sábado, 3 de junio de 2023

ANNIE

 Cuando escuche su nombre recordé a Annie Londonderry la primera mujer en dar la vuelta al mundo en bicicleta, si mi memoria no me falla fue a finales del siglo XIX. El encuentro fue en el parque de los Alcazares en la zona 13 de Medellín Colombia. Tenía un pijamon rojo y una blusa blanca,  pelo largo, abundante, azabache, una sonrisa intempestiva, carcajadas se diría, inteligente,  dejaba ver vivencias muy cercanas a la tragedia pero, de antemano preciso no le han disminuido para nada su ser, pues es carismática como más. Es una persona a carta cabal, pese a lo fuerte que se deja ver. Conocedora del entorno como nadie, con nombres, vivencias relevantes y apreciaciones por fuera del comun. 

Ese día en medio de una charla que parecía coloquial me entere que estaba sin vivienda por razones que nunca pretendí averiguar. De súbito le dije, cuando quieras pasa a mi casa y fresca. Como buena entendedora lo tomó en cuenta y fue el principio de una relación que se consolidaría como una roca con el tiempo.

Después de veinte días estando en mi casa leyendo a Sandor María, o mejor releyendo "El último encuentro", esa obra magistral sobre las amistades contrariadas, escuche una voz femenina llamándome. Era ella, Mujer alta, por fuera del promedio, con un caminado muy particular, como rompiendo huevos de gallina con sevicia. Subió a la casa y me pidió un baño, de una forma respetuosa, se notaba que era una situación forzada por circunstancias apremiantes que solo el que las vive sabe a ciencia cierta su origen. Pasó, le entregue una toalla y le indique el closet de la hija para que tomara ropa recién lavada. Este fue el comienzo de una relación que se construyo día a día. No fue fácil. Empezó a     quedarse en mi apartamento, para la época, no había camas libres y por necesidad compartimos el mismo lecho por poco tiempo, cada uno en su lado, con el respeto más  sublime. 

Después de un tiempo mis hijos tomaron un apartamento y ella se pasó a un cuarto sola. Tenía y aun sostiene una relación con un parcero del barrio, a perdurado, curiosamente, raro en estos tiempos de temporalidad total, lo que dice mucho de su lealtad y sentimientos y de alguna manera de la estabilidad emocional que le ayuda mucho frente a lo atribulado de su vida. 

La convivencia se fue tornando paternal, me enteré que tenía un hermoso hijo quien vive con su madre. Igual me contó de las trágicas circunstancias de su concepción, los hijos no vienen siempre al mundo  por efecto de nuestra voluntad, no vale la pena traer a colación los hechos, hoy es un regalo de la divina providencia.

 Fui conociendo su sed de conocimiento, sus juicios certeros frente a un libro, una película o una serie. Mantenía la desconfianza propia de quien se ha batido a pulso en la vida, conocedora de la calle como nadie, llena de bondad pero un león cuando se trata de defender su fuero, cargada de la solidaridad propia de quien sabe escrutar fácilmente quien es bueno y quien no. 

Con el tiempo me enteré de sus viajes, de su historia llena de altibajos, de las experiencias que han alimentado su ser y de aquellas que nunca quisiera recordar. Empecé a verla como un hija, a aceptarla como es, a darle lo mejor de mí. Ella ha tenido que soportar muchas circunstancias adversas de mi comportamiento, mi renovada adicción al alcohol, mi arrepentimiento, mis lecturas, la biblioteca que nos enaltece, las extensas charlas sobre libros, mis silencios, la solidaridad de mis hijos no solo conmigo sino con ella. Puedo decir con orgullo: es mi hija, espero por mucho tiempo, hasta que tome vuelo propio, que este conmigo, somos un mundo. Como dice Borges en el poema la recoleta: Solo la vida existe.


LOS HERALDOS NEGROS

 Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!


CESAR VALLEJO



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