martes, 14 de junio de 2011

JORGE LUIS BORGES EN EL ANIVERSARIO DE LOS 25 AÑOS DE SU MUERTE


Hoy se cumplen 25 años de la muerte del más grande y universal escritor del siglo veinte.

En estos veinticinco años de su muerte, Borges se ha constituido en el autor más leído del orbe. Al igual que el quijote de Cervantes, Siempre alguien está leyendo uno de sus textos. Otro fenómeno es el cumulo infinito de estudios sobre su obra por grupos especializados, autores connotados, fundaciones y universidades, confirmando el hecho de ser una sinfonía abierta presta a mil lecturas e interpretaciones y rica en matices. Nunca he negado el hecho de ser un Borgiano enfermizo y me parece que sus entrevistas y conversaciones ameritan un estudio crítico aparte, pues estas son una obra al margen, tan valiosas como sus libros de ensayos y ficción. Muchas son las citas sobre este autor, pero he querido traer algunas muy reveladoras y que en mi criterio lo definen a cabalidad. Guillermo Martínez el excelente escritor argentino, Borgiano confeso, expresó sobre el encanto excepcional que produce su obra y su imagen:


Lo que lo diferencia o destaca de todos los otros es un curioso efecto de su fama, una fatalidad del aura creada a su alrededor por los lectores "con previo fervor", cierto fenómeno de religiosidad en torno a su figura y su literatura, que ya señaló muy bien Juan José Saer. Se lee a Borges como los cabalistas leen la Biblia, creyendo que todo está allí, que cada frase tiene una razón de ser, que cada conexión es la precisa, que nada sobra, que nada falta, y que si hay cosas que no vemos es porque no hemos pensado lo suficiente, o porque no tenemos la fe suficiente. La historia le reservará un lugar en primera fila entre los grandes escritores de todos los tiempos. Su nombre se une fácilmente al de Homero. Y más allá de la coincidencia icónica de la ceguera, un lugar así no parece excesivo, sino de estricta justicia poética. Aunque espero que no corra la suerte amputada de otros clásicos, que siempre son citados para nunca ser leídos.

En un breve ensayo, la crítica Beatriz Sarlo, trataba de dilucidar por qué Borges es Borges:

Borges fue Borges porque se propuso escribir sobre un poeta menor, Evaristo Carriego, porque publicó en Crítica (un diario popular, sensacionalista y chantajista) los textos 'menores' de Historia universal de la infamia. Borges fue Borges porque se negó a las grandes poéticas de fin de siglo y de las vanguardias (se negó al modernismo, al simbolismo, al surrealismo) y buscó una voz en las líneas menores y en la literatura gauchesca. Sin duda, leyó todo. Pero un escritor no es todo lo que lee. Un gran escritor es, más bien, todo lo que rechaza de lo que lee. Todo lo que se niega.

Por eso, el tono de Borges es atenuado. Esas dobles y triples negaciones que se leen en sus textos son formas de la atenuación, de la afirmación indirecta, de lo que los ingleses llaman el understatement, una palabra que caracteriza más que ninguna otra a Borges: decir menos de lo que se quiere decir, contar menos de lo que cualquier otro hubiera contado. Cuando Borges recuerda, admirado, el pudor de unos versos de Enrique Banchs, podemos creerle porque el pudor, la negativa a mostrar del todo, es una marca original de su propia literatura.

Borges eligió lo 'menor' dentro de las tradiciones mayores: el policial, la reseña de libros, las versiones de otros textos, la traducción. Se hizo experto en disfraces (una estrategia que los menores usan para superar a los mayores) y por eso escribió ensayos que son en realidad cuentos, y relatos que tienen la forma del ensayo. Por eso también, Borges tuvo la astucia de las citas. Nadie más astuto, nadie más engañador en el uso de la cita: nunca pueden creerse del todo, nunca están en el lugar completamente adecuado y, muchas veces, parecen arbitrarias, puestas como para mostrar otra cosa. Las citas no son un aparato de pruebas, no son una red de seguridad en los textos de Borges. Las citas son, por el contrario, el lugar donde un escrito se fractura y corre peligro. Sólo la prosa académica piensa que es fácil seguir adelante después de una cita.

Borges citaba para no escribir y escribía para citar. Ese gesto es humilde sólo en apariencia. El elogio de la lectura, que hizo muchas veces, es el elogio de la cita. El uso de la cita fue un programa de relación con la literatura mundial de la que la argentina era una zona mínima. Quizás esto Borges lo supo antes que ningún otro.

Siempre estoy leyéndolo y religiosamente recopilo estudios críticos sobre su obra. La lectura de sus textos para mi son de  un encanto excepcional, su obra se renueva con cada lectura, es una oda abierta con mil bifurcaciones, constituye por sí sola un universo inmenso. Esta podría ser un guía única de la literatura universal, desde una perspectiva absolutamente especial,  pero hecha desde la esclerótica de un lector atento y diferente a todo. Borges reinvento la lectura.

Harold Bloom escribió a propósito del aniversario de su muerte hace diez años:

Diez años después de su muerte, Borges emerge claramente como el único autor del siglo veinte que resulta más emblemático de los valores estéticos aún esenciales para la supervivencia de la literatura canónica universal. Ocupa esta posición, no sólo con respecto a las letras hispanoamericanas, sino a toda la literatura occidental y quizás, incluso, a la literatura mundial. No es exagerado decir que Borges, consciente y exitosamente, encarnaba la "idea" misma de literatura tradicional. A través de su obra, llegó a representar a Dante y a Shakespeare, a Cervantes y a Joyce, para nuestra era que, en el último tramo del siglo, sigue buscando detrás de su estandarte. Borges se volvió sinónimo de romance literario: es hoy su Caballero de la Triste Figura. Como Don Quijote, no puede ser derrotado, al menos no en su propio reino.

Quiero dejar, las palabras de Tabucci, sobre el encuentro con su obra, que para mí son un ejemplo de lo que produce el primer contacto con este grande de las letras:

Hace un tiempo, una revista francesa publicó una insólita noticia: que Jorge Luis Borges no existía.

Su figura, divulgada con ese nombre, habría sido solo el invento de un grupito de intelectuales argentinos (entre ellos, naturalmente Bioy Casares) que simplemente habían publicado una obra colectiva detrás de la creación de un personaje ficticio. Y que la persona conocida como Borges, aquel viejo ciego con bastón y sonrisa árida, era un actor italiano de tercer orden (la revista mencionaba incluso el nombre, pero no lo recuerdo) contratado años antes para hacer una broma, y que había quedado cautivo dentro del personaje resignándose finalmente a ser Borges "de verdad".

La noticia era tan borgeana que de por sí resultaba divertida; pese a que enseguida pensé que detrás de esa travesura no podía estar otro que el mismo Borges. Por lo demás, se trata de un discurso que se remonta a mucho tiempo atrás, cuando el "caso" Borges estalló en Europa. Quien lo hizo estallar fue, como es sabido, Roger Caillois, gran explorador de la literatura, quien finalmente había descubierto a un escritor exótico que, sin ser realmente exótico, podía proponer al lector francés algo muy distinto de los temas asfixiantes y provincianos en los que parecía haber caído por esos años la literatura francesa. El éxito decretado por Francia decretó inmediatamente el éxito europeo y Borges, con la ironía que siempre supo utilizar respecto de sí mismo, declaró ser "un invento de Caillois". El llamado boom de la literatura sudamericana hizo el resto: el mercado cultural confeccionó a Borges, insertó su narrativa en ese fantástico que fue adosado a la literatura latinoamericana como un emblema y Borges se encontró, probablemente a su pesar, representando el estilo de todo un continente.

Pero más allá de estas consideraciones, lo que quiero decir es sobre todo que el rechazo de la identidad personal por parte de Borges (ser Nadie) no es solo una irónica postura existencial sino justamente el motivo central de su narrativa, el núcleo a partir del cual parecen autogenerarse todos los grandes motivos que la caracterizan: el tiempo circular (por ejemplo, el cuento El Aleph), la indefectibilidad de la memoria (Funes el memorioso), el laberinto (El inmortal), el espejo (La secta del Fénix), el mundo como libro (La biblioteca de Babel), la imposibilidad de la delimitación entre el bien y el mal (Tres versiones de Judas, Tema del traidor y del héroe) y todas las demás metáforas de lo real que él inventó para ilustrar su representación del mundo o, para decirlo con "su" Schopenhauer, el mundo como voluntad de representación. En el cuento La forma de la espada, Borges afirma por boca de su personaje a John Vincent Moon la siguiente convicción: "Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tenga razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon."

¨Jorge Luis Borges era ateo? Me inclino a creer que no (o, si se puede decir, no totalmente). Quizá más que Schopenhauer, a quien citan frecuentemente sus escritos, en su obra hay una gran alma spinoziana, una especie de ectoplasma colectivo que recoge a todo el género humano. Y que acoge, en literatura, a toda la literatura (o su "esencia"), más allá del orden diacrónico; un orden que puede posponer a Homero respecto de Leopardi o Proust.

La gran lección de ese Maestro que siempre rechazó irónicamente "ser" deriva quizás esencialmente de esto: que también la literatura, como el género humano, es una idea colectiva, una especie de alma de la cual participan todos los que han escrito. Utilizar a Borges, plagiarlo -aun paródica o irónicamente-, es un derecho que él nos concede. Porque creo que Borges "es" justamente eso: una fe soberana en la literatura y al mismo tiempo, paradojalmente, su radical negación: una solemne lección de escepticismo.

Tal vez por eso Borges tuvo detractores encarnizados tanto en la derecha como en la izquierda: porque dio a entender claramente, a través de sus metáforas literarias, su no adhesión a ninguna fe que no se basara ante todo en su escepticismo.

¨A qué adhirió realmente Borges? Me lo he preguntado a menudo más allá de sus circunstanciales elecciones políticas, muchas veces francamente irritantes.

Borges adhirió solamente a su inteligencia. Aparte de esta, no veo, en profundidad, ninguna otra adhesión. Con frecuencia he pensado que era un ilustrado que vivió fuera del Siglo de las Luces y que ya conocía el Novecento, algo así como un ilustrado "para atrás".
Me doy cuenta de que lo que digo puede parecer confuso y tal vez lo sea. Pero en la percepción que Borges tiene del mundo hay un sello, una nota que, en mi opinión, tiene justamente este significado: intentar la racionalización de la Babel de lo real sin la fe en la idea de progreso. Ubicarlo ideológicamente, pese a ciertas adhesiones de su vida, me parece por lo tanto estéril y quizá prematuro. Lo hará algún día la posteridad, si el mundo todavía puede disponer de semejantes valoraciones. Decir de él que es un escritor importante significa, sin duda, proclamar una obviedad y, críticamente, carece de valor. No obstante, su importancia no puede ser negada ni siquiera por quienes lo denigran (y no son pocos); y esto, desde el punto de vista crítico, significa algo. Su gusto por la invención y la paradoja, su capacidad para cuestionar lo que parecía definitivamente aceptado, su saber burlarse de las normas estéticas y morales son demostraciones de una agilidad intelectual indiscutible. Una consideración aparte merece además su capacidad para indagar la zona de sombra de lo real, para transmitirnos la idea de que lo evidente, lo obvio -en otras palabras, lo efectivo- poseen lados oscuros e insospechados que pueden alterar lo efectivo, darlo vuelta, además de ponerlo en jaque.

Este tipo de sutil operación, Borges la realizó sobre todo en sus cuentos llamados realistas (definición aceptada por él mismo), y entre los cuales me gusta citar por lo menos "Emma Zunz" (de "El aleph"), "Hombre de la esquina rosada" (de "Historia universal de la infamia") y "El Evangelio según Marcos" (de "El informe de Brodie"). Los cuentos realistas de Borges, muchos de los cuales salieron en la revista "Sur", de Buenos Aires, que él tomó en parte de hechos de la crónica (creo que es importante subrayar la atención que Borges dedicó a la crónica), para mi gusto personal son lo mejor que nos ha dado su narrativa: justamente porque, con el procedimiento de un extraño detective, transmitió, casi como un contagio, la duda sobre lo que es "verdadero", la desconfianza de la evidencia, la idea de la sustancia equívoca de la vida. Tomemos por ejemplo el cuento "Emma Zunz". Borges cuenta la historia (efectivamente ocurrida en Buenos Aires) de una chica judía de origen alemán que para vengar la muerte del padre se hace violar por un marinero desconocido para poder asesinar al hombre que había arruinado a su familia y darle a la policía una justificación válida. El cuento termina con estas palabras: "La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Igualmente verdadero era el ultraje que había padecido. Solo eran falsas las circunstancias, lahora y uno o dos nombres propios".

Al indagar la paradoja de la vida y aplicarla a la literatura, creo que, esencialmente, Borges quiso significar que el escritor es, ante todo, un personaje en sí mismo. Si queremos creer en su paradoja y aceptar jugar su juego, tal vez nos esté permitido decir que Jorge Luis Borges, personaje de alguien que se llamaba como él, en cuanto tal no existió nunca. Es probable que su vida sea un libro.









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