viernes, 21 de septiembre de 2018

UN RELATO KAFKIANO


La casa donde está la oficina de los ingenieros de Minas, en un segundo piso de un barrio tradicional de Medellín, un cuadrado perfecto, recuerda los diseños modernistas de Lecorvusier, líneas rectas, balcones salientes, tiene una distribución bastante tradicional, una sala de recibo que remata con un balcón hermoso, otra más amplia desde donde se accede a una cocina amplia,  descomunal para estos tiempos y tres oficinas que antes fueron habitaciones. Atrás, un patio con dos oficinas más. Rodrigo, siendo uno de los socios principales de la empresa comparte una de las oficinas ´pequeñas con una ingeniera de apoyo. Su silla resalta, parece la de un piloto,  su espaldar es muy alto, cómodo de sobremanera, el escritorio apenas es para su labor, caben, el computador, algunos textos y el celular. Siempre tenemos memoria de las personas cercanas, de sus comportamientos, de la forma como asumen la cotidianidad. Rodrigo trabaja acompañado de unos audífonos grandes, la música es consustancial a su vida, es muy alto, su rostro y figura me recuerdan a Lenin el padre de la revolución Rusa, antes de escribir este relato lo comprobé, volví a ver la película de Warren Betty,  “Diez días que conmovieron al mundo” mi comparación cobra cada vez más sentido. Cuando llega a la oficina, se dirige a su puesto sin mayores formalismos, tiene una sonrisa natural que contamina, se sienta en su silla, siempre derecho, parece un militar, es muy respetuoso de la ergonomía; tiene una idea de la vida diferente a todo lo que he visto,  siempre es  tranquilo pero responsable en sus tareas, al fin y al cabo es ingeniero, calcula, procede de acuerdo  a unas bitácoras y como toda persona joven, parece que nada le preocupa, lo que al final no es cierto.  Es un ser  moderno, joven, atlético, con una carrera profesional y una práctica concreta que se traduce en ingresos, por lo menos para sobrevivir, con una esposa que ama, el amor de su vida y la vida misma, con ella comparte la mayoría de sus sueños, estos son muchos. Cualquier día le vi más preocupado de lo corriente, se paraba a cada rato de la silla, llamaba a una persona recurrentemente,  caminaba de un lugar a otro, hablaba después con su amigo del alma Yeison y después se quedaba absorto, ido.  Al rato me contó lo que pasaba. Desde hace tres años había caído en eso que los literatos llamamos, el mundo kafkiano por gracia de una ilusión que se había convertido en una tortura. He sido testigo en los últimos días de esta encrucijada y puedo dar fe de lo intrincado de su situación,  me habló del caso, sabía que yo era abogado y gracias a una amistad que tenía muy poco tiempo pero que era muy sólida, quería que le diéramos alguna salida inteligente.  Me contó lo que estaba viviendo, recordé de inmediato al escritor checo, Kafka, al mundo Kafkiano, descrito en ese libro magistral “El proceso”, describe lo grotesco de la burocracia.
 De Rodrigo me sorprenden algunas cosas en particular, estas me ayudan a comprenderlo e incluso a admirarlo. Pocas veces me encuentro con un ser sin imposturas, sincero, honrado, con un humor de barman insólito. Salió de la universidad nacional de Medellín, creció en un mundo barrial sometido a valores contrapuestos, a tensiones de todo tipo. Por un lado, los de una sociedad clerical, rezandera, conservadora y patriarcal; por el otro, una clase arribista, delincuencial, enamorada del dinero fácil, metida hasta el tuétano en el narcotráfico, por lo tanto cruel y sanguinaria.  Su vida trascurrió en medio de estos dos mundos, con todas las tintas medias que tiene este tipo de convivencia, con las prevenciones que genera la existencia cercana al peligro, vivió bailando en el filo de la navaja, esto lo hizo, muy astuto, prevenido, no importa cuál sea la ocasión que esté viviendo, asume siempre por naturalidad, que alguien está  al acecho,  de antemano sabe que  vive en una sociedad enferma, paralelo a ello, nuestros líderes sostienen para su favor, una corrupción endémica, son parte de una burocracia caracterizada por la des-lealtad con el país, por donde miremos, el mundo parece al revés. Rodrigo fue testigo de cargo de una violencia descarnada, del sicariato más atroz, su barrio estuvo lleno de  patrones, la gente estuvo sometida  a una extorsión inclemente, un entorno manejado por eso que los criminalistas llaman hoy, las bandas criminales. En conclusión, Dos realidades para un mismo ser, que desde su propio constructo, fue creando su mundo interior inclasificable, su vida y su que-hacer diario le marcaron. ¿Cómo resulto un buen hombre de semejante híbrido social, vaya usted a saber.
Estudio entre las estridencias y avatares propios de una  clase en ascenso, llevaba en las venas las ganas de superarse, fue una disciplina, se acostumbró a sobrevivir en medio de afanes,  entre tensiones cotidianas fuertes. Fue estudiando, cumpliendo metas entre  dificultades propias de una familia con recursos limitados, acompañado del optimismo típico de los colombianos, quienes pese a vivir entre muerte y violencia, cargamos con una fe irracional en nuestras capacidades, la risa es nuestro valium, tenemos  humor para todo por grave que sea la situación, un sarcasmo a voces, ha sido el mejor antídoto, la única manera de existir entre las paradojas irresolutas de nuestra sociedad, esto lo supo siempre Rodrigo. Después de 6 años de trasegar en aulas y exámenes, amistades universitarias inolvidables, cofradías, uno que otro porro, se graduó como ingeniero de minas. Con el tiempo se casó con el amor de su vida, después de un noviazgo muy largo, la justa medida a sus ideales. Cuando decidieron con Paulina comprar el apartamento, estaba en su mejor momento. Paulina,  es una geóloga hermosa, entregada a su trabajo y a su pareja,  ha estado construyendo desde esta unión sus sueños, llevaba tiempo pensando en su casa, tragarse desde esas cuatro paredes el mundo a sorbos. La historia de la decisión para comprar, como todas las importantes de la vida, nació de una situación inusual. Partió de una imagen, como las buenas novelas: Pasaron por un sitio, quedaron impresionados ante lo hermoso del lugar, se imaginaron la torre, de hecho había una foto, la disfrutaron, y  dijeron de súbito, con esas decisiones que se construyen desde las compatibilidades propias del  amor, de los sueños, Aquí será nuestro apartamento.  A partir de este momento se metieron en el cuento de comprarlo, las cuatro paredes que contendrían el universo de sus vidas.  Comprar significa: Planificar, calcular, saber cómo estamos de finanzas, pensar en créditos, y después escoger de acuerdo a nuestras realidades, que ojala conesten con nuestros sueños. Se trataba de vivir como lo imaginaron, se concentraron en ese propósito. Aparece el celular de nuevo, desde él en el mundo moderno, se articula todo.  El galimatías de comprar empezó.  Cada cosa que hacemos en esta vida empieza con una llamada. El celular es el adminiculo sobre el cual gravita la mayoría de la existencia del hombre moderno, nos comunicamos a través suyo de mil maneras con nuestro entorno, minuto a minuto,  parece pegado a la mano, se podría afirmar que hace parte del cuerpo, articulamos absolutamente todas las cosas de la vida: Trabajo, multiplicamos, sumamos, restamos, hacemos cuentas, colocamos mensajes, escribimos, nos irritamos, pagamos, nos resentimos, reímos, recordamos, pedimos auxilio, armamos nuevos conceptos, la historia, las memorias, con relatos y noticias que casi nunca sabemos de quién vienen, los que influyen en nuestra manera de pensar y de concebir el mundo.  Empezó para él un viacrucis típico de Kafka. La historia tiene un principio. El sueño, comprar un apartamento.  Se sometieron a un proceso largo y dispendioso, asumieron de antemano tener la paciencia del santo Job, llenaron papeles para una burocracia interminable e irracional,  estuvieron sometidos a decisiones demasiado repartidas y escalonadas, inexplicables muchas veces, pero inevitables. Nada los hacía perder la ilusión, menos por requisitos, nunca desfallecieron, cada cosa que les solicitaban la cumplían con un juicio sacramental, no importa lo  banal de la orden a cumplir.
Tomaron la decisión de financiar el apartamento por un ente público: El fondo nacional del ahorro. Los intereses eran los más bajos, se prestaba al presupuesto y las cuotas mensuales correspondían a la capacidad de Rodrigo y Paulina.  Tratar con el fondo es someterse a un laberinto de pasos y decisiones, que muchas veces siempre nos regresan al principio, es un recurrente ir y venir, parece nunca terminar. Primero se firma con la constructora, luego con la Fiducia, se hacen papeles con el Banco para tramitar parte del pago de la cuota inicial y después con el fondo. Es como decirle a alguien: Hable primero con Stalin, después con Hitler, encuéntrese con Mussolini y por último haga un acuerdo con Winston Churchill. No importa, Rodrigo y Paulina se enrutaron en semejante entuerto.
 Siempre aparecen los fantasmas en la vida. Nunca olvidamos ciertos hechos emblemáticos. Más, cuando nos marcan profundamente. Después de la muerte de su padre, terminando el Bachillerato, Rodrigo vivió momentos muy duros. No sólo por el propio hecho del deceso,  la muerte de un ser querido es lacerante y corroe el alma, la finitud es nuestro mayor problema y paradójicamente nunca la aceptamos. En todo caso sufrimos por todo lo que se viene después. El padre suple, provee y es un apoyo que nadie remplazará. Fuera de todo lo que produce su ausencia, había que tramitar la jubilación, la casa necesitaba ese ingreso. Rodrigo Estaba muy joven, no conocía nada de trámites ni de los avatares propios de la burocracia en un país lleno de funcionarios incompetentes.   Solo un colombiano sabe todo lo que hay que hacer para que se le reconozca una jubilación. Una vez se tienen los requisitos, nada garantiza la obtención de la misma, realmente no hemos ganado nada. Obtener la jubilación, es como subir al Everest. Ahí empezó a saber lo que es el mundo Kafkiano. La familia,  tuvo que conseguir un abogado, imagínense, se necesita contratar un abogado, eso ya produce un miedo tenaz, nunca imaginaron por todo lo que tendrían que pasar.   Contrataron a un hombre entrado en edad, al final, llegaron a la conclusión que fue  honrado, Rodrigo sólo recuerda muchas idas y vueltas con este señor, tenía una voz gutural y misteriosa, de detective, contrario a todos sus colegas, de pocas palabras y por mucho que tratará de explicarles, nunca entendieron porque esta jubilación duró 11 años en ser reconocida. Eso quiere decir, mil bajadas al centro, presentar papeles, esperar meses, ir de una oficina a otra, andar entre notarias, siempre para negarle recurrentemente cada decisión, cada traspapelada significaba, volver empezar, llenarse de paciencia y tratar de entender semejante rompecabezas de papeles y decisiones absurdas, se había vuelto necesario, la meta era, nunca desfallecer. Rodrigo siente miedo cuando piensa en semejante enredo. Al final obtuvieron la jubilación pero quedó marcado para siempre.
En las vueltas del apartamento sintió de nuevo que estaba cayendo en los laberintos parecidos a los de la jubilación.  Nunca olvida las cosas que vivió en esos tiempos tan aciagos.  Aprendió que se conoce más a una persona después de la muerte que en vida, uno no recuerda sino inventa y nada es lo que parece. Su padre pasó de ser un misterio a un descubrimiento. Ahora que era un profesional consumado, vivía haciendo vueltas entre entes gubernamentales, sabía cómo realizar una petición a estos organismos que le eviten sorpresas, aprendió perfectamente los bericuetos de la burocracia, esto no lo salvó para nada en los enredos propios en la compra del apto, pero le evito dolores de cabeza, nunca entendió la mitad de las decisiones frente a los trámites que ello implicaba, no porque fueran difíciles, sino por los tiempos y ciertos pasos inexplicables y a veces absurdos para cualquier mortal. Constructora, Banco privado, Fiducia y Fondo, notificar, volver a firmar, el banco necesita más papeles, devolver la firma a la fiducia, la constructora no acepta, sí acepta, pero es necesario firmar un “Otro sí”, es necesario aprobar de nuevo, el tramite dura solo un mes, entonces volver a presentar papeles, pero actualizados, sacarlos de nuevo, autenticarlos de nuevo, el banco entonces requiere de nuevo estudiar la financiación, ahora habrá que ver cómo estamos en los reportes financieros y cuando todo esté listo, la constructora intempestivamente informa que tiene un problema y pide un año para arreglar un permiso con la Alcaldía. Esto significa, en un año empezamos de nuevo. Son demasiadas instancias, recordé una figura de la vieja Roma, en los albores de la República, lo llamaban iustitium: el momento en que, ante una grave amenaza pública, el derecho quedaba en suspenso. Era, en otras palabras, una institución que ponía entre paréntesis a las demás instituciones y por ende a nosotros nos afecta de manera grave. Esto pasó con mis amigos, quedaron en puntos suspensivos.  La torre en todo caso, iba ganando espacio, ya habían terminado la estructura e iban en la obra blanca, se levantaba impetuosa, hacía parte del urbanismo de esta ciudad, esto quería decir que la ilusión seguía intacta, pese a todo. Rodrigo y Paulina, la visitaban recurrentemente. Veían su balcón y por su puesto el apto. Sentían que nada de  lo que pasara les iba a quitar este sueño.
Después de un año, las cosas volvieron a su cauce. Todo estaba listo, esperarían para la firma de la escritura y el desembolso para la constructora. Nada impediría que hubiese más tropiezos. Cualquier día, en esta espera, que no tiene términos, el jefe de ventas de la constructora, una mujer amable, por lo menos antes de este suceso, llamó y sin mediar le dijo a Rodrigo, hemos decidido resolver el contrato de venta con ustedes, la demora ha sido mucha. Así no más, sin explicación alguna, la llamada termino con un: “lo sentimos mucho”. Rodrigo quedó impertérrito en el puesto. Ni siquiera pensó en el sueño de tener un apartamento, sólo se le vino a la cabeza Paulina, cómo decirle, ese  era el interrogante a vencer.
En esta instancia de la historia decide hablar conmigo. Sabía que en los últimos meses le habíamos ganado varias batallas jurídicas a la alcaldía, que en este país de incisos y acápites legales estos casi siempre son más importantes que lo sustancial, alguna salida encontraríamos, eso esperaba de mí, por ahora, la opción, era ser más inteligentes que las circunstancias.  Lo primero entender el negocio de principio a fin, buscar cada uno de los enclaves legales, ver hasta qué punto la decisión podía tomarla la constructora discrecionalmente, hablamos de un contrato, supuestamente es un acuerdo y este mínimo se firma entre dos personas.  Después de una mirada minuciosa, concluimos que al haber aceptado al fondo nacional como prestamista, aceptaban tácitamente los tiempos del mismo, lo que se traducía que no podían aducir la demora como causal de terminación del contrato. Pero establecimos como estrategia, ante todo mantener la cordialidad a todo lugar, era imprescindible no  volverlo un problema legal, pese a que en el fondo era un problema legal. La estrategia se limitaba a seguir con las buenas maneras, sin bajar la cabeza, recurrir a la amabilidad extrema y hablar con cada una de las partes: Fiducia, constructora, fondo, sin cruzar información, evitar el consenso, deberíamos cumplir con los requerimientos finales de manera separada como si no hubiese problema, era una jugada de ajedrecista, estábamos adelantándonos con los caballos. Recordé el arte de la guerra de Zun Tzu. Empezamos con un derecho de petición bien estructurado, debería ser una comunicación magistral, cada palabra respondía a un peso específico. Este es nuestro país, nadie se imagina todo lo que hay que hacer para adquirir vivienda, Rodrigo lo empezaba a entender y conocía que la palabra clave es: Perseverar, en esto Paulina era experta.
En adelante, hubo muchos ires y venires, ir a la constructora, al fondo, preparar un otro sí modificatorio, coordinar con el banco y asumir que la constructora después de un comité accedería, sabíamos que si se supeditaban al contrato era difícil resolverlo, pues ellos habían aceptado al fondo como prestamista, entonces nosotros deberíamos actuar como si no hubiese pasado nada, pese a la tensión que originaban todas estas dudas. Un día cualquiera en medio de este galimatías, Rodrigo, sin ninguna premeditación, espontáneamente  se fue al edificio y empezó a ver el apartamento, había leído todo sobre la magia de la atracción, se lo fue apropiando mentalmente, asumió que era imposible que su sueño no se hiciera realidad, dijo con una decisión de general, nada impedirá que así sea…..Sabía que había que ser inteligente.  Zun Tzu decía: “Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla”.  Esa fue la estrategia, conocer muy bien lo que esperaba la constructora, insistir en que todo estaba listo, creerlo sobre todo, les dijo muy tranquilo, como llegando a la playa nos vamos a devolver. De pronto, la señorita adusta, la burócrata de hielo, comenzó a ceder. Rodrigo  recordó varias anécdotas. A Colon, la tripulación un día le dijo, si no vemos tierra mañana lo decapitamos, no esperamos más. Rodrigo siempre se imaginaba como fue la noche del conquistador frente a esa sentencia. La providencia apareció y Rodrigo De Triana, en la madrugada gritó: Tierra, tierra…Aquí pasó lo mismo, la constructora en cabeza de la funcionaria, cedió, el contracto de tracto sucesivo empezó a tomar la forma debida, el gerente firmo el otro sí, se lo llevó a la Fiducia y el sueño del apto empezó a ser una realidad. Cuando menos esperábamos, estábamos a la firma de la escritura. Nunca hable con Paulina del tema, pero sé que sufrió como nosotros. Estos son los avatares de un ciudadano común frente a la burocracia. Todos los días se enfrenta a situaciones como esta. Quise escribir la historia de un viacrucis, pero igualmente de un logro. La burocracia y los trámites en nuestra sociedad son lo más opresor que existe. Ojala nadie repita esta historia.   






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