LA REVOLUCION DE LOS COMUNEROS
Nuestra independencia está antecedida por varios hechos que constituyen hitos de suma importancia para que se diera la ruptura total con la península ibérica. Podría primero relevar el nacimiento de una clase criolla muy ligada a la administración de la colonia que ya vislumbraba deseos de desligarse de la corona. A ello se suma las reformas Borbónicas, la expedición botánica, la revolución de los comuneros y una permanente conexión con algunos sucesos por fuera de Hispanoamérica que actuaron como catalizadores de nuestra separación. La principal es la revolución francesa.
Es preciso advertir que España durante la colonia vivió muchas revueltas, para darle un nombre menos contundente, realizadas por etnias y grupos indígenas que nunca estuvieron de acuerdo con el dominio español. Este es un tema importante, pero no lo tendremos en cuenta en nuestro proyecto.
empezaremos con la revolución de los comuneros producida el 16 de marzo de 1781.
LA REVOLUCIÓN DE LOS COMUNEROS
El historiador Orlando Melo señala que “la guerra con Inglaterra que terminó en 1713 mostró que, a pesar de la riqueza de América, España estaba perdiendo poder frente a Inglaterra, Francia y Holanda. Ante las concesiones que hizo en 1713 y que debilitaban su monopolio comercial, España trató de reformar a fondo el sistema colonial. Hasta entonces había buscado ante todo proteger el monopolio de los mercaderes españoles y cobrar impuestos sobre el comercio, principalmente en Sevilla y Cádiz”.
España era intermediaria de un comercio que favorecía las industrias de los países del norte. Para muchos, la riqueza americana había dañado la industria y la agricultura españolas para favorecer al gremio comercial de Cádiz y cobrar unos impuestos fáciles. Como remedio, había que promover la producción de América, reduciendo las trabas al comercio entre las Indias y España y aumentando los impuestos a los bienes que entraran a España. Esto requería evitar las trabas que impedían un comercio ágil entre el continente y la península. De igual manera inspiradas por el pensamiento ilustrado, las autoridades españolas apoyaron cambios sociales y culturales: el crecimiento de las universidades, el estudio de los recursos americanos para mejorar la agricultura y la minería, la publicación de periódicos, la creación de sociedades de comerciantes o propietarios para fomentar la economía. También tomaron de Francia una posición más monárquica y autoritaria, menos transaccional.
De hecho Carlos III impuso muchos impuestos a nuestros pueblos, de forma autoritaria. desencadenaron la inconformidad del pueblo granadino, el problema central recae en quién tenía la autoridad para hacer estas nuevas imposiciones fiscales. El gobierno de Carlos III predicaba un discurso de absolutismo francés de Luis XIV y Luis XV encaminado a que los súbditos obedecían ciegamente a la autoridad, chocando directamente con los documentos de la rebelión comunera donde profesan la creencia en que las leyes injustas no tienen validez, además de no tener una aprobación popular, que también era exigida. Se puede colegir entonces que la revolución de los comuneros (RVC) fue “La crisis de 1.781 fue, en suma, una colisión constitucional entre la centralización imperial y la descentralización colonial”.
Quiero hacer un paréntesis para hablar del por qué se denomina la RV de los comuneros. John Leddy Phelan, para él, el punto de análisis recae en no concebir la rebelión comunera en términos de sucesos, sino en el análisis de dos expresiones claves: Comunero con el cual se identificaban los inconformes y el lema “Viva el rey y muera el mal gobierno” a cargo de la muchedumbre en las plazas. Para el autor la constitución intelectual y política de la generación de 1.781 provenía de la doctrina teológica clásica española de los siglos XVI y XVII, de los cuales, el más notable era el jesuita Francisco Suárez. Para los habitantes de Nueva Granada sus tradiciones encaminadas al bien común estaban siendo erradicadas por las innovaciones fiscales establecidas por los burócratas del rey Carlos III. Esto entendido por el autor en la medida en que en Nueva Granada no se manejaban los conceptos de “Nación” o “Patria” pero si las de “el común" o “La comunidad”, es decir, el bien común dentro de la comunidad.
Es necesario tener en cuenta que cuando el oro de los indígenas, la riqueza guardada, la disponible, no el de las vetas que requiere una explotación más técnica y sofisticada, se agotó, fueron los impuestos el factor determinante para la época de RVC, el traslado de riqueza a la península, los principales fueron: El tabaco, los naipes, el aguardiente, la sal.
Antonio Garcia expresaba sobre este suceso algo que amerita traer a colación: “La singularidad y trascendencia nacional de la insurrección de los comuneros consiste en que, a partir de ella, la historia de la Nueva Granada cambia de naturaleza y de sentido: deja de ser una parte marginal e inmersa de la historia de España, para ganar la categoría de historia de un país que emerge de la dominación colonial y del vasallaje - espiritual, económico y político -identificándose a sí mismo en el tiempo y en el espacio.
Por ello en esta historia es importante estudiar este suceso como predeterminante y antecedente vital en nuestra independencia.
LOS HECHOS
En los últimos meses de 1780 hubo motines contra los guardas de la renta del tabaco en Simacota, Mogotes y Charalá, pero la cabeza del movimiento fue la ciudad del Socorro, donde el 16 de marzo de 1781, en día de mercado, unos hombres encabezados por José Delgadillo, Roque Cristancho, Ignacio Ardila, Miguel de Uribe, Pablo Ardila y otros que al ritmo de un tambor gritaban frente a la casa del alcalde José de Angulo y Olarte que no pagarían los impuestos, y este les intentaba disuadir desde el balcón de la residencia junto a Salvador Plata, reconocido personaje del Socorro. Durante el griterío una mujer se acercó a la puerta de la residencia donde estaba fijado el edicto del visitador Gutiérrez de Piñerez y lo arrancó. Esa mujer era Manuela Beltrán, que rompió el edicto referente a las nuevas contribuciones a los gritos de «viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de Barlovento». Los Comuneros reunidos en El Socorro recibieron el Manifiesto Comunero que llegó de Simacota, escrito por Fray Ciriaco de Archila, dominico que vivía en su convento de Santa Fe de Bogotá.
En sus comienzos los protagonistas visibles eran los pobres, tanto mujeres como hombres. Las revueltas comenzaron luego a ser dirigidas por personas un poco mejor ubicadas social y económicamente (comerciantes, carniceros, pequeños agricultores) y la rebelión tomó forma. La presión logró que algunos hombres de prestigio se comprometieran con ella.
Es importante empezar a tratar a los líderes naturales de este evento. El primero es José Antonio Galán, quien pertenecía a la clase media, era hijo de labradores acomodados y había nacido en Charalá, en la jurisdicción del Socorro, en 1749. Aunque apenas sabía leer y escribir, estaba dotado de extraordinaria energía y de una elocuencia natural que llevaba en pos suya a cuantos quería; era gallardo de cuerpo, galante como su nombre, y, según sus mismos enemigos, “hombre de un valor nada común, de audacia y serenidad de ánimo a toda prueba, que arrostraba los peligros con singular sangre fría y realzaba estas cualidades con un genio franco e insinuante y un decir tan persuasivo, que apenas se presentaba, todos los habitantes de los pueblos le seguían y obedecían ciegamente” ( Don Salvador Plata, según José María Quijano Otero,). El segundo es Francisco De Berbeo Hijo del español Justino Berbeo, natural de Oviedo y de doña Juana María Moreno, su familia era de la élite socorrana, pero no tenía gran riqueza. Se casó dos veces: la primera con doña María Blasina Montenegro, con quien tuvo cinco hijos; y en 1771 contrajo segundas nupcias con doña Bárbara Rodríguez Terán, con quien tuvo una hija, María Josefa. Entre sus descendientes se cuentan el presidente de la República Alberto Lleras Camargo y el historiador de los Comuneros, Pablo Enrique Cárdenas Acosta. Su fortuna era modesta, tenía una casa en la plaza principal del Socorro y dos fincas con esclavos. No era un negociante exitoso, ni tampoco fue un gran rico. Berbeo era muy respetado en el Socorro, pues era su jefe natural.
Tenía fama de hombre valiente y decidido, que inspiraba confianza, tanto para los criollos, como para las masas socorranas. Tenía alguna experiencia militar adquirida en campañas contra las tribus aborígenes de carares y yaregüíes. Había hecho viajes frecuentes al interior del país, a Venezuela y el Caribe. Tenía numerosas amistades en Santafé de Bogotá, entre ellas, don Francisco de Vergara, regente del Tribunal de Cuentas. Era diestro jinete. En 1781, Juan Francisco Berbeo y Salvador Plata eran los ciudadanos más prominentes del Socorro, y eran, además, regidores del cabildo; por eso los socorranos los tuvieron en cuenta como sus dirigentes en el movimiento que estalló en el Socorro el 16 de marzo de 1781, en protesta contra las autoridades coloniales.
La protesta nació en los pueblos tabacaleros de las montañas del nororiente del Virreinato afectados por el alza de los impuestos decretados por el nuevo visitador regente Gutiérrez de Piñeres. Un domingo de mercado de marzo de 1781 se convirtió en motín popular en la ciudad de El Socorro. Una enfurecida vivandera llamada Manuela Beltrán arrancó de las paredes de la plaza los edictos de los nuevos impuestos gritando “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”: un grito que parece demasiado largo y bien compuesto para ser natural (tal vez fue inventado por los historiadores, dice Antonio Caballero). Nació del pueblo raso, es indiscutible y está documentado.
Así lo describe Antonio Caballero en su libro ”Historia de Colombia y sus oligarquías: “Por oportunismo se sumaron al bochinche los notables locales: las “fuerzas vivas”, como se decía, las modestas oligarquías municipales, comerciantes, hacendados medianos; que después, por miedo, se vieron empujados a tomar la cabeza del movimiento. Uno de ellos, Salvador Plata, escribiría más tarde en su disculpa que lo habían forzado “con lanzas en los pechos”. Sería menos: serían apenas gritos de “¡que baje el doctor, que baje el doctor!” dirigidos al balcón de su casa. Y el doctor bajó, y se dejó llevar contento a la primera fila de la protesta. Lo mismo sucedió en los pueblos vecinos: Mogotes, Charalá, Simacota. Y eligieron por capitán general al terrateniente local y regidor del Cabildo Juan Francisco Berbeo, que organizó el desorden en milicias armadas con lanzas y machetes y escopetas de cacería. Las tropas eran de blancos pobres, de indios y mestizos. Los capitanes eran criollos acomodados, con pocas excepciones, entre ellas la del que luego sería el jefe más radical de la rebelión, José Antonio Galán: “hombre pobre, pero de mucho ánimo”.
La Rebelión fue liderada como lo anotamos, por José Antonio Galán y Juan Francisco Berbeo, quienes se convirtieron en símbolos de la lucha por la independencia y la igualdad. Los comuneros organizaron un gobierno propio en Villa del Socorro y establecieron una serie de medidas que buscaban mejorar las condiciones de vida de la población.
El movimiento rebelde logró contar con el apoyo de diversas clases sociales, como los campesinos, los artesanos y algunos sectores de la élite criolla. Sin embargo, el gobierno español respondió con violencia y represión, enviando tropas para sofocar la rebelión. Hasta de la capital
empezaron a llegar entonces inesperadas e interesadas incitaciones a la revuelta de parte de los ricos criollos, deseosos de que recibieron un buen susto las autoridades españolas. Se leyeron en las plazas y se fijaron en los caminos pasquines con un larguísimo poema que se llamó “la Cédula del Común”, por remedo irónico de las reales cédulas con que el monarca español otorgaba o quitaba privilegios. La del Común, por el contrario, incitaba a “socorrer al Socorro” y a convertir la revuelta en un alzamiento general del reino. De nuevo un grito popular: “¡A Santa Fe!”. Y allá fue la montonera arrastrando a sus jefes, que sin embargo tomaron primero la precaución leguleya de consignar ante notario que lo hacían forzados por la chusma y sólo con el virtuoso propósito de “sosegar y subordinar a los abanderizados”. Por el camino fueron reclutando más gente: notables locales que ponían dinero, criollos pobres dueños de un caballo y un cuchillo, mestizos, indios de los resguardos. Al indio Ambrosio Pisco, negociante de mulas de arriería y descendiente de los zipas, lo unieron a la causa proclamándolo “príncipe de Bogotá” casi a la fuerza. En mayo, cuando llegaron a Zipaquirá, eran ya veinte mil hombres de a pie y de a caballo armados de lanzas, machetes y garrotes y unas cuantas docenas de mosquetes: el equivalente de la población entera de Santa Fé, niños incluídos. La ciudad estaba aterrorizada ante la inminencia del “insulto”, como se llamó al posible asalto, al que no podía oponer más defensores que las dos docenas de alabarderos de aparato de la guardia del virrey. El visitador regente Gutiérrez de Piñeres huyó a Honda buscando llegar por el río a Cartagena, donde estaba el virrey Flórez con sus exiguas tropas. Se nombró en comisión al oidor de la Audiencia Vasco y al alcalde Galavís, asesorados por el arzobispo Caballero, para que fueran a Zipaquirá a parlamentar con los rebeldes.
En esta parte de la historia quiero citar a Antonio Caballero de nuevo, por razones que entenderán mis lectores, que son de suma importancia: “Se supo entonces que la incendiaria “Cédula del Común” que había galvanizado a los pueblos, escrita por un fraile socorrano, había sido financiada, impresa y distribuida por cuenta del marqués de San Jorge, el más poderoso de los oligarcas santafereños. El mismo que, a la vez, ofrecía contribuir con cuatrocientos caballos de sus fincas para la tropa que las autoridades se esforzaban por levar a toda prisa. Porque el sainete de dobleces que llevó al fracaso del movimiento comunero no fue sólo de los gamonales del pueblo como Plata y Berbeo, que se levantaron en armas al tiempo que firmaban memoriales de lealtad; ni de los funcionarios virreinales que se comprometieron a sabiendas de que no iban a cumplir: fue una comedia de enredo en la que participaron todos”. También jugaran cartas dobles grandes hacendados, nombraré tan sólo dos: Jorge Miguel Lozano de Peralta y Varaes Maldonado de Mendoza, hombres muy ricos, quienes se sentían injustamente postergado en sus méritos por los virreyes españoles, que en su opinión eran —según le escribía al rey— “incompetentes y corruptos”, como lo suelen ser todos los gobernantes a ojos de los ricos. Y se quejaba diciendo: “¿De qué nos sirve la sangre gloriosamente vertida por nuestros antepasados? Aquí los virreyes nos atropellan, mofan, desnudan y oprimen… [y]… los pobres americanos, cuanto más distinguidos, más padecen”.
Los rebeldes comuneros llegaron a Zipaquirá con una lista de exigencias de treinta y cinco puntos. Unos referidos a los propietarios, como la abolición de un recién creado impuesto que consideraron extorsivo: el “gracioso donativo” personal para la Corona; o el compromiso de privilegiar a los españoles americanos sobre los europeos en la provisión de los cargos públicos.
Otros que beneficiaban a los promotores originales de la protesta, los cultivadores de tabaco: la reducción de los impuestos. Otro para los borrachos del común: la rebaja del precio del aguardiente. Y finalmente algunos para los indios que se habían sumado a la acción: el respeto de sus resguardos y la devolución de las minas de sal. Y también, para todos, un perdón general por el alzamiento.
Hasta que por fin se firmaron las llamadas Capitulaciones (porque iban divididas en capítulos, y no porque significarán una rendición) de Zipaquirá. El gobierno cedía en todo, bajaba los impuestos, nombraba a Berbeo corregidor de la nueva provincia del Socorro y dictaba un indulto general para los insurrectos. A continuación el ejército comunero se disolvió como una nube y cada cual se fue a su casa. La insurrección había durado tres meses.
José Antonio Galán no estuvo para la firma en Zipaquirá, estaba en Honda por orden de Berbeo. “Galán, en vez de perseguir al visitador por un lado o de aceptar por el otro el perdón general, siguió durante unos meses recorriendo el valle del Magdalena, levantando a su paso caseríos de pescadores y liberando esclavos de las haciendas,
radicalizando los objetivos de la protesta popular con la consigna ya revolucionaria de “¡Unión de los oprimidos contra los opresores!”.
El movimiento fue aplastado por las fuerzas del gobierno español, y muchos de sus líderes fueron ejecutados públicamente. Desde entonces, ha habido mucha controversia sobre quién fue responsable de la muerte de los Comuneros y si fue justificada.
Ahora, después de años de investigación, se ha descubierto la verdad histórica detrás del suceso. La investigación ha demostrado que fue el gobierno español quien ordenó la ejecución de los líderes de los Comuneros.
En el caso de Galán. Sus propios jefes tumultuarios se encargaron de perseguirlo, capturarlo y entregarlo a la justicia virreinal, como prueba definitiva de su arrepentimiento por el tumulto. después de muerto arcabuceado:
no había en la pueblerina Santa Fé verdugo que supiera ahorcar.
Su cabeza cortada fue exhibida para escarmiento de los descontentos en una jaula a la entrada de la ciudad, y sus manos y sus pies llevados con el mismo fin a los pueblos que habían sido teatro de la rebelión. Se ordenó sembrar de sal el solar de su casa en su pueblo de Charalá, después de demolerla. Se encontró que José Antonio Galán no tenía casa.
Consecuencias importantes para este divulgador la escribe con lucidez Jorge Orlando Melo en su “Historia mínima de Colombia”: Después de sometida la revuelta comunera las cosas parecieron volver a su cauce normal y autoridades y vecinos parecen haber tratado de olvidar el levantamiento. Los virreyes, sobre todo Caballero y Góngora (1783-1787), José de Ezpeleta (1787-1797) y Pedro de Mendinueta (1797-1803), aunque trataron de imponer la autoridad, nombraron peninsulares (o al menos americanos de otras regiones) para los cargos principales y mantuvieron los odiados estancos del tabaco y el aguardiente, siguieron promocionando los proyectos de los intelectuales criollos. Apoyaron, desde 1783, la Expedición Botánica, en la que, siguiendo la orientación de Mutis, trabajaron Francisco José de Caldas, Francisco Antonio Zea, Jorge Tadeo Lozano, José María Carbonell y otros letrados neogranadinos. Respaldaron también empresas de “fomento”, como la sociedad anónima para la explotación de minas de Almaguer, la modernización de las minas de Santa Ana, la exportación de añil y de quina, la apertura de caminos o la fundación de pueblos en tierras tituladas pero sin utilizar, como se hizo en Antioquia. A pesar de que el plan de estudios de Moreno y Escandón fue desmontado, los profesores, con apoyo oficial, siguieron guiándose por su espíritu y trataron de crear una cátedra de Medicina, con la idea de graduar doctores en ese campo. Acogieron la formación de Consulados de comercio, formados por los principales importadores de bienes, y de Sociedades de Amigos del País, para discutir otras medidas de fomento. En 1791 el virrey Ezpeleta apoyó el primer periódico, el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, en el que escribieron los jóvenes eruditos, como Caldas, Joaquín Ricaurte, Joaquín Camacho, Nariño y Zea, en apoyo a las reformas de los estudios, a la investigación de las riquezas naturales del Nuevo Reino, a la aplicación de la economía política o la estadística al gobierno o discutieron qué era eso de ser granadino, español y americano. En 1801 Jorge Tadeo Lozano, hijo del primer marqués de San Jorge, y José Luis de Azuola, uno de sus familiares, publicaron el primer periódico privado, el Correo Curioso. Todavía en enero de 1808 los jóvenes científicos lograron el apoyo del virrey Antonio Amar y Borbón para un periódico dedicado a la geografía, la botánica, la zoología y la promoción de la educación pública: el Semanario del Nuevo Reino de Granada, dirigido por Francisco José de Caldas.
En el marco de nuestro propósito, una historia desde los enfrentamientos que tuvieron nuestros caudillos a lo largo del pasado. La relación entre José Antonio Galán y Juan Francisco Berbeo fue una de liderazgo y posterior confrontación. Berbeo fue el comandante general inicial de la insurrección comunera, mientras que Galán, quien también era un capitán, terminó siendo el líder más radical que rechazó los acuerdos firmados por Berbeo y continuó la lucha, lo que generó una división en el movimiento. Para buena parte de los historiadores, esto fue una traición de Berbeo, no solo a los comuneros, sino al propio Galán.
Esta relación se puede sintetizar en tres momentos:
Colaboración inicial: Berbeo fue proclamado comandante general del movimiento en el Socorro en 1781. Galán fue uno de los capitanes que estuvo bajo su mando en las etapas iniciales de la rebelión.
Ruptura por las Capitulaciones: La relación se rompió tras la firma de las Capitulaciones de Zipaquirá por Berbeo, que Galán consideró inaceptables. Según algunos relatos, Berbeo firmó un acuerdo con la Corona para intentar detener la rebelión, pero el gobierno virreinal anuló las capitulaciones poco después.
Continuación de la lucha: Ante el rechazo a las capitulaciones, Galán se levantó y continuó la lucha con el apoyo de la población, mientras que Berbeo se desmovilizó y, al parecer, fue protegido por las autoridades españolas.