Hay puntos de encuentro que se van volviendo importantes en
nuestra existencia, tal vez porque entre los avatares de la vida, estos
terminan siendo bálsamo de las rutinas lacerantes. Allí, vamos reconociendo por habitualidad a los visitantes más
recurrentes, los encuentros casuales hacen que se conviertan en seres
familiares, pocas cosas sabemos de estas personas, aún así, son
referentes en nuestra vida, por el sólo
hecho de compartir algunas horas, de estar cercanos simplemente por efectos de la rutina, así
nunca hablemos con nadie. A pocos metros de mi casa hay una esquina, una tienda
básicamente, con una terraza agradable, mediterránea, siempre corre una brisa
fresca, pero inusual para esta ciudad, lo que lo hace más especial. En ella no sólo compro las cosas
necesarias del diario vivir, en ocasiones me siento en una de sus mesas, solo, a pensar, leer, degustar una cerveza, o en
últimas hablar con el primero que aparezca. Hay personajes de todo tipo, con un
factor común, la mayoría son padres de familia o amas de casa, esto para decir que
es un barrio tradicional, de pura clase media . No es un sitio de intelectuales
y más bien la visitan gente práctica, trabajadores y profesionales casuales
combatiendo a diario por la vida. Hay personas que llaman la atención más que
otras, eso suele pasar por razones de
afinidades o por esa memoria interna que llevamos producto de nuestra formación,
la misma que hace que busquemos pares. Hace meses mi hermano Edgar me visitó de
la capital donde vive. Él es un arquitecto inteligente, trashumante, cervecero
como el que más y con una capacidad de ganar amigos envidiable. Nunca le falta
tema y como ha sido itinerante consumado, no le faltan cualidades para sostener
una charla amigable y agradable para su interlocutor. En este sitio veía de vez
en cuando a dos personajes, de edad media, jóvenes que por alguna razón inexplicable me recordaron a los dos
protagonistas de la película novecento
de Bertolucci. Daban la impresión de tener una amistad entrañable. Pedían
siempre dos cervezas como si fueran las últimas, pero al final demoraban, departían
con un disfrute poco común, realmente después de la primera, duraban horas en
una charla sostenida en medio de cada sorbo. Uno es muy alto, de ropa siempre
informal, con una risa repentista y una alegría que le salta a voces. El otro,
más bajito, muy latino, serio en apariencia, deja ver un humor más sutil, alegórico diría, se le vía muy tenso a veces, de pronto soltaba una carcajada que lo dibujan en toda su esencia. Nunca dejamos de imaginar a las
personas antes de conocerlas. En el caso mío, La rutina va convirtiéndolos en personajes de ficción, literarios. Estos
dos personas me despertaban una curiosidad especial, pero nunca los abordé, hasta que mi hermano resultó teniendo una charla sostenida, como si llevara
años hablando con ellos. Un día cualquiera, me dijo son ingenieros de minas.
Siempre he tenido por esta profesión una aversión total, los asimilo con depredadores de la naturaleza,
veo esos socavones que dejan las minas a cielo abierto y me lleno de ira. En
Tabio Cundinamarca estrene hace muchos años el derecho de tutela, un mecanismo
procesal para proteger derechos fundamentales, en el caso concreto ambientales,
cerré dos gravilleras, por razones de este litigio me enfrente a los ingenieros de minas de estas
explotaciones insensibles, nunca tuve la oportunidad de hablar con ellos, la
comunicación fue a través de memoriales, al final me dieron la razón y llegamos
a un acuerdo forzado pero cordial, pese a que no me convenció del todo. Recordé el texto “Viaje al centro de la tierra”
de Julio Verne. Esta historia la leí muy joven, casi un niño, aún conservo intacto
y fresco el éxtasis que produjo en mi alma. Recuerdo el profesor Lidenbroc, a
la mineralogía en la descripción de Verne que es tan llena de misterio y
alucinante, miren este aparte que traigo a colación: “Hay en mineralogía muchas
denominaciones, semigriegas, semilatinas, difíciles de pronunciar; nombres
rudos que desollarían los labios de un poeta. No quiero hablar oral de esta
ciencia; lejos de mí profanación semejante. Pero cuando se trata de las cristalizaciones
romboédricas, de las resinas retinasfálticas, de las selenitas, de las tungstitas,
de los molibdatos de plomo, de los tunsatatos de magnesio y de los titanatos de
circonio, bien se puede perdonar a la lengua más expedita que tropiece y se
haga un lío”. Esta aventura extraordinaria, como todas las de Verne, me daban
otra mirada más noble de esta profesión. Se dice que ingeniero viene del inglés
engineer, (engine=maquina) es decir “el hombre máquina”. Este nombre se daba a
aquellos que operaban las primeras máquinas de vapor creadas por james Watt en
Inglaterra. Engine proviene del inglés de la Edad Media enginoury este del
latín ingenium, algo que se mueve por sí solo. Yo soy un humanista, hay cierta
prevención cuando me acerco a personas de este talante. Sobre todo en un
momento donde las luchas por lo ambiental son tan fuertes. Cualquier día, en
esta tienda, de súbito estaba hablando con los dos ingenieros: Yeison y
Rodrigo, dos mortales amables, humanos, bien informados, contrario a todo lo que
yo temía, no eran trogloditas de la naturaleza, son hombres de ciencia, con una
mirada pragmática de la vida sorprendente, pero poéticos en el fondo, ávidos de
conocimientos. De este encuentro nació una amistad poderosa. Volví a recordar
el libro de Verne que tantos buenos momentos me deparó. El primer día bogamos cerveza como locos, descubriéndonos
en miradas opuestas pero no enfrentadas del todo. Me dí cuenta que los
ingenieros tan bien tienen familia, aman a sus mujeres y tienen sentimientos. Se
preocupan por la naturaleza, por lo menos estos dos amigos y además tienen una
visión holística de su profesión. Con ellos traje a colación la técnica, el
ascenso del hombre en todas aquellas cosas que nos rodean, logros inimaginables,
producto de la ingeniería, cada cosa que tomamos, cualquier adminiculo tecnológico, de ese infinito universo, celulares, memorias, computadores, por donde andamos, caminos, carreteras, puentes, como
vivimos en gran parte se lo debemos a estos señores, los ingenieros, son logros de la ciencia, de la pragmática en sus concreciones más
visibles. Yeison, es un hombre de provincia, formado a plomo,
certero y leal. Rodrigo es urbano por naturaleza, amable, sincero, lo que
quiere decir que por contraposición, ama el campo, las salidas al aire libre. No se cómo estos dos
seres han podido lidiar con su profesión, que en todo caso no es la más noble. Pero
están ahí, me dan consuelo, por lo menos sé que tienen alma y que en el caso de
su ejercicio hay alguna garantía de que nuestra relación con la naturaleza no
será tan des-igual.
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