La importancia para la
literatura Colombiana e hispanoamericana de este autor está descontada, su
trayectoria como crítico, como promotor de ediciones de suma importancia, como
poeta, como divulgador riguroso de todo lo relevante en materia literaria, textos
y ensayos que constituyen un aporte
constante, invaluable, desde su pasión obsesiva por la lectura.
Desde la dirección de la
revista “Eco”, hace más de treinta años, un proyecto excepcional de
nuestra cultura, hablo en principio de Colombia, empezó una labor crítica sin pausa alguna, ha
venido divulgando lo que pasa en Latinoamérica en materia literaria, trayendo poetas nuevos al sonajero, abordando el
universo de nuestros escritores más emblemáticos, descifrando la genealogía de
sus textos, generando controversias, haciendo paralelos con el momento creativo
que vivimos, descubriendo influencias, con una prosa
exquisita, clara, ensayos que siempre incitan a la lectura y que por su puesto enseñan.
Samuel Serrano en un artículo
del portal (De Cobo Borda[1])
lo describe magistralmente: “No ha de extrañarnos, por tanto, que algunos de
los principales volúmenes de su amplia obra ensayística, en la que imaginación
y reflexión se encuentran íntimamente ligadas, formando una tupida red de
asociaciones, aparezcan signados desde su título por esta empresa que nunca
concluye: La alegría de leer, Leyendo América Latina, El oficio del lector,
Leyendo a Silva y, su más reciente colección de ensayos, Lector impenitente,
publicada en 2005 por el Fondo de Cultura Económica, en la que partiendo de
textos fundadores de nuestras letras, como el Sumario de Gonzalo Fernández de
Oviedo o Elcarnero de Juan Rodríguez Freyle pasa revista a algunos de los
principales hitos de nuestras letras hispanoamericanas que han sido fuente
constante de sus reflexiones: "La indestructible María de Jorge
Isaacs", "El modernismo y los múltiples Daríos", el inagotable
Borges, los numerosos libros reunidos en esa novela de la memoria que es Vivir
para contarla de Gabriel García Márquez, "El murmullo inagotable de Juan
Rulfo", la batalla verbal de Vargas Llosa, los parajes que divisa en su
delirio el Gaviero de Álvaro Mutis, la mirada implacable y reveladora de
Machado de Assís, la violenta marginalidad de la prosa de Rubén Fonseca, etc.”.
Hay una afinidad con Cobo
que me une por encima de tantas cualidades expuestas: Su pasión por la obra de
Borges, por todo lo que implica este autor inmenso de nuestras letras. De
hecho, cuando fue nombrado embajador en argentina hace muchos años, pensé, pues siempre ha estado al tanto de su
itinerario creativo, este hombre no tiene otro cometido que estar cerca del
escritor Argentino en sus últimos años de vida. Hoy tenemos el testimonio en su
obra de estos acercamientos, pese a que desde hacía más de treinta años estuvo
al tanto de su obra y de su divulgación. No solo compartió con Borges muchos
momentos, sino que lo entrevistó muchas veces, oteo su mundo, el Buenos Aires
mítico que tanto influyó en su obra y que al final terminó en un ciclo de
conferencias y de libros que le permiten fungir como uno de los Borgeanos más
lúcidos y profundos que he conocido. Manuel Serrano expresa, refiriéndose a su
mundo crítico, que cae como anillo al dedo a propósito de estas obsesiones:
“Nacidos del diálogo y la pesquisa, los ensayos de Juan Gustavo Cobo Borda, en
los que la lectura aplicada a la crítica literaria presenta una vocación
creadora, dilatan nuestro pasado a base de desempolvarlo y presentarlo ante
nosotros bajo una nueva lumbre, tarea desmitificadora que de análoga manera
cumple su poesía con el hombre, pues armada de sarcasmo e ironía, rescata, a
fuerza de señalarle sus flaquezas, lo que puede ser salvado de sus sueños e
ilusiones frustradas”.
Su obra poética, de todo mi
gusto, es tan importante como su obra crítica. Contenida en los libros Consejos
para sobrevivir (1974), Salón de té (1979), Casa de citas (1981), Ofrenda en el
altar del bolero (1981), Roncando al sol como una foca en las galápagos (1982),
Todos los poetas son santos (1987), Almanaque de versos (1988), Tierra de fuego
(1988), Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos (1991) y El
animal que duerme en cada uno (1995).
Su poesía es fresca,
hilvanada con dulzura inenarrable, llena de sitios y evocaciones muy bellos, nostálgica, entrañable por qué siempre está
tocando al hombre de carne y hueso con todas sus tragedias y alegrías, devela
al lector apasionado, al escritor con sus influencias más severas:
CAVAFIS
Las
calles de Alejandría están llenas de polvo,
el resoplido de carros viejos y un clima
ardiente y seco cerrándose en torno a cada cosa viva.
Incluso la brisa trae sabor a sal.
En el letargo de las dos de la tarde
hay un ansia secreta de humedad
y el tendero busca en sueños, con obstinación,
la áspera suavidad de una lengua inventando la piel.
Bebe con avidez el agua amarga de la siesta
y despierta cansado por ese insecto que vibra insistente.
La frescura de la tarde desaparece también
y su única huella fue este sudor nervioso
y el bullicio que minuto a minuto agranda los cafés.
Pasan los muchachos, en grupo, alborotando
y aquel hombre comprende
que ninguna palabra logrará atrapar sus siluetas.
La noche devora y confunde
haciendo más largo su insomnio,
más hondos sus pasos por sucias callejuelas.
El amanecer lo encontrará contemplando
ese velero que abandona el muelle
y atraviesa la bahía, rumbo al mar.
el resoplido de carros viejos y un clima
ardiente y seco cerrándose en torno a cada cosa viva.
Incluso la brisa trae sabor a sal.
En el letargo de las dos de la tarde
hay un ansia secreta de humedad
y el tendero busca en sueños, con obstinación,
la áspera suavidad de una lengua inventando la piel.
Bebe con avidez el agua amarga de la siesta
y despierta cansado por ese insecto que vibra insistente.
La frescura de la tarde desaparece también
y su única huella fue este sudor nervioso
y el bullicio que minuto a minuto agranda los cafés.
Pasan los muchachos, en grupo, alborotando
y aquel hombre comprende
que ninguna palabra logrará atrapar sus siluetas.
La noche devora y confunde
haciendo más largo su insomnio,
más hondos sus pasos por sucias callejuelas.
El amanecer lo encontrará contemplando
ese velero que abandona el muelle
y atraviesa la bahía, rumbo al mar.
En la red, en un portal que
se llama “Poemas del alma” encontré una pequeña reseña de su mundo poético muy reveladora: “Se lo ubica
dentro del grupo llamado Generación sin nombre, cuyas principales
características es presentar una poesía disconforme con la realidad, tal es así
que algunos especialistas también suelen llamar a esta generación del
desencanto. Su obra presenta un tono de delirio y sensualidad, cualidades
presentes sobre todo en sus primeras publicaciones, que se titularon
"Salón de té" y "Ofrenda en el altar del bolero".
Posteriormente su poesía adquirió un carácter más intimista; de esta etapa
podemos citar "Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis
ojos" y "El animal que duerme en cada uno"[2].
Los estudios dedicados a la
obra de Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, son imprescindibles en cualquier
acercamiento crítico al corpus creativo de estos dos importantes autores
Colombianos, sus vidas paralelas, ligadas desde su juventud, hermanadas, aspectos
biográficos de suma importancia; la genealogía de sus textos, son abordados por
Borda, con la paciencia de un relojero, con la hondura crítica aguda que devela
siempre nuevas miradas, expone el detalle, articula con sus influencias, trae a
colación momentos esenciales de su creación, con anécdotas propias de
quien compartió y estudio mucho su mundo
creativo, siempre incitando a nuevas lecturas.
Lo mismo pasa con los
extensos trabajos sobre nuestro poeta Silva. No solo recopila la extensa obra
crítica sobre su obra sino que hizo infinidad de conservatorios y encuentros
alrededor de su obra, editó trabajos que era imposible conseguir y generó un
avivamiento alrededor de nuestro poeta mayor. Pienso que es hora de publicar
las obras completas de Gustavo Cobo Borda, es justo y necesario para nuestras
letras.
Quiero dejar una pequeña
muestra de esta pluma lúcida que espero nos acompañe por mucho tiempo:
40
AÑOS DE CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Juan Gustavo Cobo Borda
Hace 40 años, en una casa
de Ciudad de México, un colombiano nacido en 1927 trataba de darles forma a sus
fantasmas. Los cargaba desde niño y el exilio en México, a partir de 1961, le
había permitido depurarlos y verlos con mayor nitidez. Duró 18 meses en esa
ardua tarea y las 510 páginas de este logro perdurable fluyen con agilidad y
siempre presente poesía. ¿De qué hablan?
De una aldea tropical, aislada del mundo, donde un hombre,
instigado por los exóticos gitanos, busca los beneficios de la ciencia.
Aquellos inventos que ayudan a vivir.
Los imanes, la lupa, el
telescopio, la alquimia, las alfombras voladoras lo conducen, no a la piedra
filosofal o a la reproducción del oro, sino a descubrir a sus propios hijos:
uno de 14 años y otro de 6. A toparse con verdades obvias y por ello mismo aún
más asombrosas: la Tierra es redonda como una naranja y el hielo es el gran
invento de nuestro tiempo. En este aprendizaje de la realidad, de darles por
primera vez nombre a las cosas, el hombre tiene dos soportes: un gitano,
Melquiades, con algo de sabio esotérico, y una frágil, pero no por ello menos
terrestre mujer, Úrsula Iguarán, su esposa. Mientras Melquiades gira errante
por el mundo, de Madagascar al estrecho de Magallanes, Úrsula siembra yuca y
ñame, para darle de comer incluso a ese ser, víctima de ?alocadas novelerías?.
Amenaza incluso con morirse, para quedar sembrados en ese palmo de tierra y no
emprender otra quimérica aventura.
Fundadores de esta aldea de
300 almas, compartían un común remordimiento de conciencia: "Eran primos
entre sí" (p. 32). Ante el temor de parir iguanas, o engendrar hijos con
cola de cerdo, se habían abstenido de todo trato carnal, hasta que Prudencio
Aguilar, un rival de José Arcadio Buendía derrotado en la pelea de gallos, lo
insultó llamándolo impotente. Este, para defender su honor, lo desafía a un
duelo donde Aguilar muere atravesado por su lanza, como si fuesen guerreros
homéricos.?
El machismo militante
tendrá un reverso melancólico: Aguilar ya muerto reaparece todas las noches
poniéndose un tapón de esparto mojado en agua para detener la sangre de la
herida. Es tal la desolación de su mirada, y tan honda su nostalgia de los
vivos, que la pareja debe abandonar el pueblo, como si se tratase de un éxodo
bíblico, con familias amigas. Solo se detendrán cuando: "José Arcadio
Buendía soñó esa noche que en el lugar se levantaba una ciudad ruidosa con
casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron
con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que
tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo" (p. 37).
La imaginación crea la
utopía, muy pronto ese espacio se puebla de casas concretas, con terrazas y
huertas, y de gente real, como el adolescente José Arcadio Buendía enloquecido
por el deseo en pos de Pilar Ternera.?
"Una mujer alegre,
deslenguada, provocativa, que ayudaba en los oficios domésticos y sabía leer
el porvenir en la baraja". Tocándolo, en su masculinidad excesiva, él
"quería que ella fuera su madre" (p. 39). Finalmente, al hacer el
amor, "se encontraba con el rostro de Úrsula" y no el de ella y en
ese dilema de quedarse o de huir, de estar "para siempre en aquel silencio
exasperado y aquella soledad espantosa" terminará por escapar de Pilar
Ternera ya embarazada, detrás de una joven gitana. El orden patriarcal y sus
códigos morales desde el inicio se ven rotos por esos hogares paralelos y esos
frutos espurios.
Uno de los primeros
círculos del libro se cierra entonces cuando Úrsula, buscando al hijo
descarriado, encuentra el camino, a solo dos días de viaje, hacia pueblos que
recibían el correo y conocían "las máquinas de bienestar".
"Puros y simples accesorios terrestres puestos en venta sin aspavientos
por los mercachifles de la realidad cotidiana? (p. 52). Macondo ya no estaba
rodeado de agua por todas partes, como pensaba el fracasado expedicionario que
había sido José Arcadio fundador. Úrsula había encontrado la vía de acceso al
mundo real."
Están aquí trazadas algunas
de las líneas clave que sostendrán esta hazaña narrativa. Un vértigo de
aventuras, de excesos que siempre se nutren de la realidad y de pormenores
realistas que terminan por adquirir la pátina del mito y la leyenda. Por ello,
el libro, desde este Génesis auroral hasta el decrépito Apocalipsis final,
donde se extingue la estirpe y la cola de cerdo agoniza estéril para clausurar
el ciclo, mantiene varios niveles de lectura. Es una saga colombiana, pero
también una muy humana Biblia de guerras, caudillos y profetas, de esplendores
y desaciertos. De ejes que giran y se desgastan, y de generaciones que intentan
dejar huella y solo obtienen el olvido como su única recompensa. Tiene rasgos
épicos, trazos trágicos, escenas de humor jocundo, exaltaciones líricas,
revisiones históricas y la música alborozada de una comedia de excesos
sexuales, todo ello en el marco incomparable de la cultura del Caribe. Pero es
también una mixtura literaria donde tradición oral, Kafka, Faulkner y Virginia
Woolf, Borges y Rulfo, Las mil y una noches y los cantos vallenatos forman un
eficaz y sólido conjunto, donde los nombres se repiten y el destino de las
generaciones parece enredarse en sus fallidos afanes. Guerras civiles,
supersticiones, prejuicios, apariencias formales y juegos de azar contribuyen
al declive. Para concluir en la más solitaria y desconsoladora elegía. La
familia Buendía se borra de la faz de la tierra y solo nos queda el prodigio de
una novela que la restituye a la vida: Cien
años de soledad, aparecida el 30 de mayo de 1967 en la
Editorial Sudamericana de Buenos Aires, y escrita hace 40 años en una casa de
Ciudad de México.
©2014[3]
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