domingo, 27 de mayo de 2007

GABRIEL GARCIA MARQUEZ



Es difícil decir algo nuevo del Nobel Colombiano, pues el aniversario múltiple que celebra el mundo (de su nacimiento, de la publicación de su primer cuento, de la publicación de “cien años de soledad, del Nobel), se ha encargado de recopilar información y divulgar estudios hasta el exceso. Es preciso como simple lector, realizar un reconocimiento inmenso, a quien nos ha brindado tan gratas horas de placer con una obra rica en imágenes y de un encanto inagotable. Su convicción de que toda buena novela, lo es en función de dos circunstancias simultáneas: ser una transposición poética de la realidad y una suerte de adivinanza cifrada del mundo, se cumple a cabalidad en su obra. Benedetti en un estudio, que poco se menciona, tal vez por el infinito universo de los mismos, frente al mítico encumbramiento de lo real maravilloso de su obra, hace un paralelo con el mundo de Santa Maria de Onetti y Yoknapatawpha de Fulkner, que “no obstante, de esos tres puntos claves de la geografía literaria americana, tal vez sea Macondo el que mejor se imbrica en un paisaje verosímil, en un alrededor de cosas poco menos que tangibles, en un aire que huele inevitable-mente a realidad; no, por supuesto, a la literal, fotográfica, sino a la realidad más honda, casi abismal, que sirve para otorgar definitivo sentido a la primera y embustera versión que suelen proponer las apariencias. “ No existe mejor historia de Colombia, que la narrada por Gabo en “cien años de Soledad “. Allí está reflejada de forma sublime la violencia, los partidos políticos, la mitología omnisciente del imaginario de la costa Caribe, que no solamente identifica a un pueblo entero sino es una contraposición a la simbólica representación de nuestra realidad y muy al contrario a los mundos de Yoknapatawpha y Santa María, en Macondo, son prolongaciones, excrecen-cias, involuntarios anexos de cada ser en particular. El paraguas o el reloj del coronel (en El coronel no tiene quien le escriba), las bolas de billar robadas por Dámaso (en En este pueblo no hay ladrones), la jaula de turpiales construida por Baltazar (en La prodigiosa tarde de Baltazar), los pájaros muertos que asustan a la viuda Rebeca (en Un día después del sábado), el clarinete de Pastor (en La mala hora), la bailarina a cuerda (en La hojarasca), pueden ser obviamente tomados como símbolos, pero son mucho más que eso: son instancias de vida, datos de la conciencia, reproches o socorros dinámicos, casi siempre testigos implacables.”La obra de Gabo, que empieza a crearse 19 años antes de su nacimiento, exactamente el 19 de octubre de 1908 en un pueblecito llamado Barrancas, donde los abuelos de Lisandro Pacheco y nuestro Nobel, como José Arcadio y Prudencio Aguilar, asumieron con un duelo a muerte, zanjar las diferencias suscitadas en la gallera, empezando con ello a forjar entre realidad y mito el rompecabezas de lo que sería la construcción literaria más importante después del quijote en el mundo Hispano. Gracias, es la única palabra que cabe frente a una obra que nunca acabaremos de leer y la que despierta en el mundo un encantamiento sin límites.

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