miércoles, 6 de noviembre de 2019

TIEMPO RECIOS MARIO VARGAS LLOSA


Esta reseña publicada por la revista “Letras libres” sobre la última de Mario Vargas Llosa, es muy lucida y definitivamente incita a la lectura de la novela. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Daniel Gascón
Madrid, Alfaguara, 2019, 354 pp.

La nueva novela de Mario Vargas Llosa nos devuelve a un mundo que conocemos por otros de sus libros, en especial por dos de sus obras maestras: Conversación en La Catedral (1969) y La fiesta del Chivo (2000). Como las anteriores, Tiempos recios es una novela política, ambientada en una atmósfera un tanto insalubre de conspiraciones y dictaduras, que gira en torno a la corrupción y el poder y las debilidades humanas. En ella conviven algunos seres más bien siniestros, víctimas de las circunstancias y supervivientes capaces de cualquier cosa para salir adelante, canallas a quienes su falta de escrúpulos no les impide caer en desgracia y unos pocos idealistas que se enfrentan a fuerzas más poderosas que ellos. Toma el título de una frase de santa Teresa, transcurre en la Guatemala de mediados del siglo XX, aunque tiene una mirada internacional y ofrece un panorama sobre un periodo histórico de América Latina.

El contexto de la novela tiene un componente de denuncia: la injerencia estadounidense, facilitada por una combinación de cinismo y de la histeria anticomunista de la Guerra Fría. Estados Unidos y sus empresas –en este caso, la United Fruit Company– no toleraban que los países latinoamericanos donde operaban tuvieran el mismo tipo de régimen que había al norte de Río Grande: en el extranjero gozaban de posiciones monopolísticas que eran ilegales en Estados Unidos; evitaban pagar impuestos en otros países que debían pagar donde tenían la sede.

Los pocos personajes positivos de esta novela sobre el mal –entre ellos destaca el presidente Jacobo Árbenz– intentan establecer en su país una democracia capitalista con organizaciones sindicales y un reparto más justo de la riqueza, y defienden una reforma agraria que reduzca una desigualdad casi feudal. El objetivo no es construir un régimen comunista al servicio de la Unión Soviética en Centroamérica, como decía la propaganda, sino instalar una democracia similar a la estadounidense. Esa transformación implicaría una caída de los beneficios empresariales; el temor justifica la estrategia de desestabilización. Entre las consecuencias de ese imperialismo están numerosos crímenes y violaciones de derechos, la prolongación de la injusticia, el cortocircuito de la democracia y una reacción antiimperialista que incluía una violenta fantasía revolucionaria.

Aunque tiene ese punto de partida, Tiempos recios no es un relato de tesis o un ensayo camuflado, sino un preciso artefacto novelesco, que opera con las reglas de la narración y la desprejuiciada capacidad exploratoria de la ficción. Se divide en dos partes de extensión muy distinta: Antes, que es el grueso del libro, y Después, un epílogo que añade un nuevo giro, con alguna incógnita adicional y una aproximación a lo cercano que paradójicamente refuerza un tono de cuento clásico. Tras una especie de prólogo que, con un estilo casi periodístico, narra el encuentro de Edward L. Bernays, teórico de la publicidad y la manipulación de las masas, y Sam Zemurray, de la United Fruit Company, el relato está compuesto por 32 capítulos que siguen a varios personajes en temporalidades distintas: Johnny Abbes García, un espía dominicano destinado a Guatemala; Marta Borrero Parra, una mujer de la buena sociedad a quien su familia expulsa por quedarse embarazada y que acaba siendo amante de Carlos Castillo Armas; la trayectoria de Castillo Armas, militar golpista y presidente de Guatemala desde 1954 hasta su asesinato tres años más tarde; el tiempo en la presidencia de Jacobo Árbenz; la peripecia de Enrique Trinidad Oliva, responsable de seguridad de Castillo Armas. Entre los personajes más logrados de la novela están Abbes García y sobre todo Marta Borrero Parra. Entre los secundarios hay algunos con elementos de humanidad, como Efrén, el marido de Marta; otros son deliberadamente esquemáticos o imprecisos.

Con una habilidad que no por conocida es menos deslumbrante, Vargas Llosa maneja los hilos de la historia: juega con la regularidad –la preparación de un atentado en los capítulos pares al comienzo– y la variación para crear suspenso, mezcla géneros y ambientes –del retrato del poder a la novela de espías, pasando por un tono a veces entre humorístico y sentimental, con momentos melodramáticos–, combina los hechos históricos con la fabulación literaria, la claridad con el escamoteo de información que incrementa la intriga, aquello que sabe un personaje gracias a un anuncio –confirmado, emitido por el narrador– o el presagio –casi siempre certero– de un desenlace fatal. Uno de los capítulos más llamativos, en el aspecto formal, es el séptimo, contado desde el punto de vista del dictador Rafael Trujillo, en torno al que giraba La fiesta del Chivo. Es una serie de conversaciones superpuestas (no exactamente el célebre diálogo telescópico) que cuentan el apoyo y la decepción de Trujillo con Castillo Armas y un posterior encargo a Abbes García que es central en la obra. Al mismo tiempo, la forma de la novela puede verse como un conjunto de tramas que se encuentran en un punto central, y que después de ese estallido comienzan a disgregarse de nuevo.

Tiempos recios, que cuenta episodios como el enfrentamiento de los cadetes contra las tropas de Castillo Armas nada más alcanzar el poder, también habla de los efectos de la propaganda y de la implicación de diplomáticos, militares y agentes estadounidenses y de la Iglesia. Es una novela sobre el poder y la crueldad, y también en cierta manera sobre el miedo. El sexo que aparece es más sórdido que feliz –una relación de una adolescente con un amigo de su padre que termina en un embarazo, encuentros prostibularios, transacciones con elementos de chantaje e intimidación– y a menudo está vinculado a un miedo, a una violencia que no necesita ser explícita para estar presente. El miedo atormenta a los torturadores y a quienes abusan de su poder, que temen caer en desgracia y terminar en manos de sus víctimas o de protectores que han cambiado de opinión.

Mario Vargas Llosa ha escrito una novela sólida, intelectualmente honesta y de admirable pulso narrativo. En algunos momentos hace pensar en Graham Greene, y en otros en Joseph Conrad, una similitud posiblemente más decisiva. Pero sobre todo recuerda a algunas obras inolvidables de su autor, y les hace buena compañía. ~





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