Ver en la muerte el sueño, en el ocaso /un
triste oro, tal es la poesía/Que es inmortal y pobre. La poesía/Vuelve como la
aurora y el ocaso.BORGES Arte poética
La columna escrita por William Ospina en
la revista Cromos, con relación a una reciente biografía de Estanislao Zuleta,
me recordó a Enrique. Dice William con absoluta firmeza que “Hay ciertos
hombres, vistosos, ingeniosos, elocuentes, sabios, ocurrentes, traviesos,
disparatados, heroicos o malignos a los que sólo se conoce bien si se los oye
hablar, si se nos cuentan sus anécdotas, sus epigramas, sus sentencias se
pierden, pues no publican.” Este es el caso de Enrique, quien desde hace más de
veinte años cumple una labor silenciosa y constante en la promoción de la buena
lectura y la divulgación de la cultura a través de opiniones lucidas,
inteligentes, certeras, llenas de picardía, escepticismo y quien por una
decisión muy propia de su actitud frente a la vida, ha decidido no publicar por
ahora. Recordé leyendo la columna a un personaje citado por Vargas Llosa en sus
memorias, que solía admirar todo el mundo en Lima por sus opiniones
inteligentes, cultura, el cual gozaba de auditorio propio y que hoy nadie
recuerda muy a pesar de haber sembrado la semilla de la escritura en muchos
hombres importantes para las letras Peruanas. Bioy Casares (citado también por
William) publicó en un libro extenso, como un diario de una relación personal,
las conversaciones y la bitácora de su amistad con Borges. La lectura incomoda
de este texto, por el tamaño del libro, de igual manera me incita pensar como
deberíamos llevar una relación de algunas conversaciones inteligentes que caen
irremediablemente en olvido. El texto en mención, vuelve a traernos las
sentencias y juicios inteligentes del escritor Argentino. Enrique para el caso,
es un Tolimense, con un humor y cultura inagotable, de sentencias cargadas de
ironía, con una conversación exquisita y atenta; con cierto dejo y pesimismo,
cuando se trata de opinar sobre los avatares de la vida nacional. Desde hace
veinte años, nos aconseja lecturas y nos presenta autores nuevos que siempre
resultan muy importantes. Hace doce años me entregó un libro de un autor que a
su juicio seria vital paras las letras universales y que para su criterio no se
le daba la importancia que merecía. Lo leí y empecé a seguirlo; el autor no era
otro que Saramago y el libro “Historia del cerco de Lisboa”. De la misma manera
y con suficiente anticipación me entregó a Bufalino, para citar dos ejemplos
del ojo crítico y su permanente búsqueda. Conozco muchos poemas de Enrique,
hermosos, como implacables interrogantes abiertos a mil lecturas, bellos
aforismos poéticos escritos a lo largo de muchos años, que desearíamos ver
publicados y que esperamos nuestro amigo consienta en hacerlo muy pronto.
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