jueves, 20 de abril de 2017

EDUARDO MENDOZA PREMIO CERVANTES



El premio cervantes se ha vuelto un referente de suma importancia para la literatura hispanoamericana y universal, no solo por el rigor y la seriedad del mismo, sino por la tarea de avivamiento que produce cuando se otorga, el autor escogido vuelve per se,  a ser estudiado, leído y su obra pasa a primer plano de la crítica especializada, se produce un reconocimiento y una vuelta a su obra, que en el caso de Eduardo constituye una tarea imprescindible e inaplazable en el marco de nuestras letras.
Eduardo es un escritor valioso, con una obra de culto, su escritura es directa, una prosa en apariencia sin mayores arabescos, lejos de cualquier barroquismo. “Nacido en Barcelona en 1943, comenzó su carrera literaria con la publicación de 'La verdad sobre el caso Savolta' en 1975, en una época en la que vivía en Estados Unidos. Con esa primera novela, cuyo título se vio obligado a cambiar por la censura, obtuvo el Premio de la Crítica. Su siguiente novela, 'El misterio de la cripta embrujada', de 1979, es el comienzo de una pentalogía que mezcla la parodia con el género policiaco protagonizada por un detective ingresado en un manicomio. La serie ha sido un gran éxito de ventas, aunque la consagración literaria de Mendoza llegó en 1986 con 'La ciudad de los prodigios', una obra que muestra la evolución social y urbana de Barcelona entre las exposiciones universales de 1929 y 1988. Ganador en 2010 del Premio Planeta con 'Riña de gatos. Madrid 1936', Mendoza es colaborador habitual de el periódico “EL PAÍS”.
Su vida siempre ha estado rodeada de un ambiente creativo, se crió en el mundo del teatro. Dejemos que el mismo nos cuente: “En varias ocasiones he contado que mi padre había sido actor en su juventud. Sin llegar a profesional, tampoco fue un actor aficionado. Dejémoslo en un grado intermedio. No sé cuál habría sido su carrera si el país y las circunstancias no le hubieran forzado a renunciar a lo que sin duda era su vocación. Pero el teatro siguió siendo su pasión hasta el final de sus días. Iba a ver todas las funciones que se hacían en Barcelona y desde que tuve uso de razón me llevaba con él muy a menudo. No recuerdo a qué edad vi la primera obra ni cuál era, pero guardo un recuerdo muy vivo del hecho en sí. A mi padre nunca se le ocurrió llevarme a ver teatro infantil. En aquella época los niños apenas teníamos un mundo propio y a ese reducido territorio mi padre, con muy buen criterio, ni se acercaba. En cambio no le parecía mal llevarme a ver las obras que a él le gustaban, que eran casi todas. En su etapa de actor había hecho teatro de texto, con preferencia, teatro en verso. Los clásicos del Siglo de Oro, por supuesto; el teatro romántico de Zorrilla, García Gutiérrez y el Duque de Rivas; y también un teatro en verso contemporáneo, es decir, de principios del siglo xx, algo residual, como el de Eduardo Marquina o los hermanos Machado, o paródico, como La venganza de don Mendo, de Muñoz Seca, que mi padre detestaba. Supongo que cultivaba un estilo declamatorio que habría matado del susto a Stanislavski. Pero esto no le impedía estar al corriente de las novedades e incluso de apreciarlas: le oí hablar en términos elogiosos de Sartre y de Tennessee Williams, por citar dos nombres, e incluso reconoció los méritos de Samuel Beckett, aunque le resultara del todo ajeno. En este ambiente crecí. Entre mis lecturas abundaban las obras de teatro, tanto clásico como moderno. No es de extrañar que también hiciera mis pinitos en el teatro aficionado”[1].  
“La verdad del caso savolta” fue el principio de una obra extensa, valiosa y exitosa. “Su título original era Los soldados de Cataluña, pero se vio obligado a cambiarlo debido a problemas con la censura franquista. Esta ópera prima, en la que se puede observar la capacidad de Mendoza en la utilización de diferentes discursos y estilos narrativos, lo lanza a la fama. Considerada por muchos como la precursora del cambio que daría la sociedad española y como la primera novela de la transición democrática, la novela narra el panorama de las luchas sindicales de principios del siglo XX, mostrando la realidad social, cultural y económica de la Barcelona de la época. Apenas unos meses después de su publicación muere Francisco Franco y al año siguiente La verdad sobre el caso Savolta recibe el Premio de la Crítica”. En adelante su obra se va fortaleciendo y renovándose, transita siempre del género policiaco a el corpus de la novela tradicional, es eminentemente urbana, describe las tensiones de una sociedad en transición, que no cura aún sus heridas, mostrando lo más perverso de de la misma y por su puesto la naturaleza humana desde una perspectiva muy escabrosa.
La primera obra que leí de este autor fue “El misterio de la cripta embrujada”, después de la misma leo todo lo que publica, las columnas de “El país” de España y lo escucho en algunos conversatorios en los que ha participado. En el prologo de “El laberinto de las aceitunas” Fernando Marías sintetiza esta primer momento de de su vida como escritor con mucho acierto: “Como en química y gastronomía, es muy fácil reducir a simple definición el hallazgo brillante una vez se ha demostrado su validez. El laberinto de las aceitunas —como su predecesora— no es una excepción a esa regla, aunque su componente diferenciador lo agregara Mendoza sobre una base preexistente que podríamos enunciar así: Novela negra norteamericana + Transición-Democracia española”.   Además de contextualizarla en el marco de una generación de escritores muy valiosa: “En los últimos años setenta y primeros ochenta, narradores natos como Manuel Vázquez Montalbán, Juan Madrid o Andreu Martín dieron brío, personalidad propia y razón de ser a esta fórmula con la creación de personajes y títulos memorables. Pero su propuesta quería voluntariamente surgir de la venerada fuente norteamericana, y asumía por ello, sin plantearse perturbarlos, todos los fundamentos originales de lucidez triste, desencanto y oscuridad: Toni Romano o los desesperados de Andreu Martín son personajes negros hiperclasicos, marginales y trágicos que vagan por un mundo podrido donde no hay lugar ni tiempo para la sonrisa”.  
Nada más acertado este premio, esperamos volver a leer a este gran escritor. Aquí les dejo el discurso.







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