lunes, 14 de septiembre de 2020

UN CASO PERSONAL FRENTE A LA PAMDEMIA

 

Recordé el texto Edwar H Carr: “Qué es la historia”. La historia es más que datos y documentos. Captar los hechos, la atmósfera del relato social por encima del positivismo exacerbado es esencial en cualquier narrativa con pretensiones de ciencia. El propósito, superar a Hegel, hallar el sentido más allá de los documentos y los datos. No existe verdad, la historia también es una invención.  En la casa en Medellín convivimos cuatro personas, las que hemos hecho una resistencia tenaz al CORONAVIRUS, implacable agresor que aún la humanidad no ha podido descifrar, controlar y por lo tanto siempre está al acecho para robarnos la vida, con un ímpetu devastador inenarrable. Mariana, la mayor acaba de graduarse como comunicadora social y trabaja en una empresa desde su casa, Santiago estudia ingeniería civil en la universidad de Antioquía, va en sexto semestre, lo hace en las mismas condiciones de aislamiento y virtualidad y por último Isabella, nuestra consentida, termina su bachillerato dentro de dos meses, el año más bello del bachillerato, el de 11, los ha pasado en la casa por gracia de los protocolos que nos obligan al distanciamiento para evitar la contaminación al virus.

El sábado estuvo mi hijo compartiendo con un amigo junto con su familia, fue una especie de tregua, después de un aislamiento por más de cuatro meses, siempre con pleno cumplimiento de las previsiones y aceptando una invitación con el mejor ánimo. Su amigo se llama Andrés Felipe, quien igualmente ha sido sometido a este régimen.

Las medidas que nos han impuesto los gobiernos y la organización mundial de la salud como previsión frente al virus, nos aislaron y de súbito, por efecto de la expansión exponencial del mismo cambió totalmente nuestra vida, las relaciones físicas con las personas hoy son otra cosa, no podemos abrazar a nadie, besar menos, nos obligaron a ser distantes, de igual manera somos susceptibles de los peores efectos en nuestro comportamiento de no cumplir con estos enojosos requisitos, que evitan el contagio. Vivimos en un acecho constante de una enfermedad mortal que no discrimina y de la que sabemos más bien poco.

Mi hija Isabella es diabética de nacimiento lo que exige cuidados más intensos y una disciplina de aislamiento casi militar. Es una persona altamente vulnerable. Pese a todo lo que vive, hechos extraordinarios que no logra comprender, no ha perdido la alegría y menos las esperanzas, sólo espera volver a una vida normal. Es evidente, el virus nos cambió totalmente, socialmente no somos los mismos y el aislamiento nos hace daño, ha irrumpido en el natural desarrollo de nuestras vidas, en la psiquis, tiene efectos dramáticos en la salud mental, en nuestras condiciones físicas. Por gracia de esta situación atípica extraña; siendo seres sociales, ahora todo contacto con el otro es peligroso, solo podemos hablar desde la virtualidad y la distancia, nos impusieron una ausencia total de contacto físico, eliminar la otredad es acabar con el ser social, que es el que hace la diferencia como especie.

Hoy mi hijo se enteró que el padre de su amigo con quien compartió el sábado en una comida tiene el virus. Como tuvo contacto con él, exige el cumplimiento de protocolos que verifiquen el contagio y eviten su expansión. La palabra clave de nuevo es aislamiento y pruebas, ahora entre los habitantes de la casa. Tendremos que vivir aislados entre sí, con tapabocas y guantes y normas estrictas de asepsia. Nos sugieren no perder la tranquilidad y no bajar la guardia, pero debemos estar conscientes del cambio que requiere esta situación y de hecho ser superiores a las circunstancias. De lo que se trata es cerciorarnos sí somos positivos.

El mundo se bate entre la apertura comercial y la conservación de la salud, pese a que no hay vacuna, es imposible mantener una economía inercial, esto quiere decir que, el manejo del virus se hará de acuerdo a criterios económicos en contraposición con la salud, bailamos sobre el filo de una navaja. El gobierno autorizó la salida de la gente sobre la base que el virus llegó al pico, y, según ellos, hay menos riesgos de contagio, previo ciertos protocolos, lo que no es cierto. Esto es una verdad a medias. Al final, estamos en una partida de póker, todos los días nos jugamos la vida. Estas intensas batallas no generan mucha ansiedad, nos afectan psíquicamente y algo peor que la pandemia, nos invade una incertidumbre enfermiza.

Estos ambientes agotadores los conocí por mis lecturas. "El amor e los tiempos del cólera" de Gabo. "La peste " de Albert Camus, "Ensayo sobre la ceguera" de Saramago y el "Último Hombre" de Mary Shellay y el más tenebroso de todos "La peste escarla" de Jack London.

Y sí tenemos que aislarnos, cómo sostenemos la casa. Sabemos que podemos morir y aun así salimos, no la jugamos. No hay otra manera de sobrevivir.  En este juego los dados están cargados contra nosotros, las decisiones son todas azarosas.

Me encontré con esta definición de aislamiento en el periódico "Universo Centro" de Medellín: AISLAMIENTO SOCIAL: Estar virtualmente solo. Reemplazar la experiencia directa del mundo por la vicaría mediación de una imagen. / Cambiar la pandilla por la pantalla. / Consolarse con frases como: El infierno son los otros, de Sartre, o Ningún hombre es una isla, de John Donne. / Paraíso de los misántropos y de los sociópatas. / Baladas recomendadas: Like a virus, de Madonna y ambalache: “Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo manoseados”.

Estamos en el primer día de aislamiento y hasta ahora nadie tiene síntomas.

Llevamos cuatro días, aún no aparece ningún síntoma de alerta. 

Hoy 19 se cumplen ocho días de haber estado mi hijo compartiendo con el padre del amigo que resultó positivo. Cero síntomas. Esto no quiere decir que los temores se hayan mitigado, el miedo al contagio está ahí, implacable, la conciencia que significa todo esto es constante, genera una ansiedad sigilosa. La muerte, que es nuestra mayor tragedia, está al acecho. En Colombia, el presidente aparece en televisión todos los días en directo, ni en las peores dictaduras habíamos tenido tanta demagogia, este gobierno, curiosamente, cada vez se parece más a la dictadura de Maduro que con tanta obsesión crítica. Dice el presidente Duque que el señor Maduro controla la justicia y los demás poderes. En su caso, el de Duque está peor, la contraloría ha quedado en manos de un hombre de su partido, la procuraduría en un ex funcionario suyo igual que la defensoría del pueblo, la fiscalía y la mayoría consejo nacional electoral. 

Hasta ahora, 23 de Septiembre mi hijo no presenta ningún síntoma, pese a todas las noticias nefastas que esta enfermedad trae, las que nos crean una zozobra  dañina. Siempre hemos tenido la tragedia de la finitud, pero esta vez nos sentimos atacados, la muerte en un acecho castiga nuestra arrogancia, confundimos la vida con el consumo desbordado y una sociedad solo entregado al gasto superfluo en medio de una inequidad imperdonable. 

 

 


 

 

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