No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo. Cioran
No es nada fácil escribir sobre un amigo, que partió en las peores circunstancias, más cuando se ha compartido tanto y con quien estuve muy cercano en los últimos tres años, muchas veces en circunstancias muy agradables y otras casi trágicas. Uno podría pensar que la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. El hecho es que este hombre fue un ser muy especial. Proactivo y servicial de sobremanera. En los últimos años de la vida vivió más en la calle que en otra parte. Era su espacio vital, el parque de los iconoclastas, cerca de su morada. Constituía su vida, apropiada con mucha personalidad, construida existencialmente después de más de treinta años de trasegar. Los sitios, siempre fueron los mismos: Santa Lucia, calle 13, los Alcázares, San Javier, todos en la zona 13 de su amada Medellín.
Conocí a Morgan de la manera más casual. Saludaba siempre amable: ¿Y cómo están los señores? Llegaba al parque y automáticamente tomaba una escoba y barría con un juicio de marinero impenitente en plena mar. Al momento estaba buscando la melona, como llamaba a la comida…Nunca le hizo falta, la gente le quería por su capacidad de servicio irrenunciable y de verdad que en ocasiones comía desaforadamente. Conmigo compartió dos meses en mi casa. Después en más de cuatro ocasiones dormimos en su cambuche. Me decía, donde vas a dormir y el mismo se contestaba…usted no se va a quedar en la calle.
Morgan era soldador, cerrajero, alguna vez se casó en una fiesta memorable, la que evocaba con ojos muy tristes, tuvo hijas con las que compartió en un hogar y tenía dos sobrinos que amaba mucho. Fue un hombre feliz con una historia particular. La gente en esta sociedad solo juzga por lo que alguien tiene, por las cosas y no mira la existencia en todas sus potencialidades. Era conocido por todos y todas, le saludaban como si fuera de la casa, tenía un sentido de pertenencia por el barrio incomparable y siempre estaba dispuesto a servir. Claro, Morgan como todos los humanos tuvo muchos defectos. En sus borracheras se ponía impotable, pero al rato volvía compuesto y nos saludaba como si nada hubiese pasado.
El último mes de su vida no fue de grata recordación, cargado de soledad y desesperanza. Se trasladó para la palestra en San Javier, después de un desalojo inhumano, que siempre espero y el que nunca pensó que fuera tan rápido. Allí bebió a su gusto, pescol, palió la vida con berraquera y cierta resignación y como siempre, esperaba que vinieran mejores momentos. Nietzsche nos enseñó que "La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre". Cualquier día en circunstancias que no tengo claro, fue atropellado por una moto, a los tres días con esas frases lapidarias con que nos enteramos de las malas noticias, Omar me llamó y sin anestesia me dijo: Morgan se murió.
Lo que vino, fue un funeral de lágrimas, nostalgia y mucha hipocresía. Pienso en la vida como una navegación entre el dolor y el tedio, entre el deseo y su cumplimiento efímero, entre el hambre y el eros insatisfecho. La vida es una ilusión que acaba en desilusión, un engaño que acaba en desengaño, una admiración que acaba en decepción. Este hombre como todos los que se mueren será un relato que se irá diluyendo con el tiempo. Esto nos pasará a todos y no hay nada que hacer al respecto.
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