sábado, 3 de septiembre de 2016

ENTRE EL CINE Y LA REALIDAD PATRICIA

La felicidad completa no existe, le escuche repetidas veces a mi madre, he comprobado que esta sentencia resulta ser una verdad letal. Patricia está bien, de un tiempo para acá una relación sentimental con un  mexicano funciona perfectamente. Este Wey la hace muy feliz: Mantiene una alrgría por fuera de lo comun, una sonrisa cargada de expectativas la delata, sus ojos develan planes encubiertos, ilusiones aplazadas, los temores por los amores contrariados del pasado cada vez se despejan más. Hace muy poco murió su padre. Este hecho la tiene triste muy a pesar de ser una mujer realista al extremo. Dos sucesos concomitantes y en contravía que hacen del momento un claro-oscuro tenaz en su vida. Conozco a Pato desde hace más de 10 años y he compartido con ella muchas cosas de la vida. Es una mujer bonita, alta para nuestro promedio, de pelo largo, siempre bien peinado, delicada, muy femenina, clara y sincera de sobremanera. Con su hermana mantiene una relación perfecta, siendo muy diferentes, son absolutamente leales y en lo fundamental tienen acuerdos que nunca rompen. De ellas dos tengo recuerdos muy precisos. Salían del apartamento a su colegio en plena adolescencia, este quedaba al frente del conjunto donde vivíamos, siempre a la misma hora, apuradas, confirma aquello que lo cerca siempre es lejos y lo lejos termina siendo cerca. Estaban en plena formación, una adolescencia contenida, por la cercanía que tuvimos compartí estos años. Ella y su hermana son un libro abierto, a esa edad, atentas a escuchar y conocer las cosas que alimentaran sus deseos, sus ilusiones, el imaginario de sus posibilidades, eran seres en plena construcción. De esa época vienen ciertas afinidades intelectuales y una música muy puntual que de vez en cuando volvemos a compartir. Nació una amistad bella que tiene hoy frutos gratos y valiosos. Pato, fue, es y será una mujer práctica. No sé cómo ha manejado la muerte de su padre, su ausencia, el vacío que representa su partida, lo amó mucho, a pesar de ciertas diferencias irreconciliables que le generaron muchas discusiones, al final, me refiero a los últimos años, lograron una tregua llena de reconocimientos y silencios, de respeto. Su relación fue buena, cargada de solidaridades entre la rutina asfixiante de la convivencia.
Es un excelente matemática. Lo curioso es que no siempre fue así. En su bachillerato las matemáticas no eran su fuerte, mejor, fueron su debilidad. Con su experiencia comprobé, que no existe nada imposible. Cada vez que me digo, voy aprender ingles, siento que estoy muy viejo, se antepone a este caprichoso rechazo, lo que vivió y la actitud que tuvo frente a los números. Cuando terminó el bachillerato, planificó entrar a estudiar administración de empresas en la universidad nacional, las matemáticas resultaban de suma importancia, no solo para la carrera sino para pasar el examen que le diera el cupo respectivo.  Fracaso en el primer examen. Decidió entonces ser buena matemática, aprender y emprendió una batalla para lograrlo. Como toda guerra, fue obsesiva con el tema y la vi dedicada al 100 a formarse en el mundo de Pitágoras en medio de muchas precariedades, las cuales venció con su férrea voluntad. No solo aprendió matemáticas sino que empezó a quererlas, sin lugar a dudas, es muy buena en esta materia. No se me olvidan estos hechos, porque en estos años la vi imponerse a circunstancias adversas de todo tipo, difíciles.
La relación con su madre es excelente, siempre lo ha sido. Me atrevo a decir que esta es su mayor preocupación hoy, me cuentan que le ha dedicado más tiempo, me imagino que es imposible llenar ciertos vacios, la compañía en todo caso es un paliativo frente a hechos como  la muerte.  Luz, su madre, tiene para sus hijas una devoción casi religiosa. Ellas han sabido corresponderle con creces a esa fe y cuidados constantes. No siempre en la vida las relaciones entre los padres y los hijos son buenas. La mayoría de  las patologías y trastornos de las personas adultas nacen de las disfuncionalidades propias del ámbito familiar. De esto están plagados los escritos de Freud. Entre Patricia y su madre las cosas han sido más que buenas, siempre están en proceso de consolidación, mantienen una relación muy fresca y sin contradicciones graves, sin imposturas o ataduras paranoicas.
Desde un tiempo para acá, frente al fenómeno de la muerte, sobre todo cuando se nos va un  ser muy cercano de manera intempestiva, como recordándonos que no somos eternos, me pregunto: ¿qué es la vida?. Siento que pese al orden que se requiere, al sentido de trascendencia que le demos, la vida está hecha de momentos, atiende a circunstancias precisas y estos son los que en últimas terminan justificándola. Cuando recuerdo hechos del pasado que me hicieron feliz, se me aparecen solo instantes, como gotas por donde la plenitud florece, fotografías llenas de luz, pero muy fugaces. Otro aspecto vital son las decisiones que tomemos. Algunas cambian nuestro destino diametralmente, incluso, por los azares del destino, decisiones baladíes terminan siendo fundamentales, sentarse en un puesto en un viaje de pronto significa conocer a la persona que nos acompañará por el resto de nuestros días, tomar un camino, escoger un sitio para vacacionar, conocer una persona que con sus puntos de vista trasforma nuestra manera de pensar. No sé porque escribo sobre estas cosas cuando pienso en Patricia. Ayer meditaba: Patico debe apostarle a la felicidad, no debe aplazar su destino. Confió en las certezas que le guían siempre, se cómo actúa ella. Todo esto lo escribo porque estamos abocados a tomar decisiones y siento que ella está entreverada entre dilemas muy íntimos, que está pensando más en los otros. La filosofía y el psicoanálisis hablan del otro y la otredad. Este es un tema encarretador, actuamos casi siempre en razón del otro, ¿Cuál es el límite frente a este dilema que significa ceder a favor del otro, actuar de acuerdo a las circunstancias determinadas por la otredad?, difícil descifrar estas fronteras.
Siempre cuando escribo sobre estas cosas pienso en el cine que lo ha mostrado todo, el amor, la soledad, la guerra, la traición. Qué película se parece a estos momentos de la vida. Aun no la ubico exactamente pero recordé esta cinta de amor, vieja. Pienso en When Harry Met Sally, Harry Burns (Billy Crystal) y Sally Albright (Meg Ryan) “son dos estudiantes universitarios que se conocen por casualidad, cuando ella se ofrece llevar a Harry de Chicago a Nueva York, en su coche. Durante el viaje hablan sobre la amistad entre personas de diferente sexo y sus opiniones son absolutamente divergentes: mientras que Harry está convencido de que la amistad entre un hombre y una mujer es imposible, Sally cree lo contrario. A pesar de ello, Sally le dice que no pueden ser amigos por su forma de pensar y que es una lástima ya que él sería su primer amigo en Nueva York. Pasan los años y su relación continúa. En Nueva York cada uno de ellos hace su vida y trata de encontrar un amor. Un día coinciden casualmente en una librería y pasan un rato largo juntos filosofando sobre la vida. En los años siguientes se ven de cuando en cuando, cada vez con más frecuencia. Surge entre ellos una amistad que contradice la filosofía de Harry de que hombres y mujeres no pueden ser amigos. La historia es cortada cada cierto minuto con diálogos de parejas de ancianos que conocieron el amor y la forma que se enamoraron, en algo similar a una terapia. A pesar de intuirse que ambos están enamorándose, sus creencias, filosofías y actitudes les hacen rechazarse. En las escenas finales se producirá la declaración de amor de Harry en una de las más logradas escenas del cine romántico. Finalmente quedará claro que ellos son también una de las parejas de la terapia que cuenta su largo amor de 12 años y tres meses antes de casarse”.
La vida es una película donde el final feliz debería depender de nosotros, no siempre ocurre así, en la medida que podamos decidir en este orden, antes que se resuelva de otra manera, lo debemos asumir, tomar las decisiones.





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