El barrio los
Alcázares está en medio de dos zonas muy diferentes, desde la perspectiva
urbana, exactamente en la zona 13 de la ciudad de Medellín, es atravesado por un parque
de cuatro cuadras, una arteria verde, dividida por calles, enmarcado por casas que
se miran unas a otras, casi todas reformadas, buscando la renta que aliviane la
situación económica para sus dueños, espacio que es el punto de encuentro de
sus habitantes, quienes en una rutina muy puntual, a la misma hora, sacan sus
perros, realizan caminatas y salen al trabajo, lo que permite conocerlos muy fácilmente y de hecho, se van convirtiendo en la huella indeleble del
sitio. La zona 13 tienen una historia de violencia y macartismo bastante
curiosa, muy cruel en ocasiones y conocida gracias al narcotráfico en el mundo.
La última novela del escritor colombiano Pablo Montoya (“La sombra de Orión”) trata
sobre un hecho de carácter oficial ocurrida en este sitio, exactamente una toma
militar, de muy mala recordación, realizada por el estado, donde quedaron muy
comprometidas las fuerzas armadas y el propio presidente de la república, por
las torturas y desaparecimientos de gente de la zona, aún no aclaradas, en compañía
del paramilitarismo y de grupos ilegales, alianza perversa que inclusive aún
mantiene su vigencia.
Los
habitantes de esta zona, por lo general llevan muchos años viviendo aquí. Para un
cronista resultaría material vivo para contar mil historias que se hilvanan con
las de la ciudad y muchas veces con las del país. Guardan memoria del proceso
de urbanización, de las historias particulares relevantes y de ciertos lunares
luctuosos que no dejan de atentar con la paz que merece un sitio como estos.
Cuando uno le dice a un habitante desprevenido que vive en Santa Lucia, es como
si le señalara que vive en el viejo oeste. Hay una estigmatización que no es coherente con la realidad, la cual, es muy diferente al concepto general. En el
segundo parque de los Alcázares, exactamente frente a la tienda de don Joaquín,
nos reunimos varios amigos. Podría presentarlos formalmente: Un financista, un
historiador muy serio y riguroso, un comunicador social, un artista, un
emprendedor muy lúcido, una experta en gastronomía, una ciudadana alemana de un
encanto absoluto, un ser que se conoce las mil vueltas de esta ciudad y uno que
otro advenedizo como el suscrito. O presentarlos como los que verdaderamente
son: Contestatarios, rebeldes, iconoclastas, atrabiliarios, que viven con la
sentencia de Hemingway, empezar a beber siempre antes de las 3 de la tarde
convencidos que todo combate es inútil y que imposible jugarle al sistema.
A la gente se
le olvido conversar, los celulares y las redes sociales nos convirtieron en
seres solitarios y alejados, comunicados con todos y con nadie en el fondo,
siempre en un lugar diferente donde verdaderamente estamos. Estoy absolutamente
convencido de esto: No hay nada más encantador que una buena charla, sobre todo
cuando de ella aprendes, te enriqueces y le da una vuelta a la vida y siente
menos culpa en una sociedad que no sabe sino señalar. Giovanni, Omar, David, Sebastián,
Livia, Weimar, Sandra, Armando, David, son personajes encantadores, diferentes a todo
lo que conozco, leales hasta el punto de ser alcahuetes y sobre todo convencidos
que la vida, eso que otros hicieron de nosotros para recordar la sentencia de
Sartre, no es como no la quieren imponer.
Los barrios,
las esquinas y los entornos son más importantes de lo que parece. Desde hace
muchos años hay agendas publicas y secretarias pensando solo en ellas desde lo lúdico
y el intercambio social. El nadaísmo en Colombia nació de un grupo de
iconoclastas reunidos en las calles de Medellín con mucha convergencia y deseo
de mandarlo todo para la mierda. La perspectiva siempre fue estética y por la
calidad de los personajes, de los textos, de su poesía adquirió trascendencia
nacional. El automático en Bogotá, el Málaga en Medellín, la cigarra de Ibagué,
la cueva de Barranquilla, fueron primero sitios de buena conversación y de
intercambio de ideas. Poco se escribe de
estos encuentros, por lo anodino en apariencia de los personajes. Dejar
registro de estos grupos es importante, Foucault dice que la historia de las
pequeñas cosas, los relatos, las discontinuidades son fundamentales y de ellas
nadie habla. Los invito alguna vez a estar en estos encuentros, que siempre son
fortuitos, sin agenda, hijos de la casualidad y lo desapacible de la vida. Son
como libros abiertos, el que llega siempre es bienvenido.
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