Someter a los bemoles de
una elección popular el gran colombiano de antemano constituye un error
garrafal. Como era de esperarse terminó en una decisión absurda, que explica el
país mediático, paranoico y radical que tenemos por patria. No porque no aceptemos
los resultados, que entre otras cosas, gracias a las redes sociales, fue
manejado por la militancia Uribista con la disciplina que le caracteriza
y por su puesto, con los clásicos artificios de campaña que tantos triunfos
electorales le han traído en los últimos veinte años.
La historia es demasiado
seria para someterla a estas instancias. No se puede dejar en manos de
politiqueros y manipuladores de la información, que entre otras cosas, han
manejado las decisiones importantes del destino nacional en las dos últimas
décadas con absoluta irresponsabilidad, para decirlo con sorna,.
El editorial del diario “El
espectador”, que fue uno de los promotores del concurso, está en pleno
desacuerdo con la elección, en su editorial de hoy expresa: “Al votar la
historia se corre ese riesgo, y resulta útil para medir qué tan relacionadas
están las personas con el pasado. No queremos criticar al ex presidente. Sin
embargo, no pensamos que él sea el Gran Colombiano de la historia. Y no porque
le falten méritos (eso es harina de otro costal), ni porque no creamos que su
obra quedará en un pedazo del tren de la historia. Pero creemos que su
personalidad y su manera de concebir la institucionalidad democrática están
lejos de ser las más importantes para los colombianos”.
Como explicar que el doctor
Elkin Patarroyo haya sido escogido como el hombre más emblemático en materia de
ciencia y artes, por encima de Gabriel García Márquez. Nadie entiende semejante
exabrupto. El doctor Patarroyo ha sido cuestionado no solo por los
resultados reales de investigación, que es lo de menos pues entiendo que
esto hace parte del que-hacer científico, sino por el manejo espureo de los
recursos públicos en sus investigaciones y por la exclusión a la que sometió a
otros grupos de investigadores, en una especie de monopolio y concentración de
los mismos, ejercido de la peor manera, que es inexplicable a todas
luces. Sí se tratará de escoger un colombiano con reconocimiento mundial en
materia de ciencia, no podría ser otro que el doctor Rodolfo Llinas, por sus
investigaciones en neurología y el reconocimiento mundial al respecto.
Gabriel García Márquez es
el colombiano más importante en nuestra corta historia. No sólo es el novelista
más importante de Hispanoamérica, sino que su obra constituye una revolución
para la literatura latinoamericana y las letras universales. Los colombianos no
asimilamos aún la grandeza de este creador. El único personaje mundial que
tenemos en el país es Gabo. La literatura latinoamericana dejó de ser
una ínsula y se instaló por fin en la letras universales con absoluta
autoridad, con referentes ficcionales propios y la creación de recursos
lingüísticos que hoy son materia de estudio por la academia y los expertos.
Macondo no solo es una realidad por encima de su autor, sino que nos explica,
nos interpreta y nos describe a cabalidad.
El resultado, entonces, no
nos satisface. Lo cual no significa que no hayamos encontrado sumamente
interesante (y diciente) todo este proceso: saber en qué términos miran las
personas el relato de nación. La conclusión, a la que se ha llegado miles de
veces es que los colombianos seguimos embebidos en un estado de eterno
presente. Aún falta mucho por construir. Y esa conclusión, no más, ha valido el
ejercicio.
Estoy
totalmente de acuerdo con el editorialista, no hay nada más que AGREGAR.
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