A la grandeza de Cesar Vallejo le persigue una crítica llena de
lugares comunes que ha fomentado mitos que han desviado el valor subyacente de
su poesía y que no contribuyen al desciframiento
riguroso de la misma y no tienen en cuenta el contexto total de su genealogía creativa. Rafael
Gutiérrez Girardot escribió uno de las mejores textos sobre el poemario los “Heraldos
Negros”, publicada hace unos años por
editorial “Panamericana” de Colombia y el que antes formó parte del libro “Cuestiones”
editado por Procultura. Comentar el
mismo con los riesgos que conlleva resulta una tarea grata, además
de volver a una obra de mi absoluta predilección.
Gutiérrez es categórico con respecto a los trabajos sobre
Vallejo: “Nada delata tanto la perplejidad de la ciencia literaria al uso ante
la obra poética de César Vallejo como la pertinacia con la que se registran las
supuestas ramas del árbol genealógico del peruano. Juan Larrea lo hace
descender de Witman, de Rubén Darío y de las inspiraciones del ultraísmos que él, Larrea, su presbítero y su profeta, le
trasmitió en lugares y fechas precisos. Otros le agregan al nombre de Darío, el de Leopoldo Lugones,
Julio Herrara y Reiseg, el Mallarmé traducido por Rafael Cansino Assen y, sin
mayor precisión, los de los colaboradores de la revista Cervantes, entre ellos Larrea, que dirigía en Madrid el prolífico Guillermo
La Torre, y hasta se llega a buscar antecedente de alguna frase en la
literatura clásica europea”. Agrega el autor
sobre este fenómeno: “Ante semejante problema frente a tan liliputiense gigantomaquia-que
hace pensar en un verso del poeta andino: -Le pegaban todos, sin que él les
haga nada- suele darse el salto mortal hacía los temas rutinarios de la muerte,
de la angustia, del tiempo cósmico, de lo telúrico que, como residuos de un
existencialismo vulgar, diluyen la figura del poeta en un fatigante purgatorio
de lugares comunes”. Siempre pasa esto, de tanto repetirse ciertas afirmaciones
literarias, estas terminan convirtiéndose en verdades inamovibles.
En esencia, gran parte de la crítica mira a Vallejo producto
de la generación espontanea, de circunstancias especiales, como si sólo fuera “un
producto de beneficencia literaria”. Gutiérrez
Girardot establece que en la obra de Vallejo subyace “un exacto conocimiento y
una asimilación crítica de la estética de su tiempo”. Recuerda como su tesis
fue sobre “El romanticismo en la poesía castellana”, las colaboraciones en las
revistas limeñas Mundial y Variedades, lo que deja clara que “en
contra de los supuestos sobre los que se funda la desfigurada imagen de
Vallejo, -sin entrenamiento- como apuntó en una ocasión Larrea, es preciso más bien partir de que solo es
penetrante conciencia de su labor poética es la que permite explicar su
asimilación y trasformación del modernismo y de otros posibles ismos en los “heraldos
negros”, lo que plantea el sorprendente –Trilce-
y a concebir los libros finales, junto con su obra en prosa, como una
consecuente y rigurosa, no pues como la
azorada, dispersa y a veces improvisada manifestación lírica de algunas
obsesiones sembradas en Vallejo por una inspiración cualquiera”. Corresponde a
decir que su obra es una laboriosa construcción producto de una labor juiciosa
que no solo atiende a la herencia literaria importante, sino a la asimilación
de lo mejor de la poesía de vanguardia y las revoluciones acuciadas hasta el momento.
Otro aspecto que releva el ensayo en cuestión es el lenguaje de “los heraldos negros” “Acuñado por las escenas de la historia
sagrada y en especial por las más familiares de la vida y de la pasión de Jesús”. El texto del poeta Peruano está repleto de
estas incursiones. A la luna le llama “roja
corona de Jesús”, habla de “Rosado Jordán” y “Recordando a la serpiente del paraíso
y a los indignados latigazos que dio Jesús en el templo, dice del cuerpo de una
mujer-que donde, como látigo beatífico/que humillará a la víbora del mal”. En
todo caso el “libro no es la expresión de una religiosidad criolla o chola,
pero tampoco una manera de rescatar para un dolorismo cualquiera solemnidad de
Dios y del viacrucis de Jesús, al intento de rescatar a Dios de las cadenas con
que lo han atado los filósofos para hacer de él un Dios que sufre, que se
sienta a la mesa con la familia, o al café con los amigos y que comparte con
los hombres penas cotidianas”. En este momento el crítico colombiano llega a un
punto culminante: -“Lo que hace Vallejo en –Los
heraldos negros- es construir su teatro del mundo, su altar de marcaras
sagradas, el Gólgota infantil y triste a la vez”. El peruano no es un poeta
cristiano, pero tampoco es un blasfemo. El tema de la muerte de Dios es emblemático según
Gutiérrez. La relación con la muerte de Dios son tratadas a través de poemas específicos:
“ La cena miserable “, “la mañana eterna”, “Retablo”, ”los anillos
fatigados”, en este último dice el poeta a Dios que el hombre, este-este
pobre barro pensativo-, no es hijo de un poderoso que no tiene marías que se
van, que no sufre desengaños amorosos, y que no sabe ser Dios porque no ha sido hombre, y que al jugar a la suerte con el viejo dado, en el juego culpable del destino, el dado decisivo,
, ya redondo a fuerza de rodar en la ventana la espera inútil e infinita, solo
puede parar en hueco, en el hueco de la inmensa sepultura. El hombre que ya no
es hijo de Dios frente a Dios, que no sabe ser hombre y que por ello no puede
ser Dios, emerge en la partida del juego, siempre perdida del destino, como
Dios mismo. Y el hombre si te sufre, el Dios es él, escribe Vallejo con tono de
reproche, el Dios de los dados eternos, es el Dios que no es ya Dios, barra
pensativo o creatura sin creador”. afirma el crítico Colombiano a renglón seguido: En el
último poema –Espergesia- el poeta afirma que el nació un día que Dios “estuvo
enfermo, grave. La ultima cena infinitamente prolongada, las inacabables vísperas
del viacrucis en el segundo presentimiento de una muerte sin fin, el monótono suicidio de Dios, el gesto
con el dedo deicida , son imágenes que
el sentido a toda la obra, que explican aquellos golpes
tan fuertes….Yo no se/Golpes como del
odio de Dios”.
No se sustenta esta posición recurriendo a Hegel, Jean Paul,
a Heine o Nietzsche, a Dostoievski o al Rambaud o el poeta Franceses de la llamada
“agonía romántica”. Estas fuentes no son descartables, pero no podemos
depender solo de ellas para explicarlas, en este punto radica la mirada
especial del Gutiérrez Girardot. El
texto se conecta con la obra más importante del autor Peruano, resulta ser uno
de los análisis más serios y mantiene una vigencia sin precedentes. Su lectura
resulta fundamental para entender las claves genealógicas de la obra de uno de
los poetas más grandes de la lengua española. Espero poder entregarles el original del mismo, que les permita un mirada directa.
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