La casa donde está la oficina de los
ingenieros de Minas, en un segundo piso de un barrio tradicional de Medellín,
un cuadrado perfecto, recuerda los diseños modernistas de Lecorvusier, líneas
rectas, balcones salientes, tiene una distribución bastante tradicional, una
sala de recibo que remata con un balcón hermoso, otra más amplia desde donde se
accede a una cocina amplia, descomunal
para estos tiempos y tres oficinas que antes fueron habitaciones. Atrás, un patio con dos oficinas más. Rodrigo,
siendo uno de los socios principales de la empresa comparte una de las
oficinas ´pequeñas con una ingeniera de apoyo. Su silla resalta, parece la de
un piloto, su espaldar es muy alto,
cómodo de sobremanera, el escritorio apenas es para su labor, caben, el computador,
algunos textos y el celular. Siempre tenemos memoria de las personas cercanas,
de sus comportamientos, de la forma como asumen la cotidianidad. Rodrigo
trabaja acompañado de unos audífonos grandes, la música es consustancial a su
vida, es muy alto, su rostro y figura me recuerdan a Lenin el padre de la
revolución Rusa, antes de escribir este relato lo comprobé, volví a ver la
película de Warren Betty, “Diez días que
conmovieron al mundo” mi comparación cobra cada vez más sentido. Cuando llega
a la oficina, se dirige a su puesto sin mayores formalismos, tiene una sonrisa
natural que contamina, se sienta en su silla, siempre derecho, parece un militar, es muy respetuoso de la ergonomía; tiene una idea de la vida
diferente a todo lo que he visto, siempre
es tranquilo pero responsable en sus
tareas, al fin y al cabo es ingeniero, calcula, procede de acuerdo a unas bitácoras y como toda persona joven,
parece que nada le preocupa, lo que al final no es cierto. Es un ser
moderno, joven, atlético, con una carrera profesional y una práctica
concreta que se traduce en ingresos, por lo menos para sobrevivir, con una esposa que ama, el amor de su vida y la vida misma, con ella comparte la mayoría de sus sueños, estos son muchos. Cualquier día le
vi más preocupado de lo corriente, se paraba a cada rato de la silla, llamaba a
una persona recurrentemente, caminaba de
un lugar a otro, hablaba después con su amigo del alma Yeison y después se
quedaba absorto, ido. Al rato me contó
lo que pasaba. Desde hace tres años había caído en eso que los literatos
llamamos, el mundo kafkiano por gracia de una ilusión que se había convertido
en una tortura. He sido testigo en los últimos días de esta encrucijada y puedo
dar fe de lo intrincado de su situación, me habló del caso, sabía que yo era abogado y gracias
a una amistad que tenía muy poco tiempo pero que era muy sólida, quería que le
diéramos alguna salida inteligente. Me contó
lo que estaba viviendo, recordé de inmediato al escritor checo, Kafka, al mundo
Kafkiano, descrito en ese libro magistral “El proceso”, describe lo grotesco de
la burocracia.
De Rodrigo me sorprenden algunas cosas en
particular, estas me ayudan a comprenderlo e incluso a admirarlo. Pocas veces me
encuentro con un ser sin imposturas, sincero, honrado, con un humor de barman
insólito. Salió de la universidad nacional de Medellín, creció en un mundo
barrial sometido a valores contrapuestos, a tensiones de todo tipo. Por un
lado, los de una sociedad clerical, rezandera, conservadora y patriarcal; por
el otro, una clase arribista, delincuencial, enamorada del dinero fácil, metida
hasta el tuétano en el narcotráfico, por lo tanto cruel y sanguinaria. Su vida trascurrió en medio de estos dos
mundos, con todas las tintas medias que tiene este tipo de convivencia, con las
prevenciones que genera la existencia cercana al peligro, vivió bailando en el
filo de la navaja, esto lo hizo, muy astuto, prevenido, no importa cuál sea la
ocasión que esté viviendo, asume siempre por naturalidad, que alguien está al acecho, de antemano sabe que vive en una sociedad enferma, paralelo a ello,
nuestros líderes sostienen para su favor, una corrupción endémica, son parte de
una burocracia caracterizada por la des-lealtad con el país, por donde miremos,
el mundo parece al revés. Rodrigo fue testigo de cargo de una violencia
descarnada, del sicariato más atroz, su barrio estuvo lleno de patrones, la gente estuvo sometida a una extorsión inclemente, un entorno manejado
por eso que los criminalistas llaman hoy, las bandas criminales. En conclusión,
Dos realidades para un mismo ser, que desde su propio constructo, fue creando
su mundo interior inclasificable, su vida y su que-hacer diario le marcaron. ¿Cómo
resulto un buen hombre de semejante híbrido social, vaya usted a saber.
Estudio entre las estridencias y avatares
propios de una clase en ascenso, llevaba
en las venas las ganas de superarse, fue una disciplina, se acostumbró a
sobrevivir en medio de afanes, entre
tensiones cotidianas fuertes. Fue estudiando, cumpliendo metas entre dificultades propias de una familia con
recursos limitados, acompañado del optimismo típico de los colombianos, quienes
pese a vivir entre muerte y violencia, cargamos con una fe irracional en
nuestras capacidades, la risa es nuestro valium, tenemos humor para todo por grave que sea la
situación, un sarcasmo a voces, ha sido el mejor antídoto, la única manera de existir
entre las paradojas irresolutas de nuestra sociedad, esto lo supo siempre Rodrigo.
Después de 6 años de trasegar en aulas y exámenes, amistades universitarias
inolvidables, cofradías, uno que otro porro, se graduó como ingeniero de minas.
Con el tiempo se casó con el amor de su vida, después de un noviazgo muy largo,
la justa medida a sus ideales. Cuando decidieron con Paulina comprar el
apartamento, estaba en su mejor momento. Paulina, es una geóloga hermosa, entregada a su
trabajo y a su pareja, ha estado
construyendo desde esta unión sus sueños, llevaba tiempo pensando en su casa, tragarse
desde esas cuatro paredes el mundo a sorbos. La historia de la decisión para
comprar, como todas las importantes de la vida, nació de una situación inusual.
Partió de una imagen, como las buenas novelas: Pasaron por un sitio, quedaron
impresionados ante lo hermoso del lugar, se imaginaron la torre, de hecho había
una foto, la disfrutaron, y dijeron de
súbito, con esas decisiones que se construyen desde las compatibilidades propias
del amor, de los sueños, Aquí será
nuestro apartamento. A partir de este
momento se metieron en el cuento de comprarlo, las cuatro paredes que
contendrían el universo de sus vidas. Comprar
significa: Planificar, calcular, saber cómo estamos de finanzas, pensar en
créditos, y después escoger de acuerdo a nuestras realidades, que ojala
conesten con nuestros sueños. Se trataba de vivir como lo imaginaron, se
concentraron en ese propósito. Aparece el celular de nuevo, desde él en el
mundo moderno, se articula todo. El
galimatías de comprar empezó. Cada cosa
que hacemos en esta vida empieza con una llamada. El celular es el adminiculo
sobre el cual gravita la mayoría de la existencia del hombre moderno, nos
comunicamos a través suyo de mil maneras con nuestro entorno, minuto a
minuto, parece pegado a la mano, se
podría afirmar que hace parte del cuerpo, articulamos absolutamente todas las
cosas de la vida: Trabajo, multiplicamos, sumamos, restamos, hacemos cuentas,
colocamos mensajes, escribimos, nos irritamos, pagamos, nos resentimos, reímos,
recordamos, pedimos auxilio, armamos nuevos conceptos, la historia, las
memorias, con relatos y noticias que casi nunca sabemos de quién vienen, los
que influyen en nuestra manera de pensar y de concebir el mundo. Empezó para él un viacrucis típico de Kafka.
La historia tiene un principio. El sueño, comprar un apartamento. Se sometieron a un proceso largo y dispendioso,
asumieron de antemano tener la paciencia del santo Job, llenaron papeles para una
burocracia interminable e irracional, estuvieron
sometidos a decisiones demasiado repartidas y escalonadas, inexplicables muchas
veces, pero inevitables. Nada los hacía perder la ilusión, menos por
requisitos, nunca desfallecieron, cada cosa que les solicitaban la cumplían con
un juicio sacramental, no importa lo
banal de la orden a cumplir.
Tomaron la decisión de financiar el
apartamento por un ente público: El fondo nacional del ahorro. Los intereses
eran los más bajos, se prestaba al presupuesto y las cuotas mensuales
correspondían a la capacidad de Rodrigo y Paulina. Tratar con el fondo es someterse a un
laberinto de pasos y decisiones, que muchas veces siempre nos regresan al
principio, es un recurrente ir y venir, parece nunca terminar. Primero se firma
con la constructora, luego con la Fiducia, se hacen papeles con el Banco para
tramitar parte del pago de la cuota inicial y después con el fondo. Es como
decirle a alguien: Hable primero con Stalin, después con Hitler, encuéntrese
con Mussolini y por último haga un acuerdo con Winston Churchill. No importa,
Rodrigo y Paulina se enrutaron en semejante entuerto.
Siempre aparecen los fantasmas en la vida.
Nunca olvidamos ciertos hechos emblemáticos. Más, cuando nos marcan
profundamente. Después de la muerte de su padre, terminando el Bachillerato,
Rodrigo vivió momentos muy duros. No sólo por el propio hecho del deceso, la muerte de un ser querido es lacerante y
corroe el alma, la finitud es nuestro mayor problema y paradójicamente nunca la
aceptamos. En todo caso sufrimos por todo lo que se viene después. El padre
suple, provee y es un apoyo que nadie remplazará. Fuera de todo lo que produce
su ausencia, había que tramitar la jubilación, la casa necesitaba ese ingreso. Rodrigo
Estaba muy joven, no conocía nada de trámites ni de los avatares propios de la
burocracia en un país lleno de funcionarios incompetentes. Solo un
colombiano sabe todo lo que hay que hacer para que se le reconozca una
jubilación. Una vez se tienen los requisitos, nada garantiza la obtención de la
misma, realmente no hemos ganado nada. Obtener la jubilación, es como subir al
Everest. Ahí empezó a saber lo que es el mundo Kafkiano. La familia, tuvo que conseguir un abogado, imagínense, se
necesita contratar un abogado, eso ya produce un miedo tenaz, nunca imaginaron por
todo lo que tendrían que pasar. Contrataron
a un hombre entrado en edad, al final, llegaron a la conclusión que fue honrado, Rodrigo sólo recuerda muchas idas y
vueltas con este señor, tenía una voz gutural y misteriosa, de detective,
contrario a todos sus colegas, de pocas palabras y por mucho que tratará de
explicarles, nunca entendieron porque esta jubilación duró 11 años en ser
reconocida. Eso quiere decir, mil bajadas al centro, presentar papeles, esperar
meses, ir de una oficina a otra, andar entre notarias, siempre para negarle
recurrentemente cada decisión, cada traspapelada significaba, volver empezar,
llenarse de paciencia y tratar de entender semejante rompecabezas de papeles y
decisiones absurdas, se había vuelto necesario, la meta era, nunca desfallecer.
Rodrigo siente miedo cuando piensa en semejante enredo. Al final obtuvieron la
jubilación pero quedó marcado para siempre.
En las vueltas del apartamento sintió
de nuevo que estaba cayendo en los laberintos parecidos a los de la jubilación.
Nunca olvida las cosas que vivió en esos
tiempos tan aciagos. Aprendió que se
conoce más a una persona después de la muerte que en vida, uno no recuerda sino
inventa y nada es lo que parece. Su padre pasó de ser un misterio a un
descubrimiento. Ahora que era un profesional consumado, vivía haciendo vueltas
entre entes gubernamentales, sabía cómo realizar una petición a estos organismos
que le eviten sorpresas, aprendió perfectamente los bericuetos de la
burocracia, esto no lo salvó para nada en los enredos propios en la compra del
apto, pero le evito dolores de cabeza, nunca entendió la mitad de las
decisiones frente a los trámites que ello implicaba, no porque fueran
difíciles, sino por los tiempos y ciertos pasos inexplicables y a veces
absurdos para cualquier mortal. Constructora, Banco privado, Fiducia y Fondo,
notificar, volver a firmar, el banco necesita más papeles, devolver la firma a
la fiducia, la constructora no acepta, sí acepta, pero es necesario firmar un
“Otro sí”, es necesario aprobar de nuevo, el tramite dura solo un mes, entonces
volver a presentar papeles, pero actualizados, sacarlos de nuevo, autenticarlos
de nuevo, el banco entonces requiere de nuevo estudiar la financiación, ahora
habrá que ver cómo estamos en los reportes financieros y cuando todo esté
listo, la constructora intempestivamente informa que tiene un problema y pide
un año para arreglar un permiso con la Alcaldía. Esto significa, en un año
empezamos de nuevo. Son demasiadas instancias, recordé una figura de la vieja
Roma, en los albores de la República, lo llamaban iustitium: el momento en que,
ante una grave amenaza pública, el derecho quedaba en suspenso. Era, en otras
palabras, una institución que ponía entre paréntesis a las demás instituciones
y por ende a nosotros nos afecta de manera grave. Esto pasó con mis amigos,
quedaron en puntos suspensivos. La torre
en todo caso, iba ganando espacio, ya habían terminado la estructura e iban en
la obra blanca, se levantaba impetuosa, hacía parte del urbanismo de esta
ciudad, esto quería decir que la ilusión seguía intacta, pese a todo. Rodrigo y
Paulina, la visitaban recurrentemente. Veían su balcón y por su puesto el apto.
Sentían que nada de lo que pasara les
iba a quitar este sueño.
Después de un año, las cosas
volvieron a su cauce. Todo estaba listo, esperarían para la firma de la
escritura y el desembolso para la constructora. Nada impediría que hubiese más
tropiezos. Cualquier día, en esta espera, que no tiene términos, el jefe de
ventas de la constructora, una mujer amable, por lo menos antes de este suceso,
llamó y sin mediar le dijo a Rodrigo, hemos decidido resolver el contrato de
venta con ustedes, la demora ha sido mucha. Así no más, sin explicación alguna,
la llamada termino con un: “lo sentimos mucho”. Rodrigo quedó impertérrito en
el puesto. Ni siquiera pensó en el sueño de tener un apartamento, sólo se le
vino a la cabeza Paulina, cómo decirle, ese era el interrogante a vencer.
En esta instancia de la historia decide
hablar conmigo. Sabía que en los últimos meses le habíamos ganado varias
batallas jurídicas a la alcaldía, que en este país de incisos y acápites
legales estos casi siempre son más importantes que lo sustancial, alguna salida encontraríamos, eso
esperaba de mí, por ahora, la opción, era ser más inteligentes que las
circunstancias. Lo primero entender el
negocio de principio a fin, buscar cada uno de los enclaves legales, ver hasta
qué punto la decisión podía tomarla la constructora discrecionalmente, hablamos
de un contrato, supuestamente es un acuerdo y este mínimo se firma entre dos
personas. Después de una mirada
minuciosa, concluimos que al haber aceptado al fondo nacional como prestamista,
aceptaban tácitamente los tiempos del mismo, lo que se traducía que no podían
aducir la demora como causal de terminación del contrato. Pero establecimos
como estrategia, ante todo mantener la cordialidad a todo lugar, era
imprescindible no volverlo un problema
legal, pese a que en el fondo era un problema legal. La estrategia se limitaba
a seguir con las buenas maneras, sin bajar la cabeza, recurrir a la amabilidad extrema
y hablar con cada una de las partes: Fiducia, constructora, fondo, sin cruzar
información, evitar el consenso, deberíamos cumplir con los requerimientos
finales de manera separada como si no hubiese problema, era una jugada de ajedrecista,
estábamos adelantándonos con los caballos. Recordé el arte de la guerra de Zun
Tzu. Empezamos con un derecho de petición bien estructurado, debería ser una
comunicación magistral, cada palabra respondía a un peso específico. Este es
nuestro país, nadie se imagina todo lo que hay que hacer para adquirir
vivienda, Rodrigo lo empezaba a entender y conocía que la palabra clave es:
Perseverar, en esto Paulina era experta.
En adelante, hubo muchos ires y
venires, ir a la constructora, al fondo, preparar un otro sí modificatorio,
coordinar con el banco y asumir que la constructora después de un comité
accedería, sabíamos que si se supeditaban al contrato era difícil resolverlo,
pues ellos habían aceptado al fondo como prestamista, entonces nosotros
deberíamos actuar como si no hubiese pasado nada, pese a la tensión que
originaban todas estas dudas. Un día cualquiera en medio de este galimatías,
Rodrigo, sin ninguna premeditación, espontáneamente se fue al edificio y empezó a ver el
apartamento, había leído todo sobre la magia de la atracción, se lo fue
apropiando mentalmente, asumió que era imposible que su sueño no se hiciera
realidad, dijo con una decisión de general, nada impedirá que así sea…..Sabía
que había que ser inteligente. Zun Tzu
decía: “Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas
correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo,
perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a
ti mismo, correrás peligro en cada batalla”.
Esa fue la estrategia, conocer muy bien lo que esperaba la constructora,
insistir en que todo estaba listo, creerlo sobre todo, les dijo muy tranquilo,
como llegando a la playa nos vamos a devolver. De pronto, la señorita adusta,
la burócrata de hielo, comenzó a ceder. Rodrigo
recordó varias anécdotas. A Colon, la tripulación un día le dijo, si no
vemos tierra mañana lo decapitamos, no esperamos más. Rodrigo siempre se
imaginaba como fue la noche del conquistador frente a esa sentencia. La
providencia apareció y Rodrigo De Triana, en la madrugada gritó: Tierra,
tierra…Aquí pasó lo mismo, la constructora en cabeza de la funcionaria, cedió,
el contracto de tracto sucesivo empezó a tomar la forma debida, el gerente
firmo el otro sí, se lo llevó a la Fiducia y el sueño del apto empezó a ser una
realidad. Cuando menos esperábamos, estábamos a la firma de la escritura. Nunca
hable con Paulina del tema, pero sé que sufrió como nosotros. Estos son los
avatares de un ciudadano común frente a la burocracia. Todos los días se
enfrenta a situaciones como esta. Quise escribir la historia de un viacrucis,
pero igualmente de un logro. La burocracia y los trámites en nuestra sociedad
son lo más opresor que existe. Ojala nadie repita esta historia.