Esta es la última
entrevista aparecida en el periódico el “Clarin” de Buenos Aires, en el
suplemento Ñ a propósito de la publicación de su novela en ingles, que me parece
amerita su reproducción.
La mujer que sorprendió al mundo cuando fue liberada
tras seis años de cautiverio, a manos de las FARC, la víctima que testimonió en
su libro No hay silencio que no termine, la que fue satirizada en un cómic
francés por su snobismo, acaba de publicar en inglés su primera novela de
ficción, escrita originalmente en francés 2014. La ligne bleue/ The blue
line no tiene fecha en castellano; cuenta una historia de desaparecidos en
la dictadura argentina.
Desde hace algunos años Betancourt vive de un lado a
otro. Su familia materna reside en París, con su hija, mientras su hijo vive en
Boston, y ella pasó los últimos años como alumna de teología en el Manchester
College de Oxford. Fue allí que estudió el papel del apóstol San Pablo y la
Teología de la Liberación, la gran avenida del catolicismo latinoamericano en
los años 60 cuya continuidad ella ve hoy día.
Con su laptop en la falda, para conversar por Skype,
apoyada contra el respaldo de la cama con almohadones inmaculados y un chaleco
de cuello con piel sobre una remera básica -prueba de hemisferio norte-,
Betancourt se mostró emocionada y expectante ante el desarme guerrillero en la
selva donde estuvo cautiva:
“Ahora las víctimas tenemos la responsabilidad de no envenenar el futuro de nuestros descendientes. Todo deberá ser regido por la altura moral”.
“Ahora las víctimas tenemos la responsabilidad de no envenenar el futuro de nuestros descendientes. Todo deberá ser regido por la altura moral”.
–Hablemos de su novela.
– La dictadura argentina me interesó muchísimo
porque allí la confrontación entre militares y Montoneros es muy dramática. Lo
impactante es el drama humano. Pone en escena la ideologización en el mundo,
que requiere de toda nuestra prudencia pues las ideologías antagónicas son
peligrosas, producen muerte, hacen que se vuelva desechable todo aquel que no
comparte nuestras categorías. Soy muy cercana a Argentina. Un motivo es que mi
hija está casada con un argentino, la llevo en mi corazón. También en nuestra
sociedad hay muchos puntos similares. Soy de una generación muy próxima, apenas
10 años menor que los Montoneros. Ellos fueron una guerrilla de base católica y
urbana; entiendo lo que buscaban, para mí es muy real, es un mundo que conocí.
-Entre su caso y el de la protagonista, Julia, se da
la simetría opuesta.
- Sí, es un espejo al revés; yo fui secuestrada por
la guerrilla de izquierda. Pero a la larga, se ve el mismo poder nefasto de las
ideologías. Exactamente eso quise ver con La línea azul. De derecha o de
izquierda, la ideología reduce la realidad a parámetros mínimos.
–El ciclo revolucionario de las izquierdas en
nuestros países no tuvo mucho en común.
-Pero nos tocamos en algunas semejanzas: los dos
países tienen una clase dirigente muy poderosa y una jerarquía eclesial muy de
derecha. La persona en América latina que más se opuso a la teología de la
liberación fue un colombiano, el cardenal López Trujillo. Además, nos une que
en todo el continente vivímos una maduración política en favor de la igualdad
social, confrontados con la Guerra Fría. En los 70, todo se interpretaba en el
marco de la derecha y la izquierda, capitalismo vs. comunismo amenazante. Si no
tenemos presente la Guerra Fría, no nos asomamos a entender la reacción de la
derecha y la Iglesia. Y en Argentina se cruzan lo latinoamericano y lo europeo;
de hecho allí se cierran capítulos abiertos en la Segunda Guerra. Pensemos en
la inmigración nazi. Todo ello creó tensiones que en su origen eran importadas.
–¿Se valió de algún testimonio real como base de
Julia y su novio?
-Sí, me inspiré en una amiga argentina, de nombre
Liliana. Ella ha asumido su historia. Estuvo desaparecida al mismo tiempo que
su compañero; estaba embarazada cuando la chupan, tiene a su hijo en prisión.
Como Julia, se refugió en Europa gracias a su doble nacionalidad, pero a
diferencia de ella, su esposo no regresó.
–Aunque encuadrada en el realismo mágico, la novela
tiene referencias reales, como el Padre Mujica.
–Es que él es una figura apasionante para mí. Le
deja a Argentina un legado. Mujica es uno de esos héroes, deberían ponerlo
junto con Evita Perón. El fue alguien del todo independiente; tenía muy en
claro lo que aceptaba y rechazaba. No estaba de acuerdo con la violencia
armada, de modo que pudo hacer un corte drástico. Todo en él es imprevisible:
habría podido ser todo lo que se hubiera propuesto. Siendo un buen mozo toma el
celibato; es rico pero entrega su vida a los pobres; podía dedicarse a la
política tradicional. Yo creo que a Mujica lo matan también por eso, lo
interpretan como un traidor a su clase social. Es una gran figura para la
libertad, y sobre eso quise reflexionar en este libro.
– También sobre el perdón, ¿no?
–El perdón es una decisión que tomas con tu
libertad. Las decisiones que tomamos son realmente las que forjan nuestra
identidad. Es lo que busqué con Julia y Theo; ellos afrontan exactamente lo
mismo: están enamorados, creen en la vida, buscan el cambio social, tienen
liderazgo y fuerza interna. Y ante la tortura y el cautiverio, tienen dos
maneras de enfrentarlo y son antinómicas. Julia escoge la vida y el perdón,
Theo elije la venganza.
–Una de los hechos llamativos de la postdictadura
argentina, es que no hubo Justicia por mano propia.
-En Colombia ya veremos... Tenemos una historia de
violencia civil. Teniendo en cuenta el paramilitarismo y la guerrilla, las
cuentas se han ido cobrando de modo muy violento y privado, por fuera de la
ley. Un caso específico, el presidente Alvaro Uribe; su padre, el diputado, fue
secuestrado por la guerrilla. Su acción será en contra de las FARC. Está el
mandatario que concluye que la guerrilla debe ser enfrentada militarmente. Pero
también está el hijo, afectado por su vivencia.
Por eso el proceso de paz es tan importante. Podría ocurrir que los colombianos colectivamente tomen la decisión de la reconciliación. Pero no es un camino fácil, es todo un proceso: primero se perdona intelectualmente, se opta, pero las emociones siguen su curso. Los recuerdos del dolor hacen que el perdón no llegue.
Por eso el proceso de paz es tan importante. Podría ocurrir que los colombianos colectivamente tomen la decisión de la reconciliación. Pero no es un camino fácil, es todo un proceso: primero se perdona intelectualmente, se opta, pero las emociones siguen su curso. Los recuerdos del dolor hacen que el perdón no llegue.
–Pero el perdón no surge como absolución, sino tras
el esclarecimiento. Ese fue el proceso de algunos países que tuvieron masacres,
como Ruanda y Sudáfrica, y que no optaron por procesos judiciales colectivos,
como en Argentina.
- En Colombia se da un proceso clave, pues cada
bando, gobierno y guerrilla, aceptaron que sus acciones produjeron víctimas y
que éstas deben ser resarcidas. El deber de una sociedad madura es perdonar por
encima y además de la verbalización o del pedido formal de perdón, pues para
eso está la Justicia. Uno lo ve de distintas maneras donde ha habido guerra
entre hermanos: existen las víctimas directas y los espectadores del sufrimiento.
Y las primeras suelen ser más proclives al perdón: quien ha salido del infierno
con vida, advierte la suerte que ha tenido. Pero se adquiere también la
responsabilidad de hacer todo lo posible para que esa experiencia no se
replique en los demás.
–¿Cree que habrá juicios a crímenes de lesa
humanidad, en el caso de los parapoliciales al menos?
- Hay un proceso de transición de la Justicia que
será muy importante. Cuando los argentinos deciden realmente investigar a
fondo, lo hacen para que no se repita, para que exista una toma de consciencia.
Fíjate que es una de las características en los conflictos dentro de una
familia nacional. Cuando el conflicto es binacional se resuelve con
reparaciones económicas. Pero lo que descompone a una sociedad es la violencia
entre hermanos, el horrendo fantasma de Caín. Por eso se debe ser tan cauteloso
en sus palabras; es más fácil ser víctima que victimario. Este sufre una
deformación psicológica muy difícil de sanar. Pero las víctimas tenemos la
enorme responsabilidad hacia las futuras generaciones, de no convertir el dolor
en un asunto voyeurista que le ensucie el alma a todo el mundo: uno debe tener
altura moral y cuidarse de no envenenar el futuro a su descendencia. Todo debe
ser hecho con altura moral.
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