Este libro de Rodrigo García, sobre los últimos días de Gabriel García Márquez, su padre, es una crónica intimista, hermosa, que devela el sufrimiento silencioso del escritor al lado de su familia y los suyos, fueron las personas más cercanas siempre, más en estos días aciagos. Sufría una enfermedad muy cruel, la del olvido, para tomar un termino que fue vital en su obra.
El tono y ritmo del libro es delicado de sobremanera, evita los excesos y las confidencias mórbidas. La relación entre un hombre que no reconoce a casi nadie de los suyos, menos a su corte más cercana, la señora de Gabo, sus hijos, la persona que atiende los pormenores domésticos de la casa, su secretaria, su chofer, quienes no son ajenos a la dimensión del hombre que tienen al lado y que de alguna manera tenía al mundo en velo. Todos sabemos la fama que le rondaba, su enfermedad era un secreto a voces, la prensa siempre lo asedió. La suma de estos factores, constituyen el eje de un texto que nos conmueve y de cierta manera, llama al dolor, pues la grandeza de Gabo literariamente hablando no acercó al escritor con una complicidad estética invisible e irrepetible. En el caso propio, estaba siempre pendiente de lo que le pudiese pasar al escritor.
El texto escrito con una prosa impecable, nos va llevando de atrás hacía adelante, sin dejar de hacernos entender lo que está narrando, sus últimos días:
" A finales de sus sesentas, le pregunté qué pensaba de noche, después de apagar la luz. «Pienso que esto ya casi se termina». Luego agregó con una sonrisa: «Pero aún hay tiempo. Todavía no hay que preocuparse demasiado». Su optimismo era sincero, no solo un intento de consolarme. «Un día te despiertas y eres viejo. Así no más, sin aviso. Es abrumador», agregó. «Hace años escuché que llega un momento en la vida del escritor en que ya no puede escribir una extensa obra de ficción. La cabeza ya no puede contener la vasta arquitectura ni atravesar el terreno traicionero de una novela larga. Es cierto. Ya lo siento. Así que, de ahora en adelante, serán textos más cortos".
Para Gabo el respeto sublime entre la vida publica y privada fue siempre un dogma. El texto nos lo recuerda:
"De niños, nuestros padres invariablemente se referían a nosotros, con razón o sin ella, como los niños mejor portados del mundo, de modo que tenemos que cumplir la expectativa. Debemos responder a este reto, tengamos o no la fuerza necesaria, con cortesía y gratitud. Tendremos que hacerlo de manera que mi madre sienta que la línea entre lo público y lo privado, dondequiera que esté dadas las circunstancias, se respeta rigurosamente. Esto siempre ha tenido una enorme importancia para ella, a pesar de o tal vez debido a su adicción por los más escabrosos programas de chismes de la televisión. «No somos figuras públicas», le gusta recordarnos. Sé que no publicaré estas memorias mientras ella pueda leerlas".
Rodrigo es consciente de la tarea tan responsable que tiene con esta escritura:
Escribir sobre la muerte de un ser querido debe ser casi tan antiguo como la escritura misma, y sin embargo, cuando me dispongo a hacerlo, instantáneamente se me hace un nudo en la garganta. Me aterra la idea de tomar apuntes, me avergüenzo mientras los escribo, me decepciono cuando los reviso. Lo que hace al asunto emocionalmente turbulento es el hecho de que mi padre sea una persona famosa. Más allá de la necesidad de escribir, en el fondo puede acecharme la tentación de promover mi propia fama en la era de la vulgaridad. Tal vez sería mejor resistir al llamado, y permanecer humilde. La humildad es, después de todo, mi forma preferida de la vanidad. Pero, como suele ocurrir con la escritura, el tema lo elige a uno, y toda resistencia sería inútil".
Gabo decía que sobre el único evento que no podría escribir es sobre su muerte, por sustracción de materia, claro esta. Pero la "Hojarasca" es una novela de su juventud que narra magistralmente sobre este evento en la voz de un niño.
Miren mis queridos lectores como Rodrigo nos narra momentos muy tensos: "A mi madre la reconoce y se dirige a ella de manera alternativa como Meche, Mercedes, La Madre, La Madre Santa. Hubo algunos meses muy difíciles, no hace mucho, en que recordaba a su esposa de toda la vida, pero creía que la mujer que tenía frente a él, asegurando tratarse de ella, era una impostora.
—¿Por qué está aquí esta mujer dando órdenes y manejando la casa si no es nada mía?
Mi madre reaccionaba con rabia.
—¿Qué le pasa? —preguntaba con incredulidad.
—No es él, mamá. Es la demencia".
Es texto no solo recorre los últimos días, sino ciertos eventos después de la muerte, los avatares típicos del funeral, en este caso, de un hombre de esta grandeza, la llegada de algunos amigos, de la actitud sabía de Mercedes frente a lo inexorable.
También se refiere a los últimos días de Mercedes, quien nunca dejó de fumar y fue la compañera fiel del escritor, con una discreción absoluta, pero con determinación en muchas decisiones del escritor.