He pensado en este mes del aniversario 90 del poeta y novelista Colombiano. Se han escrito excelentes textos sobre su obra y vida y lo justo es que se den a conocer algunos y no intentar escribir lo que otros han hecho de manera tan rigurosa. El trabajo de Cobo Borda es excelente y constituye un desciframiento lúcido sobre sus poemas y su obra en general. Intento que pervivan y estén a la mano en la red:
ÁLVARO MUTIS
P R E M I O .. C E R V A N T E S
P R E M I O .. C E R V A N T E S
MUTIS DE VUELTA
Juan Gustavo Cobo Borda
Juan Gustavo Cobo Borda
I
¿Qué escritor colombiano puede dialogar hoy en
día, con tranquilo entusiasmo, con autores tan diversos como el italiano
Ungaretti, el francés Ponge, el polaco Milosz o el brasileño João Cabral de
Melo Neto, además de quienes son o han sido sus amigos personales, como
Octavio Paz y Gabriel García Márquez? Sin lugar a dudas el único que tiene la
vasta cultura universal para traspasar lenguas y fronteras y unirse en torno
a un estimulante coloquio donde la poesía y el destino de la criatura humana
sobre este planeta incierto, logra unir a todos ellos, es Álvaro Mutis,
nacido en 1923.
Su obra se haya traducida a veinte lenguas (inglés, francés, alemán, italiano, portugués, japonés, griego, hebreo, turco, polaco, holandés, sueco, danés...), cumpliendo así la petición de Goethe sobre una literatura mundial. Pero además su poesía, cuentos, novelas y ensayos trazan una vasta parábola de referencias que desde la Biblia, pasando por las culturas islámicas y bizantinas, hasta llegar, por ejemplo, a la figura de Simón Bolívar, esclarece en el espacio de sus páginas las complejas relaciones entre Europa y América. Un diálogo universal de culturas que, como lo ejemplarizan sus ensayos y notas de lectura, revela un muy preciso conocimiento de la literatura rusa, la historia francesa o la novelística norteamericana, sin soslayar por ello, en ningún momento, el papel conformador de España en la idiosincrasia americana. Mutis, como lo pedía Borges, es un buen cosmopolita y a la vez un latinoamericano capaz de entender, comprender y valorar, en sus creaciones, las variadas patrias que un mundo muy amplio nos brinda. Mundo visto desde una perspectiva unificadora y a la vez marginal. La que nos da un desplazado, errante por los mares del mundo, que asume sus aventuras tan peregrinas como irrisorias con una fatalidad lúcida. Su conciencia de la desesperanza es una firme toma de partido para abordar las complejas relaciones entre una naturaleza tropical y sus incontables criaturas. Ahí surge Maqroll El Gaviero. Clarividente y despojado de todo engaño, convive, además, con una sobria y elevada piedad por las ilusiones de la criatura humana, que hace de Maqroll una de las más logradas creaciones de las letras hispanoamericanas en este siglo. Para lectores de todo el mundo, se ha vuelto un ser entrañable y necesario. Quizás comparten con él lo que el narrador de Amirbar dice sobre el personaje: "un asentimiento a las leyes nunca escritas que rigen el destino de los hombres y una muda, fraterna solidaridad con quienes habían compartido un trecho de ese camino hecho de gozosa indiferencia ante el infortunio". Todo ello además se halla situado en el sugerente marco de una tierra caliente donde el esplendor y el hastío, el consuelo de la carne y la violencia del poder, la fragilidad de la memoria y el arrasador ímpetu genésico de una naturaleza bravía se conjugan para definir el terco afán del hombre en su afán de persistir. En su propósito, siempre fallido y cuestionado, de hacer más consistente su tránsito en medio de sociedades frágiles y conflictivas. De ahí que la selva, el burdel, el barco a punto de ser desguazado o la quimérica busca del oro, se nos ofrezcan como escenarios privilegiados. Allí podemos ver mejor la eclosión de las pasiones y su ineluctable agonía. Una conciencia muy antigua se confronta con un mundo en perpetua crisis y reelaboración. De allí han surgido las vigorosas páginas de La nieve del almirante, Ilona llega con la lluvia, La última escala del Tramp Steamer, Un bel morir, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y los relatos y testimonios incluidos en La mansión de Araucaima y el Diario de Lecumberri. Con refinada sabiduría literaria, Mutis termina por elaborar una saga que si bien se inicia con la poesía, recopilada en la Summa de Maqroll El Gaviero, con sus entrecruzados ecos de Saint-John Perse y Pablo Neruda, nunca ha perdido el contacto con ella. Por el contrario, su ficción termina por ofrecer una postrera y sagaz imagen no sólo de Colombia y las tierras cafeteras de su infancia, que cada día pierden mayor peso específico en la economía de un país que llegó a caracterizarse por ese producto, sino que se proyecta a todo el continente americano, en reiteración de iniciativas truncas y quimeras fallidas. Muestra así, indirectamente, como corresponde a toda ficción válida, cuánto ha cambiado un país y cómo los valores sobre los cuales se asentaba han sido arrasados por las duras y afligentes circunstancias de una desigualdad secular y unas nuevas y ambiciosas clases sociales, ávidas de satisfacer la demanda de drogas que Estados Unidos y Europa reclaman todos los días. Pero Mutis siempre va más allá de los aparentes determinismos políticos o económicos, en un claro propósito de plantear preguntas esenciales y confrontar a sus personajes con su propia verdad trascendente. La gesta guerrera bien puede trocarse en ensimismada contemplación budista. A la plenitud no le es ajena la nada. Así, desde su exilio en México, Álvaro Mutis ha logrado certeras y conmovedoras recreaciones de su tierra y de la realidad americana en general, y a partir de ellas ha edificado un mundo propio que perdurará por su rigor interno y por su fidelidad a las obsesiones que lo acompañan, desde 1948, cuando publicó su primer cuaderno de poemas: La balanza, en compañía de Carlos Patiño. Sus personajes han madurado en el fuego fecundo de una larga convivencia. Se entrecruzan en ellos los aportes de la herencia cultural europea y occidental con los mestizajes, adulteraciones y metamorfosis que ella experimenta al llegar al Nuevo Mundo, pero su obra no es un ensayo sobre la identidad. Es un logrado espejo para mirarnos a nosotros mismos. Para huir, también, de nuestra imagen estereotipada. De nuestra identidad, en otras vidas más intensas. La utopía que Mutis termina por proponer es precisamente una lectura infinita, semejante a la que Joseph Conrad esbozó refiriéndose a Marcel Proust: aquella en la que el análisis se ha vuelto creador. Donde el libro no se agota en una única lectura; nos acompaña en los sucesivos cambios que jalonan nuestra vida. Por ello ya es hora de volverlo a leer, de vuelta. |
II
Si bien la poesía de Mutis trae un tono desusado
a la poesía hasta entonces escrita en Colombia, y esto se hace aún más
singular al agruparla toda en torno a una imaginaria máscara poética -la de
Maqroll El Gaviero y sus irrisorias aventuras-, una porción considerable de
su obra, sobre todo en los últimos años, se enfoca hacia lo que utilizando la
expresión de Valéry Larbaud podríamos llamar "dominio hispánico".
Desde la Córdoba del califato omeya hasta El Escorial de Felipe II, pasando
por la figura del Quijote. Ella se abre hacia una dimensión histórica muy
concreta, a pesar de su vasta dimensión temporal, que contrasta, de modo
notorio, con los azares casi delictivos con que Maqroll da bandazos, entre
esguinces a la policía y sospechosos contrabandos de armas. Sólo que una
corriente milenarista, de asumido fatalismo, termina por fundir estos
hemisferios en apariencia tan disímiles.
"Tedio y ceniza", "rutina y pesadumbre", "nada ocurre": las letanías que el poeta había salmodiado una y otra vez, rechazando las posibilidades de la poesía, en este tiempo de los asesinos que mencionaba Rimbaud, se vuelcan hacia un pasado de dominio imperial e intolerancia religiosa. Todo ello dentro de la atmósfera fúnebre de un duelo y un entierro. La palabra como último crespón de luto. El mismo que el arquero de los tercios de Flandes, relator de desastres, dibuja con sugestiva imprecisión. Afín, por cierto, al ejercicio de introspección con que Maqroll repasa sus peregrinajes. Por ello Mutis, el admirador de Napoleón o del castillo que en Vaux le Vicomte construyó Fouquet, introduce así la amarga gota de escepticismo reaccionario en los fastos de una historia que parecía regir el mundo. Nunca deja de señalar la "desleída necedad" de un presente que no sólo le resulta abominable sino peor aún: anodino. Nos trae, por boca de su personaje femenino en La última escala del Tramp Steamer (1988) esta desencantada reflexión que ya creemos haber oído, tantas veces, y que semeja encerrar estos dos mundos, en apariencia tan distantes, en un mismo círculo de eterno retorno: "Pero si quiere que le cuente lo que voy sintiendo en Europa, le diría que es una lenta pero creciente decepción". "Es como si todo esto que ahora trato de ver y de absorber en Europa ya me fuera conocido y ya me hubiera aburrido antes". Ese déjà vu que une a Mutis con García Márquez en sus reflexiones sobre una historia europea que se erige como la historia por excelencia, y ante la cual los conatos de independencia de los países periféricos semejan ser siempre gestos truncos que no terminan por concretarse, depara dos resultados. La constatación de una violencia que no es propiedad exclusiva de ningún pueblo del mundo sino que todos la ejercen en determinados momentos y con intensidades afines. Y esa sensación alucinante de estar siempre repitiendo los mismos impulsos para concluir siempre en idénticas acciones baldías. Todo ello justificado por una retórica cada vez más vacua y erosionada: la del progreso. Sociedades marginales que repiten fatalidades previas y condenas ancestrales intentan en vano exorcizar viejas deudas. A partir de allí la cadena de venganzas resultará inexhausta. Un tumultuoso río de sadismo, degüellos y rabia que sólo la poesía de la ficción es capaz de exorcizar, dándonos a entender cómo la lección europea no consiste en conocer mejor el pasado para así no repetirlo sino en dejarlo de lado para construir nuestros propios olvidos. Ese inmenso olvido que sólo la escritura es capaz de preservar, guardar y rehacer en forma definitiva. La feliz amnesia que la imaginación engendra al cancelar lo que fue y proponer lo que todavía no existe, salvo como opción de lectura. Por ello hay que volver a Mutis, de vuelta. |
III
Lo que era fasto y ceremonia en el entierro del
duque de Valentinois, por ejemplo, terminará por equipararme con la dilatada
agonía con que Maqroll parece sucumbir, muerto en vida, en la succionante
vorágine de la selva, y es astutamente preservado como hilo resurrecto de un
relato inacabable. Todos, guerreros o parias, zarinas o apátridas, concluyen
en la misma inerte materia. En el desdeñoso voltear de la espalda con que las
cosas nos dejan para siempre ("Historia natural de las cosas"). Esa
espera permanente de "la inefable señal, la siempre esperada y siempre
postergada / señal de su definitiva disolución en la nada bienhechora",
como dice Mutis en su poema "Noticia del Hades", es la única que
subsiste en medio de las trapacerías con que los listos se engañan
pretendiendo engañarnos. Con que los reyes edifican sólidas celdas para
aislarse mejor allí, en la soledad de sus rezos. Todos incapaces ya de eludir
el más radical examen de conciencia y confiando apenas en la injusticia de
Dios para recibir un perdón que ni aun así aliviará la llaga siempre abierta:
vivir y verse vivir, al mismo tiempo.
"La encontrada estrella de su errancia insaciable", dirá Mutis refiriéndose a su personaje, pero cuerpos y negocios, feracidad del entorno y miseria corporal, terminan por mirarse con el mismo "leve asombro" con el cual Felipe II contempla "el torpe desorden / y la fugaz necedad de las pasiones". Pero esa negativa a comulgar con ruedas de molino no se evade hacia fantasías sustitutorias ni hacía redenciones impensables. Toda está en su sitio. Las princesas se hallan presas en el marco de sus cuadros y el pincel de Sánchez Coello sólo registra un admirable teatro de sombras. El único acorde posible entre la naturaleza americana y la historia europea radica en la aceptación de esa diferencia tajante. Ese desencuentro reconocido, que no aliviará la rapacidad del libre mercado a las falacias de una globalización desigual sino al aceptar, a partir de la muerte ineludible, la simple, redentora fatalidad humana. Es allí donde el poeta debe reconocer, desde el inicio, su fracaso, sin atenuantes. Los ácidos del análisis han resultado implacables. Pero de ese mínimo extracto con que la poesía reduce los seres y los hechos a simple nada, surgen certezas irrefutables. A ellas debemos aferrarnos, reconociendo por ejemplo: "La nostalgia lancinante de un enigma que ha de quedar sin respuesta para siempre". El mismo que Gershon Scholem nos planteó al preguntar si acaso no era el propio Paraíso el que más había perdido con la expulsión del hombre.
5 de junio de 2001
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MUTIS, POETA
Alberto Quiroga
Charla pronunciada en homenaje a Álvaro Mutis en el Ciclo de Encuentros con la Literatura de Compensar.
Alberto Quiroga
Charla pronunciada en homenaje a Álvaro Mutis en el Ciclo de Encuentros con la Literatura de Compensar.
Quiero advertir que para esta conferencia me he
concentrado en unos cuantos poemas de la obra de Mutis. La obra de Álvaro
Mutis es tan rica y pródiga en poesía y son tan variados y sustanciales sus
asuntos que es imposible tratar de agotar uno sólo de ellos en el breve
espacio de tiempo de una charla.
He dejado de lado los relatos góticos de Mutis, sus poemas en prosa, sus novelas, e incluso sus últimos libros de poemas y me he remontado a sus primeros libros, que fueron los primeros que leí, y he extractado de ellos unos pocos temas esenciales que aún siguen nutriendo la obra de este poeta. Estamos aquí reunidos para celebrar el milagro de la poesía de Álvaro Mutis, su esplendor y su miseria, la magia de su palabra lúcida y apasionada, el dulceamargo encanto de su música. Pretendo tan sólo hacer una lectura desde la propia poesía de Mutis y agradecer el que ella exista y nos ilumine y nos haga sentir el gozo de una voz y de un espíritu vivo, único. Una de las experiencias más perturbadoras que podemos tener es la de leer por primera vez a un poeta que va a acompañarnos toda la vida.
La experiencia no suele darse muchas veces.
Y no porque haya pocos buenos poetas, sino porque extrañamente sólo unas
cuantas voces nos tocan el alma de manera íntima, intensa y explosiva.
Leí por primera vez a Álvaro Mutis cuando tenía 16 años. Recuerdo el momento justo en que alguien me entregó Los trabajos perdidos para que lo leyera, la hora exacta en que prendí un cigarrillo, en mi cama, en la casa de mis padres, en Medellín, por la noche, y cogí el libro y lo abrí y leí el siguiente verso: "Que te acoja la muerte con todos tus sueños intactos". Inmediatamente cerré el libro. Jamás olvidaré el estremecimiento que me invadió al leer estas palabras. Un algo inexplicable había sucedido en mí. Algo había sido tocado hondamente, algo difícil de precisar pero que aún retumbaba en mi adentro. La muerte es esencial en la poesía de Álvaro Mutis. Es, por decirlo de alguna manera, el centro de su laberinto, su fruta más jugosa, su vórtice, su asunto más vital. La muerte y la conciencia de la muerte. Y en este poema la muerte tiene una dulzura que estremece. La muerte aquí no es la agonía del que va a fallecer, ni es el último instante de una vida, ni es un tránsito hacia otros mundos, al más allá, ni tampoco es el final de algo, sino el principio, el germen, el origen mismo de una vida. El poeta se habla a sí mismo o nos habla a nosotros, diciéndonos, primero, que la muerte es bienhechora, que es alguien que acoge. La muerte aquí no es ese espanto terrible que nos asusta sino un ser amable, suave, cálido, que invita a recogernos en su abrazo. Además, el poeta no nos dice que te llegue la muerte, o que llegues a la muerte con todos tus sueños intactos. No. Nos dice, casi en tono de plegaria, que por favor soñemos y que mantengamos nuestros sueños intactos, vivos, intensos, para cuando la muerte nos acoja en su seno. Quiero leer ahora todo el poema que se titula "Amén" y repasarlo con ustedes:
Que
te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos. Al retorno de una furiosa adolescencia, al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron, te distinguirá la muerte con su primer aviso. Te abrirá los ojos a sus grandes aguas, te iniciará en su constante brisa de otro mundo. La muerte se confundirá con tus sueños y en ellos reconocerá los signos que antaño fuera dejando, como un cazador que a su regreso reconoce sus marcas en la brecha. "Amén", el título mismo del poema nos da la clave para leerlo. Amén quiere decir "Así sea", y podríamos decir que podría traducirse "que Dios lo quiera, que ojalá, que así suceda". El poema es una oración, una plegaria, y quien ora ruega por sus sueños para que se conserven intactos hasta la muerte.
En el poema no somos nosotros quienes descubrimos
a la muerte sino ella, la muerte, la que nos distingue, la que nos reconoce,
la que nos hace únicos, la que nos da su aviso. Es ella la que nos abre los
ojos, la que nos despierta, la que nos hace ver, la que nos inicia, la que de
una u otra manera nos justifica y da razón a nuestros días
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La muerte se confunde con nuestros sueños, es
nuestros sueños, y es la muerte la que reconoce que ella misma fue la que
"fuera dejando" sus marcas en la brecha, en el camino que hemos
abierto, con ella, en la espesura de la vida.
Quiero abrir un paréntesis para precisar que, como la música, la poesía no se puede explicar, y lo que intento no es un análisis, ni una crítica, sino una lectura desde el poema mismo. No se trata aquí de establecer una teoría literaria ni de juzgar una obra. Quisiera sólo comunicar el asombro y la maravilla que me producen estos poemas. Pero sigamos con la muerte, que es pródiga en la poesía de Mutis; la muerte y su moneda de uso cotidiano: el tiempo. Voy a leer un poema de Mutis en el que la muerte reina en todo su esplendor y en el que el poeta se ve muerto de antemano y mira su vida desde el otro lado del abismo. El poema se llama "Moirologhia" y Mutis nos hace saber en una nota de pie de página que Moirologhia es un lamento o treno que cantan las mujeres del Peloponeso alrededor del féretro o la tumba del difunto. El poema reza así: Un cardo amargo se demora para siempre en tu garganta ¡oh Detenido! Pesado cada uno de tus asuntos no perteneces ya a lo que tu interés y vigilia reclamaban. Ahora inauguras la fresca cal de tus nuevas vestiduras, ahora estorbas, ¡oh Detenido! Voy a enumerarte algunas de las especies de tu nuevo reino desde donde no oyes a los tuyos deglutir tu muerte y hacer memoria melosa de tus intemperancias. Voy a decirte algunas de las cosas que cambiarán para ti, ¡oh yerto sin mirada! Tus ojos te serán dos túneles de viento fétido, quieto, fácil, incoloro. Tu boca moverá pausadamente la mueca de su desleimiento. Tus brazos no conocerán más la tierra y reposarán en cruz, vanos instrumentos solícitos a la carie acre que los invade. ¡Ay, desterrado! Aquí terminan todas tus sorpresas, tus ruidosos asombros de idiota. Tu voz se hará del callado rastreo de muchas y diminutas bestias de color pardo, de suaves derrumbamientos de materia polvosa ya y elevada en pequeños túmulos que remedan tu estatura y que sostiene el aire sigiloso y ácido de los sepulcros. Tus firmes creencias, tus vastos planes para establecer una complicada fe de categorías y símbolos; tu misericordia con otros, tu caridad en casa, tu ansiedad por el prestigio de tu alma entre los vivos, tus luces de entendido, en qué negro hueco golpean ahora, cómo tropiezan vanamente con tu materia en derrota. De tus proezas de amante, de tus secretos y nunca bien satisfechos deseos, del torcido curso de tus apetitos, qué decir, ¡oh sosegado! De tu magro sexo encogido sólo mana ya la linfa rosácea de tus glándulas, las primeras visitadas por el signo de la descomposición. ¡Ni una leve sombra quedará en la caja para testimoniar tus concupiscencias! "Un día seré grande..." solías decir en el alba de tu ascenso por las jerarquías. Ahora lo eres, ¡oh Venturoso! y en qué forma. Te extiendes cada vez más y desbordas el sitio que te fuera fijado en un comienzo para tus transformaciones. Grande eres en olor y palidez, en desordenadas materias que se desparraman y te prolongan. Grande como nunca lo hubieras soñado, grande hasta sólo quedar en tu lugar, como testimonio de tu descanso, el breve cúmulo terroso de tus cosas más minerales y tercas. Ahora, ¡oh tranquilo desheredado de las más gratas especies!, eres como una barca varada en la copa de un árbol, como la piel de una serpiente olvidada por su dueña en apartadas regiones, como joya que guarda la ramera bajo su colchón astroso, como ventana tapiada por la furia de las aves, como música que clausura una feria de aldea, como la incómoda sal en los dedos del oficiante, como el ciego ojo de mármol que se enmohece y cubre de inmundicia, como la piedra que da tumbos para siempre en el fondo de las aguas, como trapos en una ventana a la salida de la ciudad, como el piso de una triste jaula de aves enfermas, como el ruido del agua en los lavatorios públicos, como el golpe a un caballo ciego, como el éter fétido que se demora sobre los techos, como el lejano gemido del zorro cuyas carnes desgarra una trampa escondida a la orilla del estanque, como tanto tallo quebrado por los amantes en las tardes del verano, como centinela sin órdenes ni armas, como muerta medusa que muda su arco iris por la opaca leche de los muertos, como abandonado animal de caravana, como huella de mendigos que se hunden al vadear una charca que protege su refugio, como todo eso ¡oh varado entre los sabios cirios! ¡Oh surto en las losas del ábside! |
Es curioso, pero la muerte reina en el poema y al
mismo tiempo está completamente ausente del poema. Está el muerto, el yerto,
el detenido, el desterrado, el sosegado, el venturoso, el tranquilo
desheredado de las más gratas especies, el varado entre los sabios cirios, el
surto en las losas del ábside, el cadáver.
La muerte ya no tiene ningún poder sobre el difunto, ya ha terminado su tarea, ya no hay sueños, ya el tiempo se ha detenido. Sin vida es imposible la muerte, y ahora existe un estorbo, algo sin función, como abandonado animal de caravana. El poeta, y cuando leemos el poema somos el poeta, sabe de antemano qué destino le espera, qué destino nos espera. Ninguno. Sólo la tumba y las dos fechas, una de las cuales ya conocemos. Y por eso canta su lamento. No hay quejas ni sentimentalismos. Sólo la lúcida certeza de lo ineluctable. "Moirologhia" es un poema profundamente religioso pero el poeta no cree en la redención de la carne, no cree en el Dios de los católicos, y sabe que no hay un premio o un castigo que lo espere. Es un canto a lo vano del mundo, a la vanidad de toda vida, a la inutilidad de todo esfuerzo, y una burla contra la soberbia y el afán con que contaminamos nuestros días. Dicha certeza alimenta nuestra desesperanza. No podemos esperar nada, no hay más muerte ni más vida más allá de la vida. La vida y la muerte son una sola, son las dos caras de una misma moneda, indisolubles, y entonces ¿qué podemos hacer? Mutis, como poeta, no puede ofrecernos ninguna respuesta. En uno de sus textos, "Cita en Samburán", en el que Alex Heyst y Mister Jones, dos personajes de una de las novelas de Conrad, Lord Jim, se encuentran, el poeta nos revela que cualquiera que sea nuestra actitud ante la muerte, nada va a cambiar, nada podemos hacer contra sus designios. Mutis ha sido un gran admirador de Conrad y lo inquietan los mismos temas de la muerte y el fracaso que obsesionaron al novelista polaco/inglés. En "Cita en Samburán", Mutis no nos cuenta lo que está a punto de suceder, un asesinato, y da por sentado que conocemos la novela y que sabemos qué va a pasar, porque no importa lo que viene después, no interesan los hechos. Lo que Mutis quiere subrayar es que para ambos, para Alex Heyst y Mister Jones, la muerte es familiar, han vivido con ella, la conocen. Pero es mejor que oigamos a Mutis relatar este encuentro:
Cita en Samburán
"Acogidos en la alta y tibia noche de
Samburán, dos hombres inician un diálogo banal. Las palabras van tejiendo la
gastada y cotidiana substancia de la muerte. Para Alex Heyst el asunto no es
nuevo. Desde el suicidio de su padre, ocurrido cuando él era aún adolescente,
su familiaridad con el tema había crecido con los años. Aprendió a ver la
muerte en cada paso de sus semejantes, tras cada palabra, tras cada lugar
frecuentado por los seres que cruzaron en su camino. Para Mister Jones la
familiaridad había sido la misma, pero él prefirió participar de lleno en los
designios de la muerte, ayudarla en su tarea, ser su mensajero, su hábil y
sinuoso cómplice.
En el diálogo que se inicia en la tiniebla sin brisa de Samburán, un nuevo elemento comienza a destilar su presencia por entre las palabras familiares: es el hastío. Cada uno ha sorprendido ya, en la voz del otro, el insoportable cansancio de haber sobrevivido tanto tiempo a la total desesperanza. Es ahora, cuando el que va a morir dice para sí: "Entonces ¿esto era? Cómo no lo supe antes, si es lo mismo de siempre. Cómo pude pensar por un momento que fuera a ser distinto". La muerte del hombre es una sola, siempre la misma. Ni la lúcida frecuentación que le dedicara Heyst, ni la vana complicidad que le ofreciera Mister Jones, hubieran podido cambiar un ápice el monótono final de los hombres. En la alta noche sin estrellas de Samburán, la vieja perra cumple su oficio hecho de rutina y pesadumbre". Para Mutis la muerte, la vieja perra, cumple su oficio día tras día, segundo a segundo.
La
pesadumbre de la muerte nos da su aviso en cada momento. Las plagas, las
enfermedades, la miseria son sus más ostentosas banderas, pero no las únicas.
Maqroll El Gaviero es un experto en ellas. Maqroll es el desesperanzado por
excelencia. Maqroll es el ser emblemático de la poesía de Mutis y de sus relatos
y novelas. Es su aliento, su espíritu, su Presencia.
Me atrevo a afirmar que sin la Presencia de Maqroll El Gaviero viviríamos más solos, más huérfanos, más desamparados. Difícil precisar quién es Maqroll y Mutis mismo no ha podido agotar la insondable alma de El Gaviero, ni conoce aún toda su variada e intrincada vida. Sabemos, sí, que el nombre del gaviero viene de gavia, de vela, y es el marinero que en los barcos sube al palo mayor para otear, para avizorar el horizonte. Gaviero es el que vigila, el que ve más allá, el que nos avisa de los peligros, el que está pendiente, y la vida de todos en el barco depende de él. El Gaviero, es, pues un navegante y sus dominios son las grandes aguas del océano. Recordemos que en el poema "Amén", el poeta dice que la muerte "Te abrirá los ojos a sus grandes aguas, te iniciará en su constante brisa de otro mundo". Mutis nos va dejando las marcas en la brecha para que conozcamos el destino de El Gaviero. El Gaviero debe abrir los ojos sobre las grandes aguas montado en el palo de la gavia de un velero impulsado por la brisa, por el viento. El Gaviero avizora, vigila las grandes aguas de la muerte impulsado por la constante brisa de otro mundo. Esa misma función avizora cumple con nosotros El Gaviero en la poesía. Maqroll es quien señala la vitalidad de la muerte que hay en nosotros, nos avisa de nuestros males y nos revela el rostro de nuestra miseria. Uno podría imaginar a Maqroll como una suerte de Rimbaud milenario que continúa errando por una Abisinia infinita que ya es todo el planeta. Rimbaud abandonó todo, hasta la poesía, a los 18 años. Dejó de escribir y se fue para Abisinia, en donde quería hacerse rico y para lograrlo, se dice que llegó incluso a traficar con armas. No sabemos de dónde viene El Gaviero, y él mismo no sabe para dónde va, pero su errancia lo ha llevado también a traficar con armas, a montar un prostíbulo en Panamá, y la razón y el motivo de éstas y otras aventuras no son las del empresario, ni las del hombre que busca afanosamente ver coronadas sus empresas por el éxito. No. Ambos saben que la derrota existe de antemano, que están condenados para siempre. En una de las cartas escritas por Rimbaud desde Abisinia dice una frase que bien podría haber sido pronunciada por El Gaviero: "Cada vez estoy más convencido, como los musulmanes, que lo que llega llega y eso es todo". El desencanto, la lucidez, la conciencia de la propia miseria y del fracaso de toda vida, las enfermedades, el dolor, el horror, son consustanciales para El Gaviero y para Rimbaud. Son ellos los grandes enfermos, los desplazados, los solos, los que han sentado a la belleza en las rodillas y la han encontrado amarga y la han injuriado. Rimbaud vivió su temporada en el infierno y enterró su imaginación y su futuro. Es evidente que Maqroll ha vivido su propia temporada en el infierno. Rimbaud reclamó para sí, en la "Temporada", su carnet de condenado. Igual ha hecho Maqroll en la obra de Mutis. No pretendo afirmar aquí que Maqroll provenga de Rimbaud, pero sí señalar que son almas gemelas. Y, en todo caso, el mismo Mutis ha declarado su genuina devoción por la obra del poeta francés. Incluso, Mutis tiene un poema dedicado a Rimbaud, titulado "Estela para Arthur Rimbaud", en el que nos habla del poeta y utiliza una imagen que inmediatamente nos relaciona a éste con El Gaviero. En sus primeros versos el poema dice: "Señor de las arenas / recorres tus dominios y desde el mirador / de la torre más alta / parten tus órdenes / que van a perderse / en el sordo vacío / del estuario". Si ya señalamos que gaviero es el que avizora, el que vigila el horizonte, aquí la imagen del "mirador de la torre más alta" se asocia a la del palo mayor del barco de vela, y las órdenes que imparte Rimbaud desde allí van a perderse en el sordo vacío del estuario, que claramente nos ubica en las cercanías del mar. También vale aclarar que Maqroll no es el alter ego de Mutis, ni es Mutis disfrazado de Maqroll, y casi podríamos decir que tampoco es una invención del poeta. Maqroll tiene vida propia, independiente de la vida de Mutis. Maqroll es tan antiguo, tan inmemorial como una leyenda. Y Mutis es, por decirlo de algún modo, su albacea. Es imposible hablar de la poesía de Mutis sin hablar de Maqroll El Gaviero, pues éste no sólo es su singular personaje, sino que es uno de los raros milagros y misterios que hay en la poesía de la lengua castellana. Maqroll aparece por primera vez en sus poemas y años, muchos años después en sus novelas. En la Reseña de los Hospitales de Ultramar, El Gaviero, ya viejo, nos invita a conocer sus plagas y pregona el signo de sus navegaciones. Dejemos que Maqroll mismo nos relate sus plagas y que Mutis nos introduzca en ellas. "Los siguientes fragmentos pertenecen a un ciclo de relatos y alusiones tejidos por Maqroll El Gaviero en la vejez de sus años, cuando el tema de la enfermedad y de la muerte rondaba sus días y ocupaba buena parte de sus noches, largas de insomnio y visitadas de recuerdos. Con el nombre de Hospitales de Ultramar cubría El Gaviero una amplia teoría de males, angustias, días en blanco en espera de nada, vergüenzas de la carne, faltas de amistad, deudas nunca pagadas, semanas de hospital en tierras desconocidas curando los efectos de largas navegaciones por aguas emponzoñadas y climas malignos, fiebres de la infancia, en fin, todos esos pasos que da el hombre usándose para la muerte, gastando sus fuerzas y bienes para llegar a la tumba y terminar encogido en la ojera de su propio desperdicio. Esos eran para él, sus Hospitales de Ultramar". |
Las Plagas de Maqroll
"Mis Plagas", llamaba El Gaviero a las
enfermedades y males que le llevaban a los Hospitales de Ultramar. He aquí
algunas de las que con más frecuencia mencionaba: Un gran hambre que aplaca
la fiebre y la esconde en la dulce cera de los ganglios. La incontrolable
transformación del sueño en un sucederse de brillantes escamas que se ordenan
para reemplazar la piel por un deseo incontenible de soledad. La desaparición
de los pies como última consecuencia de su vegetal mutación en desobediente
materia tranquila.
Algunas miradas, siempre las mismas, en donde la sospecha y el absoluto desinterés aparecen en igual proporción. Un ala que sopla el viento negro de la noche en las miserias de las navegaciones y que aleja toda voluntad, todo propósito de sobrevivir al orden cerrado de los días que se acumulan como lastre sin rumbo. La espera gratuita de una gran dicha que hierve y se prepara en la sangre, en olas sucesivas, nunca presentes y determinadas, pero evidentes en sus signos: Un irritable y constante deseo, una especial agilidad para contestar a nuestros enemigos, un apetito por carnes de caza preparadas en un intrincado dogma de especies y la obsesiva frecuencia de largos viajes en los sueños. El ordenamiento presuroso de altas fábricas en caminos despoblados. El castigo de un ojo detenido en su duro reproche de escualo que gasta su furia en la ronda transparente del acuario. Un apetito fácil por ciertos dulces de maizena teñida de rosa y que evocan la palabra marianao. La división del sueño entre la vida del colegio y ciertas frescas sepulturas". El ritmo del poema es lento, la cadencia de la voz del poeta nos arrulla con sus males, las imágenes se suceden una tras otra, como olas que suavemente nos llevaran a playas insólitas y maravillosas. Las plagas de Maqroll son música que encanta y alivia. Mutis es un gran poeta porque nos seduce con su soberbio lenguaje. Cada una de sus frases se va desgranando como un fruto maduro, espléndido, sensual, que nos asombra. Los males de Maqroll no producen vértigo cuando los leemos sino una infinita calma, una dulzura que envenena lentamente, una suerte de melancolía melodiosa. En los poemas de Mutis nos dejamos llevar por el hechizo de una música sabia y diestramente ejecutada. Todo parece resbalar fácilmente como una modorra en una tarde de calor. La magia del lenguaje reina en el poema y por eso nos sentimos cómodos, apoltronados en estos hospitales de ultramar. Es increíble que la enfermedad, el cáncer, las pústulas, las llagas, las heridas resuenen con tanta gracia en el poema, con tan pasmosa dignidad y elegancia. El poeta parece deleitarse y deleitarnos con el horror de los enfermos. Pero la música que alienta en el poema es letal, es incisiva, y mientras lo escuchamos vamos sintiendo que dichos hospitales son el ámbito en que vivimos, que los enfermos somos todos, que cada uno de nosotros ha sido sopesado y diagnosticado de manera precisa, rigurosa, y ahora somos abiertos en canal por el escalpelo de una lengua afilada, brutal y encantadora. Oigamos. |
Pregón de los hospitales
¡Miren ustedes cómo es de admirar la situación
privilegiada de esta gran casa de enfermos!
¡Observen el dombo de los altos árboles cuyas oscuras hojas, siempre húmedas, protegidas por un halo de plateada pelusa, dan sombra a las avenidas por donde se pasean los dolientes! ¡Escuchen el amortiguado paso de los ruidos lejanos, que dicen de la presencia de un mundo que viaja ordenadamente al desastre de los años, al olvido, al asombro desnudo del tiempo! ¡Abran bien los ojos y miren cómo la pulida uña del síntoma marca a cada uno con su signo de especial desesperanza!; sin herirlo casi, sin perturbarlo, sin moverlo de su doméstica órbita de recuerdos y penas y seres queridos, para él tan lejanos ya y tan extranjeros en su territorio de duelo. ¡Entren todos a vestir el ojoso manto de la fiebre y conocer el temblor seráfico de la anemia o la transparencia cerosa del cáncer que guarda su materia muchas noches, hasta desparramarse en la blanca mesa iluminada por un alto sol voltaico que zumba dulcemente!
¡Adelante
señores!
Aquí terminan los deseos imposibles: el amor por la hermana, los senos de la monja, los juegos en los sótanos, la soledad de las construcciones, las piernas de las comulgantes, todo termina aquí, señores. ¡Entren, entren! Obedientes a la pestilencia que consuela y da olvido, que purifica y concede la gracia. ¡Adelante! Prueben la manzana podrida del cloroformo, el blando paso del éter, la montera niquelada que ciñe la faz de los moribundos, la ola granulada de los febrífugos, la engañosa delicia vegetal de los jarabes, la sólida lanceta que libera el último coágulo, negro ya y poblado por los primeros signos de la transformación.
¡Admiren
la terraza donde ventilan algunos sus males
como banderas en rehén! ¡Vengan todos feligreses de las más altas dolencias! ¡Vengan a hacer el noviciado de la muerte, tan útil a muchos, tan sabio en dones que infestan la tierra y la preparan! La poesía no es, como muchos creen, una evasión de la realidad, una fantasía de uso personal. Todo lo contrario. No hay nada fantasioso en estos poemas, ni podemos hablar de que este universo surge de la imaginación del poeta. El alto sol voltaico que zumba dulcemente en el poema es tan real como el que alumbra la mesa de operaciones del quirófano. Su luz despiadada ilumina nuestra condición y la revela. El poema hurga nuestras heridas y las sondea y de una u otra manera las alivia. Estamos pero no estamos solos. Alguien más ha visto, ha sentido. Alguien enriquece de manera sabia nuestra miseria. Maqroll mismo se ha enriquecido con la experiencia. En uno de los primeros poemas de Mutis en que aparece Maqroll, el tono y las imágenes son muy distintas. Hay un algo delirante en la letanía, en la enumeración de la plegaria que hace Maqroll que nos remite a un universo dislocado y demente, como si Maqroll fuese aún muy joven, aunque es evidente que ya conoce su rostro y su destino. La diferencia entre este poema y los que vinieron después en la Reseña de los Hospitales de Ultramar nos da la medida del rigor con que ha crecido El Gaviero, de la magnitud de su desastre, de la hondura de su desventura. |
Oración de Maqroll
No está
aquí completa la oración de Maqroll El Gaviero. Hemos reunido sólo algunas de
sus partes más salientes, cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos
como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada. Decía
Maqroll El Gaviero:
¡Señor, persigue a los adoradores de la blanda serpiente! Haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu infamia. Señor, seca los pozos que hay en mitad del mar donde los peces copulan sin lograr reproducirse. Lava los patios de los cuarteles y vigila los negros pecados del centinela. Engendra, Señor, en los caballos la ira de tus palabras y el dolor de viejas mujeres sin piedad. Desarticula las muñecas. Ilumina el dormitorio del payaso, ¡Oh Señor! ¿Por qué infundes esa impúdica sonrisa de placer a la esfinge de trapo que predica en las salas de espera? ¿Por qué quitaste a los ciegos su bastón con el cual rasgaban la densa felpa de deseo que los acosa y sorprende en las tinieblas? ¿Por qué impides a la selva entrar en los parques y devorar los caminos de arena transitados por los incestuosos, los rezagados amantes, en las tardes de fiesta? Con tu barba de asirio y tus callosas manos, preside ¡Oh fecundísimo! la bendición de las piscinas públicas y el subsecuente baño de los adolescentes sin pecado. ¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas de firmamento. Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro. Amén.
Es curioso que en este poema El Gaviero confiese
haber observado pacientemente las leyes de la manada, cuando su santo y seña
ha sido siempre el del solitario, el de alguien sin par. Pero es posible que
Maqroll vea en su condición la condición de todos nosotros, la de solitarios,
y tampoco olvidemos que en su poema "Moirologhia" Mutis nos habla
del abandonado animal de caravana, y una de las leyes de la manada es seguir
el rumbo y abandonar a los que se quedan, y dejarlos rezagados para siempre.
Los títulos que Mutis les ha dado a algunos de sus primeros libros de poemas nos señalan el itinerario de su poesía y nos dan la medida precisa de su materia: Los trabajos perdidos, Los elementos del desastre, la Reseña de los Hospitales de Ultramar. Allí no sólo están la muerte, las enfermedades y las plagas. También hay otros males, el exilio, el miedo, como también algunos bálsamos que alivian y nos dan un cierto amparo, una cierta esperanza, como la memoria, el amor y la música. Pero en el inquieto mar de la desesperanza el amor tampoco es una redención, y el poeta lo sabe y nos lo restriega en la cara. Hay un bello poema compuesto de tres partes llamado "Batallas hubo", en el que Mutis nos revela que el amor también está condenado por el tiempo y que de nada vale esforzarse en tan viejas hazañas. No hay una pizca de romanticismo en estos poemas sino la triste y cruda voz del que sabe, la atroz lucidez de un insomne enamorado. |
Batallas hubo
I
Casi al
amanecer, el mar morado,
llanto de las adormideras, roca viva, pasto a las luces del alba, triste sábana que recoge entre asombros la mugre del mundo. Casi al amanecer, en playas de pizarra y agudos caracoles y cortantes corolas, batallas hubo, grandes guerras mudas dejaron sus huellas. Se trataba, por fin, del amor y sus hirientes hojas, nada nuevo. Batallas hubo a orillas del mar que rebota ciego y desordenado, como un reptil preso en los cristales del alba. Cenizas del amor en los altares del mundo, nada nuevo.
II
De nada
vale esforzarse en tan viejas hazañas,
ni alzar el gozo hasta las más altas cimas de la ola, ni vigilar los signos que anuncian la muda invasión nocturna y sideral que reina sobre las extensiones. De nada vale. Todo torna a su sitio usado y pobre y un silencio juicioso se extiende, polvoso y denso, sobre cada cosa, sobre cada impulso que viene a morir contra la cerrada coraza de los días. Las tempestades vencidas, los agitados viajes, sólo al olvido acuden, en su hastiado dominio se precipitan y preparan nuevas incursiones contra la vieja piel del hombre que espera su fin como pastor de piedra ingenua y aguas ciegas.
III
Y hay
también el tiempo que rueda interminable,
persistente, usando y cambiando, como piedra que cae o carreta que se desboca. El tiempo, muchacha, que te esconde en su pecho con tus manos seguras y tu melena de legionaria y algo de tu piel que permanece; el tiempo, en fin, con sus armas ocultas. Nada nuevo.
La piel tersa del poema no deja ver las
desgarraduras de la carne. No hay amargura en la voz del poeta. Hay un
aceptar el mundo y el amor tal como es. Nada nuevo. Lento, suave,
aterciopelado, el poema va dejando oír su cadencia armoniosa que contrasta
vivamente con el sordo dolor que late bajo la serena superficie del canto. No
hay una queja, pero sí la resignación de alguien que sabe que el amor tampoco
ha de cambiar la vieja piel del hombre y que todo torna a su sitio usado y
pobre.
Hay un tono triste en estos versos, un tono en el que se evidencia el desengaño. El poeta no se engaña acerca del amor, no quiere engañarse, quiere también en este caso ver de frente las caras del amor, sin ilusión, sin maquillaje. Y lo que le queda en las manos, lo que el tiempo le deja es ese "algo de tu piel que permanece" que de una u otra manera todo lo justifica. La memoria se cuela en esa frase y precisa que no todo es del olvido, que a pesar de todo algo sigue vivo, así nos siga lastimando hondamente. Nada nuevo. Y es precisamente el amor, en la poesía de Mutis, el que deja entrever una esperanza, el único que nos revela que acaso no todo ha sido en vano. En su "Breve poema de viaje" el poeta describe minuciosamente ese algo, imperceptible casi, que condiciona nuestro destino, esa cuerda de la cual pende delicadamente una vida.
Breve poema de viaje
Desde
la plataforma del último vagón
has venido absorta en la huida del paisaje. Si al pasar por una avenida de eucaliptos advertiste cómo el tren parecía entrar en una catedral olorosa a tisana y a fiebre; si llevas una blusa que abriste a causa del calor, dejando una parte de tus pechos descubierta; si el tren ha ido descendiendo hacia las ardientes sabanas en donde el aire se queda detenido y las aguas exhiben una nata verdinosa, que denuncia su extrema quietud y la inutilidad de su presencia; si sueñas en la estación final como un gran recinto de cristales opacos en donde los ruidos tienen el eco desvelado de las clínicas; si has arrojado a lo largo de la vía la piel marchita de frutos de alba pulpa; si al orinar dejaste sobre el rojizo balasto la huella de una humedad fugaz lamida por los gusanos de la luz; si el viaje persiste por días y semanas; si nadie te habla y, adentro, en los vagones atestados de comerciantes y peregrinos, te llaman por todos los nombres de la tierra, si es así, no habré esperado en vano en el breve dintel del cloroformo y entraré amparado por una cierta esperanza.
Hay demasiados síes en el poema como para
garantizar una cierta esperanza. Pero la puerta está abierta y si es posible
nombrar los síes de los cuales depende el no haber esperado en vano, es
porque ellos son ciertos y existen; hacen parte de un delicado ritual que
debe realizarse paso a paso para que su promesa se cumpla.
La imagen final nos remite al final de todo viaje, de toda vida, y es claro que el breve dintel del cloroformo nos ubica en el umbral de la muerte. El poeta va a entrar, va a acogerse a la muerte amparado por una cierta esperanza cuando de hecho, paradójicamente, ya no la necesita. O sí, y ni el poeta ni nosotros lo sabremos nunca. Pero hay en esta esperanza una suerte de sosiego, de tranquilidad, de valor que nos ayuda a cruzar la frontera. Esto es evidente de manera terrible en uno de los poemas más trágicos y bellos de Mutis. En el poema, el número cuatro de Caravansary, poema compuesto de diez poemas en prosa y de una Invocación final, y que da título al libro, oímos una confesión terrible, y en dicha confesión hecha por alguien que va a morir encontramos la justificación de una vida, hallamos el amor. Dice así: |
IV
Soy capitán del 3° de Lanceros de la Guardia
Imperial, al mando del coronel Tadeuz Lonczynski. Voy a morir a consecuencia
de las heridas que recibí en una emboscada de los desertores del Cuerpo de
Zapadores de Hesse. Chapoteo en mi propia sangre cada vez que trato de
volverme buscando el imposible alivio al dolor de mis huesos destrozados por
la metralla. Antes de que el vidrio azul de la agonía invada mis arterias y
confunda mis palabras, quiero confesar aquí mi amor, mi desordenado, secreto,
inmenso, delicioso, ebrio amor por la condesa Krystina Krasinska, mi hermana.
Que Dios me perdone las arduas vigilias de fiebre y deseo que pasé por ella
durante nuestro último verano en la casa de campo de nuestros padres en
Katowicze. En todo instante he sabido guardar silencio. Ojalá se me tenga en
cuenta en breve cuando comparezca ante la Presencia Ineluctable. ¡Y pensar
que ella rezará por mi alma al lado de su esposo y de sus hijos!
El capitán tercero de lanceros pide perdón a
Dios, pero también le pide que ojalá su silencio, su cómplice amor sin
testigos sea tomado en cuenta cuando llegue frente a la Presencia que no
podemos eludir. El capitán tercero de lanceros sabe que la vida se le escapa
pero está orgulloso de su amor, y que en ese amor va su vida, su única
justificación en este mundo. Por último, quiero leer un hermoso poema,
"Sonata" (que entre otras quiere decir algo para ser sonado), en el
que el poeta señala lo delicado del amor, y cómo un algo sutil puede
desbaratar la magia y condenarnos a un nuevo fracaso.
Sonata
¿Sabes qué te esperaba tras esos pasos del arpa
llamándote de otro tiempo, de otros días?
¿Sabes por qué un rostro, un gesto, visto desde el tren que se detiene al final del viaje, antes de perderte en la ciudad que resbala entre la niebla y la lluvia, vuelven un día a visitarte, a decirte con unos labios sin voz, la palabra que tal vez iba a salvarte? ¡A dónde has ido a plantar tus tiendas! ¿Por qué esa ancla que revuelve las profundidades ciegamente y tú nada sabes? Una gran extensión de agua suavemente se mece en vastas regiones ofrecidas al sol de la tarde; aguas del gran río que luchan contra un mar en extremo cruel y helado, que levanta sus olas contra el cielo y va a perderlas tristemente en la lodosa sabana del delta. Tal vez eso pueda ser. Tal vez allí te digan algo. O callen fieramente y nada sepas. ¿Recuerdas cuando bajó al comedor para desayunar y la viste de pronto, más niña, más lejana, más bella que nunca? También allí esperaba algo emboscado. Lo supiste por cierto sordo dolor que cierra el pecho.
Pero alguien habló.
Un sirviente dejó caer un plato. Una risa en la mesa vecina, algo rompió la cuerda que te sacaba del profundo pozo como a José los mercaderes. Hablaste entonces y sólo te quedó esa tristeza que ya sabes y el dulceamargo encanto por su asombro ante el mundo, alzado al aire de cada día como un estandarte que señalara tu presencia y el sitio de tus batallas. ¿Quién eres, entonces? ¿De dónde salen de pronto esos asuntos en un puerto y ese tema que teje la viola tratando de llevarte a cierta plaza, a un silencioso y viejo parque con su estanque en donde navegan gozosos los veleros del verano? No se puede saber todo. No todo es tuyo. No esta vez por lo menos. Pero ya vas aprendiendo a resignarte y a dejar que otro poco tuyo se vaya al fondo definitivamente y quedes más solo aún y más extraño, como un camarero al que gritan en el desorden matinal de los hoteles, órdenes, insultos y vagas promesas, en todas las lenguas de la tierra. |
ÁLVARO
MUTIS: DERROTA Y LEYENDA
EN LOS ELEMENTOS DEL DESASTRE
EN LOS ELEMENTOS DEL DESASTRE
Mercedes Ortega González-Rubio
merr19@yahoo.com
Seminario Andrés Bello -Instituto Caro y Cuervo
Bogotá - Colombia
merr19@yahoo.com
Seminario Andrés Bello -Instituto Caro y Cuervo
Bogotá - Colombia
A Álvaro Mutis
(Bogotá, Colombia, 1923) se le asocia principalmente en dos grupos literarios:
en sus inicios, con la última etapa de “Los Cuadernícolas”, autores reunidos
alrededor de los cuadernos de poesía titulados “Cántico” y publicados por Jaime
Ibáñez, y en una etapa posterior (que no la última), con el grupo MITO (1955).
La principal característica
que une a los poetas de estos grupos, principalmente a los de MITO, es la de
presentar una marcada tendencia existencialista, fruto quizás de la situación
política en que se desarrollan: a nivel internacional, el fin de la segunda
Guerra Mundial, y en Colombia, el sangriento enfrentamiento de los partidos
tradicionales. También influyen en ellos las corrientes literarias de esos
años, principalmente las vanguardias europeas, entre ellas, el surrealismo.
Mutis estudia en el colegio
de Nuestra Señora del Rosario, en Bogotá, donde tiene como profesor de
Literatura Española al poeta colombiano Eduardo Carranza; también frecuenta los
billares y cafés donde se relaciona con intelectuales del momento que serán sus
maestros y compañeros. Mutis había vivido su niñez en Bélgica y en una hacienda
en el Tolima. Durante su vida desempeñó diferentes oficios: director de la
Radio Nacional de Colombia, locutor de noticias, actor de radionovelas,
director de publicidad de la Compañía Colombiana de Seguros, jefe de relaciones
públicas de la empresa de aviación LANSA. Su primera publicación fue el
cuaderno de poesía La balanza, en compañía de Carlos Patiño
Roselli, con ilustraciones de Hernando Tejada, en 1948. En 1956, debido al
manejo caprichoso de unos dineros de la multinacional Esso, en la que era jefe
de relaciones públicas, o a un exilio voluntario ocasionado por la dictadura
del general Gustavo Rojas Pinilla (Gámez: 2004), Mutis parte a México, donde ha
residido por muchos años. Trabaja allí como ejecutivo en una empresa de
publicidad y luego como promotor y vendedor de publicidad para televisión. A
los tres años de su llegada a México, es encarcelado durante 15 meses. Más
tarde se convierte en gerente de ventas para América Latina de la Twentieth
Century Fox, y luego de la Columbia Pictures, durante 23 años hasta su retiro.
Álvaro Mutis, quien es
descendiente de José Celestino Mutis (el sabio), ha recibido: en 1974, el
Premio Nacional de Letras de Colombia; en 1985, el premio de la crítica de Los
Abriles de México, por su libro Los emisarios (1984); en 1988,
el grado de doctor Honoris Causa en Letras, por la Universidad
del Valle, y por la Universidad de Antioquia, en 1993; en 1988, el premio
Xavier Villaurrutia y la condecoración con el Águila Azteca por su libro Ilona
llega con la lluvia (1987); en 1989, el premio Médicis Étranger en
Francia con La Nieve del Almirante (1986) y la Orden de las
Artes y las Letras en el grado de Caballero, de parte del gobierno de ese país;
en 1990, el premio Nonino y el premio literario Lila de Italia; en 1993, la
Cruz de Boyacá por el gobierno colombiano. En 1997, es galardonado con el
Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y en junio del mismo año, obtiene el
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Luego recibe el Premio
Internacional Neustadt de la Universidad de Oklahoma, y en 2001, el Cervantes.
Mutis escribe un libro
promedio por año y ha sido traducido a muchos idiomas. Hasta el momento ha
publicado Los elementos del desastre (1953), poemario donde
aparece por primera vez su personaje Maqroll el gaviero; en 1960, el libro en
prosa Diario de Lecumberri escrito durante su estancia en la
cárcel; en 1973, la novela La mansión de Araucaíma y la
antología de sus poemas desde 1948 a 1970Summa de Maqroll el gaviero; en
1986, La nieve del almirante; en 1988, Ilona llega con
la lluvia; en 1989, Un bel morir; en 1990, La
última escala del Trump Steamer y Amircar, y en 1991, Abdul
Bashur, soñador de navío.
La obra de Mutis ha sido
ampliamente estudiada en Colombia y a nivel mundial, como se podrá deducir de
todos los premios que ha recibido. Enumeración fantástica, estilo trovadoresco
y medieval, tono invocatorio, el trópico enfermizo y malsano, el fracaso, así
como sus afinidades con la obra de Gabriel García Márquez, concretan algunos de
los tópicos y características que se han analizado en la obra de Mutis. No hay
duda de que sus poemas están cargados con retazos de imágenes de la triste
derrota del hombre.
La poesía de Mutis surge en
un momento en que Colombia pasa por una época de agotamiento con el grupo
dominante en ese entonces “Piedra y Cielo”. Poco a poco, aparecen nuevos poetas
con ganas de darle un vuelco a la historia literaria del país. Como escribe
Armando Romero, “Mutis comprende el viaje de desacralización que lo llevaría a
borrar de un plumazo la imagen de estampa de almanaque que tenía el paisaje y
la realidad colombiana” (1985: 99). La tradición poética colombiana ha sido
ampliamente criticada y, salvo contadas excepciones como Silva, de Greiff y
Aurelio Arturo, a sus poetas se les describe como: “[…] eternos y serviles
editorialistas, políticos oportunistas, perseguidores de prebendas,
diplomáticos de undécimo nivel, columnistas incultos, lentos lectores de
traducciones, triviales coronadores de reinas de belleza y promotores
turísticos de la geografía azul de la patria, que dormían con la efigie de
Mussolini y de Franco en la cabecera de la cama, incapaces de dialogar de tú a
tú con un colega de otra lengua porque sus conocimientos no rebasaban las
torpes tapias del patio.” (Castillo Mier: 2002).
Influido por las corrientes
de la moderna poesía, sobre todo por el simbolismo francés, Mutis adopta
algunas de las prácticas propias de aquella escuela: el poema en prosa, el
monólogo y la ironía. Quizás también de estas corrientes, heredó la concepción
del poeta como el descubridor del lado verdadero de los objetos y los seres. Es
indudable que la obra de Mutis rompe los esquemas en poesía imperantes hasta
entonces en Colombia y materializan el comienzo de la vanguardia criolla.
Habría que analizar más a fondo la calidad de esta vanguardia iniciada por él y
por otros poetas, pues puede haber inaugurado el vacío lugar común bohemio.
Esta innovadora visión del
mundo en los años cuarenta fue necesaria para Mutis, porque en la edad moderna
la comunicación entre los hombres se ha perdido. El presente le parece
siniestro, hay una pérdida de la personalidad y de la identidad nacional:
“Hemos caído y nos hemos vuelto sombras. Ya no existimos como seres. El hombre
ha muerto. Vivimos a través de aparatos electrónicos. Tampoco sabemos quién es
quién y lo que está sucediendo en el mundo es tan irracional y tan absurdo que
realmente a veces me da la sensación de estar viviendo una novela de ciencia
ficción” (Gámez: 2004). Sin embargo, en la poesía de Mutis no hay un
esperanzador mensaje político directo, de hecho, él y Charry Lara fueron los
dos miembros del grupo MITO menos activos políticamente. Él mismo dice que no
le interesa la política pero sí el progreso interno del hombre. La semilla de
esperanza que siembra la obra de Mutis se da a nivel del individuo.
Además de ser el
poeta-vocero lúcido, Mutis es también el hombre real, como cuenta García
Márquez en una anécdota: “[…] a través de la campiña belga, enrarecida por la
bruma de octubre y el olor de caca humana de los barbechos recién abandonados,
Álvaro había manejado durante más de tres horas, aunque nadie lo crea, en
absoluto silencio. De pronto dijo: «País de grandes ciclistas y cazadores».
Nunca nos explicó qué quiso decir, pero nos confesó que él lleva dentro un bobo
gigantesco, peludo y babeante, que en sus momentos de descuido suelta frases
como aquella, aun en las visitas más propias y hasta en los palacios
presidenciales, y tiene que mantenerlo a raya mientras escribe, porque se
vuelve loco y se sacude y patalea por las ansias de corregirle los libros”
(2002).
Con el reconocimiento
internacional que se le ha hecho a la obra de Álvaro Mutis, se hace ya difícil
analizarla. Por el momento, los artículos elogiosos abundan, lo que al lado de
la fama y la aceptación, se convierte a veces en insalvable obstáculo para el
estudio concienzudo de una obra. La crítica resulta siempre selectiva y
subjetiva, pero pocos analistas expresan de manera directa sus amores, y menos
sus odios, todos quieren pasar por objetivos.
Los elementos del
desastre (Mutis: 1997) -edición original de 1953- es
un libro compuesto por 12 poemas, algunos de los cuales habían sido publicados
años antes en el diario El Heraldo, con ilustraciones de Enrique
Grau. Aquí se afianzan algunos de los tópicos favoritos de Mutis. En “Hastío de
los Peces”, se presenta tácitamente por primera vez su personaje bandera
Maqroll el gaviero, que aparece como “la solución de un problema técnico que
minaba los comienzos de la obra de Mutis: la inverosímil sabiduría de su
hablante lírico cuya desilusionada visión del mundo no era compatible con un
joven poeta de 25 años” (Castillo Mier: 2000).
Se encuentra también el
tópico del viaje y la huida, así como esa verdad develada sólo a medias, ese
símbolo que remplaza al concepto, las palabras poéticas que substituyen a otras
palabras más directas. Esta utilización de una imagen alegórica en la poesía de
Mutis se presenta a veces carente de significado, puesto que faltan los lazos
necesarios para que el lector pueda “armar” el universo significativo del
poema.
Maqroll aparece ya de forma
explícita en “Oración de Maqroll”. Se observa que dentro de este libro de
poemas, el personaje nunca es presentado ni introducido al lector, sino que
surge de repente. No se sabe nada de él, ¿por qué se le menciona?, ¿por qué
habla? Estas incógnitas se irán develando a través de la obra de Mutis, tanto
en su poesía como en su narrativa. En una oración se pide por algo que no se
puede tener por medios propios. En el caso de “Oración de Maqroll”, se quiere
dejar atrás la miseria, el dolor, la impiedad, “la incredulidad y la dicha
inmotivada”, entre otros males. El que otea le pide la inocencia perdida a un
dios misericordioso. Puede suplicar porque no es pretencioso y sí manso.
En el poema “Los elementos
del desastre”, se dan doce imágenes, doce elementos del desastre, doce miserias
humanas. Cada una es a la vez individual y universal: los recuerdos del poeta,
envejecidos, empolvados y sucios por el paso del tiempo en medio de la
podredumbre del trópico, de la agonía y la descomposición. Estas imágenes que
insinúan su significado no son sólo visuales sino también acústicas (el
chillido del grillo), tactiles (el calor) y olfativas (aroma de pino); se
presenta así un cuadro completo y más real que despierta fuertes sensaciones en
el lector. En el poema, hay un interés por sorprender con adjetivos inesperados
y símiles novedosos: “silencio ciego”, “el torpe silencio que se extendía sobre
las voces, como un tapete gris de hastío, como un manoseado territorio de
aventura”. Nuevamente se encuentra el tópico del viaje, esta vez con guerreros
repartiendo la muerte. El poema está inmerso en un mundo entre mágico y
cotidiano. Como dice Fernando Charry Lara: “Existe en Mutis una rara condición
verbal. En sus poemas se reconoce un trabajo secreto por descubrir la esencial
función delatora del lenguaje. A veces sombría, otras relampagueante, directa
en la intención y abriéndose paso hacia adentro, el habla obedece, incisiva, a la
urgencia de esclarecimiento del mundo amargo y fantástico que obsesiona a este
poeta” (1975: 14).
El recurso de los
fragmentos se repite una y otra vez en estos doce poemas. En “La orquesta”, el
lector debe ir construyendo la historia, aunque aquí falta la claridad del
poeta para guiarlo. Sucede lo mismo en “El miedo”, pues las frases se
encuentran inconexas, hay una corriente de la conciencia que fluye libremente
como en un sueño borroso. El día de los vivos se marchita y llega la noche
llena de miedo de los muertos. Hay ideas que aparecen cortadas, “el miedo
danza” pero no hay música ni descripción de movimientos. Los recursos
literarios se suceden sin un hilo que los relacione: la sentencia (“Un Dios
olvidado mira crecer la hierba”), la agramaticalidad (“vivo ciudades
solitarias”), la sinestesia (“dolor diseminado como el espeso aroma de los
zapotes maduros”).
En el poema “Una palabra”,
la ruina y el olvido también están presentes, esta vez despertados por una
palabra, que tal vez bastará para sanarnos. “Una palabra y se inicia la danza /
de una fértil miseria”. El poema, al ser la idealización del mundo, hace que
éste se vea aún más miserable. Aquí parece que se siguieran las palabras del
poeta precursor del simbolismo, Stéphane Mallarmé: «Nommer un objet,
c'est supprimer les trois quarts de la jouissance du poème qui est faite de
deviner peu à peu; le suggérer, voilà le rêve»1. El
simbolismo, corriente literaria y artística que aparece en Francia a fines del
siglo XIX, surge como rechazo al romanticismo y al parnasianismo y busca dar la
sensación y la impresión, más que la representación de las cosas. A través de
los símbolos, el poeta busca alcanzar la realidad superior. El símbolo se
convierte en el medio para descifrar esta realidad invisible. El poeta no
describe, sino que sugiere, privilegia lo fantástico y el misterio.
En “El festín de Baltasar”,
el elemento onírico e inconsciente se presenta tan fuerte, que tiene un toque
de surrealismo. Los personajes del poema-relato no aparecen identificados claramente,
la historia queda entre brumas, es una prosa que quiere contar una historia
pero que se enreda para parecer poesía.
Tal vez uno de los poemas
menos logrados es “El húsar”, otro personaje que se encuentra en este libro,
además de Maqroll. En este caso, el húsar encarna un guerrero viajero, un héroe
miserable. Se realiza la descripción de su figura y la narración de su triste
historia (la madre que lo llora). Se describe la atmósfera de ruina: ojos
irritados, amargas hojas, ciudad temerosa, insensato designio, los santos en
los prostíbulos. El poema quiere ser épico en su prosa cargada de adjetivos.
Hay incógnitas, claves: “Entretanto era menester custodiar la reputación de las
reinas”, el cangrejo predicador que crucificaron; y sigue el recuento: mártir,
la amante, la muerte, la caballería. La leyenda no llega a ser.
La visión de mundo tan
masculina del poeta se ve claramente en “Nocturno”: “las mujeres ofrecen al
viajero la fresca balanza de sus senos […]”. La mujer siempre es descrita de
una forma alejada, sin acercamientos y, con frecuencia, de una forma negativa
en su aspecto sexual. En “Los elementos de desastre”, se encuentra también esta
distanciada mención: los hombres ríen al evocar mujeres poseídas hace años. Las
mujeres de “El festín” son “frías a menudo y descuidadas de su placer, pero en
ocasiones viciosas y crueles, ávidas e insaciables”. En general, las
caracterizaciones que se hacen de la mujer son de este tipo: “huellas de
hermosísimas mujeres” (“Hastío”), “altas hembras de espalda sedosa y dientes
separados” (“Los elementos”), “paciente y olvidada mujerzuela” (“El húsar”),
“mujeres de ademanes amorosos y piernas de anamita” (“El húsar”), “una mujer
espera con sus blancos y espesos muslos abiertos” (“Una palabra”), “un opulento
torso de mujer que despierta entre naranjos” (“Trilogía”). El único poema en
que se detiene un poco en el mundo femenino, es “204”. Allí la miseria se
escucha a través de una mujer, la María Magdalena moderna, impura por contagio
del agrio medio que la rodea.
En “Trilogía” se habla de
la miseria de la ciudad, del campo y de las montañas. El hombre está vencido
por la suciedad, que sólo es aparentemente externa, porque la verdadera está
por dentro. Nuevamente aparecen los guerreros con sus armas y sus batallas, el viaje
que nunca es señal positiva, y la lucha estéril e inútil de la poesía ante la
realidad.
En “Los trabajos perdidos”,
el poeta nos dice que la palabra es inútil y falsa, un “vano fruto”, una cosa
irreal que substituye al mundo real, ya dado, ya terminado, ya hecho por los
hombres o por los dioses. Pero esa realidad se muestra desolada, moribunda,
perdida. La poesía lo único que hace es encubrir ese mundo sangrante. Sin
embargo, el poema nos “sirve” en todo momento porque todo deviene poesía,
incluso “el cadáver hinchado y gris del sapo lapidado por los escolares”. La
conclusión del poema contradice todo lo anterior y enaltece a la poesía,
poniéndola por encima de la misma realidad, ella existe antes que todo, es
“vieja en edad”, además de valerosa.
Los fragmentos que
conforman los poemas de Álvaro Mutis hacen que el lector se sienta en medio de
un delirio bombardeado por imágenes, siempre de tierra caliente, en los
cafetales o en la costa. Hay un sopor, una desesperación pausada como “el
hastío de las horas anteriores al mediodía cuando aún no se sabe qué sabor
intenso prepara la tarde” (“El húsar”). Sin embargo, a veces el verso no fluye
sino que se enreda entre imágenes poéticas forzadas, con un “color indefinido
como el humo de los trenes cuando se pierde entre los eucaliptos” (“La
orquesta”). Al mundo simbolista de Mutis le falta estructuración puesto que a
veces se queda en la fácil imagen carente de mensaje.
Dentro de su contexto
histórico y geográfico, esfuerzos como el de Mutis son admirables al haber roto
esquemas tradicionales. Al lado de un poema de patria y honor, la plegaria
desesperanzada de Mutis sobresale. Pero el trabajo de la poesía es aún más
arduo si se quiere alcanzar una madurez, autonomía y universalidad
trascendentes. De cualquier modo, como dice Charry Lara: “A pesar, o tal vez a
causa del impulso de su imaginación, la poesía de Mutis no ha dejado de
preguntarse, en efecto, cómo podría ser escrita, para quiénes y con qué
vocablos, formas e imágenes. Recelosa de sus dones, ha preferido ir en busca de
la perdida virtud original del lenguaje” (16).
NOTA:
[1] Nombrar un objeto es
suprimir tres cuartos del goce del poema que está hecho de adivinar poco a
poco; sugerirlo, he ahí el sueño.
BIBLIOGRAFÍA
-CASTILLO MIER, Ariel.
“Álvaro Mutis: Colombia y el Caribe colombiano”. En: Revista La Casa de
Asterión. Volumen III, Número 9. Barranquilla, Universidad del Atlántico,
abril-mayo-junio de 2002.
[http://www.lacasadeasterionb.homestead.com/v3n9mut.html] (En línea, consulta: 30 de agosto de 2004)
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-CASTILLO MIER, Ariel. “Un
texto clave en la trayectoria poética de Álvaro Mutis”. En: Revista La
Casa de Asterión. Volumen I, Número 2. Barranquilla, Universidad del
Atlántico, julio-agosto-septiembre de 2000.
[http://lacasadeasterion.homestead.com/v1n2peces.html] (En línea, consulta: 30 de agosto de 2004)
[http://lacasadeasterion.homestead.com/v1n2peces.html] (En línea, consulta: 30 de agosto de 2004)
-CHARRY LARA, Fernando.
Prólogo: “Poesía de Mutis”. En: Maqroll el Gaviero. Bogotá, Instituto
Colombiano de Cultura, 1975.
-GÁMEZ, Pablo. “12
Preguntas para un Cervantes llamado Álvaro Mutis”. En: Librusa. Agencia
Internacional de noticias literarias. Miami, 2004.
[http://www.librusa.com/entrevista_mutis.htm] (En línea, consulta: 30 de agosto de 2004)
[http://www.librusa.com/entrevista_mutis.htm] (En línea, consulta: 30 de agosto de 2004)
-GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel.
Prólogo: “La venganza de Gabriel García Márquez: Mi amigo Mutis. En: La
Mansión de Araucaima y otros relatos, de Álvaro Mutis. Bogotá, Presidencia
de la República, Biblioteca Familiar Colombiana, 1996.
-MUTIS, Álvaro. Obra
Poética. Bogotá, Arango Editores, 1997.
-ROMERO, Armando. Las
Palabras están en Situación. Bogotá, Procultura, 1985.
Los paraísos secretos de Álvaro
Mutis *
Claudia Posadas * *
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Si bien la conciencia en la
escritura de Álvaro Mutis (Bogotá, 1923) no se instala en un tiempo y en un
espacio precisos, su corazón sí encuentra una estancia: la Hacienda de Coello,
en Tolima, Colombia.
Para el autor de Caravansary (1982),
el proyecto civilizatorio del hombre es una idea que se ha alcanzado y se ha
perdido en diversos momentos de la historia, momentos a los que el escritor se
siente cercano y que no se sitúan en la época contemporánea. Así, el concepto
de civilización no puede entenderse como un proceso lineal, y mucho menos
progresivo. Entonces, el tributo del autor es para reinos y órdenes del pasado,
Bizancio en primer lugar, el imperio francés y español, pero sobre todo, para
aquellas esencias que considera fundamentales: el orden regio, señalado por la
divinidad, para gobernar a los hombres.
Por todo esto Mutis descree
en el hombre en general, ya que su naturaleza impide su progreso, y sobre todo
en el ser contemporáneo, cegado en un mundo donde se multiplica, informe, por
los espejos mediáticos.
Pero al mismo tiempo, hay
un dominio personal que es el centro de este itinerario por la historia humana:
el olor de los cafetales y el sonido de la lluvia de la hacienda familiar, el
trópico de la infancia y la juventud, que es un puerto que el autor rememora y
busca en su obra.
Álvaro Mutis es un viajero
sin límite, al igual que Maqroll, su personaje, sólo que uno se pierde en la
noche del tiempo y el otro en las aguas indomables del desafío. Pero ambos,
escritor y personaje, y a pesar del escepticismo y dureza del Gaviero, de su
errancia en un trópico que todo desgasta, comparten un paraíso secreto.
Escrita bajo la épica de
Homero y el descenso hacia la oscuridad de Conrad, la literatura de Mutis se
convierte en un testimonio del ser humano. La casa del escritor es como sus
obras, plena de símbolos que reflejan nuestras percepciones del
mundo: brújulas, mapas, gráfica sobre embarcaciones y libros antiguos. También,
está poblada por presencias nobles, por emisarios que resguardan la memoria del
escritor, por pequeños húsares que conformarán, con el tiempo, una novela que
tiene planeado escribir el autor.
Mutis ha sido objeto de los
reconocimientos más prestigiados del medio literario internacional, entre
ellos, el Príncipe de Asturias de las Letras, el Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana y recientemente el Premio Cervantes. Ha sido traducido a 13
idiomas, o 14, dice el autor, si se toman en cuenta poemas suyos traducidos al
chino. Reside en México desde 1956.
—Tanto en su poesía como
en su narrativa, la épica es el pulso que guía la creación y le da su fuerza y
permanencia, según la crítica. ¿Cuál es el origen de esta visión?
—Se debe a mi fidelidad a
los clásicos que leí desde niño. El tono épico de muchos de ellos se me quedó
para el resto de la vida. Pero no sólo ha permanecido en mí la música, el tono
con que están escritas La Odisea, La Eneida, La
Ilíada, y después, el romancero del Cid, sino también el sentido. Por otra
parte, primero escribí poesía durante 40 años y mis novelas no son sino una
continuación de sus temas, obsesiones, escenarios y sitios que amo. Muchas
veces, escribiendo una novela, me pregunto si no estoy haciendo un borrador de
un poema; por ejemplo, en una novela como Amirbar(1990), me salió
un poema de cuatro páginas sin darme cuenta.
—Una parte importante
parte de esta poesía es un elogio hacia lo primordial, hacia lo antiguo,
entendido como los paraísos personales del autor. ¿Cómo es la relación de esta
esencia con la épica narrativa?
—Al leer los clásicos y la
épica queda una música. En la poesía, naturalmente, lo digo de una manera más
esencial, misteriosa si se quiere decir, más secreta y al mismo tiempo más
evidente. Por otra parte, he sido un lector de historia desde niño; heredé la
biblioteca de mi padre de la cual gran parte de su acervo es sobre este tema y
por tanto se me creó una afición por el pasado. Entonces, esas referencias
históricas que hay en mi poesía y que después aparecen en mis novelas, son ecos
de experiencias de lectura que para mí son experiencias de vida.
—Por ejemplo, la
referencia a civilizaciones antiguas como Bizancio, entre otras, es sustancial en
usted…
—Claro. Me interesa toda la
creación de Occidente, en especial Bizancio. Mi amor por esta civilización es
tan profundo que por eso escribí La muerte del estratega (1988),
que es la historia de un bizantino. Para mí éstas son presencias absolutas y
claro, mi poesía, narrativa y ensayos, que se reúnen en un libro
reciente, De lecturas y algo del mundo (2000), representan ese
volver a la historia.
—Un tono importante en
su obra es la tragedia, que sobre todo se encuentra en el destino de Maqroll.
¿Cuáles son las herencias a las que hace homenaje?
—Si uno en una época, en
una edad en que se está formando lee a Sófocles, ese sonido y situaciones, ese
enfrentamiento de los hombres contra los hombres, si uno lee esta maravilla que
es la tragedia griega, le queda como un ejemplo. Y después si se leen las
novelas de Dostoievsky, de Dickens, etcétera, encuentra un eco de todo esto.
Hablamos de los hombres desnudos, con toda su condición humana evidente y
presente. Eso a mí me ha formado y me interesa mucho.
—Sin embargo,
independientemente de la condición humana, hay un elogio al pasado, como ha
dicho, que implica una falta de fe en el hombre contemporáneo…
—En el hombre en general.
Al leer historia, ¿qué es lo que se lee? Desastres, brutalidades aterradoras, momentos
de la Europa occidental cristiana que son de un salvajismo aterrador como es el
caso de las cruzadas. Entonces, ¿qué esperanza le queda al hombre? Ninguna. Las
ilusiones que se ha creado éste, y sobre todo a partir del siglo XVIII son
ilusiones razonadas. Rosseau crea un hombre ideal para poder aplicar su teoría,
sin embargo éste no es como él lo define. Y de ahí en adelante viene el
desastre.
En la historia hay ejemplos
muy elocuentes de hombres que han tenido en sus manos la vida de poblaciones enteras,
cuya conducta, con muy pocas excepciones, no ha sido ni piadosa, ni brillante,
y no ha traído otra cosa más que muerte, dolor, hambre y miedo. Entonces, el
hacerse ilusiones y el hablar, por ejemplo, de la palabra progreso, que ahora
utilizamos cada diez minutos, no tiene sentido. Yo me pregunto progreso en qué
Dios mío, cuando se ve lo que pasa en Kósovo, en África, en Colombia. ¿Hablamos
de progreso técnico? Pues sí, pero éste no ha servido sino para matar más
rápido a más gente, no hay tal progreso, eso es mentira. ¿Modernidad? La sola
palabra me pone los pelos de punta. Modernidad es lo que se intenta hacer, pero
como dije, no es posible. No digo que nosotros estamos aquí para ser ángeles,
sino para ser seres humanos. No tenemos remedio, pero tampoco hay que llorar y
lamentar esto. Así somos, ése es el destino de esta especie, no debemos
asustarnos.
—¿Cuál es su lectura del
hombre contemporáneo?
—Pues que otra vez nos
hemos olvidado del hombre. Ahora ya no existe el individuo, sino grandes masas
presentes a través de aparatos electrónicos que circulan como fantasmas. Hoy
día, esto que llaman comunicación, es cada vez más raro. Las máquinas no me
están dando ninguna presencia de nadie. Por un lado nos olvidamos del hombre y
por el otro, ni siquiera lo vemos ya. El ser humano que se nos presenta en la
televisión, el hombre que leemos en internet, son sombras o están escogidos
maliciosamente para presentar un determinado tipo de ser. Así no es la cosa.
—En sus novelas hay un
culto a los objetos, a cierta estética antigua, pero sobre todo a concepciones
del mundo, por ejemplo el viaje. ¿Qué implica para usted estas formas, estos
símbolos?
—El viaje es una idea. No
me llama la atención el turismo, el conocer lugares, sino vivir ambientes,
atmósferas. Otra cosa que me interesa y que también le interesa a Maqroll por
pura coincidencia, claro, es desplazarse en el mundo, porque es un regalo que
nos ha sido dado pero que ahora estamos dedicados a destruirlo de una forma
aterradora. Me gusta desplazarme para ir viendo qué sucede dentro de uno mismo.
En cuanto al gusto por los objetos, es que éstos son testimonios, huellas que
quedan de hombres que en cierta forma actuaron y vivieron como yo. Un mapa, por
ejemplo, es una maravilla. Los mapas fueron hechos por navegantes, por gente
curiosa de ver no cosas raras, sino de situar al hombre en otro sitio, en otro
clima. Todas estas brújulas que tengo, estos mapas, estos libros, son
testimonios de una curiosidad de los hombres por verse a sí mismos
interiormente.
—Justamente el mar de
sus viajes es un elemento de contacto con la memoria humana y su destino: es un
elemento de transición. ¿Qué esencia significa el mar para darle este carácter?
—Los hombres siempre han
buscado el mar. ¿Dónde nació el pueblo más inteligente que ha tenido la
humanidad? En Grecia, en una península y en un archipiélago. El siguiente
pueblo que nos dejó el derecho y una serie de normas para vivir de una forma
supuestamente civilizada, porque no lo hemos sabido hacer, ¿en dónde está?, en
Roma, en una península. El mar es una continua lección para el hombre. Primero
de humildad. Hay que estar en medio de una tempestad, en un barco. Éste se
vuelve una cascarita de huevo y el mar nos dice “oye, no eres ningún genio,
eres casi nada. Qué maravilla que estés aquí, pero ojalá logres sortear esta
tormenta. Vuelve a tu estatura, no te crezcas por Dios”. Desgraciadamente es lo
que nos está pasando cada vez más.
—¿Y como elemento de
transición hacia el destino, como símbolo de una esencia humana?
—El mar es el camino más
rico que puede haber hacia una verdad interior. No creo que el aire lo sea
tanto, creo que los aviones no nos enseñan nada. Adoro la tierra, y tengo
recuerdo de rincones, de lugares que son un perpetuo milagro, pero el mar es
para mí fundamental. Además, tengo una impresión, una interacción muy curiosa
con él. En medio de éste, en un horizonte todo de mar, vemos esa energía
desatada, magnífica, lentamente desplazándose hacia la nada, hacia sí misma.
Ésa puede ser una bella imagen de Dios.
—En su obra se observa
una constante búsqueda de sus paraísos personales, en especial esos paisajes de
la infancia. ¿Qué significan para el autor estos territorios como motivo de
vida y de literatura?
—Son la manera más fiel,
más evidente, más directa, de vernos a nosotros mismos, de saber dónde y cómo
estamos en el mundo. Son anteriores a los hombres, a su perpetuo razonamiento,
a sus argumentos y toda suerte de silogismos que nos dan una versión de
nosotros que no es. De ahí es que fracasan todos los sueños políticos del
hombre, porque crean un ser humano artificial, totalmente fabricado para que se
ajuste a los ideales y a los programas que proponen. El hombre no es así,
entonces, aprendamos a sentirnos nosotros mismos. Adentro tenemos todo.
—Entonces usted, más que
una razón sobre el hombre, consideraría una esencia…
—Por supuesto. ¿Y eso quién
nos lo enseñó? El pueblo, repito, más sabio que ha tenido el mundo, los
griegos: conócete a ti mismo. Hay que volver a leer a Platón. ¿Cómo es posible
tanto progreso y que olvidemos cosas tan esenciales?
Y llego a este lugar y sé
que desde siempre
ha sido el centro intocado del que manan
mis sueños. La absorta savia
de mis más secretos territorios,
reinos que recorro, solitario destejedor
de sus misterios, señor de la luz que los devora,
herencia sobre la cual los hombres
no tienen ni la más leve noticia,
ni la menor parcela de dominio.
ha sido el centro intocado del que manan
mis sueños. La absorta savia
de mis más secretos territorios,
reinos que recorro, solitario destejedor
de sus misterios, señor de la luz que los devora,
herencia sobre la cual los hombres
no tienen ni la más leve noticia,
ni la menor parcela de dominio.
—La infancia y su
trópico, el cafetal de su memoria, son los paisajes de sus territorios íntimos.
¿Hasta qué punto se ha conciliado con este reino en su escritura?
—Siempre lo he dicho,
tenemos que mantener vivo el niño que fuimos y saber mantenerlo intacto dentro
de nosotros. Ese niño es el testigo más fiel del mundo que tenemos. Él fue el
que supo verlo antes de que nos llenáramos de ideas. En cuanto al trópico, el
paisaje que me interesa y que siempre está presente no es el trópico en sí,
sino lo que en Colombia llamamos la tierra caliente, la tierra donde se cultiva
el café, la caña de azúcar, frutas maravillosas y que está a 13 mil metros de
altura, aproximadamente, en la cordillera de los Andes. Ahí fundaron mis
abuelos una hacienda, Coello, en el Tolima, que después fue de mi madre. El
conocimiento de esa hacienda fue el paraíso. Inclusive tengo un poema dedicado
estrictamente al momento en que la presencia de esa tierra vuelve a mí. Vuelve
siempre, vuelven los cafetales, la lluvia. Una vez me desperté y la lluvia
estaba sonando sobre el cinc del tejado de una casa donde pasaba la noche. Así
se me dio ese poema. Entonces, mi paraíso es un rincón de Colombia cerca de la
cordillera central donde yo siento que nací, aunque no haya sido así, yo nací
en Bogotá. Pero uno no nace donde lo dio a luz su madre, sino, en un momento
dado, en un rincón del mundo donde éste dice: “tú eres yo y yo soy tú”. Y todos
tenemos ese rincón. Lo olvidamos, pero yo no, yo lo mantengo vivo.
Ahora, de repente, en mitad
de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.
“Por otra parte, éste es el
testimonio de un hombre nada más. No trato de rescatar ni de convencer a nadie.
Me siento obligado a escribir sobre éste por amor a ese lugar y a todos los
seres que están envueltos en él”.
—¿Cómo es su vida de
escritor en esta etapa de reconocimientos internacionales, de viajes, de escaso
tiempo para la creación?
—Los premios, lo digo
sinceramente, son para mis libros, no para mí; son para ellos, los pobres, que
tienen que estar en una vitrina esperando a que alguien los compre. Entonces el
premio, esa franjita que les ponen, a ellos les ayuda, no a mí. Pero el
reconocimiento de desconocidos que me abordan, y eso ha sucedido en Francia, en
Italia, en Alemania, en los sitios donde están traducidos mis libros, es el
premio más importante. Cuando me llegan buenas noticias sobre mis libros y la
gente me comenta, digo que sí tiene sentido sentarse a escribir en mi smith
corona. Pero no siento ninguna presión. La escritura no tiene tiempo, se da
cuando se da. Para mí, escribir es una tortura tremenda por la autocrítica, he
quemado dos novelas completas. Pero en el momento en que una persona me busca,
me comenta algo, esa tortura se convierte en un orden, en un decir, “ah, estoy
bien”. Por otra parte, no hago vida de intelectual, ni escribo todos los días,
ni pienso que tenga un destino determinado a cumplir. Nunca he vivido de mi
literatura, he trabajado en las cosas más absurdas y más raras para vivir.
Escribo con toda independencia, sin tener que darle gusto a políticos ni a
grupos de influencia.
—Pese a la muerte de
Maqroll, ¿su errancia no ha terminado?
—No, en absoluto. Estoy
escribiendo una novela sobre este personaje. Un escritor francés amigo mío, me
decía “Mutis, no siga intentando matar a Maqroll, Maqroll va a morir cuando
muera usted”. Estoy de acuerdo. También, estoy trabajando poemas. Lo que pasa
es que no tengo ninguna prisa.
—Y en cuanto a su
interés por lo histórico, ¿hay un proyecto novelístico?
—Tengo la intención de un
día, escribir algo en esa dirección. Inclusive tengo una prosa sobre un oficial
de los ejércitos napoleónicos, un húsar de estos que tengo aquí en mi casa. Eso
me gustaría mucho, y tengo ideas y materia. Ya veremos.
* Esta entrevista fue
realizada con el apoyo del Programa de Fomento a Proyectos y
Coinversiones Culturales del Fonca / Conaculta, México.
** CLAUDIA POSADAS (cposadas@avantel.net)
es periodista cultural mexicana. Ha participado en diversas publicaciones
especializadas dentro del ámbito hispánico. Por su trayectoria periodística
obtuvo en México una beca del CONACULTA, institución cultural de su país, para
realizar un libro de entrevistas con escritores hispanoamericanos. La presente
entrevista fue publicada en Antrhopos. Huellas del conocimiento, en enero-marzo
del 2004, núm. 202.
UNA
BIOGRAFIA DE ALVARO MUTIS
Poeta y novelista nacido en
Bogotá, el 25 de agosto de 1923 (día de San Luis, rey de Francia, por quien
siente una gran admiración). El padre de Alvaro Mutis Jaramillo, Santiago Mutis
Dávila, graduado en derecho internacional, fue secretario de la Presidencia de
la República y siguió la carrera diplomática; en 1925 viajó a Bélgica con su
familia, como ministro consejero de la Legación en Bruselas. Alvaro Mutis llegó
a este país de dos años y allí vivió hasta los nueve, cuando su padre murió
repentinamente, a los 33 años. En Bruselas están los mejores recuerdos de su
padre; de él heredé, entre otras cosas, el gusto por los buenos vinos y la
buena cocina, por la tertulia y los buenos libros, y también su admiración por
Napoleón. La madre, Carolina Jaramillo, nacida en Manizales, fue una mujer de
gran independencia, a quien poco le importaron las convenciones sociales; su
hijo Alvaro y los personajes creados por él heredaron esta actitud ante la
vida. Doña Carolina solía decir algo que parece un pensamiento de Maqroll, el
personaje principal de la obra de Mutis: Hay que... eso jamás>, frase que
marcó a su hijo definitivamente.
El abuelo materno, Jerónimo
Jaramillo Uribe, uno de los fundadores de Armenia, inició las haciendas de la
familia en el Viejo Caldas y el Tolima, y para comercializar sus productos tuvo
oficinas en Hamburgo; sembró café, caña y hasta buscó oro, infructuosamente, en
sus tierras. Alvaro Mutis y su hermano Leopoldo jugaron de niños en los
socavones abandonados de las minas de su abuelo, experiencia que Mutis recrea
en Cocora (1981) y luego en Amirbar (1990). La finca Coello, ubicada en la
confluencia de dos ríos, el Coello y el Cocora, es de vital importancia en la
vida de Alvaro Mutis; aquí venía la familia a pasar vacaciones desde Europa;
con su hermano conocían perfectamente estas tierras y, años después, cuando la
finca cambió de manos debido a la Violencia, una de las aficiones de Alvaro y
Leopoldo era recordar mentalmente cada uno de los rincones de la propiedad. El
contacto físico con el trópico, con el clima de la tierra caliente donde se dan
el café y el plátano, con el aroma, el colorido y Ja exuberancia de la
naturaleza, con la corriente torrentosa de los ríos, fue de tal plenitud e
intensidad para Mutis, que de todas las experiencias de su vida es la más
esencial, y está convencido que su poesía proviene de allí y que toda su obra
no es más que un intento de rescatar aquellos momentos de dicha.
La temprana desaparición de
su padre, el primer enfrentamiento de Mutis con la muerte, determinó que su
madre decidiera abandonar Europa, permanecer en Colombia y dedicarse al manejo
de la hacienda Coello, que acababa de heredar. Salir de Europa fue para Mutis
una gran pérdida, Europa significaba para él su mundo, Colombia era sólo un
lugar para pasar vacaciones, de donde siempre se regresaba. Su fascinación por
el mar, los barcos y el viaje tiene origen en esos desplazamientos de Europa a
Colombia, realizados en pequeños barcos, mitad de carga y mitad de pasajeros
(parecidos a los que se encuentran en sus libros), que se demoraban alrededor
de tres semanas en atravesar el Atlántico, haciendo escalas en varios puertos
del Caribe, y que tenían como destino final en Colombia al puerto de
Buenaventura.
Desde aquí en carro, en
tren y finalmente a caballo, la familia Mutis llegaba a Coello. Son muchas las
huellas que estas travesías por mar y tierra dejaron en la obra de Mutis; una
de ellas, por ejemplo, la tienda que queda en el punto más elevado del Alto de la
Línea, llamada La Nieve del Almirante en sus libros, donde Maqroll encontró a
Flor Estévez. De otra parte, cuando Mutis abandonó Europa, la imagen del Viejo
Continente: Amberes (inmediatamente), de donde proviene su gusto por los
puertos; las tierras planas de Flandes; el Bosque de la Cambre; Brujas, ciudad
que le parece de otro tiempo; los viajes realizados a Francia o a Italia, se
convirtieron en grandes nostalgias. Así, los recuerdos de Bélgica, tan
íntimamente ligados a su padre, y los de Coello, tan cercanos a su madre, se
transformaron dentro de su mundo poético en dos paraísos perdidos (como se
aprecia, especialmente, en Un bel morir, 1989), y el contraste entre Europa y
América en uno de los principales temas de su obra. Para Mutis, Europa, la protagonista
de la civilización romana occidental cristiana, que alimenta su pasión hacia
Bizancio, Constantino, la Edad Media, Felipe II o Napoleón, y que lo ha llevado
a confirmarse como un monárquico, convencido de que la monarquía ofrecía a la
civilización un orden de origen divino (cuya decadencia empieza con la Reforma
protestante, las ideas liberales y el racionalismo que conducen a la
democracia), se encuentra en continua relación con la fuerza terrígena del
trópico americano, donde mueren, según las imágenes y las historias que en sus
libros vinculan a Europa con el trópico, los últimos sueños de esa cultura
llevada por los españoles a América.
De aquí que Mutis, como
Maqroll, se sienta viviendo en un mundo que no corresponde a la medida de sus
sueños; de aquí que su actitud, como lo ha dicho en múltiples ocasiones
rechazando de plano el siglo XX, sea la de un desesperanzado. Alvaro Mutis no
terminó sus estudios colegiales, iniciados en Bruselas en el colegio jesuita de
San Michel, y cuando monseñor José Castro Silva, rector del Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario, le llamaba la atención por su bajo rendimiento
académico, recordándole que era descendiente directo del hermano del sabio José
Celestino Mutis, contestaba que tenía muchas cosas que leer y no podía perder
el tiempo estudiando. Desde esa época devoraba libros de historia, de viajeros
de siglos pasados y de literatura. Como él mismo lo dice, el billar y la
poesía, enseñada por Eduardo Carranza en el Rosario, le impidieron terminar el
colegio. A los dieciocho años Mutis contrajo matrimonio con Mireya Durán, con
quien tuvo tres hijos, y empezó a trabajar en los oficios más disímiles.
Desde entonces se dio
cuenta que no iba a vivir de la literatura, pero, al mismo tiempo, fue
consciente de su vocación por las letras. Siendo locutor de la Radiodifusora
Nacional de Colombia, compuso su primer poema, del que sólo queda este verso:
Un dios olvidado mira crecer la hierba; ahí empezó su carrera literaria, en la
que había una fuerte influencia de los escritores surrealistas. Sus primeros
escritos, que significaron su ingreso a la vida literaria del país, aparecieron
en la revista Vida de la Compañía Colombiana de Seguros, donde fue jefe de
redacción y colaborador con pequeños retratos sobre Joseph Conrad, Alexander
Pushkin, Antoine de SaintExupéry y Joachim Murat; también en Vida publicó su
primer poema: "La creciente". Otra de estas primeras composiciones es
"El miedo", publicado en 1948 en la página literaria que dirigía
Alberto Zalamea Borda en La Razón.
Por esta época Mutis
asistía a las sesiones del café El Molino, del Asturias o de El Automático,
donde se encontraba con dos generaciones de poetas: los Nuevos y los de Piedra
y Cielo. Mutis no pertenecía a ninguna de ellas, aunque encontraba más afinidades
literarias (André Malraux, Albert Camus, Enrique Montherlant) con los Nuevos
(que en realidad eran los viejos), que con los de Piedra y Cielo, concentrados
en la Generación del 27. Tampoco perteneció al grupo Mito, aunque tuvo contacto
y fue amigo de algunos de sus miembros, aunque la revista Mito publicó en 1959
Los hospitales de ultramar, y aunque gracias a esto Octavio Paz conoció y
escribió sobre Mutis, en el primer reconocimiento importante que tuvo fuera de
Colombia.
La relación directa con los
poetas, escritores e intelectuales de la Bogotá de esos años, fue parte
fundamental de su formación cultural, pues tenía lugar precisamente en los
momentos en que se estaba definiendo su vida. Mutis entró en contacto con
Eduardo Zalamea Borda, quien quiso publicar dos de sus poemas en el suplemento
dominical de El Espectador y le recomendó leer un cuento de Gabriel García
Márquez; con Jorge Zalamea, traductor de Saint John Perse, uno de sus primeros
afectos literarios; con León de Greiff y con Otto, su hermano, que trabajaba
también en la Radiodifusora Nacional y le acentuó su amor por la música; con
Eduardo Caballero Calderón, quien lo invitó a trabajar en Onda Libre, noticiero
polémico de orientación liberal durante el gobierno de Laureano Gómez, lo que le
sirvió para definir su personalidad. También por entonces hizo amistad con
Casimiro Eiger y con Ernesto Volkening; Eiger, refugiado de la segunda Guerra
Mundial, de origen judío polonés, y director en Bogotá de la galería El
Callejón y luego de la galería Arte Moderno, fue el primer lector de su obra, y
gracias a él, en coautoría con Carlos Patiño Roselli,, se publicó La balanza
(1948), primer libro de Mutis y Roselli, que se agotó por incineración en el
famoso "Bogotazo" del 9 de abril de 1948. Volkening, también
refugiado de la guerra, fue otro de sus primeros lectores y críticos, conocedor
de antemano de todos los poemas de Los elementos del desastre (1953), su
segundo libro, publicado en la colección Poetas de España y América de la
Editorial Losada de Buenos Aires, que dirigían Rafael Alberti y Guillermo de
Torre. Tanto Eiger como Volkening enriquecieron en Mutis sus referencias
europeas. Además de llegar a ser gerente de una emisora y actor de radio en la
época en que se llevaron a este medio los clásicos de la literatura dramática,
Alvaro Mutis fue director de propaganda de la Compañía Colombiana de Seguros y
de Bavaria, y jefe de relaciones públicas de Lansa, una pequeña empresa de
aviación que le hacía competencia a Avianca.
Estos trabajos convirtieron
a Mutis en un viajero constante, que escribía sus versos en las salas de espera
de los aeropuertos y en los hoteles, y ayudaron a dar forma al interminable
desplazamiento de los personajes de sus futuras novelas. Después de la quiebra
de Lansa, pasó a ser jefe de relaciones públicas de la Esso en 1954. Si con sus
anteriores trabajos había tenido oportunidad de viajar por Colombia, con este
nuevo empleo pudo hacerlo por el mundo. Las capitales de Europa, América del
Norte, la selva o Barrancabermeja, en el Magdalena Medio, podían ser lugares
ocasionales de sus múltiples viajes. Durante este período, en el que el
escritor pudo darse lo que se llama la "gran vida", hubo un receso en
su actividad literaria; dos años más tarde, los últimos días en la Esso fueron
al mismo tiempo sus últimos días en Colombia. Debido al manejo caprichoso (y en
cierta manera romántico) de unos dineros que la multinacional asignaba a obras
de caridad, y que Mutis usó como si fuera suyo en quijotadas de la cultura, no
siempre con base en una necesidad real, fue demandado por la compañía.
Ante esta situación, su
hermano Leopoldo, Casimiro Eiger y Alvaro Castaño Castillo, entre otros amigos,
le arreglaron un viaje de emergencia hacia México, país que desde entonces
(1956) es su lugar de residencia. Este acontecimiento, representado en la
usurpación inmotivada de unos dineros, que de manera un poco ingenua demostraba
rebeldía e insatisfacción, hizo patente la tendencia de Mutis hacia el
anarquismo, que lo mantiene al margen de lo convencional, y del que sus
personajes dan constante testimonio. A México llegó con dos cartas de
recomendación: una dirigida a Luis Buñuel y otra a Luis de Llano; gracias a
éstas, consiguió trabajo como ejecutivo de una empresa de publicidad, y luego
promotor de producción y vendedor de publicidad para televisión, y conoció en
el medio intelectual mexicano a los que han sido sus amigos en ese país:
Octavio Paz, Carlos Fuentes y Luis Buñuel, entre otros. Justo a los tres años
de su llegada a México, se hicieron efectivas las demandas en su contra y Mutis
fue detenido en la cárcel de Lecumberri, durante 15 meses. Su experiencia en la
cárcel cambió del todo su visión del dolor y el sufrimiento humanos, le hizo
comprender que hasta en las peores condiciones hay posibilidad de gozar la vida
y entró en contacto con personas que antes, en el medio frívolo en el que se
movía, pasaban desapercibidas; además, se dio cuenta que la bondad y la
crueldad se manifiestan en igual medida dentro y fuera de la cárcel.
En Lecumberri, Mutis dio
forma a los relatos "Saraya", "El último rostro",
"Antes de que cante el gallo" y "La muerte del estratega"
(recopilados en Cuatro relatos, 1978); a algunos de los poemas de Los trabajos
perdidos (1965) y al Diario de Lecumberri (1960); también montó, en
colaboración con los presos de su crujía, una obra teatral llamada El
Cochambres, basada en la vida de uno de los internados. A los pocos años de
salir de la cárcel, se casó con Carmen, se convirtió en gerente de ventas para
América Latina de la Twentieth Century Fox, y luego de la Columbia Pictures, y
continuó durante 23 años con su rutina interminable de viajes, hasta que en el
año 1988 cumplió con el tiempo requerido para el retiro y pudo dedicarse a leer
y a escribir.
Desde entonces, publica un
libro cada año. El reconocimiento a la obra de Alvaro Mutis empezó en 1974, con
el Premio Nacional de Letras de Colombia; en México ganó en 1985 el premio de
la crítica de Los Abriles, por su libro Los emisarios (1984); en 1988 Ja
Universidad del Valle le concedió el grado de doctor Honoris causa en Letras, y
lo mismo hizo la Universidad de Antioquia en 1993; en 1988 recibió el premio
Xavier Villaurrutia y fue condecorado con el Aguila Azteca por su libro Ilona
llega con la lluvia (1987); en 1989 ganó en Francia el premio Médicis Étranger
con La Nieve del Almirante (1986), considerado el mejor libro traducido al
francés ese año, y recibió la Orden de las Artes y las Letras en el grado de
Caballero de parte del gobierno de ese país; en 1990 le otorgaron en Italia el
premio Nonino y el premio literario lila; y en 1993, como parte de la semana de
homenaje al escritor con motivo de sus 70 años de vida, el gobierno colombiano
le concedió la Cruz de Boyacá. La importancia y el interés que despierta la
obra de Mutis en el exterior, se observa también en las traducciones de su obra
al sueco, al alemán, al holandés, al portugués, al rumano, al inglés, al
italiano, al francés y hasta al turco [Ver tomo 4, Literatura, pp. 263-264 y
301-302].
DIEGO CERÓN CORREA
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