domingo, 24 de enero de 2016

“EL DEBER DE LAS VÍCTIMAS ES NO ENVENENAR EL FUTURO"


Esta es la última entrevista aparecida en el periódico el “Clarin” de Buenos Aires, en el suplemento Ñ a propósito de la publicación de su novela en ingles, que me parece amerita su reproducción.

La mujer que sorprendió al mundo cuando fue liberada tras seis años de cautiverio, a manos de las FARC, la víctima que testimonió en su libro No hay silencio que no termine, la que fue satirizada en un cómic francés por su snobismo, acaba de publicar en inglés su primera novela de ficción, escrita originalmente en francés 2014. La ligne bleue/ The blue line no tiene fecha en castellano; cuenta una historia de desaparecidos en la dictadura argentina.
Desde hace algunos años Betancourt vive de un lado a otro. Su familia materna reside en París, con su hija, mientras su hijo vive en Boston, y ella pasó los últimos años como alumna de teología en el Manchester College de Oxford. Fue allí que estudió el papel del apóstol San Pablo y la Teología de la Liberación, la gran avenida del catolicismo latinoamericano en los años 60 cuya continuidad ella ve hoy día.
Con su laptop en la falda, para conversar por Skype, apoyada contra el respaldo de la cama con almohadones inmaculados y un chaleco de cuello con piel sobre una remera básica -prueba de hemisferio norte-, Betancourt se mostró emocionada y expectante ante el desarme guerrillero en la selva donde estuvo cautiva:
“Ahora las víctimas tenemos la responsabilidad de no envenenar el futuro de nuestros descendientes. Todo deberá ser regido por la altura moral”.
–Hablemos de su novela.
– La dictadura argentina me interesó muchísimo porque allí la confrontación entre militares y Montoneros es muy dramática. Lo impactante es el drama humano. Pone en escena la ideologización en el mundo, que requiere de toda nuestra prudencia pues las ideologías antagónicas son peligrosas, producen muerte, hacen que se vuelva desechable todo aquel que no comparte nuestras categorías. Soy muy cercana a Argentina. Un motivo es que mi hija está casada con un argentino, la llevo en mi corazón. También en nuestra sociedad hay muchos puntos similares. Soy de una generación muy próxima, apenas 10 años menor que los Montoneros. Ellos fueron una guerrilla de base católica y urbana; entiendo lo que buscaban, para mí es muy real, es un mundo que conocí.
-Entre su caso y el de la protagonista, Julia, se da la simetría opuesta.
- Sí, es un espejo al revés; yo fui secuestrada por la guerrilla de izquierda. Pero a la larga, se ve el mismo poder nefasto de las ideologías. Exactamente eso quise ver con La línea azul. De derecha o de izquierda, la ideología reduce la realidad a parámetros mínimos.
–El ciclo revolucionario de las izquierdas en nuestros países no tuvo mucho en común.
-Pero nos tocamos en algunas semejanzas: los dos países tienen una clase dirigente muy poderosa y una jerarquía eclesial muy de derecha. La persona en América latina que más se opuso a la teología de la liberación fue un colombiano, el cardenal López Trujillo. Además, nos une que en todo el continente vivímos una maduración política en favor de la igualdad social, confrontados con la Guerra Fría. En los 70, todo se interpretaba en el marco de la derecha y la izquierda, capitalismo vs. comunismo amenazante. Si no tenemos presente la Guerra Fría, no nos asomamos a entender la reacción de la derecha y la Iglesia. Y en Argentina se cruzan lo latinoamericano y lo europeo; de hecho allí se cierran capítulos abiertos en la Segunda Guerra. Pensemos en la inmigración nazi. Todo ello creó tensiones que en su origen eran importadas.
–¿Se valió de algún testimonio real como base de Julia y su novio?
-Sí, me inspiré en una amiga argentina, de nombre Liliana. Ella ha asumido su historia. Estuvo desaparecida al mismo tiempo que su compañero; estaba embarazada cuando la chupan, tiene a su hijo en prisión. Como Julia, se refugió en Europa gracias a su doble nacionalidad, pero a diferencia de ella, su esposo no regresó.
–Aunque encuadrada en el realismo mágico, la novela tiene referencias reales, como el Padre Mujica.
–Es que él es una figura apasionante para mí. Le deja a Argentina un legado. Mujica es uno de esos héroes, deberían ponerlo junto con Evita Perón. El fue alguien del todo independiente; tenía muy en claro lo que aceptaba y rechazaba. No estaba de acuerdo con la violencia armada, de modo que pudo hacer un corte drástico. Todo en él es imprevisible: habría podido ser todo lo que se hubiera propuesto. Siendo un buen mozo toma el celibato; es rico pero entrega su vida a los pobres; podía dedicarse a la política tradicional. Yo creo que a Mujica lo matan también por eso, lo interpretan como un traidor a su clase social. Es una gran figura para la libertad, y sobre eso quise reflexionar en este libro.
– También sobre el perdón, ¿no?
–El perdón es una decisión que tomas con tu libertad. Las decisiones que tomamos son realmente las que forjan nuestra identidad. Es lo que busqué con Julia y Theo; ellos afrontan exactamente lo mismo: están enamorados, creen en la vida, buscan el cambio social, tienen liderazgo y fuerza interna. Y ante la tortura y el cautiverio, tienen dos maneras de enfrentarlo y son antinómicas. Julia escoge la vida y el perdón, Theo elije la venganza.
–Una de los hechos llamativos de la postdictadura argentina, es que no hubo Justicia por mano propia.
-En Colombia ya veremos... Tenemos una historia de violencia civil. Teniendo en cuenta el paramilitarismo y la guerrilla, las cuentas se han ido cobrando de modo muy violento y privado, por fuera de la ley. Un caso específico, el presidente Alvaro Uribe; su padre, el diputado, fue secuestrado por la guerrilla. Su acción será en contra de las FARC. Está el mandatario que concluye que la guerrilla debe ser enfrentada militarmente. Pero también está el hijo, afectado por su vivencia.
Por eso el proceso de paz es tan importante. Podría ocurrir que los colombianos colectivamente tomen la decisión de la reconciliación. Pero no es un camino fácil, es todo un proceso: primero se perdona intelectualmente, se opta, pero las emociones siguen su curso. Los recuerdos del dolor hacen que el perdón no llegue.
–Pero el perdón no surge como absolución, sino tras el esclarecimiento. Ese fue el proceso de algunos países que tuvieron masacres, como Ruanda y Sudáfrica, y que no optaron por procesos judiciales colectivos, como en Argentina.
- En Colombia se da un proceso clave, pues cada bando, gobierno y guerrilla, aceptaron que sus acciones produjeron víctimas y que éstas deben ser resarcidas. El deber de una sociedad madura es perdonar por encima y además de la verbalización o del pedido formal de perdón, pues para eso está la Justicia. Uno lo ve de distintas maneras donde ha habido guerra entre hermanos: existen las víctimas directas y los espectadores del sufrimiento. Y las primeras suelen ser más proclives al perdón: quien ha salido del infierno con vida, advierte la suerte que ha tenido. Pero se adquiere también la responsabilidad de hacer todo lo posible para que esa experiencia no se replique en los demás.
–¿Cree que habrá juicios a crímenes de lesa humanidad, en el caso de los parapoliciales al menos?
- Hay un proceso de transición de la Justicia que será muy importante. Cuando los argentinos deciden realmente investigar a fondo, lo hacen para que no se repita, para que exista una toma de consciencia. Fíjate que es una de las características en los conflictos dentro de una familia nacional. Cuando el conflicto es binacional se resuelve con reparaciones económicas. Pero lo que descompone a una sociedad es la violencia entre hermanos, el horrendo fantasma de Caín. Por eso se debe ser tan cauteloso en sus palabras; es más fácil ser víctima que victimario. Este sufre una deformación psicológica muy difícil de sanar. Pero las víctimas tenemos la enorme responsabilidad hacia las futuras generaciones, de no convertir el dolor en un asunto voyeurista que le ensucie el alma a todo el mundo: uno debe tener altura moral y cuidarse de no envenenar el futuro a su descendencia. Todo debe ser hecho con altura moral.



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