sábado, 25 de mayo de 2019

MARCEL SCHOWB


Gracias al furtivo encuentro con una alumna de literatura de la universidad Bolivariana de Medellín Colombia volví por este grande de las letras, memorable por ser el precursor de tantos escritores. En una columna de Enrique Vilas Matta en el periódico “El país” de España apuntaba con lucidez al respecto: “Y pensar que hubo un tiempo en que este escritor estuvo olvidado. Se cuenta que allá por los años cuarenta sólo le conocían de verdad en Argentina, donde no había librería ni biblioteca ni sala de espera de un dentista que no tuviera un ejemplar de Vidas imaginarias. La culpa, claro, era de Borges (1), que en 1935 publicó Historia universal de la infamia, inscribiéndose en la estela del autor francés”. Estoy tratando de leer con juicio “Vidas paralelas “de Petrarca y de hecho, busque las alusiones de Alfonso Reyes sobre este texto, dos cosas me quedaron claro ahora que abrevo en el mundo Grecolatino, el mundo clásico, es un universo de una riqueza absoluta, allí se encuentra todo lo pertinente a la naturaleza humana en el fragor de la tragedia. De alguna manera, Marcel Schowb, me evoca siempre estas referencias desde relatos encantadores que tanto gustaron y le sirvieron a Borges, quien fue un divulgador riguroso de su obra.
Es curioso el olvido en que caen ciertos autores de una riqueza textual importante y reconocida por los grandes prosistas: “Una lista selecta de sucesores de Schwob no podría olvidarse de cómo El libro de Monelle (1894) inspiró a André Gide. Y de cómo la estructura de La cruzada de los niños (1896) prefiguró Mientras agonizo, de William Faulkner. En cuanto a Vidas imaginarias, su sombra es alargada: Fleur Jaeggy, Juan Rodolfo Wilcock, Pierre Michon (Vidas minúsculas), Moisés Mori, Danilo Kiš, Antonio Tabucchi (su biografía breve de Antero de Quental en Dama de Porto Pim), Gérard Macé, Rodrigo Fresán (La parte soñada), Roberto Bolaño (La literatura nazi en América)”. Esta lista excluyó al italiano Antonio Tabucchi, es un caso aparte y amerita un estudio especial. Hay una descripción en el prologo de “Vidas imaginarias” que deja ver a este excelso escritor con todo el poder evocador, es magistral: “"Ayer Schwob estuvo en casa hasta las dos de la mañana. Me pareció como si tomara entre sus dedos finos mi cerebro y le diera vueltas, poniéndolo a la luz. Hablaba de Esquilo, comparándolo con Rodin. Analizaba Los siete contra Tebas y la rivalidad de Eteocles y Polínices y la manera geométrica, arquitectural, en que esta obra se halla compuesta: tantos enemigos contra tantos, tantos versos, diez por ejemplo, para cada jefe. . . De pronto la lámpara se apagó. Encendí las velas del piano. El rostro de Schwob quedó en la sombra. Siento que ese muchacho ejercerá en mí una influencia enorme." La tragedia humana se repite de muchas maneras, los problemas del hombre no han rebasado la visión de los Griegos. Lo entendió Marcel, Josep Conrad, Stevenson. Ahora, lo importante de este autor lo constituye su prosa bien hilvanada,  sin la exagerada  adjetivación de estos tiempos, lo simple se vuelve complejo, sus puntuales evocaciones a lo clásico. Bolaños, el gran escritor chileno apunto por ello: “Pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges”, en uno de sus Consejos sobre el arte de escribir cuentos”.
Vilas Matta, remata el artículo con un dato significativo sobre el precursor máximo de Marcel Schowb: “Nos gusta evocarle joven, en plena “conmoción imaginativa” al descubrir en un ferrocarril la prosa de Stevenson. Porque, dicho sea de paso y casi susurrado, Schwob desciende del escritor escocés. Algunos años después del momento epifánico, intactos todavía los efectos de aquella decisiva conmoción, Schwob contó el instante: se había llevado La isla del tesoro para un largo viaje en tren hacia el sur y había empezado su lectura bajo la temblorosa luz de una lámpara de ferrocarril. La aurora meridional teñía de rojo las ventanillas del vagón cuando despertó del sueño del libro, como Jim Hawkins tras el graznido del loro, y vio que tenía ante sus ojos a John Silver y una botella de ron, y que todo flotaba en el viento marino. “Entonces supe que había sucumbido al poder de un nuevo creador de literatura”, escribiría Schwob”.
Volver a Schowb, a Stevenson, a los ensayos de Montaigne, a los grandes cuentistas como Maupassant, a Alfonso Reyes, Octavio Paz y por su puesto Borges siempre será grato.  

(1) En este sentido, André Marcel Mayel (1867-1905), más conocido como Marcel Schwob, nos puede ilustrar perfectamente acerca de esa importancia que la literatura de Grecia y Roma tuvo para la estética moderna. Jorge Luis Borges explica claramente cuál es el signo distintivo de estos pequeños relatos de Schwob: “Para su escritura inventó un método curioso. Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos” (OC 3: 486). Buena representación de la estética simbolista son estas “vidas imaginarias”, cuyos rasgos básicos podemos resumir, a nuestro juicio, en tres:
(a) La brevedad es uno de los rasgos fundamentales, dado que, como el propio Schwob expresa en su “Prefacio”, sólo pretende rescatar algunos hechos recónditos de cada personaje, de ahí que lo anecdótico y lo mínimo cobre una importancia esencial en sus relatos.
(b) Las vidas se encuentran repletas de elementos visionarios y oníricos, unidos en otros casos a aspectos sórdidos. Estos las convierten en
misteriosas y a veces crípticas.
(c) En tercer lugar, cuando se recrean vidas de escritores, sus biografías van a confundirse deliberadamente con sus propias ficciones
literarias, logrando así un texto de marcado carácter metaliterario. ( Francisco García Jurado)



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