jueves, 14 de octubre de 2021

CRONICAS BARRIALES

 



Escucha esto mientras lees

El barrio los Alcázares está en medio de dos zonas muy diferentes, desde la perspectiva urbana, exactamente en la zona 13 de la ciudad de Medellín, es atravesado por un parque de cuatro cuadras, una arteria verde, dividida por calles, enmarcado por casas que se miran unas a otras, casi todas reformadas, buscando la renta que aliviane la situación económica para sus dueños, espacio que es el punto de encuentro de sus habitantes, quienes en una rutina muy puntual, a la misma hora, sacan sus perros, realizan caminatas y salen al trabajo, lo que permite conocerlos muy fácilmente y de hecho, se van convirtiendo en la huella indeleble del sitio. La zona 13 tienen una historia de violencia y macartismo bastante curiosa, muy cruel en ocasiones y conocida gracias al narcotráfico en el mundo. La última novela del escritor colombiano Pablo Montoya (“La sombra de Orión”) trata sobre un hecho de carácter oficial ocurrida en este sitio, exactamente una toma militar, de muy mala recordación, realizada por el estado, donde quedaron muy comprometidas las fuerzas armadas y el propio presidente de la república, por las torturas y desaparecimientos de gente de la zona, aún no aclaradas, en compañía del paramilitarismo y de grupos ilegales, alianza perversa que inclusive aún mantiene su vigencia.

Los habitantes de esta zona, por lo general llevan muchos años viviendo aquí. Para un cronista resultaría material vivo para contar mil historias que se hilvanan con las de la ciudad y muchas veces con las del país. Guardan memoria del proceso de urbanización, de las historias particulares relevantes y de ciertos lunares luctuosos que no dejan de atentar con la paz que merece un sitio como estos. Cuando uno le dice a un habitante desprevenido que vive en Santa Lucia, es como si le señalara que vive en el viejo oeste. Hay una estigmatización que no es coherente con la realidad, la cual, es muy diferente al concepto general. En el segundo parque de los Alcázares, exactamente frente a la tienda de don Joaquín, nos reunimos varios amigos. Podría presentarlos formalmente: Un financista, un historiador muy serio y riguroso, un comunicador social, un artista, un emprendedor muy lúcido, una experta en gastronomía, una ciudadana alemana de un encanto absoluto, un ser que se conoce las mil vueltas de esta ciudad y uno que otro advenedizo como el suscrito. O presentarlos como los que verdaderamente son: Contestatarios, rebeldes, iconoclastas, atrabiliarios, que viven con la sentencia de Hemingway, empezar a beber siempre antes de las 3 de la tarde convencidos que todo combate es inútil y que imposible jugarle al sistema.   

A la gente se le olvido conversar, los celulares y las redes sociales nos convirtieron en seres solitarios y alejados, comunicados con todos y con nadie en el fondo, siempre en un lugar diferente donde verdaderamente estamos. Estoy absolutamente convencido de esto: No hay nada más encantador que una buena charla, sobre todo cuando de ella aprendes, te enriqueces y le da una vuelta a la vida y siente menos culpa en una sociedad que no sabe sino señalar. Giovanni, Omar, David, Sebastián, Livia, Weimar, Sandra, Armando, David, son personajes encantadores, diferentes a todo lo que conozco, leales hasta el punto de ser alcahuetes y sobre todo convencidos que la vida, eso que otros hicieron de nosotros para recordar la sentencia de Sartre, no es como no la quieren imponer.

Los barrios, las esquinas y los entornos son más importantes de lo que parece. Desde hace muchos años hay agendas publicas y secretarias pensando solo en ellas desde lo lúdico y el intercambio social. El nadaísmo en Colombia nació de un grupo de iconoclastas reunidos en las calles de Medellín con mucha convergencia y deseo de mandarlo todo para la mierda. La perspectiva siempre fue estética y por la calidad de los personajes, de los textos, de su poesía adquirió trascendencia nacional. El automático en Bogotá, el Málaga en Medellín, la cigarra de Ibagué, la cueva de Barranquilla, fueron primero sitios de buena conversación y de intercambio de ideas.  Poco se escribe de estos encuentros, por lo anodino en apariencia de los personajes. Dejar registro de estos grupos es importante, Foucault dice que la historia de las pequeñas cosas, los relatos, las discontinuidades son fundamentales y de ellas nadie habla. Los invito alguna vez a estar en estos encuentros, que siempre son fortuitos, sin agenda, hijos de la casualidad y lo desapacible de la vida. Son como libros abiertos, el que llega siempre es bienvenido.


 


No hay comentarios: