domingo, 12 de enero de 2020

FICCIÓN Y REALIDAD




Borges nos enseñó que la mirada tradicional en esta relación hay que hacerla de otra manera. No debemos ver lo que hay de realidad en la ficción sino como está última termina afectando la realidad. Recordé los escritos de Paul Ricaeur en “Historia y verdad” que empieza por elucidar la relación entre subjetividad y objetividad en la historia, trata tangencialmente este tema, basado en el interés, establece que en la historia no cuenta solamente los hechos sino lo que puede interpretarse de estos hechos desde la perspectiva del presente, las narrativas son reconstrucciones, la historia también es una invención. Piglia en su conferencia sobre Borges hecha para la televisión pública en Argentina explica muy bien esta intrincada relación. Habla de la literatura fantástica, que la llama literatura conceptual. Mario Mendoza en una excelente conferencia en la presentación de su última novela: “El aquelarre” en el 2019 en el Filbo, toca igualmente el tema,  hace una genealogía sobre las narrativas de la novela policiaca desde el aparecimiento de la ciudad gótica, la ciudad moderna, se refiere por supuesto a Londres del  siglo XVII y XVIII, después será París y hoy Nueva York.
Mendoza al tratar definir que es ciudad Gotica, de construir el arquetipo del gótico, se obliga a indagar la ciudad gótica por excelencia, que es Londres y su relación con los autores de la época y cómo la asimilan en sus narrativas. En este siglo entran en esta lista las grandes megalópolis latinoamericanas. Estas son ciudades caóticas, desenfrenadas. Londres para el siglo XVII y XVIII es inmunda, con grandes problemas de saneamiento. Es la ciudad de las grandes enfermedades, del gran hedor, de la inmundicia, del crimen, de la trampa. Cita a Thomas De Quincy y Coleridge. Estos escritores, gracias al intercambio con el oriente, empiezan a experimentar con el opio el descubrimiento del inconsciente, hablamos de la aventura que produce su consumo, desde ahí, la mirada desde la narrativa es otra, hay una búsqueda novedosa entre la relación del autor con sus nexos de interés, siempre parten del entorno. Este entorno se va ampliando a lo largo de esos dos siglos, en el siglo XX se reduce a uno solo gracias a la globalización, hoy estamos conectados siempre.
“El estatuto de ficcionalidad de una novela (y por ende, en los relatos), es una de las cuestiones más debatidas por la crítica y por las modernas teorías de la literatura. Precisamente uno de los casos más polémicos fue el que hace ya varios años protagonizó Javier Marías con su novela "Todas las almas", que levantó tal revuelo en la crítica a la sazón sobre su ficcionalidad o su calidad de realidad (el protagonista coincidía sobremanera con el autor), que éste se vio obligado a publicar una "novela explicativa" a la anterior, a la que tituló "Negra espalda del tiempo", en la que, aparte de autoproclamarse rey de la "isla" de Redonda,, justifica todos los aspectos más pretenciosos de ser reales en la novela anterior”[1].
La importancia del Quijote en este tópico está descontada. No solo crea la novela moderna, sino que su novela, define desde la historia del señor Quijano y su locura, las relaciones entre la ficción y la realidad. Ha esto se refiere el escritor Mendoza en su excelente conferencia: Como los ´poetas Franceses, los poetas malditos,  Rembrand, Verlaine, después de haberlo hecho el inglés Charles Dickens, Thomas De Quincy contribuyen desde su esclerótica narrativa a descifrar los intrincados laberintos del inconsciente, la relación entre la ficción y la realidad en términos de esta búsqueda. Hablo de articular la realidad a través de la ficción desde los vericuetos del inconsciente. “la ficcionalización empieza donde el conocimiento termina. La dificultad, o será imposibilidad, de conocer excita curiosidad y quien curiosea inventa. En las narraciones coexisten lo real y lo posible, en las vidas coexisten verdades y ficciones, gratuitas o no”.
Paul Auster trabaja el tema desde sus novelas. Lo mismo hace Martin Amis y Juan José Millas. La novela policiaca que nació con Poe, es un buen ejemplo de como la ficción afecta la realidad y como esta nace del estudio de las grandes megalópolis desde el crimen.  José Maria Guelbenzu en un artículo para el periódico “El país” de España, escribía al respecto: “Cualquier narrador exigente reconocerá que la realidad va por delante de la ficción, sin duda alguna. De hecho, habrá dudado en más de una ocasión sobre la conveniencia de introducir en su novela una escena tomada de la realidad, de un suceso real, porque le parece que el lector no la creerá. De este tipo de sucesos reales que no admiten, por exagerados, su entrada en una novela es de los que se comenta que, en ellos, 'la realidad supera a la ficción', porque el modo y las características del suceso son extraordinarias. Tan extraordinarias que, valga la paradoja, el suceso parece ficticio, propio de una elaboración de la imaginación desatada. Y, paradoja de paradojas, por eso mismo no tienen cabida en la novela, porque el autor piensa que, debido a su carácter, no serán creíbles, parecerán inverosímiles. Total: ¿qué hacemos con ese suceso real que ni parece real ni parece ficticio? ¿Lo suprimimos? Pero cuando alguien cuenta una vida enredada, compleja, llena de acontecimientos emocionantes, también se suele decir de él que 'ha tenido una vida de novela'. ¿En qué quedamos? ¿Dónde colocamos a la realidad y dónde a la ficción?”.  Adelante categoriza: “Yo creo que la ficción es superior a la realidad, pero no creo que sea más poderosa que ella. Me explicaré: si hay una fuerza vital en este mundo, ésa es la vida. La realidad es algo así como la constatación de la vida”[2].
Vargas Llosa en la verdad de las mentiras empieza con esta pregunta: “Desde que escribí mi primer cuento me han preguntado si lo que escribía «era verdad». Aunque mis respuestas satisfacen a veces a los curiosos, a mí me queda rondando, vez que contesto a esa pregunta, no importa cuán sincero sea, la incómoda sensación de haber dicho algo que nunca da en el centro del blanco”. Jose Maria Guelbenzu nos dice: “La ficción es un producto vicario de la realidad: se limita a observarla y formular variantes que, de un modo u otro, imitan a la vida. En todo caso, queda claro que la ficción sin la realidad no es nada. Vargas Llosa agrega: “Si las novelas son ciertas o falsas importa a cierta gente tanto como que sean buenas o malas y muchos lectores, consciente o inconscientemente, hacen depender lo segundo de lo primero. Los inquisidores españoles, por ejemplo, prohibieron que se publicaran o importaran novelas en las colonias hispanoamericanas con el argumento de que esos libros disparatados y absurdos —es decir, mentirosos— podían ser perjudiciales para la salud espiritual de los indios”. Agrega: “En efecto, las novelas mienten —no pueden hacer otra cosa— pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es. Dicho así, esto tiene el semblante de un galimatías”.
Expresa Ruben Dellacirprete en referencia a Barthe con referencia a lo histórico que es un eje que siempre se deberá tener en cuenta: La comparación por contraste entre el discurso literario y el histórico permite analizar metodológicamente tanto los préstamos entre ambos discursos como la verificación de una posible especificidad inherente a cada uno de ellos. Ambos ofrecen una representación lingüística de la realidad; la historiografía, por su parte, y para algunos pensadores, no se pronuncia sobre los acontecimientos del pasado o del presente sino sobre su sustituto figurado; y la literatura, con el “pacto de ficción”, pone de relieve el artificio. Sin embargo, no por esto la última renuncia a la verdad o a la referencialidad, así como el discurso histórico no desarticula por completo su fundamento cognoscitivo sobre la verdad histórica, aunque sea, en ocasiones, sesgada”[3].  “Foucault considera que el vacío del lenguaje es una prueba de la ausencia del ser y por ello se hace necesario invertir, dominar y llenar “mediante la pura invención”.
En Colombia la violencia ha sido narrada desde la novela de mil maneras. Tomas González es un autor que ha logrado desde la ficción entregarnos con cierta fidelidad lo que han vivido nuestros campesinos. De hecho, la singularidad de sus novelas constituye una interpretación subjetiva de lo que nos ha pasado en el sector rural. Este que es un país centralista encuentra en la novela un acercamiento a nuestra realidad. Estas correspondencias no siempre son aceptadas por los teóricos: “Foucault desconfía de que las palabras representen pensamientos, y mucho más de que exista una realidad que las preceda. La enunciación es lo que constituye un “contenido, un referente o un objeto” del discurso. Nunca el discurso saldría del ámbito de lo discursivo y, por lo tanto, la ruptura entre el discurso y la realidad, entre las palabras y las cosas, es incontrastable”.
Lógicamente este tema es aún más extenso. Espero en otra entrega terminarlo.



[1] https://www.monografias.com/trabajos13/reayficc/reayficc.shtml
[2] https://elpais.com/diario/2002/07/01/cultura/1025474405_850215.html

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