lunes, 7 de octubre de 2013

TAMAR

ESTE ES UN RELATO QUE APARECERÁ EN EL PRÓXIMO LIBRO DE CUENTOS URBANOS, SE PUBLICARÁ EN ESTE BLOG POR ENTREGAS.

Sintió de pronto que su marido le llamaba insistentemente interrumpiéndole un sueño profundo que por fin había vencido un insomnio de mil cueros que no la dejaba dormir desde hace muchos meses. Miró el reloj por esa costumbre inveterada de levantarse a la madrugada, gracias a una disciplina férrea que le fue impuesta por su madre en los días eternos del colegio, se dio cuenta que eran las tres de la madrugada. Alberto, ya no la llamaba sino la sacudía con desesperación, buscando que se levantara de inmediato. Lo miró con cierta sorna,  comprobó que  no tenía tufo como de costumbre, ni estaba  borracho, lo que le preocupaba aún más.
 Salió a la sala y de súbito se encontró con una pareja joven, llevando un maletín viejo, con  una mirada tensa y expectante. Alberto no la dejó ni hablar y le dijo:
Tamar, alístele la quedada, acomódalos en el cuarto de huéspedes y ahora te cuento el por qué….por ahora limitémonos a darles posada y los dos hablamos más tarde.
Impertérrita, obedeció con una resignación ciega, sin ningún cuestionamiento,  como un soldado empezó a buscar sabanas, tender la cama de la pieza de huéspedes y mostrarles donde quedaba el baño y la cocina por sí deseaban tomar agua o jugo que le había quedado del día anterior.
Cuando los visitantes se fueron hacia la pieza para acomodar al maletín, le hizo muecas a Alberto para que le medio explicará, para que le diera alguna clave de lo que estaba sucediendo.
Ahora...le calló haciéndole señas con el dedo sobre sus labios...en la pieza le digo, okey.
La mujer tenía aproximadamente 27 años, la piel acanelada que   contrastaban con  ojos verdes hermosos y un pelo crespo que le daba un aire de modelo  Brasilera. El señor aparentaba treinta y cuatro años aproximadamente, tenía el rostro como la de un niño consentido, una nariz respingada, era absolutamente serio, los dos parecían en una sala de espera, no se movían para nada.
Tamar sintió que no tenía nada más que hacer, sino atenderlos, después hablaría con Alberto, que siempre salía con unos cuentos muy largos e inexplicablemente terminaba haciendo lo que le daba la gana.  Pensó como llegó al estado de cosas que ahora vivía. Como su matrimonio terminó en esta situación sin salida con un hombre alcohólico.
Después de tender las camas y alistarles la comida se dirigió a su pieza, se sentó en la cama y comenzó a pensar el día que conoció a su marido.
Alberto era un medico sin ningún amor a su profesión ni a la vida,  al que poco le importaba lo que tuviera que ver con el juramento hipocrático. Cuando lo conoció era un hombre lleno de optimismo y agradable de sobremanera, casi siempre estaba metido en problemas menores, de cuentas por pagar o con algún lio policial por efectos de sus alegatos políticos. Ahora llegaba con dos médicos cubanos y cualquier cosa podía suceder en adelante.  En sus grandes letargos alcohólicos, tenía discursos lúcidos, cargados de un escepticismo procaz, que dejaban ver una formación familiar impecable y un resentimiento tenaz.
Cuando Tamar lo vio por primera vez, sintió una atracción irresistible y desde ese momento comenzó a ceder a sus cortejos.  Lo escuchaba con una devoción cercana a la adoración, asumió con resignación que ese hombre iba a ser suyo, lo que nunca se imaginó fue que le diera dos hijos y menos que terminaría odiándolo tanto.
Ahora sentada en la cama lo esperaba para que le contara que iba a pasar con esa visita intempestiva. Alberto llegó como niño regañado y le habló con un cariño que le hizo recordar los primeros cortejos. Vea tamar, ellos se han volado de Cuba, son dos médicos muy buenos y esperan que nosotros le ayudemos.
Y ayudemos a qué, respondió cortantemente Tamar.
A recuperar su hijo, que se ha quedado en la isla.
Tamar sintió un escalofrió, asumió de inmediato una solidaridad irrefrenable con la pareja, como si los conociera de años. Miró a su marido y le dijo: que hay que hacer entonces. Desde este momentos comenzó un galimatías que marco su vida y le enseñó que era capaz de muchas cosas.
Al otro día en el desayuno  hablaron como si se conocieran de años, como cuando viejos amigos se sientan a tomar tinto y cuentan vicisitudes de la vida sin más ni más. El médico tenía un encanto personal raro. Hablaba con mucha elegancia, con un acento cubano emblemático. A pesar de ser muy marcado, no cansaba y diferente a sus compatriotas dejaba hablar y escuchaba con atención.
Su esposa Yadira en cambio era callada, pero cuando hablaba era certera y clara en sus conceptos y aseveraciones. Sus frases eran como cuchillos de carne, cortantes, rajaban y se imponían de una.
Tamar había ido varias veces a Cuba y sabía que a la isla sólo se iba hablar con los cubanos.  Este constituía el encanto. Ellos parecen prosistas directos, son pura literatura. Cada una de estas conversaciones le recordaba a Guillermo Cabrera Infante, en su novela memorable: “Tres tristes tigres” que releía religiosamente todos los años.
Yadira de pronto hablando de su hijo soltó unas lágrimas secas, como si llorara superando las durezas históricas que había vivido y sobreponiéndose al ascendente de una dictadura que somete a sus pares a disciplinas inaceptables, pero que sus ciudadanos han aceptado con un sentido de trascendencia superior a sus tiempos, pensando en la revolución. Su hijo se había quedado en varadero y le daba consuelo que estaba en buenas manos.

Alberto sabía que los tiempos de la utopía no llegarían nunca. Conocía perfectamente cada rincón de la isla y podía hablar a cabalidad de lo que estaba pasando en cada centímetro de su geografía. Recordó lo que alguna vez le dijo su padre, lo peor es el autoengaño y en algún momento de su vida decidió salir de la isla, pero nunca a Miami.
Varadero es una ciudad de Cuba perteneciente el municipio Cárdenas, situada en la península de Hicacos, provincia Matanzas a 130 kilómetros al este de La Habana. Al noreste Punta Hicacos es el lugar más al norte de Cuba. Es un territorio especial de la República de Cuba. Constituye el punto más cercano a los Estados Unidos, tiene 30 km de extensión de los cuales 22 km son de playas. Limita al norte con el estrecho de La Florida, al sur con la bahía de Cárdenas, al este con Cárdenas, al oeste con la cayería Sabana Camagüey, su población era para la época de 16 000 habitantes, es una población itinerante, su principal renglón económico es el desarrollo del turismo y la mayor fuerza laboral está en función del mismo. Varadero es sinónimo de bellas playas y de turismo. Sus habitantes eran por el contacto con los extranjeros diferentes a todos los cubanos.

Su familia vivía en Varadero desde hace diez años, tenían una tienda de cachivaches e insignias sobre Cuba, donde se vendían libros de literatura muy baratos, insignias de la república  y se prestaba el servicio de guías. Lo atendían sus padres, la abuela y una cuñada. Era un trabajedero distinto a todo lo que se ofrecía en la isla, donde la gente trabajaba con el estado y la gran mayoría sufría un desempleo galopante, muy a pesar de ser gente preparada, la mayoría con títulos universitarios, con la ventaja adicional de ser muy recursivos por naturaleza, era una condición casi genética. Había un sentimiento general de impotencia, con tanta preparación y formación se sentían desperdiciados, situación que no les impedía mostrar su orgullo por la utopía de una revolución imposible para estos tiempos. En los últimos años viajaban por el mundo gracias a los acuerdos  con los países africanos y latinoamericanos que les estaban abriendo oportunidades  de trabajo excepcionales por efecto del intercambio de conocimientos por alimentos y materias primas.

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