos libros. Un dato del 2002 confirma este anacronismo. En España para 2002 se registraron 69.893 títulos en el ISBN, 3.725 libros en el apartado de prosa y, por tanto, unas 2.000 novelas (cinco al día). Añadiremos como dato comparativo curioso que en el apartado de «Literaturas anglosajonas traducidas» los incrementos son todavía más espectaculares: 1.016 en 1982, 2.084 en 1992 y 3.702 en 2002. Está claro que muy pocos libros pasaran la sentencia implacable del tiempo, mas en el caso de la novela. Las formulas se repiten y existe una lucha tenaz por el éxito de mercado más que por la calidad. La creación como tal está en crisis. Ahora resulta contundente la sentencia de Borges en superstición ética del lector: “La condición indigente de nuestras letras, su incapacidad de atraer, han producido una superstición del estilo, una distraída lectura de atenciones parciales. Los que adolecen de esa superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis. Son indiferentes a la propia convicción o propia emoción: buscan tecniquerías (la palabra es de Miguel de Unamuno) que les informarán si lo escrito tiene el derecho o no de agradarles.” El caso de España es preocupante, existe un boom de publicaciones y un auge editorial que no conesta con la calidad. Ahora en la península se ha recurrido a la formula de los premios para imponer obras en el mercado y el artista, el creador como tal, parece más preocupado por las intransigencias del mercado y la publicidad que por su obra. Para esta época resultaría anacrónico un Joyce, Proust o cualquiera de los genios de la literatura de principios del siglo XX. Colombia, realmente con la excepción de algunos escritores muy serios como William Ospina, el fallecido Germán Espinoza no presenta ningún escritor de la talla de García Márquez o de Mutis, (situación lógica, pues los genios no se dan por generación espontanea, lo preocupante es que nos traten de imponer escritores a base de mercadeo) y más bien estamos en una época de muchas publicaciones y poca calidad. En un blog denominado “ Dubon.es “ su autor establece con acierto que: La calidad de una obra depende del talento y la inspiración, de los motivos que impulsaron al autor a escribirla, de su técnica narrativa, de su cultura, de su personalidad, de la época en que vive..., de cientos de ingredientes que han de figurar como fijos al "cocinar" un texto, pero que en modo alguno garantizan que el resultado final sea el apetecido por el propio escritor, ni del gusto del lector”. El mercado o mejor la editoriales, han terminado por atar a los creadores a unas formulas pre-establecidas. En donde está el genio. Harold Blom con absoluta lucidez escribió:” Nuestras confusiones en torno a los criterios canónicos para el genio se han convertido en confusiones institucionalizadas, de modo que todos nuestros juicios acerca de la diferencia entre el talento y el genio están a merced de los medios y obedecen a las políticas culturales y a sus caprichos.” La encrucijada está prefijada y la creación literaria sufre uno de sus peores momentos. Como lo señala Emerson, citado por este mismo autor.” El genio literario es difícil de definir y depende de una lectura profunda para su verificación. El lector aprende a identificar lo que él o ella sienten como una grandeza que se puede agregar al yo sin violar su integridad. Quizás la "grandeza" no esté de moda, como no está de moda lo trascendental, pero es muy difícil seguir viviendo sin la esperanza de toparse con lo extraordinario. “ Esta es la diatriba.