Con el año nuevo llegan las listas de sueños irrealizables, los intentos de cambio de vida, los balances de todo lo que no funcionó y los recuerdos, breves historias en las que fuimos felices. Las inflexiones (aniversarios, finales, celebraciones) nos empujan a preguntarnos acerca del lugar donde estamos, los lugares que hemos dejado atrás y aquellos en los que nos gustaría vivir.
Son estos momentos los que nos invitan a narrarnos, a interpretar nuestra historia personal y dotarla de vida. En este sentido, el filósofo y antropólogo Paul Ricoer escribía, en su libro Tiempo y narración, que si podemos entender el tiempo es gracias a las narrativas que generamos, con sus inicios y sus finales. Se trata, en el fondo, de una cuestión abierta sobre cómo habitar la vida. Y es esto lo que afirma la filósofa francesa Claire Marín ya en el mismo título de su ensayo, Estar en su lugar. Habitar la vida, habitar el cuerpo, donde se pregunta por los lugares que ocupamos. ¿Por qué nos quedamos en los sitios? ¿Quiénes son los que osan marcharse? ¿Cómo nos abrimos camino? ¿Cuál es nuestro lugar en la familia? ¿Existe un «verdadero sitio» donde estar? Son dudas que todo el mundo se ha formulado alguna vez en la vida, y Marín las recupera, las mezcla y las ordena a través de un libro que se alza como una poética del espacio, tanto el físico como el simbólico.
Estar en su lugar también se pregunta por el sitio que ocupamos en estas listas: fiestas a las que deseamos ir, grupos de WhatsApp en los que no queremos estar… ¿Qué dice todo eso de nosotros? Las listas, apunta Marin, son formas de ordenar la realidad que tratan de negar la posibilidad de lo imprevisto: el orden se impone, la clasificación jerarquiza, y la misma lista deja un afuera que, por no ser dicho, no existe. «Figurar en una lista, formar parte de una serie, es ser remplazable. Y es también plegarse a un orden. ¿En qué lugar de la lista has quedado? ¿Eres la primera o la última? ¿En qué lista hay que ser el primero? ¿Cuándo es preferible ser el último?»
Cesare Pavese escribió: «Nada es más inhabitable que los lugares en los que fuimos felices». Aun así vivimos perseguidos por esos espacios, por el recuerdo de las personas que amamos y con las que construimos un hogar, por los intentos de refugiarnos de la intemperie, por las aventuras con las que decidimos despojarnos de un espacio exclusivo y de un sitio fijo. Vivimos acompañados de una lista de estas nostalgias. Pensar sobre todo esto, nos demuestra Marín, es también pensar sobre la identidad, sobre quiénes somos y qué queremos: «Nuestro espacio está dentro. Lo transportamos interiormente».
PILDORAS
La condena al desorden
Marie Kondo se hizo famosa en todo el mundo en 2014, con la traducción inglesa de su libro La magia del orden. Desde Japón, proponía una metodología para ordenar los objetos de casa y la ropa, reduciendo nuestras posesiones al máximo para conseguir vivir con lo mínimo, solo con los elementos que «despertaran alegría». La purificación del hogar implicaba el inicio de una purificación personal. Empezó entonces una fiebre global por ordenar, controlar y reducir. Lo que nadie esperaba es que diez años después Marie Kondo se declararía hereje de su propia religión: «Mi casa está desordenada. Mi forma de pensar ha cambiado», sentenció en una entrevista. Claire Marin tiene una explicación: «¿Por qué me cuesta tanto ordenar? Tal vez sea porque, contrariamente a lo que damos por hecho, cada cosa tiene varios lugares posibles y no uno definitivo. En mi casa las cosas se desperdigan, no pueden estarse quietas, son como criaturas revoltosas. Y no siempre hay un lugar evidente para cada una».
Foto del estudio de Jorge Herralde
No tener un lugar
La cineasta Agnès Varda ganó el León de Oro del Festival de Cine de Venecia de 1985 con la película Sin techo ni ley, en la que Mona Bergeron, una joven vagabunda interpretada por Sandrine Bonnaire, vive sin rumbo fijo, divagando por el mundo. Mona se presenta a veces peligrosa, otras valiente, otras libre y otras irresponsable. La película no moraliza en ningún momento sobre el sentido de su vida. Con una estructura no lineal y un estilo documental, Varda explora, como hizo en tantísimas otras de sus obras, los márgenes sociales: ¿qué ocurre con aquellos que no tienen un lugar fijo donde vivir? También se lo pregunta Marin: «¿Qué supone verse relegado a un lugar inadecuado o a un espacio marginal, ya sea real o simbólico? ¿Qué personas se ven obligadas a menguar y pasar desapercibidas?».
Desafiar el espacio, desafiar la norma
El inclasificable Bob Pop se ha alzado como uno de los iconos del activismo anticapacitista. Con humor ácido e inteligencia demuestra, desde su silla de ruedas eléctrica, que vivimos en un mundo que delimita los espacios e imposibilita los accesos, físicos y simbólicos, de muchísima gente. En una entrevista reciente, afirmaba: «Yo no soy nada punky, pero el sistema es tan conservador que parezco punky». Claire Marin expone cómo «es la sociedad la que produce la invalidez con representaciones y con los espacios excluyentes que planifica». Obras como la de la filósofa Anne-Lyse Chabert, que aparece citada en el ensayo de Marin, y como la del mismo Bob Pop nos lo demuestran: los espacios son políticos.
¿Existe un lugar neutro?
La última película del director Wim Wenders, Perfect Days, sigue la vida cotidiana, aparentemente liviana y poco interesante, de un trabajador de limpieza de los baños públicos de Tokio. Como espectadores, asistimos a la construcción de una biografía mientras no ocurre nada: todo lo que pasa cuando la vida pasa. Si descubrimos algo, a lo largo de la historia, es que todos esos espacios neutros, no-lugares donde nadie deja rastro, son, en realidad, contenedores de vida. En cada baño de Tokio se esconde una historia particular y secreta. Una historia íntima inmensa y global. Y con todas esas historias el protagonista vive una vida, la suya. «Los espacios públicos, las zonas comunes o compartidas no son neutros», afirma Marin. Y descubrimos así que, si los espacios son políticos, también son emocionales. Afectivos.
La dimensión de los lugares transitados
Pensar el sujeto y la dimensión social a través de los lugares que uno transita no es algo nuevo. Georges Perec escribió esa gran novela que, con la disección exhaustiva de un bloque de pisos, puerta por puerta, creaba una pequeña historia universal. Se titulaba La vida instrucciones de uso y ya planteaba el espacio como un contenedor de vida. Annie Ernaux escribió sobre los hogares, las calles, los supermercados, los cafés, las aulas… como reflejos de la clase social y de su propia biografía, de su historia de desclasamiento. De hecho, tanto Perec como Ernaux son algunos de los referentes literarios de los que Marin se sirve para configurar los breves capítulos que configuran su ensayo. También aparecen Montaigne, Deleuze, Foucault y Derrida, entre muchos otros.
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