Esta novela ha sido un éxito
total en ventas en España y Latinoamérica, tiene el aval de grandes críticos y
escritores que de por sí confirman de alguna manera los destellos que hasta la
fecha suscita, no la he podido conseguir
en las librerías de Medellín Colombia, en todo caso espero leerla muy pronto.
He querido traer la crítica escrita por Juan José Millas en la revista “Babelia”
del periódico “El país” de España, con el único propósito de inquietar un poco
el sonajero alrededor de este texto. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
JUAN JOSÉ
MILLÁS
14 DIC 2018
- 18:22 COT
La obra de Manuel Vilas llegó a las
librerías cabalgando sobre una ola de espuma que al retirarse la dejó en la
orilla.
Ordesa es el resultado de una hazaña verbal en la que las
oraciones gramaticales se despliegan ante los ojos del lector al modo de un
grupo de fuerzas especiales dispuestas a conquistar un nido de ametralladoras.
Por nido de ametralladoras entendemos los lugares comunes que podrían haber
arruinado sus páginas al acometer Vilas la historia de una familia estándar en
la España de los sesenta hacia delante, más o menos. Si al referir tramas
originales la lengua nos arrastra de manera inclemente al tópico, ¿cómo
defenderse de él al describir una familia normal en una ciudad de provincias
homologada hasta el paroxismo? ¿Cómo no tropezar en vulgaridades costumbristas
al relatar las aventuras y desventuras de un viajante de comercio, experto en
telas, que va de un sitio a otro en busca de la sombra de un árbol bajo la que
aparcar su Seat 1430, símbolo de una victoria textil en una España de alpargata?
¿Cómo no caer en sentimentalismos reglados al evocar los delirios de grandeza
de la madre muerta, de un abuelo suicidado, de un tío incapaz de salir
adelante, de la roña generalizada desde la que el narrador surge a la vida y al
alcohol y al matrimonio y a la paternidad y a la literatura?.
“Ordesa es la carta del náufrago que esperábamos desde hacía
años”
¿Cómo hacerlo?
Con estrategias gramaticales, suponemos. Así, la sintaxis de
Ordesa recuerda a veces al movimiento de las olas del mar. Las ves venir cargadas
de retórica, dispuestas a dejarte con la boca abierta, pero las ves retirarse
enseguida abandonando sobre la superficie tersa, como recién afeitada de la
arena, pequeños restos biológicos o antibiológicos: un cangrejo chico al que le
falta una de las pinzas, una estrella de mar, un conjunto de algas
descompuestas, una piedra con la forma de un dedo índice, un peine de plástico
desdentado, un frasco de colonia vacío, una lata oxidada de pastillas de
mentol, un zapatito de bebé, una cáscara de naranja… Una representación del
mundo, en fin, donde siempre esperamos hallar la botella del náufrago con la
carta de petición de auxilio o el mapa del tesoro. La buscamos cada vez que
bajamos a la playa, no importa que tengamos 6 años o 60. ¿Por qué? Porque esa carta
la escribimos nosotros mismos en otra vida para darle sentido a esta.
‘Ordesa’: el mejor
libro de 2018
Ordesa es la carta del náufrago que esperábamos desde hacía
años. Llegó a las librerías cabalgando sobre una ola de espuma que al retirarse
la dejó en la orilla, abandonada entre una cantidad notable de restos de lo más
variado. No destacaba por su título ni por su portada, tampoco por el nombre de
su autor, que no era conocido fuera de determinados circuitos. Pero bastaba
leer la primera página para advertir que aquella llamada de socorro venía de lo
más hondo de nosotros mismos. Nos reclamaba porque en cierto modo, además de
sus protagonistas, éramos también sus autores. Parecía una obra colectiva
porque veníamos de ahí, de los mismos paisajes morales que se describen en el
libro, de las mismas ambiciones económicas, de idénticos anhelos estéticos, de
semejante locura. Describía con palabras nuevas, ordenadas de una manera
insólita, lo que habíamos sido y aquello de lo que pretendimos salvarnos. Por
medio de una prosa que iba y venía en un vaivén hipnótico, alternaba la fiereza
con la piedad, el sí con el no, el ahora con el ayer. Total, que tras leer esa
primera página nos la llevamos a casa.