domingo, 3 de junio de 2018

DOS TEXTOS EMBLEMÁTICOS DE SUSAN SONTAG


Voy hablar de dos libros publicados en español hace mucho tiempo de esta excelente novelista, ensayista y pensadora Estadounidense, a la que he vuelto de nuevo: “Cuestión de énfasis” y “Estética del silencio”, volví a disfrutar una prosa exquisita, rigurosa, de una factura llevada casi a la perfección, Susan fue un hito para las letras norteamericanas y para el mundo, sus posiciones como intelectual son de mucha valía: Opinó sobre lo divino y humano, sus aportes como ensayista aún son un referente de suma importancia, no han perdido vigencia por supuesto.
“Cuestión  de énfasis” reúne varios ensayos de literatura, uno que otro de cine y sobre algunos autores de su predilección. Será siempre grato encontrarse con una escritura de tanta hondura y  sabiduría. Tomemos el primer ensayo como ejemplo. En él saltan a la vista las dotes de crítica excelsa. Se llama: “La prosa de un poeta”. Empieza con una frase lapidaría: “Yo nada sería sin el siglo XIX Ruso”, frase pronunciada por Camus en una carta de homenaje a Pasternak. Ella lo expresa de otra manera: “El siglo XIX que cambio nuestras almas fue hazaña de prosistas. Su siglo XX ha sido, casi por entero, hazaña de poetas; si bien no solo en poesía”. Ratifica adelante: “Los poetas sostuvieron las opiniones más apasionadas de su propia prosa: todo ideal de seriedad inevitablemente bulle de desprecio". Empieza a elubricar desde diferentes ópticas la relación y diferencias entre la prosa y la poesía en una época especifica, debate que tiene muchas articulaciones, realmente se ha suscitado desde hace mucho tiempo, no por ello es carente de importancia. Expresa refiriéndose al siglo XX de los poetas rusos: “Fue característico que los poetas se entregaran a una definición de poesía como un empeño de tal inherente superioridad ( la meta más eminente de la literatura, la condición más eminente del lenguaje) que toda obra en prosa se volvía una empresa inferior; como si la prosa fuese siempre una comunicación, una actividad de servicio”.  Trae a colación la posición de Tsvietáieva, dice la poesía en cuanto cúspide del empeño literario, lo cual supone  la identificación  de todo gran escrito, aunque se trate de prosa, con la poesía”. Brodski, otro gran poeta ruso lo dice de otra manera: “En contraste con el modelo más exaltado y perceptivo de la poesía (cuyo verdadero objetivo son  los objetos y los sentimientos absolutos), es obligado tener al poeta por aristócrata de las letras y al prosista por burgués o plebeyo; sí la poesía es la fuerza aérea; la prosa es la infantería”. Valery citado por la autora expresa: “La prosa es la poesía, lo que el andar a la danza: la supuesta superioridad inherente de la poesía en los románticos apenas se limita a los grandes poetas rusos”. El contraste no sólo se refiere a la velocidad, desde luego, sino a la masa: la naturaleza compacta de la poesía lírica frente a la cabal extensión de la prosa”. Un poeta casi siempre escribe en prosa sin problemas, en cambio un prosista difícilmente puede hacer poesía. “Pero el meollo sin duda no es que escribir poesía sea menos rentable que escribir prosa, sino que es singular; la marginación de la poesía y su público, lo que antaño se tenía por un oficio común como tocar un instrumento musical, parece en la intimida coto de lo difícil e intimidante”. Ya no se escribe poesía con la misma pasión ni generalización. Es tarea de muy pocos. Por eso ser poeta “Es definirse, y persistir en seguir siéndolo”. De igual manera el poeta que ejerce la actividad crítica sigue siéndolo, al prosista le es casi imposible hacer poesía.  Al final dice: “Los límites de la  prosa y la poesía se han vuelto mucho más difusos, unificados por el ethos maximilista propio del artista moderno; crear una obra que alcance sus propio extremos”. La prosa a evolucionado: impaciente, ardiente, elíptica, en general en primera persona; que a menudo emplea formas discontinuas o quebradas, y sobre todo, obra de poetas”. Remata: “La prosa de un poeta es la autobiografía del ardor”.

LA ESTÉTICA DEL SILENCIO

Así comienza: “Cada época debe reinventar para sí misma el proyecto de “espiritualidad”. (Espiritualidad = planes, terminologías, ideas sobre cómo comportarse para resolver las dolorosas contradicciones estructurales inherentes a la condición humana, a la consumación de la conciencia humana, a la trascendencia). En la época moderna, una de las metáforas más trajinadas para el proyecto espiritual es el “arte”. Una vez reunidas bajo esta denominación genérica (innovación bastante reciente), pintar, hacer música, escribir poesía, bailar, entre otras, han demostrado ser un ámbito particularmente adaptable para montar los dramas formales que acosan a la conciencia, puesto que cada obra de arte individual es un paradigma más o menos astuto que sirve para regular o conciliar estas contradicciones. Por supuesto, es indispensable renovar continuamente dicho ámbito. La meta que se adjudica al arte, cualquiera que sea, termina por surtir un efecto restrictivo cuando se la coteja con las metas más vastas de la conciencia”. El ensayo, habla del arte como expresión de conciencia, qué papel juega y como se renueva en sus objetivos frente a lo que representa la dimensión humana, en tiempos tan convulsos y diferentes?: “. El período moderno del arte comienza en el momento en que nace el “arte”. A partir de entonces, cualquiera de las actividades incluidas en él se convierte en una actividad profundamente problemática, y es lícito poner en tela de juicio no sólo todos sus procedimientos sino también, en última instancia, su derecho mismo a existir”. Remata: “La elevación de las artes a la categoría de “arte” genera el mito principal sobre el arte, a saber, el que concierne a la “naturaleza absoluta” de la actividad del artista. En su primera versión, más irreflexiva, el mito abordaba el arte como expresión de la conciencia humana: la conciencia en busca de su propio conocimiento”. El arte entonces no es simple expresión, la toma de conciencia y la posición del artista expresada en la obra v mucho más allá de lo meramente artístico. Lo dice de otra manera: “Así como la actividad del místico debe concluir en una vía negativa, en una teología de la ausencia de Dios, en un anhelo de alcanzar el limbo de lo desconocido que se alberga más allá de lo conocido, y en el silencio que se encuentra más allá de la palabra, así también el arte debe orientarse hacia el anti-arte, hacia la eliminación del “sujeto” (del “objeto”, de la “imagen”), hacia la sustitución de la intención por el azar, y hacia la búsqueda del silencio”. La crisis se traduce en muchas ópticas, expresiones y maneras de materializarse en la obra. No desconoce los problemas: “Pero la versión más moderna, en la cual el arte forma parte de una transacción dialéctica con la conciencia, plantea un conflicto más profundo, más frustrante: el “espíritu” que busca corporizarse en el arte choca con la naturaleza “material” del arte mismo. Se desenmascara la gratuidad del arte, y la misma condición concreta de los instrumentos del artista (y, sobre todo en el caso del lenguaje, su historicidad), se presentan como una trampa”. Al final, la autodestrucción, la obra, el arte y por ende el artista se niegan.
La entrada al silencio como factor fundamental de expresión también cuenta: “Rimbaud ha ido a Abisinia para enriquecerse con el tráfico de esclavos. Wittgenstein, después de desempeñarse durante un tiempo como maestro de escuela en una aldea, ha optado por un trabajo humilde como enfermero de hospital. Duchamp se ha dedicado al ajedrez. Al mismo tiempo que renunciaba de manera ejemplar a su vocación, cada uno de estos hombres proclamaba que sus logros anteriores en el campo de la poesía, la filosofía o el arte habían sido triviales, habían carecido de importancia”. El silencio no anula la obra, le da portento”. Al final no es el  silencio sino la ruptura, la toma de conciencia que implica no hablar, no expresarse, no aparece: “La finalidad característica del arte moderno, la de ser inaceptable para su público, expresa, a la inversa, que para el artista es inaceptable la presencia misma de un público, en el sentido moderno de un conjunto de espectadores voyeuristas. Por lo menos desde que Nietzsche comentó en The Birth of Tragedy que los griegos no tenían la idea del público tal como la conocemos nosotros, la de personas presentes a las que los actores hacen caso omiso, gran parte del arte contemporáneo parece sentirse estimulado por el deseo de eliminar al público del arte, empresa que a menudo se manifiesta como una tentativa de eliminar por completo el “arte”. (¿En beneficio de la “vida”?)”. Ahora con las instalaciones, con el arte conceptual, con la toma de posiciones expresadas en muchas obras de vanguardia entorno al mundo y su tragedia, el arte toma la palabra de otra manera, sienta posición.
No queda más que leer este excelente ensayo y discutir con una autor que está más viva que nunca