Tomado De la revista “Ñ” del periódico
“Clarin” de Argentina
El texto elegido fue escrito por
Carlos Bernatek, nacido en Avellaneda en 1955. La Historia en la vida personal.
Después de la espera, de los saludos, en el Teatro Coliseo,
llegó la noticia: el ganador del Premio Clarín Novela es
Carlos Bernatek, un escritor que nació en Avellaneda en 1955 y actualmente
trabaja en la Biblioteca Nacional.
La novela se llama El canario,
que es el apodo de Maidana, el personaje sobre el que gira la trama de la novela. El
canario explora el pasado reciente de la Argentina, el pasado
truculento de los Años de Plomo. El tema aparece de manera infrecuente porque
Maidana es un conscripto que accidentalmente va a parar a la ESMA y es testigo
involuntario de los horrores que allí ocurren. Logra salir pero queda marcado
de manera definitiva. Todo está contado por un narrador testigo que es Javier,
un hombre autoexiliado, que vuelve a la Argentina de los 80 para encontrar un
país en el que los bares se han transformado en estacionamientos y que ve con
desencanto.
En la sala, habían esperado la decisión personalidades de la
política, la cultura y el periodismo. Entre ellos, el ministro de Cultura,
Pablo Avelluto; el titular del Sistema de Medios Públicos, Hernán Lombardi, la
subsecretaría de Cultura de San Isidro, Eleonora Jaureguiberry; los escritores
Claudia PIñeiro, Guillermo Martínez, Daniel Guebel y Patricia Suárez; los
editores Augusto Di Marco, Julieta Obedman, Daniel Divinsky y Kuki Miller,
entre otros.
En la sala, antes de proclamar al ganador, se leyó la lista
de los diez finalistas. Algunos llevaban "hichada", que los vivaba al
ser nombrados. Pero el que subió fue Bernatek, quien contó que éste es su
décimo libro, que tiene su origen hace veinte años y que cuando lo volvió a
tomar, tanto los personajes como él habían cambiado.
El autor vivió muchos años en la ciudad de Santa Fe. De hecho La
noche litoral, su última novela está protagonizada por un
hombre que se busca la vida en esa ciudad.
PRIMERA PÁGINA DE LA
NOVELA
Fue como nacer de nuevo, pero viejo. El tiempo, como una
clase de combustible fósil, se había consumido demasiado rápido. Y ya era tarde
para muchas cosas. Tarde para preguntarse, por ejemplo, como el irlandés Yeats,
si ¿había acaso otra Troya para que ella incendiara?
Porque esa ella, en mi caso, no era Helena, sino la juventud,
los años más o menos salvajes, quemados sin sentido ni nostalgia. Edad peculiar
los cuarenta: excesivamente tarde para muchas cosas, demasiado temprano para el
retiro, una especie de vejez prematura con atisbos de juventud tardía. Una
verdadera cuarentena de dudoso final.
Al menos sabía que nadie me buscaba: mis osadías de muchacho,
de exasperado, eran causas prescriptas, algo en realidad insignificante en
comparación con todo lo ocurriera en éste lugar después de mi partida. Ni
siquiera estaban vivos los que podrían reclamarme algo. La ley, la norma –como
siempre lo supuse- es un papel que alguien, un empleado menor, una secretaria,
un cadete, de pronto olvida, extravía, omite (...)
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