Siempre que me encuentro
con alguna entrevista o artículo que amerite su reproducción en este blog, lo
hago, con la simple intención de divulgarlo. El ganador del premio Goncourt,
Mathias Enard, gracias a su novela Boussole, concede para la revista Ñ de
Clarín, que es importante mis lectores conozcan, por la calidad del escritor:
Entrevista. Mathias Enard.
Ganadora del Premio Goncourt, su novela “Boussole” transcurre en una noche pero
desanda geografías y culturas.
POR MATIAS CAPELLI
Entre Europa y el mundo
árabe. Desde su primer libro, el escritor francés ubica sus ficciones en ese
trasvasamiento cultural y sus puntos de contacto.
Allá por 2001 o 2002
publiqué mi primer cuento. Era malísimo”, confiesa entre risas el escritor
francés Mathias Énard. Por aquel entonces, después de años viviendo y viajando
por Oriente Medio, se había instalado en Barcelona, ciudad en la que todavía
reside, y era uno de los editores de la revista Lateral. Fue justamente en las
páginas de dicha revista, una publicación auténticamente cosmopolita dirigida
desde mediados de los noventa por el escritor húngaro Mihály Dés, en cuyo
consejo editorial participaron, entre otros, el colombiano Juan Gabriel
Vázquez, Rodrigo Fresán, los españoles Jordi Carrión, Eloy Fernández Porta y
Robert Juan-Cantavella, en las que Enard, hasta entonces un académico y
profesor universitario especializado en la cultura de Oriente Medio, publicó
sus primeros ensayos y reseñas y, sobre todo, sus primeras ficciones, de las
que ahora reniega. Aunque al hacerlo no queda del todo claro si está ejecutando
un ademán de infinita modestia o si el recorrido hasta lograr la prosa plástica
y rítmica de la que hacen gala sus libros, hasta afilar la mirada para detectar
las primeras rajaduras sociales de lo que después se convertirá en grieta, fue
tan vertiginoso como para acontecer en pocos años.
¿Cuál es el recorrido
literario de Enard? ¿De dónde viene su fascinación por las culturas de Oriente
Medio por la lengua árabe y por el farsi? Parafraseando al protagonista de uno de
sus libros, ¿qué es lo que llevó a un joven francés de una pequeña y
tradicional ciudad blanca del oeste de Francia, sin lazos de familia ni motivo
biográfico alguno, a interesarse por la cultura árabe? Nacido a principios de
los setenta en Niort, apenas terminada la secundaria Enard se sintió subyugado
por esa cultura que mora del otro lado del Mediterráneo: primero la estudió,
después vivió durante largas temporadas en Oriente Medio luego se ganó la vida
dando clases de árabe en una universidad catalana.
“Todo empezó cuando era
alumno de la carrera de historia del arte. Me fascinó perdidamente la materia
Cultura musulmana –cuenta Enard–. Pero si lo pienso ahora, en retrospectiva,
fue todo pura casualidad.” Así –un poco por fascinación y otro poco por azar–
vinieron las clases de idioma y de literatura árabe y persa; después, los
viajes por becas e intercambios; por último, estadías de un año en El Cairo,
cuatro en Siria, luego el Líbano, hasta terminar recalando en Barcelona, ciudad
en la que vive hace más de una década y en la que aprendió a hablar un tibio
español afrancesado.
Aunque el motivo por el que
se instaló en Barcelona tuvo que ver con el trabajo de su mujer –también
profesora universitaria–, Enard explica que de entrada la ciudad le sentó muy
bien, por ese mestizaje de lenguas y culturas que la caracteriza. De hecho fue
recién en Barcelona que se dio a conocer como escritor, lejos del asfixiante y
competitivo mundillo literario parisino.
Los cruces entre Europa y
Oriente Medio con el Mediterraneo como tablero de juego, la violencia en todas
sus formas, el trasvasamiento cultural y los puntos de contacto, fueron un
abanico temático de una forma u otra desplegado desde su primer libro.
La perfección del tiro
narra en primera persona la rutina de un francotirador en un país indefinido de
Oriente Medio, puede ser Siria o el Líbano, revelando los vericuetos de su
subjetividad. Luego llegó Remontando el Orinoco , una novela amazónica que tuvo
su versión cinematográfica, À cœur ouvert , dirigida por Marion Laine, con
Juliette Binoche. Después fue el turno de un libro por encargo, un ensayo sobre
la noción de “terrorismo” al que Enard no terminaba de encontrarle la vuelta
hasta que descubrió que podía abordarlo como sátira, como un diálogo de reminiscencias
volterianas entre un maestro y su discípulo, y así surgió El manual del
perfecto terrorista . Y unos años después, en 2008, irrumpió con Zona y sacudió
la modorra de la world fiction con un texto ambicioso, en la tradición de la
gran novela europea, combinando experimentación formal con una visión
panorámica de la historia del último siglo.
“La escritura de Zona fue
un proceso arduo y complicado –recuerda Enard–. No tanto por el trabajo de
juntar el material, de investigar… Lo difícil y realmente duro fue anudar las
distintas líneas argumentales entre sí, encontrar la forma de pasar de una a
otra, armar el esqueleto de la novela.” El relato transcurre en un viaje en
tren entre Milán y Roma, un trip en tiempo real (cada página del libro equivale
a un kilómetro andado sobre rieles) propulsado por una larga frase
interminable, camaleónica, que no para, sobre la que se encabalgan, yendo y
viniendo en el tiempo, sucesos históricos y referencias culturales: del
genocidio armenio y judío hasta el que tuvo lugar en Bosnia entrada la década
del noventa, de Napoleón y Cervantes a Ezra Pound y William Burroughs, todo se
vuelve materia maleable –narrable– para las prosas de Enard, que aunque tiene
algo de monumental, no es plomiza ni marmórea, sino rítmica, sinfónica y con
ramalazos de lirismo.
“Es un texto que pide más
al lector que la novela promedio: más memoria, más conocimientos… Creo que para
Zona hay dos tipos de lectores: los que pasan de la página veinte son los que
suelen llegar hasta el final; pero hay mucha gente por otro lado que no pasa de
la página veinte”, reconoce el escritor francés. Lo llamativo es que a pesar de
ser una novela exigente con el lector, Zona logró propagarse a través de un
reguero de traducciones y premios, e instaló el nombre de Enard en el panorama
de la novela francesa contemporánea.
Luego llegaron dos libros,
traducidos y publicados en la Argentina en 2013 con motivo de su visita para la
Feria del libro, que revelaban una faceta más simple y ganchera de enard, en la
que su estilo se diluía y el relato se volvía más lineal: Calle de los Ladrones
y Habladles de batallas, de reyes y elefantes . Enard replica que eso no es
algo que, como escritor, él pueda decidir de antemano. “Cada libro tiene su
forma de ser escrito”, sentencia. Lo cierto es que, más allá de la forma, ambas
novelas tratan en última instancia sobre lo mismo: el viaje y el descubrimiento
de la alteridad.
Calle de los ladrones es un
relato de iniciación bien contemporáneo (terrorismo, Primavera árabe y crisis
económica incluida) acerca del viaje del joven Lajdar de Africa a España como
inmigrante al borde de la legalidad, persiguiendo enamorado a una chica
española pero también un futuro distinto al que tiene para ofrecerle su Tánger
natal. Por su parte, Habladles de batallas… , es una suerte de crónica novelada
sobre una visita de Miguel Angel a Constantinopla en pleno Renacimiento,
fileteada con reflexiones sobre las artes visuales, los artistas y el poder,
las diferencias culturales. Este último libro resultó un inesperado best-
séller, sobre todo en las escuelas francesas, y obtuvo en 2013 el Premio
“Goncourt des Lycéens” dado por los estudiantes secundarios franceses en 2013.
Hoy puede ser visto como una antesala, como un modesto preludio para el Premio
Goncourt de novela, el premio más importante al “libro del año” de las letras
francesas, que Enard acaba de recibir hace unas semanas por Boussole ( Brújula
), publicado por la editorial Actes Sud.
Aquellos que podían temer,
luego de leer sus últimos dos libros traducidos al español, que la narrativa de
Enard se había aguado un poco, había bajado la vara, pueden respirar aliviados.
Con sus cuatrocientas páginas, Boussole parece retomar la senda más ambiciosa
de Zona . Si esta última transcurría en una frase, en un viaje en tren,
Boussole transcurre en una noche, en un departamento en Viena (la París del
Este, la puerta de acceso a Oriente), una noche de insomnio en la que el
musicólogo Franz Ritter, propulsado por el recuerdo de Sarah, desanda un camino
que pasa por Damasco, Estambul, Alepo, Palmira, hasta Teherán. Entre volutas de
opio, el relato de Ritter despliega referencias a la historia, la música, las
artes, y el territorio de Oriente Medio, una serie de referencias eruditas pero
amalgamadas por el pulso de novelista. En ese sentido, Enard reconoce que el
trabajo previo antes de la escritura propiamente dicha es una de las etapas que
más disfruta de su trabajo. “Uno se documenta, lee, viaja, imagina, hace
entrevistas, recopila fuentes que pueden ser históricas o muy actuales. El
objetivo de todo este trabajo es construir el espacio de la ficción.” Lo que
diferencia a Enard de tantos otros escritores, tal vez lo que se extrañaba en
la fallida La calle de los ladrones , es la potencia de sus frases, que son un
electroshock que reanima y vuelve a la vida, al menos en el instante de la
lectura, todo lo que toquen: un documento histórico, la descripción de un
objeto, de un cuerpo, de una pasión.
–Más que Europa o el mundo
árabe, tu zona narrativa está delimitada por el Mediterráneo, donde ambas
culturas convergen. ¿Lo ves como un campo de batalla?
–Ahora, sin ir más lejos,
lo es. Para mí es un espacio peligroso, lleno de violencia histórica, de
recuerdos de esa violencia, desde La Ilíada . Es un lugar de enfrentamiento y
fusión entre lenguas y culturas.
–¿Existe según tu visión
una identidad de “lo mediterráneo”?
–No creo, no hay una
identidad propia, aunque sí hay lazos comunes. Es un espacio muy fragmentado.
Tomemos simplemente la costa africana: a nivel cultural, a nivel idiomático,
Marruecos y Egipto son dos mundos aparte. El Mediterráneo tiene un aspecto
fractal, uno cree que lo ve, que lo puede abarcar, pero después se da cuenta de
que es infinitamente complejo.
–En Calle de los ladrones
hablás de una lengua “mezcla de marroquí, tunecino, francés y español que es la
lengua del mañana”. ¿Qué te interesa de ese tipo de hibridaciones?
–Lo veo día a día en el
habla callejera de Barcelona. Existe una lengua mutante en los inmigrantes en
Barcelona, París, Marsella… Es alucinante ver cómo nacen y mueren estos idiomas
en miniatura.